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31/01/2023 (08:30 CET) Actualizado: 03/02/2023 (08:17 CET)

Adopta un muerto

Prolifera en Colombia el culto más extraño del mundo: «¿quién me adopta un muerto?»

31/01/2023 (08:30 CET) Actualizado: 03/02/2023 (08:17 CET)
En Colombia prolifera un extraño y macabro culto a los muertos
En Colombia prolifera un extraño y macabro culto a los muertos
Nº 391, febrero de 2023
Este artículo pertenece al Nº 391, febrero de 2023

El río Magdalena lleva algo más que agua. Su corriente es un líquido ataúd por el que viajan los muertos que desembocan en Puerto Berrío. Son víctimas de la violencia que, en sus años más crudos, llegaba a escupir veinticinco cadáveres al día. Los lugareños llevan décadas adoptándolos porque creen que al hacerlo se ganan el favor de esas ánimas truncadas. Los llaman NN, nomen nescio en latín, «desconozco el nombre». Es el término forense con el que se catalogan los cuerpos que no han sido identificados. Uno iba a la fosa común y se lo apropiaba. Le inventaba un nombre. Le compraba un nicho donde meterlo y lo convertía en guardián protector de la casa y alma a la que uno se podía encomendar para pedirle toda suerte de favores. Se podía ir tranquilo, sin necesidad de echar el cerrojo, porque el NN vigilaba el hogar, y si alguien se acercaba, le tiraba piedras con sus manos espectrales.

Se lloran muertos ajenos, convertidos en santos populares, ángeles custodios del hogar, ánimas que conceden deseos. Dan vida al muerto, lo resucitan, le dan una nueva identidad, un nombre, un apellido, imaginan su cara, si esos huesos parecen de hombre o de mujer… María del Mar, porque era niña y pura como la Virgen, y apareció en el agua. Isabel, porque así habrían llamado a la hija que nunca tuvieron; Fernando, como el hermano que un día se fue y jamás volvió. Según el Grupo de Trabajo para América Latina y la Oficina de Estados Unidos sobre Colombia, son 51.000 las almas de los desaparecidos, 32.000 de ellos forzosos… Víctimas del conflicto que todavía hoy sigue engordando el cauce del Magdalena con las lágrimas del duelo.

A menos de 200 km de Medellín, los vecinos acostumbran a adoptar a los cadáveres sin identificar

«Conceden favores»

En Puerto Berrío, un pueblo de pescadores, trochas y casas de madera, llevan pescando muertos desde 1958. Antiguamente enterraban los cuerpos en la orilla; luego empezaron a atarlos a un poste, por si acudía algún familiar y para evitar líos con la policía. Llegaron después los buenos modos burocráticos, y empezaron a trasladarlos a una fosa común donde, tras etiquetarlos con la prospectiva necropsia como «NN», debían permanecer custodiados a la espera de que alguien fuera a reclamarlos, o más recientemente, a hacerles las pruebas de ADN pertinentes.

Nadie fue a buscarlos y en los años 90 era tal el manojo de cuerpos amontonado en la orilla, que verlos era un acto tan cotidiano como ver pasar una canoa. Los depósitos no daban abasto y la autoridad tampoco. El olvido se hizo un poquito más grande y ante aquel panorama de muertos huérfanos, los habitantes de Puerto Berrío empezaron a adoptarlos, a cuidarlos, a hablar con ellos, a creer firmemente en los milagros que podían conceder.

Los vecinos de Puerto Berrío creen que los muertos que adoptan les conceden favores

Labores de reubicación forense de los NN (Cortesía de laUBPD)
Labores de reubicación forense de los NN (Cortesía de la UBPD)

N. Bustamante tiene 61 años y adoptó el primer NN a los 28 años. No duda ni un instante en contarme su historia. Desea que el relato sirva para encontrar a sus propios hijos perdidos. Me pide que divulgue unas fotos que nunca llegó a enviarme. El motivo por el que decidió adoptar un NN en primer lugar fue para pedir protección para su hijo Iván, que en esos momentos tenía 14 años, porque los paramilitares le habían echado el ojo. «Iba mucho al cementerio, le tenía mucha fe a las ánimas. Una señora me dijo que por qué no adoptaba un NN, que ella tenía uno y todo lo que le pedía se lo condecía. Me ayudó a escoger». Adoptó a una NN a la que llamó Isabel para pedirle que velara por el muchacho. «Mi hijo iba mucho con otro amigo y se los llevaron a los dos. Empecé a hacer bulla porque no quería que ellos fueran de esa gente. Al tiempo me lo devolvieron al pueblo. Y empezaron los problemas porque como a él le gustaba tanto la calle… Una noche desperté a la madrugada… El culicagado se me volaba cuando yo me quedaba dormida. Me despertaron los gritos: ‘¡Mamá! ¡Mamá!’, y cuando nos asomamos vimos a los paracos. Uno en la moto y otro corriendo detrás de Iván. Querían matar al pelado, pero no lo consiguieron porque él corrió hasta donde había mucha gente y nosotros alcanzamos a llegar y se lo quitamos».

«Me lo sacó el cura del osario»

Hoy Iván está bien –¿gracias a la NN Isabel?–, pero no todos sus hermanos corrieron la misma suerte. De los siete hijos de N. Bustamante, dos están en paradero desconocido: un varón en la treintena que salió a dar unas vueltas con un amigo con la promesa de regresar al día siguiente y del que jamás volvieron a saber nada; y una niña de nueve años cuya desaparición le partió la vida en dos. Madre coraje, movió cielo y tierra para encontrarla. Se le rompe la voz cuando la recuerda. No tuvo éxito, aunque armó tanto revuelo que algunas personas acabaron en la cárcel. A medida que los condenados fueron saliendo libres, las amenazas contra la mujer y su familia se hicieron tan reales que tuvieron que salir del pueblo durante una temporada. «Eran paracos», recordaba. Fue a raíz de la desaparición de estos dos hijos, que tuvo consecuencias económicas en la familia y dejó al mayor sin empleo, cuando esta mujer decidió que había llegado el momento de ir a por «refuerzos», ya que al parecer la NN Isabel ya no estaba protegiendo a la familia, «porque la primera me la había sacado del osario el cura, me tocó escoger otro».

En esta ocasión adoptó otro NN al que le pidió día y noche que al hijo mayor no le faltara trabajo y todos estuvieran a salvo, «y me han cumplido, porque hambre no han pasado y nadie me los ha tocado, gracias a Dios». Los NN cumplieron su cometido mientras ella les organizaba la tumba y cuidaba de ellos con el mismo cariño con el que le gustaría que alguien lo hiciera si encontrara los restos de sus hijos desaparecidos. Sin embargo, N. Bustamante ya no tiene muertos adoptados a los que cuidar. El nicho quedó vacío «porque la unidad de búsqueda ha sacado a los míos». Ha quedado huérfana, sin NN a los que cuidar y en los que refugiarse. Al último lo había bautizado en la lápida como John Jairo Sosa Bustamante, el nombre de su hijo desaparecido.

A los NN se les podía pedir de todo, pero en el fondo, no se les pedía nada, porque a los habitantes de Puerto Berrío les han robado hasta la capacidad de soñar

Cementerio de la Dolorosa de Puerto Berrío (Cortesía de la UBPD)
Cementerio de la Dolorosa de Puerto Berrío (Cortesía de la UBPD)

Los muertos siguen apareciendo en Puerto Berrío. Si flota bocabajo es hombre, si lo hace boca arriba es mujer, «por los senos», dicen. A los NN se les podía pedir de todo, pero en el fondo, no se les pedía nada, porque a los habitantes de Puerto Berrío les han robado hasta la capacidad de soñar. El único reclamo que tienen es sobrevivir, que se acabe la violencia, el desgarro de ver perderse a los suyos al tiempo que otros, desconocidos, llegan en forma de cadáver por el río. No se puede pedir mucho más cuando no alcanza ni para comer.

El muerto de la bolsita 

Carmen Rosa Rúa tiene 57 años y mucho que contarme: «Yo tenía dos NN. Uno en una bolsita y otro bien empacaditos los huesos. Tenía una situación económica complicada. Alguien me dijo que allí había NN y uno los sacaba y les pedía favores. En aquel entonces, hace veinte años, compré un osario de unos 150.000 pesos que pagué de a poquito. Y cuando acabé de pagarlo, fui a por un NN, pero entonces el padre me dijo que ahí cabía otro más y que era una lástima, porque si no los adoptaba nadie, irían a parar a una fosa común», así que adoptó dos. A cambio de sus favores, Carmen les arreglaba la tumba, les llevaba flores y adornos. En aquel entonces creía firmemente que estos muertos podían ayudarla. Eso fue antes de convertirse al cristianismo y entender que «si uno está mal debe arrodillarse y hablar con Dios, porque el único que le soluciona el problema es él».

Si nadie adopta un muerto sin identificar, va a parar a una fosa común. Así que, Carmen Rosa adoptó dos, a cambio de sus favores

Sin embargo, cuando las autoridades llegaron recientemente a Puerto Berrío a llevarse a sus NN, descubrió con estupor que en la lápida ya no figuran los datos con los que ella los había marcado –NN JOSÉ–, sino otro nombre. Y aunque Carmen haya cambiado de sistema de creencias, le parece una falta de respeto que hayan revendido el osario del que ella tiene el carnet de propiedad y hayan movido los restos de sus cadáveres adoptados. No está unida a ellos por lazos biológicos, pero sí sentimentales. Son suyos.

«Estoy esperando que venga la JEP (Jurisdicción Especial para la Paz) para destapar eso a ver qué es lo que hay ahí. En el cementerio no dicen nada. Llamé al párroco y no me volvió a contactar. Ahí nadie sabe nada. ¿Por qué reconocería yo a mis NN? Porque unos huesos estaban muy negros y los otros estaban muy blancos. Es una falta de respeto porque no deben revender los osarios. Los saqué de una fosa común donde meten a los muerticos a los que no les aparecen los familiares. En esa época hubo mucha violencia, eso fue horrible. Aún hoy. Esta semana sacaron tres muertos. Puerto Berrío no cambia. Puerto Berrío sigue siendo lo mismo». Ella también tiene un familiar desaparecido, un hermano que hace que se le inunden los ojos de lágrimas durante mi entrevista con ella.

Un negocio en auge

La muerte y la violencia forman parte del paisaje cotidiano de Puerto Berrío. Adoptar NN va en contra de la práctica legal y forense, porque trasladar los cuerpos obstaculiza los trabajos de identificación. Los cuerpos bajaban por el río y los llevaban a la morgue de los hospitales y de los cementerios, se les hacía una necropsia y se mandaba una notificación a las autoridades competentes, pero como llegaban muchísimos, tanto a Puerto Berrío como a otras ciudades del país, se dejaban en las fosas comunes de los cementerios, supuestamente «protegidos» e inventariados junto a sus exámenes de necropsia, a la espera de que llegara la autoridad a identificarlos. Se trataba de material probatorio y alterarlo podía traer problemas legales a las personas adoptantes que lo trasladaban de la fosa común al osario, pintar la marca del código, decorarlos…

El adoptante incurre en un acto ilegal, pero la responsabilidad también cae en los administradores del cementerio, quienes debían impedirlo. Nada más lejos de la realidad. El conflicto trajo consigo el negocio de la muerte: vender y revender los osarios. En el Cementerio de La Dolorosa de Puerto Berrío hay un cartel que reza en mayúsculas: «Por favor, no borrar, no pintar o cambiar los datos de los NN. Fiscalía General de la Nación. Parroquia de Nuestra Señora de las Nieves». No es una petición fácil de cumplir en un lugar en el que ni los muertos pueden descansar en paz. En este camposanto, la Unidad de Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas (UBPD) ha reubicado 416 cuerpos que se hallaban arrumbados en bolsas y cubos. En el Cementerio de La Dolorosa siempre ha habido más NN que muertos comunes.

«Soñaba con ella»

«Yo me la imaginaba mona y joven», confesaba un habitante de Puerto Berrío que había adoptado a lo que parecía ser un NN de género femenino en el documental Réquiem NN. «Y soñaba con ella, una vez soñé que estaba conmigo, a veces sentía que estaba al lado mío. Yo sabía que era rubia». La adopción no era tan desinteresada como parecía cuando él fue a «escogerla» al cementerio, pues solo sería trasladada a un osario si ella le cumplía los deseos. Así fue, y él llevó sus huesos a un nicho, le dio un nombre –Gloria María de los Ángeles Urrego Mena–, le limpió la lápida puntualmente y siguió pidiéndole con fe. Siempre le ha concedido todo lo que le ha pedido. A falta de foto, tiene en casa el retrato de su lápida. Reza a su NN a diario. Tal es la fe que le tiene. 

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Comentarios (5)

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