Retan a un hechicero del Amazonas y este demostró su poder
Una gallina, un hechicero en el Amazonas y unos cantos milenarios. Esta fue la receta de una tétrica noche que cambió mi percepción sobre el poder de los chamanes. Juan José Revenga.
Hay muchas cosas que me han ocurrido a lo largo de mis viajes a las que, más allá de la enorme sorpresa que me causaron, no he podido encontrar una explicación lógica. Uno de estos casos me ocurrió en mi querida ciudad de Iquitos, en la región de Loreto, en el Alto Amazonas peruano.
No era mi primera vez allí, creo que ya había estado en más de 15 ocasiones. Iquitos aún guarda los resquicios del pasado y de la gloriosa época del caucho. Construcciones enormes en mitad de la selva, edificios carcomidos por la humedad, y la jungla que se abre paso en sus calles, destrozando todo lo que pilla en su camino.
De aquella época quedan cosas que impresionan. Como la famosa casa de Fierro, construida por el ingeniero Gustave Eiffel, el mismo que erigió la inmortal torre en París. En aquellos años del caucho, la riqueza corría por las calles de esa isla entre el río Amazonas y el Itaya que llamaron Iquitos. El mismo nombre que tenía la etnia que vivió allí durante miles de años, nativos de los que quedan apenas un puñado. Los avances de la civilización…
Y tras innumerables viajes a este lugar, quiso la casualidad que contactara con un asesor del alcalde de la ciudad, Gaspar, un tipo de una vasta cultura y aspecto de diablillo, con su barba escueta y puntiaguda, que había trabajado en la universidad, sobre todo estudiando rituales y costumbres amazónicas. Desde el primer momento hubo buenas sensaciones con él. Me reveló que conocía a un brujo que vivía en la selva fuera de la ciudad que –afirmaba– tenía poderes especiales. No tardé ni cinco minutos en decirle que quería encontrarme con aquel tipo.
HECHICEROS EN EL BOSQUE
Esa misma tarde, en mitad de una insistente lluvia, ya estábamos camino de la casa de ese famoso hechicero. "Monje", se llamaba el interfecto que nos mostraría los caminos a los mundos ocultos de la magia y la brujería, según afirmaba mi interlocutor.
Tras un viaje de apenas una hora por caminos embarrados, llegamos a una especie de casa a medio construir, como casi todas en América Latina –si las terminas, pagas más impuestos–.
Allí nos recibió un tipo grande y orondo de unos 40 años de edad y cara de malo. Era el susodicho "Monje". El primer contacto con él fue bastante agradable, hasta que abordamos el asunto por el que servidor había viajado hasta allí.
"Monje" me dijo, sin titubear, que entrar en el mal era muy fácil, sólo había que proponérselo, sin embargo, el bien había que ganárselo. Añadió que todos los hechiceros que trabajan con la oscuridad mueren jóvenes, ya que tienen que pagar todo el daño que han causado.
La conversación se fue poniendo cada vez más candente y el brujo llegó a afirmar que podía matar a una persona sin tocarla. Eso desde luego no se lo iba a pedir, pero le reté a matar un animal delante de mí. No se inmutó, y me dijo que esa noche mataría una gallina para que me convenciera, y sin pedir dinero a cambio, algo que asusta; los brujos y chamanes de verdad nunca te piden nada a cambio de su trabajo.
Así, quedamos en vernos al anochecer. Por supuesto, cuando regresamos yo llevaba bajo mi brazo una gallina que había comprado en la ciudad: no me iba a fiar de un animal que me presentara el supuesto hechicero para la ceremonia. Cuando entramos en la casucha, su aspecto era completamente distinto: tenía a dos compañeros a su lado cantando icaros o música chamánica y "el Monje", que estaba desnudo y con la cara pintada, agitaba una sacapa, una suerte de ramo de hojas secas rítmicamente apuntando hacia mí.
Dejé la gallina suelta en el suelo, que no se movió, se quedó mirando fijamente al brujo –algo bastante extraño– mientras éste entonaba unos cánticos milenarios que ponían los pelos de punta. No habían transcurridos ni cinco minutos –agónicos, eso sí–, cuando "el Monje" afirmó:
"El mal ya está hecho, va a morir". Se levantó y salió de la habitación. La gallina echó una gota de sangre por el pico y dio un revoloteo, lo último que hizo antes de caer fulminada.
Podemos entender que estos brujos o hechiceros tengan influencias sobre los seres humanos, la sugestión que tantas veces había visto y afectaba a muchas personas que caían enfermas porque alguno de estos oscuros individuos "le mandó un mal". Pero la gallina que llevé era un animal sano, que acababa de comprar y "el Monje" la había matado en pocos minutos sin tocarla.
El truco, si existía, yo no lo vi, aquella escena se grabó en vídeo para Televisión Española y no se puede ver nada extraño en toda la cinta. Algo ocurrió en aquella casa de la selva peruana que escapa a lo racional y a lo que la ciencia es capaz de explicar a día de hoy. Pero aún se me hiela la sangre en las venas cuando pienso en aquella tétrica noche en el Amazonas. Aquella experiencia nunca se borrará de mi memoria.
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