Ocultismo
27/01/2009 (09:06 CET) Actualizado: 06/11/2014 (09:58 CET)

El Panteón de Belén

En la ciudad de Guadalajara, México, se encuentra uno de los lugares que más expectación levanta por la gran cantidad de misterios que allí parecen tener lugar. Además de su gran valor arquitectónico, que en ocasiones roza lo siniestro, leyendas e historias reales se entremezclan en este paraje sin igual que se ha convertido en uno de los mayores reclamos de la ciudad; se trata del cementerio más famoso del país: el Panteón de Belén.

27/01/2009 (09:06 CET) Actualizado: 06/11/2014 (09:58 CET)
El Panteón de Belén
El Panteón de Belén
México va siempre unido a la leyenda, algo que forma parte importante de su idiosincrasia. Tal es el caso de este misterioso cementerio ubicado en el centro histórico de Guadalajara, que cuenta con la protección del Instituto Nacional de Antropología e Historia y ha sido nombrado Tesoro Arquitectónico Nacional. Sus orígenes se remontan a finales del siglo XVIII. Veamos cuáles fueron y qué circunstancias los rodearon.

El lapso de tiempo comprendido entre los años 1785 y 1786 fue calificado como "el año del hambre". La ciudad de Guadalajara se convirtió en un museo del horror con aterradoras figuras de carne y hueso. El hambre, el desempleo, la ausencia de lluvias y la pérdida de las cosechas, unidas a las graves epidemias, llevaron a la ciudad de Guadalajara a la desolación. Estos trágicos días marcados por la peste provocaron la saturación de los cementerios. En 1786, el obispo Fray Antonio Alcalde y Barriga –quien dedicó su vida al crecimiento de Guadalajara de forma altruista– ideó y proyectó la construcción de un camposanto anexo a un hospital. Pero el destino hizo que no contemplara su obra terminada –murió en 1792–, ya que por aquel entonces se vieron obligados a paralizar las obras. Después de sucederse varios obispos, con Diego Aranda y Carpinteiro en el poder eclesiástico, en julio de 1843 se hizo realidad la construcción del cementerio de la mano del arquitecto Manuel Gómez Ibarra en los terrenos que habían pertenecido al huerto del Hospital Civil. En un primer momento se le adjudicó al cementerio el nombre de Nuestra Señora de Guadalupe, más tarde Belén y Santa Paula, para finalmente quedarse con el actual de Panteón de Belén.

En diciembre de 1844 se inhumó el primer cuerpo, perteneciente al sacerdote don Isidoro Gómez Tortolero, que había sido cura de Tala. Adquirir unos pocos metros para el descanso eterno, por aquel entonces, costaba 25 pesos para los nichos y 50 pesos si era bajo tierra. Caso diferente era el de las familias adineradas, que además de ser enterradas en la zona de los ricos –había otra para los pobres–, llegaban a pagar grandes sumas de dinero para que escultores de renombre hiciesen de su tumba una verdadera obra de arte.


David Benito
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