Ocultismo
24/11/2010 (09:17 CET) Actualizado: 06/11/2014 (09:58 CET)

El Salem español

Hace ahora 400 años, en noviembre de 1610, un grupo de campesinos navarros perecieron en la hoguera acusados de brujería. Aquel terrible episodio, sin embargo, fue sólo la punta del iceberg de una ola de terror que se extendió por el nordeste de la Península Ibérica.

24/11/2010 (09:17 CET) Actualizado: 06/11/2014 (09:58 CET)
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El sábado 6 de noviembre de 1610, la localidad de Logroño bullía animada con el incesante ir y venir de vecinos y visitantes. Ya desde el día anterior habían ido llegando hasta la ciudad miles de forasteros, llenando, calles, tabernas y posadas para regocijo de comerciantes y hosteleros. Se respiraba un ambiente casi festivo. Sin embargo, el origen de tal algarabía no estaba en ninguna celebración festiva, sino en un evento mucho más siniestro: un Auto de Fe organizado por la temible Inquisición, en el que se iba a dictar sentencia contra varias decenas de acusados de herejía y brujería.

Mientras paisanos y visitantes disfrutaban del alboroto, en un rincón oculto de Logroño el ambiente era bien distinto. Allí, tras los gruesos muros de la cárcel secreta del Santo Oficio, los reos que iban a ser protagonistas apuraban en silencio sus últimas horas antes de la temida ceremonia. De entre aquel grupo de acusados, seis de ellos vivían los momentos más amargos de sus vidas. Apenas unas horas antes se les había comunicado la pena impuesta por sus pecados: iban a morir consumidos en las llamas de la hoguera por su condición de brujos. A pesar del terrible castigo, y de la solemne promesa de los inquisidores de que aún podían salvar sus vidas si confesaban los pecados imputados, ninguno de ellos se retractó de su declaración, manteniendo su inocencia ante aquellos celosos siervos de Dios.

Finalmente, el Auto de Fe previsto para el 7 de noviembre, domingo, terminó alargándose durante dos días. Además de una treintena de acusados de brujería, el tribunal iba a leer las sentencias de varios moriscos y judaizantes. El protocolo obligaba a los inquisidores a leer en público las actas, testimonios y sentencias de cada acusado, y en el caso de los supuestos brujos y brujas, todos ellos procedentes de la pequeña población navarra de Zugarramurdi y alrededores, los documentos eran tan extensos que la ceremonia se extendió mucho más allá de lo previsto.
(Continúa la información en ENIGMAS 180).

Javier García Blanco.


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