Ocultismo
01/10/2004 (00:00 CET) Actualizado: 06/11/2014 (09:58 CET)

El misterio del monte Ingino

El reciente descubrimiento de glifos grabados en el monte Ingino y de un cuadrado mágico que se refiere a una «Reina negra», hacen de Gubbio el centro de un misterio en torno al cual han gravitado extraños personajes en los siglos XIX y XX: desde aristócratas y miembros de sociedades secretas hasta Adolf Hitler.

01/10/2004 (00:00 CET) Actualizado: 06/11/2014 (09:58 CET)
El misterio del monte Ingino
El misterio del monte Ingino
Cuando Roma era un conglomerado de chozas asomadas a una ciénaga malsana en las proximidades de un tramo sinuoso del Tíber, el monte Ingino, también llamado de San Ubaldo, ya era considerado sagrado. De sus faldas surge Gubbio, conocida en la antigüedad como Ikuvium, una ciudad-estado edificada por los pueblos indoeuropeos llegados de Germania hacia finales del II milenio a.C. En su lengua, grabada en el bronce de las siete tablas conocidas como Tabulae Iguvinae, resuena el eco de los antiguos idiomas germánicos. En este lugar se ha hecho un «descubrimiento» totalmente inesperado que nos ha atrapado como una tela de araña.

En el centro del enigma se encuentra un pintor del siglo XIX, un cuadro de rasgos inquietantes y un hombre obsesionado por esta pintura. También hay una gruta en mitad de la pendiente del monte, bajo una saliente escarpada de roca gris. Entre las piedras cercanas a la caverna, surge un enigmático cruce de palabras incomprensibles compuestas formando un «cuadrado mágico»:
Niger
Inare
Galag
Erani
Regin
No muy lejos, en una pared de roca, están grabados unos versos del Paraíso de Dante: «Entre Tupino y el agua que desciende/ de la colina elegida por el Beato Ubaldo,/ fértil costa de alto monte pende».

Lo que nos impresiona de inmediato es «Niger-Regin», la primera y la última palabra del cuadro palíndromo, muy parecido a aquel mucho más famoso de «Sator-Rotas». ¿Se trata de una referencia a una reina negra? ¿Alude a un antiguo culto relacionado con Isis? De inmediato, desfilan ante nuestros ojos el cuadro de un pintor y la imagen sombría de otro hombre que estuvo obsesionado por esa pintura buena parte de su vida: Adolf Hitler.

Nos referimos a un cuadro titulado La Isla de los Muertos de Arnold Böcklin (1827-1901), artista suizo que residió mucho tiempo en Italia y murió en Fiesole. En dicha obra vemos una barca que transporta a un ser envuelto en un sudario blanco y se aproxima a un espigón de rocas que emerge del las aguas y del cual surgen algunas tumbas rupestres que rodean los perfiles de un bosque de cipreses. Angustia, soledad y misterio: es la sensación que se experimenta ante esta imagen. Debió de ser la misma inquietud que invadió la mente de Hitler y que le obsesionó con el cuadro.

Quien ha dicho que Böcklin se inspiró en los farallones de Capri no ha visto jamás esa parte del monte Ingino. La roca, los cipreses y la angustia expresada por el artista, nos transportan a la isla de los muertos, rodeada por una presencia líquida que no es mar, sino silencio cristalizado, quietud total. Un poco más arriba, se encuentra la gruta de Santa Inés, antiguamente conocida como Santa Ágata Sub Grotta. Esta oquedad surge en la base de una hendidura que corta una prominente roca gris. La estrecha entrada de la caverna se abre sobre una plataforma calcárea de la cual emerge una rampa que asciende hacia la roca. En la pared izquierda hay un acrónimo grabado: HRSA. En la pared opuesta a la entrada se observa un hueco pequeño, quizás lo que queda de un pequeño templo pagano.

La piedra que forma el fondo es un gran bloque fijado por la cal. A la derecha, cerca del techo, hay un canal de drenaje que parece provenir del interior de la montaña. ¿Qué podía esconderse detrás de esa pared? Después de introducir una microcámara un par de metros a través del muro, aparecen en el monitor imágenes nítidas de piedras y escombros. Después observamos pequeñas esvásticas muy definidas. ¿Quién las ha grabó?, ¿cuándo?, ¿por qué? No lo sabemos. Decidimos entonces ampliar la investigación a lo que, por comodidad, llamaremos el «risco del Augur». Subimos una veintena de metros, recorriendo toda la rampa tallada en la roca del monte, hasta que es interrumpida por una senda que sube hasta el risco. Desde este punto es posible contemplar la llanura frente a Gubbio y parte de la ciudad. La brújula nos confirma que la plataforma de roca está orientada perfectamente hacia el sur, apuntando a la iglesia de la Vittorina, el lugar donde San Francisco de Asís amansó al lobo legendario.

Un complejo rompecabezas

Nos apartamos de la vertical de la gruta y detectamos anomalías en el campo magnético terrestre. A pocos centímetros del risco, la aguja se vuelve loca y se desvía sin razón aparente entre 20 y 25º. En el borde de la plataforma aparecen algunas letras grabadas: RREG. Nos vuelve a la mente el cuadrado mágico, encontrado a unos 50 m de allí. Esas letras podrían ser un fragmento de la frase Niger Regin (Reina negra)…
Para abordar desde sus inicios este misterio, debemos remontarnos más de 150 años en el tiempo, hasta principios del siglo XIX, cuando en Gubbio apareció un personaje que dejó una huella indeleble en la memoria de la ciudad: Matilde Hobhouse, esposa del marqués Francesco Ranghiasci Brancaleoni. En el año 1850, la noble dama inglesa residió un tiempo en Olevano, en compañía de Dorotea Gabrielli, y allí las visitaron varios pintores alemanes, entre ellos Heinrich Dreber, Ludwig Thiersch y Arnold Böcklin, miembros de la «Liga de la Virtud» o Tugendbund. Es la misma sociedad secreta de la que ha quedado una huella evidente en el templo neoclásico que, unos años antes, Matilde quiso erigir en el espléndido Parque Ranghiasci, constelado de referencias alquímicas y esotéricas. En el centro del tímpano se encuentra el escudo de armas de los Ranghiasci y el de los Brancaleoni, circunscritos por el lema Virtus vincit invidiam. Es innegable que la Tugendbund fue una de las sociedades que confluyó en la amplia corriente de la ariosofía a finales del siglo XIX, que en aquellos tiempos reivindicaba un neopaganismo de signo pangermánico. Dos décadas después, Adolf Hitler se inició en esta corriente, convirtiéndose probablemente en un siniestro sacerdote de la diosa Ostara y en miembro de la Sociedad Thule.

Pero observemos con más atención los intereses artísticos de Böcklin. Éste parece fascinado por el culto pagano a los árboles y las aguas. Le había impresionado la visita al parque de Bomarzo por la magistral capacidad de Pallavicino Orsini para diseñar un jardín lleno de contrastes cromáticos, ruinas paganas y edificios alquímicos. Por eso, en sus obras se vale de diversos elementos que combina en una mezcla hermética, capaz de transmitir el sentimiento de lo inefable. Dicho rasgo se aprecia bien en El bosque sagrado, donde utiliza la luz como un elemento absoluto, pero no ligado a la presencia del Sol, al que jamás representa. Apreciamos más todavía su capacidad de transmutación de la realidad a través de la luz en La isla de los muertos, que pintó en 1880 y de la que realizó cinco versiones hasta 1886. La interpretación de este cuadro obsesionó a los reyes de Inglaterra y, entre otras figuras famosas, a De Chirico, Freud, D'Annunzio y Hitler, quien poseía uno de los cinco originales, hoy extraviado. Pero ¿en qué se inspiró Böcklin para realizar esta obra? La hipótesis de que su modelo fueron los farallones de Capri resulta verosímil, pero siempre que no se preste atención a un detalle que nos lleva a seguir otra pista.

El cuadro representa la luz del atardecer. Este crepúsculo es extraño, porque en el golfo de Nápoles a esa hora del día la luz proviene del lado opuesto. Resulta demasiado anómalo para un pintor amante de los atardeceres representar uno precisamente en la isla de los muertos. Y entonces nos preguntamos: ¿a dónde debemos trasladarnos para hallar el mismo punto de luz, con las rocas y los cipreses que aparecen en esta pintura?
A un lugar que no emerge del agua, aunque antaño fue una conocida fuente, hasta el punto que de este vínculo suyo con las aguas dejó testimonio Dante. En 1921, alguien que conocía este secreto quiso confirmarlo, colocando en ese lugar las lápidas con los versos del poeta que ya hemos mencionado.

Hablamos del monte Ingino de Gubbio, en las cercanías de lo que llamamos en Italia la Prima Cappelluccia, muy próximo a la Gruta de Santa Inés y a dos pasos del cuadrado mágico de la Reina Negra. Una zona ocupada en 1944 por las tropas nazis y que, poco después de la guerra, recibió la visita de una dama inglesa que apareció en este lugar como surgida de la nada.

Con aspecto de septuagenaria, la mujer decía llamarse Ellen Mitford, ser hija de un lord inglés y ferviente católica, al igual que su padre. La excéntrica dama gustaba rondar las proximidades de la Gruta de Santa Inés por las noches y allí dormía en una tienda bajo la luz de la luna. También se dice que hablaba con los árboles.
¿Quién era exactamente esta mujer? Hemos hecho algunas averiguaciones y no aparece ninguna Ellen Mitford, hija de Lord Mitford, que pudiese tener su edad en esa época. El cuadro que surge de nuestra pesquisa es, en todo caso, más que inquietante. Lord Mitford, aparte de un hijo que murió joven, tuvo cinco hijas: Jessica, Debo, Nancy, Diana y Unity Walkiria. Esta última, por una extraña broma del destino, nació en una pequeña ciudad minera de Alaska llamada Swastika y, más tarde, se convirtió en la amante de Adolf Hiltler. Está documentado que se vio con el Führer unas 140 veces.

Cuando Inglaterra le declaró la guerra a Alemania, presa de un gran disgusto, Unity intentó suicidarse disparándose en la sien, en el Englischer Garten de Munich. Fue trasladada a una clínica, donde la sometieron a una delicada intervención quirúrgica. Los médicos lograron salvarle la vida y el Führer corrió con todos los gastos.

Pero la Miss Mitford que aparece en Gubbio no podía ser ninguna de las cinco hermanas porque, en esa época, la mayor (Nancy) tenía poco más de cincuenta años. ¿Quién era entonces? ¿Por qué se jactaba de aquel apellido? ¿Qué había venido a hacer o a buscar en Gubbio, precisamente en aquella zona del monte Ingino? Son preguntas que esperan respuesta, pero probablemente sólo podrán tenerla cuando se aclare la identidad de esta misteriosa inglesa y su verdadera relación con la familia Mitford.

El culto de la Magdalena

Volvamos a nuestra Reina Negra. En esencia, podemos identificarla con Isis o con la Virgen Negra de los templarios o, mejor aun, con María Magdalena. La vinculación con ésta podría retrotraerse al siglo III d.C. Pero importa señalarla, porque nos puede ayudar a comprender cuál fue la importancia atribuida a la ciudad de Gubbio por varios círculos esotéricos para los que este lugar poseía valores espirituales especiales, remitiéndose a la sacralidad que le asignaba una antigua sociedad llamada Confraternidad de los Hermanos Atiedi, cuyos ritos se describen con detalle en las siete Tabulae Iguvinae.

Hay quienes sostienen que esta fraternidad no se ha extinguido y que continúa funcionando hasta hoy. También podría estar relacionada con el culto de Magdalena una elevación situada al noroeste del monte Ingino: el monte Calvo. En el interior del canal donde desemboca el camino que proviene del Bottaccione, surge el eremitorio de San Ambrosio, que tiene la misma apertura al sur de la gruta de Santa Inés sobre el monte Ingino, y también se halla cerca de una caverna. En su interior se encuentra la tumba del beato Arcangelo Canetoli y la del cardenal Agostino Steuco, ilustre estudioso y alquimista del siglo XVI. En la entrada del eremitorio, sobre un escalón, están impresos los mismos trazos encontrados en Saint Maximin-la-Sainte Baume, en Provenza, en la pared de entrada a la cripta de la Magdalena. A poca distancia de los escalones, sobre la pared externa del eremitorio, encontramos una lápida funeraria, quizás de un antiguo osario, lleno de cráneos sin maxilares.

Es preciso advertir que, en el año 1279, cuando el príncipe Carlos II de Anjou descubrió la tumba supuestade Magdalena, en Saint Maximin-la-Sainte Baume, la cabeza no tenía el maxilar. El sarcófago se abrió en presencia de los obispos de Arles y de Aix, y se redactó un acta que sostenía lo siguiente: «Cuando se abre la tumba, un suave aroma de perfume se esparce, como si se hubiese abierto un depósito de esencias aromáticas. La lengua, entre los huesos secos de la cabeza, y a pesar de la ausencia del maxilar inferior, aparece incorrupta, disecada pero pegada al paladar, y de ella sale un ramo de hinojo verde». Informado de este hallazgo, el Papa Bonifacio VIII recogió de entre las reliquias de San Juan de Letrán un maxilar, que al parecer coincidía con el cráneo descubierto por el príncipe.

En este punto, debemos citar una localidad que ha despertado, desde hace décadas, el interés de numerosos investigadores: Rennes–le-Château. También allí existe una referencia y hay una lápida funeraria en el cementerio de la iglesia de Santa María Magdalena, que el párroco Bérenger Saunière se apresuró a destruir. Al parecer, recordaba a una dama llamada Marie D' Ables de Negre. No es preciso resaltar la analogía semántica con el Niger de la inscripción de Gubbio.

Pero al evocar Rennes, no podemos dejar de recordar las pinturas de Nicolas Poussin. En particular el autorretrato de 1650, conservado en el Louvre y pintado en Italia, en el cual el pintor aparece detrás de un cuadro del que sólo se ve el fondo de la tela y que está apoyado sobre otra pintura de la que emerge la imagen de una divinidad femenina, luciendo una diadema que tiene un «tercer ojo». Por encima, se aprecia la silueta de un monte que muchos han relacionado con Blanchefort, cerca de Rennes. Sin embargo, cualquiera que conozca Gubbio jurará que se trata del monte Ingino, con la basílica de San Ubaldo, tal como era en aquella época. ¿Pudo ocurrir que Poussin quisiera dejar indicación precisa de un lugar gemelo de Rennes, en el cual buscar lo mismo que el párroco Saunière halló en esa iglesia francesa? No es una hipótesis a descartar, si se examinan otras dos obras de este autor.

Nos referimos a la primera versión de Los pastores de Arcadia y al Shugborough en la versión de 1630. En ambas pinturas se representa a un grupo de pastores ante un arca de piedra sobre la que está esculpida la siguiente frase: «Et in Arcadia Ego». En la pintura, el pastor señala la letra «I», mientras que en el bosquejo la letra «G», seguida de la «O», están cubiertas por su mano. Las letras «G» y «O» son las dos primeras de «Gobio» o «Gobbio», nombres con los que era conocida esta ciudad en el siglo XVII. A su vez, la «I», señalada en los Pastores de Arcadia, puede ser identificada con la inicial del nombre latino de Gubbio: Ikuvium. La perspectiva se vuelve bastante fascinante si examinamos la segunda versión de Los pastores de Arcadia. En este caso, el pastor señala la letra «R», inicial de Rennes: ¿estamos ante un indicio de la exactitud de nuestras deducciones?
Apenas hemos arañado la superficie de un enigma que gira en torno a la presencia de una divinidad femenina. Es difícil entender con precisión cuál era el culto secreto al que hacen referencia estas pistas crípticas. Y no resulta más sencillo comprender qué impulsó a tantos personajes inquietantes a interesarse por la gruta del monte Ingino y su entorno. Nuestra investigación acaba de comenzar, pero la intuición nos dice que estas huellas podrían conducirnos a territorios inexplorados de un antiguo misterio.
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