Vida alternativa
01/12/2005 (00:00 CET) Actualizado: 06/11/2014 (09:58 CET)

Áloe vera:la planta que cura

Las propiedades medicinales de esta planta, que crece en numerosos lugares cálidos del planeta, eran bien conocidas desde antiguo. Su jugo mucilaginoso se empleaba como remedio casero de primeros auxilios en heridas, quemaduras, picaduras de insectos, irritaciones cutáneas, lepra, psoriasis y otros muchos problemas de la epidermis, pero también en artritis, reumatismos y afecciones gastrointestinales y víricas.

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Áloe vera:la planta que cura
Áloe vera:la planta que cura
Diversos estudios científicos han validado sus propiedades medicinales, lo cual no significa que el áloe sirva para todo, como pretenden muchas empresas que lo comercializan. El investigador Neil Stevens, autor de Áloe vera (Ed. Sirio, 1998) opina que «el áloe no es un curalotodo, sus efectos benéficos pueden variar de unas personas a otras y, por supuesto, dependerán de la calidad del producto o de la hoja utilizada».

Para apreciar sus potenciales efectos terapéuticos es preciso utilizarlo correctamente y contar con productos de la mejor calidad. Las plantas frescas cultivadas en el hogar son una buena solución (ver recuadro).

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Las hojas carnosas y con finas espinas del áloe barbadensis se confunden a veces con las hojas de un cactus, pero el áloe no pertenece a la familia de las cactáceas, ni tampoco a las liliáceas como los ajos, las cebollas y los espárragos, según la clasificación tradicional. En 1950, G.W. Reynolds clasificó cerca de 250 clases de áloe y creó para ellas una nueva familia botánica: las aloáceas. De todas ellas, las más cultivadas en la actualidad para su comercialización en preparados médicos, cosméticos o alimenticios son el Áloe barbadensis y el Áloe arborescens, ricos en vitaminas, minerales, aminoácidos y enzimas.

En 1851 se había identificado en la savia amarilla del aloe una sustancia llamada «aloína», que se empleó durante un siglo como ingrediente de productos laxantes. Sin embargo, en 1934, los doctores Collins comprobaron que el áloe era muy eficaz para curar las dermatitis originadas por la sobreexposición a rayos Roentgen y su descubrimiento dio lugar a nuevas investigaciones sobre sus componentes. En 1985, Bill McAnalley, investigador y director de los Laboratorios Carrington, hizo otro importante descubrimiento. Se trataba del polisacárido mucilaginoso Beta-(1,4) polimannan acetilado de cadena larga, sólo presente en el áloe y al que se llamó acemanano. Durante los diez años siguientes, McAnalley y su equipo efectuaron gran cantidad de estudios y demostraron la eficacia de este principio activo en 100 enfermedades distintas. Experimentos realizados desde entonces en todo el mundo por numerosos médicos, como Nathan Clumeck y Philippe Hermans (sida, 1988), S.Y. Peng (sarcoma, 1991), T.A. Syed (psoriasis, 1996), V. Visuthikosol (quemaduras, 1995), por citar algunos, han confirmado los poderes estimulantes del sistema inmunológico del acemanano (un polisacárido que también posee acción antiinflamatoria), según los datos aportados por McAnalley. Tales efectos confirmarían los de investigaciones llevadas a cabo en los años treinta por los Collins y, en definitiva, lo que Dioscórides afirmara en su Materia Médica, miles de años atrás. El médico griego recomendaba su empleo para aflojar el vientre, curar las ulceraciones de ojos, los flujos de sangre, las amígdalas, las encías, heridas de la boca y numerosos usos más. Aunque tenga sus limitaciones, es indudable que el áloe posee unas propiedades curativas extraordinarias: «Esta planta no es una panacea para todos los males, pero su gel, extraído directamente de la hoja o sometido a un proceso de elaboración y estabilización, posee unas excepcionales propiedades terapéuticas, antiinflamatorias y nutritivas, válidas tanto para personas como para animales», declara Silvia Canevaro, autora de Áloe vera (Tikal, 1996).

El gel áloe se encuentra en la pulpa del centro de la hoja y «se obtiene cortando las hojas en su base y evaporando mediante calor el líquido amargo. La masa resultante es el gel áloe, que contiene aproximadamente un 96% de agua, además de otras muchas sustancias», explica Blanca Herp en Áloe vera (Océano Ámbar, 2004). Dicho gel se vende envasado, pero no todas las marcas ofrecen las mismas garantías al consumidor. Con la denominación «gel áloe vera» y alegando un 100% de jugo puro se encuentran a la venta numerosos productos, pero el zumo natural del áloe es una sustancia inestable que se decolora y oxida pronto y precisa, por tanto, ser estabilizado con sustancias conservantes. Algunos fabricantes emplean sulfitos sin advertirlo en la etiqueta o sustancias espesantes que disminuyen la concentración del áloe. Tampoco son siempre certeras algunas de las afirmaciones desmesuradas sobre las propiedades curativas publicitadas en algunos productos. Son ciertas sus propiedades limpiadoras, antisépticas, analgésicas, bactericidas, antiinflamatorias, antipruríticas, hidratantes y antipiréticas, pero eso no significa que todos los productos a la venta las posean.

Para ofrecer mayores garantías de calidad al consumidor y evitar que la credibilidad de la industria del áloe vera se viniera abajo, un grupo de industriales del gremio formó el International Aloe Science Council (IASC). Uno de sus logros ha sido el establecimiento de una nomenclatura uniforme para los diversos productos. Entre ellos figuran el gel de áloe vera, el gel de áloe vera 100%, el gel de áloe vera completo, el concentrado de áloe vera y el jugo de áloe vera. Los productos que lleven el sello del IASC siempre serán más recomendables que aquellos que no lo llevan. Sin embargo, hay muchas personas que prefieren utilizar el gel fresco, directamente extraído de la planta y sin manipulaciones, a pesar de que muchos científicos aseguran que no se debe consumir directamente, sino en gel o cualquier producto comercial.

MacAnalley, por ejemplo, afirma que «la savia amarilla que contiene el zumo y el gel del áloe destruye las células en cualquier disolución» y advierte de que no se utilicen las hojas del áloe para tratar quemaduras, sino las cremas y zumos que han sido preparados mediante técnicas especiales diseñadas para reducir el nivel de la savia. Otros como Rachel Perry, propietaria de la empresa de cosmética que lleva su nombre, sugiere emplear las hojas frescas para primeros auxilios, sin separar la corteza de la pulpa. Esa ha sido la forma en que se ha utilizado durante milenios con buenos resultados.
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