Ocultismo
01/10/2005 (00:00 CET) Actualizado: 06/11/2014 (09:58 CET)

Santos y brujos

El santoral católico acoge todo tipo de personajes considerados virtuosos por sus cualidades cristianas. Monjes ascetas, papas glotones y militares convertidos en filósofos; pero también brujos arrepentidos y hechiceros que no dudaron en pactar con el diablo. Y en muchas iglesias dedicadas a su culto, aún se realizan rituales a medio camino entre lo mágico y lo estrictamente cristiano.

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Santos y brujos
Santos y brujos
Entre los hechiceros que invocaban al demonio y que un día lo dejaron todo por el cristianismo, sobresale la figura de san Cipriano de Antioquía. A él se le atribuye un libro de recetas mágicas que aún circula hoy en día por las librerías, y que mezcla tanto pócimas milagrosas de su etapa como brujo, como oraciones claramente cristianas. Pero veamos quién fue este personaje.

San Cipriano vivió en el s. III d. C. El relato más famoso sobre su vida es el recogido en Flos Sanctorum, editado en España a mediados del pasado milenio, aunque se conocen citas de este santo desde el siglo IX. Cipriano nació en Antioquía y sus padres eran –además de acaudalados señores– idólatras, adoradores de multitud de dioses. Se dice de Cipriano de Antioquía –quien viajó por buena parte de Asia y África– que tenía una gran cultura, tanto en las artes de la adivinación como preparando conjuros, aunque también en cuestiones filosóficas.

Su conversión al cristianismo se produjo cuando tenía treinta años, tras un incidente relacionado con una historia de amor. Sobre este particular existen dos versiones. La más conocida es que un joven llamado Aglaide le encargó al Cipriano hechicero una fórmula que le permitiera enamorar a una mujer llamada Justina, que sistemáticamente le negaba su amor por estar consagrada al cristianismo. Sin embargo las artes del hechicero no dieron resultado y Cipriano realizó una invocación al mismísimo Lucifer para consultarle. Al parecer, el demonio le contestó que nada se podía hacer contra alguien consagrado al Dios cristiano, ni mucho menos frente a alguien que se protegiera con la señal de la cruz. Esta misma versión sobre su vida asegura que a partir de ahí renegó del maligno y de la magia, convirtiéndose al cristianismo hasta las últimas consecuencias. Y es que tanto él como Justina fueron decapitados en Antioquía y sus reliquias fueron repartidas entre la iglesia de San Juan de Letrán, Toulouse y la catedral de León.

Otra versión dice que el propio Cipriano se ofreció un día para mediar en un duelo a muerte que mantenían dos jóvenes por una mujer llamada Celia. Al ir Cipriano a su encuentro, él mismo quedó prendado de la muchacha, aunque cumplió con su encargo. Al conocer que la mujer era cristiana y no quería a ninguno de los dos rivales, él mismo le habría confesado su amor, el cual Celia también rechazó. Dice esta versión menos popular que el mago preparó un potente filtro amoroso en el que incluyó una cabeza de víbora, láudano, semillas de cáñamo, vino y otros ingredientes. El remedio surtió efecto y Celia cayó en sus brazos, no sin antes reprocharle entre llantos la manipulación. Cuando Cipriano, sintiéndose culpable por lo que había hecho, iba a destruir todo su arsenal mágico, se le apareció el demonio disfrazado de forastero. El mismo habría puesto en manos de Cipriano el libro de magia que luego le haría famoso y se dedicó durante un año a estudiar sus artes. Finalmente, abrazó el cristianismo y habría muerto en compañía de las que luego serían santa Celia y santa Justina, por causa de la nueva fe.

El legado de san Cipriano

En cualquier caso, Cipriano de Antioquía habría dejado como legado el que sería uno de los libros más famosos de recetas mágicas, un verdadero grimorio donde se mezclan conjuros, hechizos y exorcismos con oraciones cristianas. Este volumen, editado en cientos de versiones diferentes y en multitud de idiomas, se convirtió en libro de cabecera de brujos, curanderos y videntes. Y todo lo que tuviera relación con este santo, adquiría una fama especial entre la población, donde se mezclaban ritos cristianos con creencias mágicas en un sincretismo que aún pervive en numerosos lugares del mundo católico.

Por toda la geografía de España existen multitud de enclaves, parroquias e iglesias dedicadas a este santo. Muchos de estos lugares están bajo la advocación de otro san Cipriano, que nació en el año 200 en Cartago y que llegó a ser obispo de esta ciudad y es conocido como «el papa africano». Pero la devoción popular no distingue entre ambos y es el Cipriano mago el que tiene mayor protagonismo.

Unas veces sólo es la imaginería popular el que mantiene la relación entre lo mágico y lo sagrado, y es el libro atribuido al santo el que adquiere protagonismo. Buen ejemplo de ello es la cueva de San Cibrán (Cipriano) en Somiedo, Asturias. En ella se sitúa la historia medieval de una doncella que se veía a escondidas con un joven del pueblo. Desaprobando su padre los amoríos, envió al muchacho a la guerra, mientras que a su hija la castigó con un encantamiento. La joven fue llevada junto a la cueva con las manos atadas y toda su dote. Una bruja comenzó a leer el libro de magia negra y al tiempo las cuerdas que la sujetaban se fueron transformando en una enorme serpiente, quedando atrapada por el hechizo en la cueva de San Cibrán. Cuando el joven vino a rescatarla, armado con su espada y algunas reliquias cristianas, logró salvar a su amada.

Otras veces, las propias iglesias consagradas al santo conservan elementos o cultos paganos. Tal es el caso de San Cibrán de Agudelo (Barro-Pontevedra), donde existe una ermita reconstruida recientemente por los vecinos tras conocerse un antiguo culto al santo en lo alto de este monte. Y cerca de la iglesia, una piedra con formas caprichosas es considerada como la «cama del santo», donde san Cipriano habría descansado cuando pasó por estos lares, según recoge una leyenda local. A la piedra se le atribuyen propiedades curativas.

Pero de todos los cultos y rituales que rodean a las iglesias consagradas a este santo que antes fue brujo, es la de San Cibrán de Tomeza, en Pontevedra, la más representativa del sincretismo entre lo cristiano y lo mágico.

Piedras contra el mal de ojo

En lo alto del monte Lusquiños se encuentra esta pequeña ermita dedicada al santo que antes fue brujo. Allí, cada lunes de Pascua, se citan cientos de romeros para disfrutar de un día de fiesta y devoción, pero también para cumplir con un antiguo rito que pretende espantar el mal de ojo y el «meigallo», una especie de hechizo que confiere mala suerte a quien lo padece.

Además de asistir a cualquiera de las misas que se celebran en esa jornada festiva, para cumplir con el ritual es preciso recoger nueve pequeñas piedras del entorno de la iglesia. Acto seguido, los romeros deben dar nueve vueltas a la capilla, haciendo un alto en la cara Sur de la misma, para arrojar –de espaldas– una de las piedras hacia el tejado. Es menester que el rito se realice dando las nueve vueltas, arrojando una piedra cada vez y en sentido contrario a las agujas del reloj.

Según la tradición, tiene los mismos efectos beneficiosos el pasar por debajo de la imagen del santo varias veces cuando éste sale en procesión durante la romería, recorriendo el perímetro del pequeño templo.

La iglesia de San Cibrán de Tomeza, que no es el templo principal de esta parroquia pontevedresa, era punto de encuentro también de una particular estirpe de curanderos, que al igual que san Cipriano coquetearon tanto con la magia como con la devoción cristiana. Estos sanadores con «denominación de origen» recibían el nombre de «pastequeiros», ya que en sus rituales de curación incluían la frase Pax Tecum (la paz sea contigo) y su rito, mezcla de misa católica y ceremonia pagana, era conocido popularmente como «pasteco».

Entre sacerdotes y magos

Los pastequeiros nacieron al amparo de las ermitas de San Cibrán de Tomeza y de la vecina Santa Comba de Bértola. Su campo de acción eran las enfermedades imaginarias, los embrujos y los hechizos. Hacían sus rituales en el atrio, en el cementerio o en las propias ermitas. Como si fueran sacerdotes, se ataviaban con estolas, cruces de Caravaca y otros objetos propios de una misa católica. Un elemento imprescindible antes de comenzar la sesión era colocar una imagen de san Cipriano o santa Comba (que también fue bruja antes de ser santa, según la creencia popular).

La sesión de «pasteco» variaba de un curandero a otro, pero la más conocida consistía en colocar al enfermo una estola, una imagen de San Cipriano y una cruz de Caravaca. Con otra igual, el pastequeiro le hacía cruces, a la vez que recitaba una oración, a veces en latín, que incluía el Pax Tecum. Seguidamente, se realizaba una comida ritual, donde el enfermo debía aportar vino y pan. Antes, el curandero mojaba el pan en el vino y hacía cruces en la cabeza del enfermo, pidiendo que se alejara el «mal hechizo». Si a pesar de sus rituales, el pastequeiro consideraba que el enfermo no iba bien curado, le mandaba barrer durante tres días en ayunas su casa al revés con una escoba de retama y tirar la basura por encima de la cabeza diciendo: «así como esta basura fue echada, mal y envidia de la casa sea cortada».

Estos rituales, que según el curandero incluían mejunjes, incienso y otros elementos, tenían como común denominador la presencia de los santos-brujos. Y es que santa Comba también fue bruja.

Los aquelarres y santa Comba

Santa Comba era –junto con san Cipriano– una imagen imprescindible en los rituales de los pastequeiros. Santa Comba es la galleguización de santa Columba, una francesa ascendida a los altares que murió en el siglo III y de cuya historia poco se sabe. Pero con el nombre de Santa Comba existe una santa popular, que se confunde con la oficial y que antes fue bruja que santa. Se dice de ella que participaba en los aquelarres que se celebraban en Coiro y en «Areas Gordas», los mismos por los que condenaron a la famosa y supuesta meiga María Soliña, de Cangas do Morrazo (Pontevedra).

La tradición cuenta que la Santa Comba popular participaba en estas orgías presididas por el macho cabrío y en las cuales cada una de las participantes debía besarle el trasero antes de los aquelarres. Allí llegaban brujas de todas partes de España, pero cuando no se presentaba el mismo demonio, la orgía estaba presidida por Santa Comba. Fue después de participar en aquellas fiestas poco cristianas en las playas de la ría de Vigo cuando esta bruja se convirtió al cristianismo y adoptó las virtudes cristianas necesarias para alcanzar los altares, al menos los populares. Y no deja de ser curioso que estos aquelarres se celebraran, según la tradición, en la noche de San Juan o en la de San Silvestre. Sobre todo, porque Silvestre II ocupó el trono de Pedro en ocasión del cambio de milenio (año 1000), ante el que la gente estaba aterrorizada. Aunque fue hombre de gran prestigio científico al que se atribuye haber introducido las cifras árabes y la invención del reloj de péndulo en Europa occidental, el pueblo creía que era brujo y que, como tal, tenía tratos con el demonio.

Pero Santa Columba, la oficial, tiene numerosas iglesias consagradas, a algunas de las cuales, además de la de Bértola, se le atribuyen extrañas capacidades. Buen ejemplo es la de Santa Comba de Día, donde existía la creencia de que cuando las mujeres tocaban su altar, aunque fuera accidentalmente, perdían para siempre la capacidad para tener descendencia (AÑO/CERO, 179).

Pactos con el Maligno

La historia, muchas veces legendaria, enseña a los cristianos que los santos que están en los altares no siempre lo fueron. Tal es el caso de san Cristóbal, aquel a quien se encomiendan los conductores y viajeros. Dice la tradición que éste servía a un rey y que lo vio temblar cuando le mencionaron al demonio. Fue entonces en busca de un brujo, decidido a servir al demonio, pero el brujo se asustó ante una imagen de Cristo, y fue así como se convirtió al cristianismo.

Y si hay un santo capaz de expulsar a los demonios, ese es san Bartolomé, el apóstol. Sus prédicas de la fe cristiana lo llevaron a tierras de India y Armenia, donde convenció a pueblos enteros expulsando demonios, según la tradición cristiana. Su victoria ante los míticos seres está plasmada en un cuadro de El Greco y se revive en lugares como la playa de São Bartolomeu do Mar (Esposende-Portugal), donde del 22 al 24 de agosto se celebra un baño ritual para ahuyentar al maligno.
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