Civilizaciones perdidas
01/09/2004 (00:00 CET) Actualizado: 06/11/2014 (09:58 CET)

El camino de los hombres buenos

La fortaleza de Montségur es el paradigma histórico de la resistencia cátara, la herejía que arraigó en el sur de Francia durante la Edad Media. Actualmente, las ruinas de este castillo son la culminación de una ruta que parte de las tierras catalanas y que constituye una verdadera peregrinación por los santuarios y paisajes que fueron testigos de la Cruzada que los exterminó

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El camino de los hombres buenos
El camino de los hombres buenos
El camino de los hombres buenos es un itinerario de 189 kilómetros que discurre por las rutas utilizadas por los cátaros durante los siglos XII y XIV, cuando huían de la persecución de la cruzada albigense y de la Inquisición. La senda empieza en el santuario de Queralt, en Berga, termina en el emblemático castillo de Montségur, en territorio francés, y puede efectuarse en coche, en bicicleta, a pie o a caballo. El Camí dels Bons Homes –como ha sido bautizado– ha sido institucionalizado como un sendero turístico de Gran Recorrido (GR 107) que atraviesa villas medievales, iglesias románicas y castillos. Además de su notorio interés histórico, la ruta nos permite contemplar paisajes encantadores, ya que transcurre por la zona protegida del Parque Natural del Cadí-Moixeró.

La religión de «los puros»

El catarismo es una doctrina procedente de una corriente de origen búlgaro conocida como bogomila. Se trata de una religión cristiana, con una interpretación muy peculiar de las Sagradas Escrituras, basada en el dualismo, que percibe la Creación como el escenario de una batalla entre los principios del Bien y del Mal. Esta doctrina arraigó con fuerza en el sur de Francia. Se dio a conocer en un concilio cátaro celebrado en la ciudad de Albí, en 1165, por lo que pronto sus seguidores fueron conocidos como albigenses. Sin embargo, ellos se consideraban cristianos u «hombres buenos». Predicaban a los humildes en plazas y mercados, aunque si eran invitados por los grandes señores para adoctrinar en sus casas a familiares y criados, aceptaban con agrado. Enseñaban el amor, la tolerancia y la libertad. Decían que Cristo no se encarnó entre los hombres, pues en sus concepciones la materia era una creación del Mal. Para los cátaros –término que según los expertos significa «puro»–, el Jesús que vieron los apóstoles y crucificaron los romanos no era sino una apariencia angelical engañosa. Pero el Cristo verdadero nunca fue crucificado ni sepultado. Estas ideas, como es lógico, les valieron la condena de Roma y una implacable persecución.

A principios del siglo XIII, el papa Inocencio III tomó conciencia del peligro que suponía para los intereses de la Iglesia la expansión de la herejía cátara en Occitania. Los intentos por convertir a los herejes habían sido vanos. Ante este fracaso y con el apoyo del rey Felipe Augusto de Francia –que deseaba hacerse con el territorio occitano a toda costa–, el Papa proclamó la «cruzada contra los albigenses».

Quienes formaran parte de la misma serían absueltos de sus pecados y se garantizaba la entrada al Paraíso de los fallecidos en combate. Los señores feudales que se sumaran a la iniciativa recibirían, además, las mismas prebendas que los cruzados en Tierra Santa. Sólo así se entiende la aparición de figuras como Simón de Montfort que escondían su desmesurada ambición bajo pretexto de erradicar la herejía.

Las tropas se organizaron bajo el mando del legado pontificio Arnaud Amaury y avanzaron hacia el sur por el valle del Ródano. El 22 de julio de 1209 los cruzados entraron en Béziers, matando a todos sus habitantes, sin distinción de creencias. Las crónicas aseguran que Amaury ordenó: «Matadlos a todos que Dios ya reconocerá a los suyos en el Cielo». Tras la masacre, los cruzados pusieron rumbo a Carcasona, donde resistía Raymond Roger Trencavel. Éste murió en prisión, después de ser desposeído de todas sus tierras. Más tarde caerían las plazas de Foix, Carbona y Comminges.

La muerte de Inocencio III hizo perder ímpetu a la cruzada y algunos de sus más importantes líderes abandonaron la empresa. Como consecuencia de este hecho el catarismo resurgió con fuerza. Pero en 1226, Luis VIII se lanzó a una nueva cruzada, dicen que influido por su esposa Blanca de Castilla, quien reivindicaba los territorios del sur para la Corona de Francia. Al parecer, sería ella quien habría instado al Papa Gregorio IX a crear la Inquisición. El terror se apoderó de Occitania. Los cátaros solicitaron protección a Raymond Péreilhe, señor de Montségur, y se prepararon para defenderse y resistir.

Esta legendaria fortaleza cayó en 1244. Y once años más tarde, en 1255, corrieron la misma suerte Quéribus y Puylaurens. La guerra había terminado con el extermino de la Iglesia de los hombres buenos, o «del amor», como también fue conocida. Con ella desapareció una tradición cristiana que llevaba su respeto a la vida hasta el extremo de abstenerse de matar o maltratar a los animales, y de cuya enorme piedad dejó testimonio incluso San Bernardo de Claraval, después de intentar en vano que renunciaran a su fe para abrazar el catolicismo.

El paisaje y su historia

Muchas de las rutas que hoy conforman el camino de «los hombres buenos» eran senderos de huida de los cátaros hacia Cataluña. Allí estuvo exiliado en 1240 Raymond Trencavel, un hijo de Raymond Roger que intentó en vano recuperar Carcasona. También fue utilizado por los tejedores cátaros y conocido como «la ruta de la lana», que llega hasta Sabadell o, más al sur, hasta Morella, en Castellón.

La senda señalizada hoy por el Consejo regulador del camí dels bons homes, entidad formada por diversos consejos locales, diputaciones y entidades culturales, discurre por las comarcas catalanas del Berguedà, la Cerdanya, el Alt Urgell, el Solsonés y el departamento francés del Ariège.

Parte del santuario de Queralt, en la cueva donde fue hallada su virgen románica presidida por una hermosa cruz cátara y, desde allí, se dirige a la pequeña localidad de Gòsol, en medio de un paisaje bellísimo presidido por el macizo del Pedraforca, un lugar mágico relacionado con la brujería catalana desde la Edad Media. Una vez en Gòsol podemos visitar las ruinas de su castillo o contemplar las tumbas del cementerio anejo, con numerosas cruces cátaras y templarias. Después recorreremos por carretera Gòsol, Saldes y Guardiola de Berguedà, hasta llegar a Bagá, en el límite norte de la provincia de Barcelona. Esta villa fue el feudo de los barones de Pinòs, señores de un extenso territorio que iba del Baridà y la Cerdanya hasta el Alt Berguedà. Algunos han relacionado a Galcerán de Pinòs con el fundador de los templarios Hugues de Payns, en una polémica que dura hasta nuestros días. En Bagà podemos visitar el centro medieval, el museo de los cátaros o la iglesia de San Esteban, donde se puede admirar una pequeña cruz bizantina del siglo X u XI, que fue llevada a Bagà por los cruzados. También cabe destacar la vidriera que representa «El rescate de las cien doncellas», concretamente el momento en que San Esteban libera a Galcerán de Pinòs de una prisión sarracena.

La ruta continúa por la comarca de la Cerdanya, a la que accederemos cruzando la sierra del Cadí por el Coll de Pendís, a 1764 metros de altitud y, desde allí, cruzaremos la frontera hasta Porté-Puymorens, L'Hospitalet y Ax les Thermes. En este punto ya estamos en el departamento francés del Ariège, donde nos aguardan impresionantes castillos, como Puylaurens que, junto a Quéribus, resistió hasta 1256.

Tras hacer una parada en el castillo de Puivert, escenario del film de Roman Polansky La novena puerta, y cuna de los trovadores occitanos, encaminamos nuestros pasos hacia la culminación de la ruta: Montségur.

El castillo de Montségur fue construido entre 1205 y 1211 en lo alto de una montaña extremadamente escarpada y de difícil acceso. Quienes lo «descubrieron», sin embargo, no fueron los cátaros. Desde tiempo inmemorial este lugar era considerado sagrado. Algunos autores, como el fallecido «papa cátaro» René Nelli, suponen que la fortificación fue erigida sobre un antiguo templo solar. La cima de este enorme bloque calcáreo se alza 1207 metros sobre el nivel del mar. El edificio está orientado astronómicamente. Nelli apunta el importante papel jugado por la figura del pentágono en la simbología cátara. Y lo cierto es que este castillo está construido sobre un plano pentagonal. Desde el interior, recuerda la forma de un gigantesco cofre. ¿Fue ésta la última morada del Grial, como algunos sostienen?
En cualquier caso, quienes asuman a pie los casi doscientos kilómetros del «peregrinaje cátaro», hallarán sin duda su particular Grial en el esfuerzo, la dedicación y la constancia, valores necesarios para llegar a cualquier Verdad trascendente.
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