Enigmas y anomalía
05/12/2018 (13:11 CET) Actualizado: 13/10/2020 (09:21 CET)

Así son los aborígenes aislados de Sentinel del Norte

Sentinel del Norte es una isla con una población tan particular como el hecho de haber permanecido más de 50mil años aislados del mundo exterior. Esta comunidad aborigen es famosa por ser tremendamente homicida, no obstante, la historia de extranjeros que han intentado contactar con ellos justifica su desconfianza. Así son los sentineleses y este es el motivo de su actual fama. Sergio Basi.

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Así son los aborígenes aislados de Sentinel del Norte
Así son los aborígenes aislados de Sentinel del Norte

Existe una isla en el océano Índico a la que nadie puede acercarse. Las leyes de la India –estado que administra este territorio de tan sólo 8 km de ancho– prohíben taxativamente aproximarse a menos de cinco kilómetros a la redonda de la costa. Esta legislación lleva muchos años vigente y se tuvo que decretar por dos peligrosas razones: acercarse supone tanto la posibilidad de morir, como la de matar.

Esta isla es Sentinel del Norte, pertenece al archipiélago de las islas Andamán en el Golfo de Bengala y en ella viven aborígenes que se han mantenido aislados y sin contacto con otros humanos del exterior de la isla desde hace miles de años. Sí, miles de años. Aproximadamente, 55mil, se documenta en diversas fuentes.

El forastero que se acerca se arriesga a morir porque esta tribu se muestra hostil y ha matado a la mayoría de personas que se han acercado a su territorio. Por otro lado, podría implicar matar porque la infección más irrisoria e imperceptible para el foráneo puede ser una epidemia mortal para los integrantes de esta etnia, cuyos sistemas inmunológicos son completamente distintos a los del resto del mundo; lo cual nada tiene de sorprendente porque se han desarrollado aislados de este.

Pues bien, esta tribu se ha hecho famosa –lo cual puede ser peligroso para su paz– porque el pasado 17 de noviembre un joven viajero norteamericano de 26 años, Johan Allen Chau, murió en la isla, a la que se acercó ilegalmente tras pagar a cinco pescadores, un proveedor de servicios acuáticos y un amigo local, que lo ayudaron a acercarse. Fue víctima del celo que estos aborígenes sienten de los extranjeros, a los que disparan flechas ante la más mínima desconfianza o amenaza.

Y, en cierto modo, esta etnia hizo bien en desconfiar del joven pues su propósito al visitar la isla, lejos de tener una curiosidad antropológica o una intención inocentona, era la disparatada locura de evangelizar a la tribu, como si del siglo XV se tratara. En su última carta, el joven cuenta cómo se acercó a la isla en varias ocasiones; en todas debió marcharse pues no fue bien recibido, hasta el punto de que una flecha de los sentineleses impactara directamente contra su Biblia.

A pesar de salir vivo de estas experiencias previas en las que sobraban las advertencias y el riesgo, el "misionero" acabó muerto y se cree que enterrado por los mismos aborígenes en la playa de la isla. Esta práctica de entierro de sus víctimas ya se les conocía porque era algo que habían hecho con anterioridad, y demostraría que los sentineleses no comen otros humanos, tal y como se ha dicho en más de una fuente mal documentada.

Ahora bien, ¿debería recuperarse ese cuerpo? El debate quedó intenso porque la Iglesia Evangélica, los correligionarios de Chau, consideran ahora al joven una suerte de héroe-mártir que quería expandir la palabra de Dios por cualquier rincón del globo –es reseñable la importancia que tiene en las creencias evangélicas el asunto de la conversión a la fe–. Así, consideran que su cuerpo debe ser devuelto a la familia para ser enterrado según los protocolos de su religión, siendo ya varios miembros de la comunidad evangélica los que han reclamado el cuerpo.

Por otro lado, las opiniones de la comunidad científica y de los antropólogos se muestran, con un comunicado, en contra de la intervención de la isla, y defienden los intereses de sus habitantes. También la ONG Survival International se han pronunciado pidiendo al gobierno indio que renuncie a la búsqueda del cadáver.

Y, cómo no, quien debe pronunciarse, no se ha pronunciado. Las autoridades indias no han dicho nada, aunque en 2006, cuando sucedió algo parecido con dos pescadores furtivos imprudentes que se acercaron de más, el país optó por la no intervención, de modo que se puede pensar que actuarán del mismo modo.

Otra posición destacable es la del eminente antropólogo indio Trilok Nath Pandit, quien logró contactar con estos amenazantes indígenas y los estudió por varias décadas desde 1967 hasta 1997. Las primeras experiencias de contacto que este estudioso logró fueron tensas y violentas, con flechas, amenazas, y burlas fálicas.

Sin embargo, en 1991 fueron aceptados, lograron un contacto medianamente pacífico y les recibieron sus regalos desde el agua, "bajamos del bote y nos quedamos con el agua al cuello, distribuyendo cocos y regalos. Pero no nos dejaron pisar tierra… nos confundió no saber por qué esta vez nos habían aceptado, fue su decisión venir a nuestro encuentro, y bajo sus términos", dijo el investigador para la BBC.

Con toda su experiencia y conocimiento sobre los sentineleses, Pandit asegura que en realidad son amantes de la paz en su mayoría, y que la reputación de temibles y sanguinarios no les hace ninguna justicia.

"Durante nuestras interacciones nos amenazaron pero nunca llegaron al punto de matar o lastimar. Cada vez que se agitaban, retrocedíamos… este joven cometió un error. Tuvo la oportunidad suficiente para salvarse pero persistió y pagó con su vida." Verlos de hostiles es un error, Pandit opina que "nosotros somos los agresores que tratamos de entrar en su territorio".

Y es que la historia de violencia y hostilidad de los extranjeros hacia esta tribu es un tanto truculenta, Anup Kapoor, profesor de antropología de la Universidad de Nueva Delhi, explica que "sabemos que fueron asesinados y perseguidos por los británicos y japoneses" y se cree que, por esta razón, muestran especial enfado hacia aquellos extranjeros vestidos con ropas que recuerden a uniformes.

Una de estas ocasiones la promovió Maurice Vidal Portman, un oficial de la marina británica que acudió en el siglo XIX a Sentinel del Norte con un buen grupo de hombres armados con la misión de estudiar el lenguaje y las costumbres de esta comunidad de no contactados –lo típico, ir armados a estudiar–.

Desembarcaron en la isla en 1880 y no encontraron a nadie porque sus habitantes habían huido al interior de sus bosques al ver la llegada de tantos hombres. El contingente se quedó dos días en la isla hasta que consiguió lo que buscaba.

Vidal Portman secuestró a una pareja de ancianos y a cuatro niños llevándoselos por la fuerza a su barco, donde los estudiaría en detalle y les intentaría enseñar inglés para que pudieran hacer, a largo plazo, de traductores con el resto de la comunidad sentinelese.

Los ancianos murieron rápidamente, víctimas del contacto con bacterias de estos nuevos humanos y, al ver su fracaso, Portman decidió devolver a los niños a la costa cargados de regalos –y quién sabe si también como una arma biológica, cargados de enfermedades que pudieran causar una epidemia mortal en la isla–.

Portman reconoció ante un versado público de estudiosos  de la Real Sociedad Geográfica de Londres que "su asociación con extraños no les ha proporcionado más que daño, y algo que lamento mucho es que una raza tan agradable comunidad  se esté extinguiendo tan rápidamente."

Un equipo de National Geographic llegó a la isla en 1974 con la intención de rodar un documental de sus misteriosos habitantes. El encuentro fue tenso, se acercaron con regalos que no fueron del todo bien recibidos. Los documentalistas tuvieron que huir, y el director fue herido con un arpón cuando les grababa desde la barca.

En 1981 un barco naufragó en la isla y los indígenas rodearon el navío intentando asaltarlo, la tripulación pidió un rescate aéreo que tardó casi una semana en llegar y que les supuso graves sinsudores a estos náufragos que debieron sobrevivir con hachas y bengalas. Por las imágenes que nos facilitan los gps, podemos saber que el barco que quedó ahí varado ha sido en parte desmantelado por los sentineleses, lo cual seguramente les haya dado conocimiento del metal con el que mejorar sus armas.

Otra historia que se cuenta, aunque de está no queda claro si esto es leyenda o realidad, que en 1896 un convicto indio escapó de una prisión con una balsa improvisada y, con toda la mala suerte, acabó en las playas de Sentinel del Norte. Encontraron el cadáver a los pocos días en la playa, lleno de flechas.

Y como estos casos podrían ser numerosos más dado que la actitud amenazante de los aborígenes de Sentinel del Norte aparece en más de un texto histórico que narran cómo los que se acercaban a las costas de la isla aparecían flotando con el cuerpo atravesado por flechas. Tenemos incluso las afirmaciones que en el siglo XIII hizo Marco Polo, quien los llamó "bestias salvajes con cabezas, ojos y dientes como perros". Evidentemente, esta forma de menosprecio es más que exagerada y propia de los prejuicios que tenían ante lo extraño. 

Y es que es cierto, los sentinelenses son una comunidad extraña, un caso bastante excepcional –pero no único, pues en el mundo hay, al menos, unas cien tribus que viven en total aislamiento, según Survival International–. Son excepcionales porque son una comunidad humana que no conoce la agricultura y no se sabe si conocen el fuego, según algunas fuentes, tienen un fuego que trasladan de un lado a otro protegiéndolo de ser apagado porque no saben encenderlo. Viven de la pesca, de la caza y de la recolección de algunas plantas. Así las cosas y según lo que se sabe, lo más probable es que esta tribu permanezca en el paleolítico.

Los que se han acercado a la isla y han sobrevivido, describen a sus habitantes de pelo afro y piel oscura, con otra lengua pues, según fuentes, no son capaces de comunicarse ni con las tribus más próximas de otras islas con las que han podido tener algún encuentro en el pasado, de modo que hasta su lengua sería un enigma.

El devastador tsunami que arrasó Indonesia en 2004 afectó a Sentinel del Norte de tal modo que modificó su estructura topográfica y levantó de las aguas un arrecife que la convertiría en aún más inaccesible. Un helicóptero la sobrevoló y comprobó, por los flechazos que recibió, que sus habitantes seguían vivos, aunque se cree que el terrible terremoto pudo diezmar de forma muy cuantiosa su población: pueden ser entre 50 y 150 miembros, aunque la imposibilidad obvia de contarlos hace de este dato una cifra tal sólo orientativa.

Ahora, la fama que han obtenido tras la mediatización que ha tenido el caso del norteamericano evangelizador, podría poner a los sentineleses en mayores riesgos. Que tengan una actitud violenta respecto al foráneo no es nada sorprendente, otras tribus de este mismo archipiélago sucumbieron entre mediados del siglo XIX y principios del siglo XX a los delirios occidentales que ahora los sitúan en la categoría de Grupos Tribales Particularmente Vulnerables, necesitan ser protegidos por el enorme riesgo de extinción que padecen, como sucedió con la tribu de los jangiles.

Unos ejemplos son los jawaras, que fueron víctimas de bombardeos y, tras la rendición a resistir, fueron víctimas de alguna epidemia, del alcoholismo y de la explotación infantil de los hijos de la comunidad como bailarines de danza local o expuestos en safaris humanos. Los grandamaneses, en cuanto hubo contacto, vivieron seis terribles epidemias que redujeron su población de 3.500 a 90 individuos, pasándole algo muy similar a la tribu de los onge, los cuales llegaron a perder su hábitat.

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