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01/06/2005 (00:00 CET) Actualizado: 06/11/2014 (09:58 CET)

Taj Mahal: el templo del amor eterno

En 1631, Mumtaz Mahal, esposa preferida del emperador mongol Shah Jahan, murió al dar a luz a su décimocuarto hijo. Roto por el dolor, Jahan decidió erigir el mausoleo más colosal de todos los tiempos para dedicarlo a la memoria de su amada. Alrededor de veinte mil personas trabajaron en su construcción, que concluyó 22 años más tarde. Hoy, el Taj Mahal, símbolo de la India y del amor eterno, continúa siendo una de las maravillas arquitectónicas más visitadas y admiradas del mundo.

01/06/2005 (00:00 CET) Actualizado: 06/11/2014 (09:58 CET)
Taj Mahal: el templo del amor eterno
Taj Mahal: el templo del amor eterno
Agra, en el estado de Uttar Pradesh, es en la actualidad una ciudad industrial, situada a 204 km de Nueva Delhi. Fundada, según la tradición, sobre el emplazamiento de un antiguo reino hindú, en plena llanura del Ganges, fue arrasada en 1022 por el afgano Mahmud de Gazni, tardando casi cinco siglos en recuperar su antiguo esplendor. Pero, en 1526, el sultán Lodi fue derrotado por los conquistadores mongoles, iniciándose entonces el verdadero siglo de oro para Agra. Siglo y medio, para ser exactos, de principios del XVI a mediados del XVII, en que se construyeron en la región majestuosos palacios, mezquitas y mausoleos.

Una de las construcciones más rotundas que el viajero puede visitar en esta zona es el Fuerte de Agra, que comenzó a edificarse en 1565. Situado a orillas del río Yamuna, se trata de una magnífica mole de arenisca roja, con muros de 20 metros de altura y 2 metros y medio de espesor, que guardaba en su interior una pequeña ciudad realmente inexpugnable.

En la colosal fortaleza se encierran todo tipo de maravillas, como la legendaria Moti Masjid, o mezquita de la perla; un templo musulmán de mármol blanco considerado uno de los más hermosos del subcontinente. Pero también podemos admirar la mezquita de las gemas o Nagina Masjid, el palacio de Yahagir, el bazar de las Señoras, etc. Aunque si una parte del Fuerte de Agra me impresionó, fue la torre octogonal, denominada Musamman Burj. En ella consumió los últimos años de su vida Shah Jahan, antiguo dirigente de Agra y constructor del edificio más hermoso de la India: el Taj Mahal. Desde esta torre se contempla, al otro lado del río Yamuna, una vista espectacular del célebre monumento, tumba de una de las esposas de Jahan, su preferida, Arjumand Banu Begum, más conocida como Mumtaz Mahal.

Con la bruma desdibujando sus perfiles, soportando en sus minaretes todo el cielo plomizo del monzón, el Taj Mahal, visto desde este lugar, tal y como lo contemplara Shah Jahan hasta el día de su muerte, parece arrancado de un relato de Las Mil y una Noches. Y es evidente que cualquier viajero que, como yo, observa por vez primera el Taj Mahal desde Musamman Burj, tiene el tiempo justo para hacer unas pocas fotografías, ya que siente un apremio insuperable que le empuja a cruzar el Yamuna y contemplar más de cerca esa obra maravillosa.

Obra fastuosa

Mumtaz Mahal (la Escogida del Palacio) era la segunda esposa de Shah Jahan. En 1631, tras nueve meses de embarazo, el parto se complicó y como consecuencia de ello la bella Arjumand falleció. Roto por el dolor, dicen que el cabello de Jahan se volvió blanco de la noche a la mañana.

Muy pronto, el monarca buscó carpinteros, albañiles, artesanos y todo un ejército de expertos artistas provenientes de los rincones más recónditos de la India, Asia Central e incluso Europa. A partir de ese momento, y durante veintidos años, veinte mil trabajadores dedicaron su esfuerzo, y a veces su vida, a construir el Taj Mahal, a las órdenes de varios arquitectos. El más importante, probablemente, era Isa Khan, originario de Shiraz (Irán). Sin embargo, otros expertos fueron reclutados en diferentes partes del mundo para responsabilizarse del diseño y elaboración de las fastuosas mamparas de mármol y piedra dura (mármol con incrustaciones).

Shah Jahan siguió atentamente las obras de todo el complejo, incluyendo los gigantescos minaretes, las fuentes, los jardines ornamentales, las mezquitas adyacentes, etc., y quedó tan satisfecho del resultado final, y tan celoso de que ninguna otra mujer pudiese beneficiarse de las habilidades artísticas concentradas en la tumba de su amada, que mandó amputar los dedos pulgares –y en algunos casos las manos– a los principales trabajadores del Taj Mahal. Así, pensaba, podría garantizarse que éstos no volverían a repetir una obra de arte de la que sólo era merecedora la bella Mumtaz Mahal.

En el nombre de Alá

Crucé a pie la distancia que separa el Fuerte de Agra del Taj Mahal, empapándome del ambiente. Tampoco hubiera podido hacerlo de otra manera. A causa de la enorme contaminación en la zona, el frágil mármol blanco del momento ha ido ensuciándose progresivamente. Ante tal circunstancia, en 1994 las autoridades hindúes pusieron trabas a la creación de nuevas plantas industriales en la región. Asimismo, prohibieron la circulación de vehículos motorizados en los 4 km que rodean el Taj Mahal.

Penetré en el patio exterior y atravesé la enorme puerta de arenisca roja, decorada con inscripciones coránicas: «En el nombre de Alá, el Compasivo, el Misericordioso…». Una vez en el perímetro interior, fui sometido a rigurosos controles policiales que garantizan la seguridad en el interior del recinto. Está prohibida la entrada al Taj Mahal con cualquier elemento que pueda dañar la construcción o su higiene: cerillas, cigarrillos, alimentos, teléfonos moviles, trípodes, o el paan (hierba alcaloide muy adictiva), tan popular entre los hindúes y que salpica de manchas rojas las calles de todo el país.

Nuevo control policial, detectores de metales, cacheo… Por fin llego a los jardines interiores que rodean esa maravilla del arte, originada en una locura de amor.

No cuesta reconocer la influencia mongola de los charbagh (jardín persa clásico) en el diseño de los jardines ornamentales del Taj. Un cuadrado seccionado por canales de agua y fuentes, que reflejan sobre sus aguas las estilizadas líneas del mausoleo, flanqueadas por hileras de bancos de piedra, en los que el viajero se topará con peregrinos, turistas y visitantes llegados desde todos los rincones del planeta.

En las cuatro esquinas del Taj Mahal se erigen altos minaretes blancos, generosamente ornamentados, y pilares con la perfecta simetría de todo el complejo. Al oeste de la estructura principal encontramos una mezquita de arenisca roja, actualmente en pleno uso, a la que acuden diariamente los creyentes de Agra para celebrar los oficios religiosos.

Un edificio idéntico fue construido al otro lado de los jardines, pero únicamente con objeto de mantener la simetría estética y artística, ya que su errónea orientación hace que sea inútil para la ceremonia religiosa islámica.

Existe también un pequeño museo, al oeste, que conserva algunos elementos de cerámica, vajillas, los planos de la construcción, etc. Aunque quizá lo más pintoresco de éste es que se conservan restos de algunos platos que, según la leyenda, tenían la propiedad de cambiar de color si la comida que se servía en ellos estaba envenenada.

Finalmente, en el centro del complejo, elevado sobre una plataforma de mármol en el extremo norte de los jardines, se erige el mausoleo de Mumtaz Mahal. Una estructura de mármol blanco semitraslúcido y piedra dura, embellecida por miles de piedras semipreciosas incrustadas, formando bellos dibujos y motivos florales.

Las cuatro fachadas, perfectamente simétricas, sostienen un entramado de cúpulas, arcos, bóvedas, todas ellas decoradas con incrustaciones, virutas de piedra dura y versículos de El Corán, que rodean la famósa cúpula central en forma de bulbo.

Hay que descalzarse para entrar, y despojarse también de la cámara. Es el precio para penetrar en el recinto y contemplar el cenotafio de Mumtaz Mahal, una elaborada falsa tumba rodeada por toda la opulencia y el lujo que pudo imaginar su amado. La inmensa mayoría de los turistas que visitan el Taj ignora que ni esa es la tumba original de Mumtaz Mahal, ni el cenotafio de Shah Jahan que se encuentra a su lado –rompiendo la simetría– acoje los verdaderos restos del enamorado emperador. Sus verdaderas tumbas se encuentran en una sala subterránea sellada, bajo la cámara principal.

350 años lo contemplan

Poco pudo imaginar Mumtaz Mahal que trescientos cincuenta años después de su muerte, su tumba sería un referente fundamental para todos los viajeros del mundo que visitan la India. Está claro que en el nombre del amor, por irracional que sea, pueden lograrse prodigios sorprendentes.

Pensaba en esto mientras aguardaba, sentado en las escaleras, a los pies de las grandes puertas de arenisca, a que se pusiese el sol en el río Yamuna. Me habían dicho que el atardecer arrancaba destellos de hermosos colores en el mármol blanco del mausoleo, tiñéndolo de azul, y no pensaba marcharme del Taj Mahal sin comprobarlo. De modo que esperé.

Y la espera fue fascinante. Porque me permitió observar a los miles de visitantes, de diferentes razas, credos, etnias, patrias, etc., que deambulan por los jardines, admirándose de lo que el amor de un monarca atormentado pudo convertir en historia.

Y entre los visitantes, expertos en conservación que durante los últimos años echan un pulso a la erosión que amenaza las paredes del Taj.

La enorme contaminación de la zona comenzó a atacar el mármol del mausoleo sin piedad, y para sorpresa de los obsevadores occidentales, el mejor remedio para proteger la salud del Taj Mahal resultó extraído de la medicina tradicional. Varios equipos de arqueólogos, en el 350 aniversario de su construcción, decidieron rociar el monumento con multani mitti, un antiguo tratamiento de belleza utilizado en la medicina ayurvédica, compuesto por tierra de batán, cereales, leche y lima.

Veinticuatro horas después de haber sido aplicado sobre el mármol blanco, el multan mitti fue eliminado con agua templada, llevándose todas las impurezas que amenazaban la estética del mausoleo.

Los arqueólogos descubrieron este sistema gracias a un manuscrito mongol del siglo XVI, y ha dado tan buen resultado que está siendo exportado a otros países, como Italia, para ser aplicado en la conservación de monumentos importantes.

Y funciona. Doy fe. Porque justo al anochecer, cuando el sol muere y la luna surge entre las tinieblas, los colores del mármol y sus incrustaciones semipreciosas ofrecen un espectáculo indescriptible.

Me fui del Taj Mahal llevándome unas imágenes inolvidables. Las mismas que contempló, hasta el momento de su muerte, Shah Jahan desde su prisión en la torre Musamman Burj, al otro lado del Yamuna.
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