Civilizaciones perdidas
21/09/2011 (09:24 CET) Actualizado: 06/11/2014 (09:58 CET)

Sacrificios rituales

ENIGMASA partir de la Primera Cruzada el antisemitismo que caracterizó al mundo cristiano se volvió más feroz, surgiendo la leyenda de sacrificios rituales atribuidos a la comunidad judía; una farsa histórica responsable de una persecución que causaría miles de muertos y llegaría hasta los tiempos de la Alemania nazi, en los que alcanzaría cotas de auténtico delirio, episodio recogido en el libro La Orden Negra. El ejército pagano del Tercer Reich.

21/09/2011 (09:24 CET) Actualizado: 06/11/2014 (09:58 CET)
Sacrificios rituales
Sacrificios rituales
La feroz visión antisemita que convertirían los nazis en su ideario vital, contrariamente a lo que pueda parecer, no era algo nuevo; venía de antiguo, de una tradición cristiana europea que se remontaba muchos siglos atrás, prácticamente a los orígenes de la religión cristiana, a la que estos añadieron el peligroso componente racial. Léon Poliakov, uno de los mayores expertos mundiales en antisemitismo, señala que, a la vez que se dirigía cada vez más a los gentiles y que se impregnaba de notables influencias paganas, la nueva Iglesia cristiana, en los primeros siglos de nuestra Era, no tardó en atribuir a su Mesías, Jesucristo, una naturaleza divina, surgiendo así el concepto de deicidio, el crimen de los crímenes, que se convertiría en principal argumento antisemita a lo largo de los siglos.

Los cristianos llevaban tiempo queriendo ganar adeptos y aseguraban que Dios había retirado al pueblo judío "el beneficio de su elección"; el verdadero pueblo elegido, contrariando lo recogido en el Pentateuco, era ahora el cristiano, y para fortalecer dicha aseveración, la culpa del asesinato de Jesús recayó sobre estos. La mayoría de los cristianos estaban convencidos de que los judíos estarían dispuestos a volver a cometer dicho crimen si se les presentaba la ocasión. Todo ello contribuiría a engendrar un cada vez más fanatizado antisemitismo cristiano que influiría en Occidente hasta tiempos del Tercer Reich e incluso hasta nuestros días.

Cuando los cristianos dejaron de ser perseguidos y asesinados por los romanos, hubo un enfrentamiento encarnizado para ganar adeptos entre la Sinagoga y la Iglesia, aunque los vínculos entre ambas eran todavía muy fuertes. A principios del siglo III, la tesis del castigo divino contra los judíos fue formulada por el alejandrino Orígenes, uno de los Padres de la Iglesia: "Podemos pues afirmar con absoluta certeza que los judíos nunca volverán a su situación de antaño, pues han convertido el más abominable de los delitos al tramar el conocido complot contra el Salvador del género humano… Por consiguiente, era necesario que la ciudad donde Jesús había sufrido tanto, fuera destruida hasta los cimientos, que el pueblo judío fuese expulsado de su tierra, y que Dios hiciera recaer su bienaventurada elección en otros pueblos".

No sería el único padre de la Iglesia que contribuiría a extender el antisemitismo cristiano; Juan Crisóstomo, más tarde elevado a los altares, predicó contra los judíos con unas expresiones que adoptarían después muchos teólogos y representantes eclesiásticos, cargadas de un odio visceral: "Allí donde se reúnen los asesinos de Cristo, se ridiculiza la Cruz, se blasfema, se ignora al Padre, se insulta al Hijo, se rechaza la gracia del Espíritu (…)". Y en otro pasaje era aún más radical: "…lupanar y teatro, la sinagoga es también caverna de bandidos y guarida de bestias salvajes… Viven para su vientre, con la boca siempre abierta: los judíos no se comportan mejor que los cerdos y los cabrones con su lúbrica grosería y su excesiva glotonería. Solo saben hacer una cosa: levantarse y emborracharse…".

A partir del siglo IV, principalmente en Oriente, donde el pueblo judío era más numeroso, los predicadores cristianos lanzaban contra ellos diatribas extremadamente violentas; por ejemplo, Gregorio de Nicea diría: "Ellos que mataron al Señor, que asesinaron a los profetas, que se rebelaron contra Dios y le mostraron su odio, ultrajan la Ley, se resisten a la gracia, reniegan de la fe de sus padres. Comparsas del diablo, raza de víboras, delatores, calumniadores, obcecados, levadura farisaica, sanedrín de demonios, malditos, execrables, lapidadores, enemigos de todo lo bueno…". Dieciséis siglos después, Adolf Hitler se expresaría con palabras muy parecidas a través de las páginas de Mein Kampf; no había inventado nada nuevo.

Entonces se fue gestando una tradición que devino en un temor supersticioso hacia los judíos que sería característico del imperio moscovita un milenio más tarde, donde se gestarían Los Protocolos de los Sabios de Sión, el texto antisemita por excelencia que sería libro de cabecera del propio Hitler y de todo buen nacionalsocialista, aun sabedores de que se basaba en historias completamente falsas. No tardaría en equipararse al judío con aquel que rendía culto al diablo. La reunión de judíos para el rezo y el culto, que siempre se veía con recelo, en parte por la tendencia de este pueblo al hermetismo y al secretismo, se entendía entonces como un acto denigratorio contra el cristianismo, un acto de blasfemia y burla.

Hasta el siglo XI ninguna crónica menciona estallidos de cólera popular contra los judíos, pero en el siglo XII el antisemitismo evolucionó hasta el extremo de que los judíos llegaron a ser sinónimo del príncipe de las tinieblas. Y aunque resulta paradójico y difícil de creer, en pleno siglo XX Hitler, Himmler y una gran mayoría de nazis habían asumido esa concepción del enemigo judío, aderezada con la animadversión absoluta hacia la ideología bolchevique y democrática, que también consideraban ejemplo de un mundo impregnado de oscuridad. Una oscuridad que ellos extenderían por todo Occidente.

A partir del año Mil las cosas serían aún peor para los hebreos. Aquella fecha tan significativa y las numerosas profecías agoreras vinculadas a ella, harían surgir extraños temores: según muchos predicadores, "el príncipe de Babilonia", instigado por los judíos, había hecho destruir el Santo Sepulcro, desencadenando persecuciones contra los cristianos de Tierra Santa y hecho decapitar al patriarca de Jerusalén. Aquellos rumores, claro, no eran ciertos, pero nadie se detuvo a comprobarlo. Los príncipes, obispos y caballeros más violentos de Europa occidental no tardaron en manifestar su venganza contra el pueblo hebreo y se sucedieron las masacres en diferentes ciudades.
(Continúa la información en ENIGMAS 190).

Óscar Herradón
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Comentarios (1)

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