Civilizaciones perdidas
20/07/2018 (09:27 CET) Actualizado: 08/03/2019 (13:02 CET)

Hitler: Médium de los dioses oscuros

Hitler era lector habitual de publicaciones esotéricas, perteneció a sociedades secretas ocultistas e ideó la esvástica nazi con su conocimiento sobre el poder de ciertos símbolos. No obstante, además de todo ello, tenía capacidades mediúmnicas que empleaba en sus multitudinarios mítines para comunicarse con dioses oscuros.

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Hitler: Médium de los dioses oscuros
Hitler: Médium de los dioses oscuros

Adolf Hitler recibió el apoyo y la aclamación constante de millones de personas, tanto miembros de su Partido, el Nationalsozialistische Deutsche Arbeiter Partei (Partido Nacionalsocialista Alemán de los Trabajadores, NSDAP por sus siglas en alemán), como ajenas al mismo.

Esta relación entre Hitler y sus seguidores difícilmente se puede explicar únicamente desde una perspectiva política, sino que presentaba rasgos de naturaleza muy particular. Numerosos investigadores e historiadores han intentado aclarar esta extraña circunstancia, sin embargo todavía no ha sido resuelta.

Desde el propio movimiento nacionalsocialista, estos rasgos particulares se promovieron y potenciaron, no solo mediante la presentación y exposición de una doctrina política concreta en multitud de discursos y concentraciones, sino principalmente a través de la utilización de técnicas capaces de promover y potenciar adhesiones personales y colectivas, cuya eficacia y éxito explican aquellos incomprensibles apoyos populares.

Centenares de testimonios recopilados por los investigadores, así como entrevistas, artículos de prensa, libros, fotografías, películas y documentales –que se agolpan por miles en los archivos públicos y privados– dan buena cuenta de esa potente influencia que Hitler ejercía sobre aquellos que acudían a sus discursos.

Con toda probabilidad, existen muchos más ejemplos de ello que no han trascendido, bien por formar parte de documentación secreta en manos de distintos gobiernos o porque se encuentran a buen recaudo en legados privados.

Especial atención merecen los filmes, grabaciones y fotografías realizadas por la cineasta Leni Riefenstahl, de manera muy especial su película El triunfo de la voluntad, que muestra el desarrollo del congreso del Partido Nacionalsocialista en 1934 en Núremberg, al que acudieron más de 700.000 militantes y simpatizantes.

En el filme se observan actitudes de Hitler que trascienden la figura del líder político, presentándolo como un verdadero médium convocando a ciertas «fuerzas», las cuales no es posible describir de otra manera que no sea como «Dioses Oscuros».

El médium se distingue sobre todo por dos aspectos principales. El primero de ellos es que, de ordinario, no puede actuar si no forma parte de un escenario adecuado y propicio.

El segundo es su discurso: la estructura, dinámica y concentración de su lenguaje. Si consideramos al médium fuera de estas coordenadas básicas, tal vez no podamos diferenciar ni apreciar adecuadamente las cualidades que lo distinguen. Precisamente así ocurría con Adolf Hitler.

Existen no pocos testimonios que lo describen como un individuo vulgar, anodino, que no solía resaltar demasiado de quienes lo rodeaban. Sin embargo, a causa de ciertos acontecimientos personales –como la muerte de su madre o el idilio que mantuvo con Geli Raubal, que terminó con el suicidio de ésta en medio de extrañas circunstancias–, de las heridas que sufrió en la I Guerra Mundial –donde llegó a perder la vista durante un tiempo como consecuencia de un ataque con gases– y de sus relaciones con sociedades de índole secreta y esotérica, como la Thule Gesselschaft entre otras, adquirió una personalidad especial que incluso llamó la atención de sus jefes en el Ejército. Por eso lo reclutaron para formar parte del servicio secreto, donde llegó a alcanzar el rango de oficial de información.

PEÓN DE SOCIEDADES SECRETAS ESOTÉRICAS
Su interés por todo lo extraordinario le había llevado en su juventud a leer ávidamente ejemplares de Ostara, una revista nacida en 1905 que unía en sus páginas tesis ocultistas y paganas con el nacionalismo alemán.

El fundador de la citada publicación fue el ocultista Lanz von Liebenfels, que también es el principal responsable de una corriente de pensamiento denominada ariosofía, una mezcla entre cristianismo y racismo germánico. Von Liebenfels defendía que los primeros arios habían sido engendrados por entidades divinas, corrompiéndose más tarde al mezclarse con razas de simios, dando así origen a los linajes humanos, que cada vez eran menos puros y, por tanto, iban perdiendo sus primigenias capacidades extraordinarias.

En Los dioses oscuros del nazismo (Cydonia, 2018), libro que acabo de publicar, ahondo en la influencia que las tesis de Lanz von Liebenfels y su revista Ostara causaron en Hitler:

«Así, Liebenfels habla de los esfuerzos que los arios, conscientes de aquel gran pecado de sus ancestros, llevaron a cabo para reconquistar la pureza de su sangre de origen divino. Este empeño es el que distinguirá siempre a la raza superior y se manifestará tradicionalmente bajo la descripción de otro mito: la búsqueda del Grial. Una vez recuperada su pureza original, los arios podrán dar lugar a la llamada 'Tercera Edad', estableciendo un auténtico Estado Ario mediante el cual será posible expresar su superioridad congénita y desplegar todos los poderes divinos y suprahumanos que dicha pureza de sangre traerá consigo (…) Las teorías expuestas por Lanz von Liebenfels tuvieron mucho eco en su momento y fueron transmitidas al público a través de medios como la revista Ostara, practicadas por sociedades como la Ariosófica, la cual tomó diversos nombres a lo largo de su existencia –Círculo de la Esvástica, Instituto Ariosófico…– y órdenes como la del Nuevo Templo (también llamada Orden de los Nuevos Templarios), llegando a contar con una amplia influencia entre los numerosos grupos nacionalistas existentes en la época. Algunos de los personajes relacionados de una manera directa en los orígenes y el desarrollo del nacionalsocialismo como movimiento y del propio Partido Nazi, estuvieron en contacto con estas organizaciones secretoesotéricas. El propio Hitler fue un asiduo lector de Ostara, cuyas tesis racistas influyeron en él».

Tras el fin de la I Guerra Mundial, sus jefes encargaron al espía Adolf Hitler que se infiltrara en ciertas organizaciones políticas que comenzaban a proliferar en el país. Fue entonces cuando comenzó a demostrar sus habilidades como orador y a defender su visión de la Gran Alemania como una unión de la Tierra y la Sangre, resultado de una herencia ancestral emanada de los mismos dioses arios de la Antigu?edad.

EN CONTACTO CON LOS MUERTOS
Hitler enseguida llamó la atención de los líderes de influyentes círculos herméticos, como Dietrich Eckhardt y Karl Haushofer, personajes que aunaban el interés por el mundo del ocultismo y los poderes extraños con las investigaciones de corte académico.

Eckhardt y Haushofer tomaron a Hitler bajo su protección y lo introdujeron en organizaciones ocultistas como la Thule Gesellschaft o la Germanen Orden, que formaban parte del poderoso movimiento nacionalista que se reveló como una fuerza imparable en la Alemania de principios del siglo XX.

Sin embargo, los poderes que Hitler comenzó a cultivar y potenciar pretendían algo más que la simple práctica del ocultismo. Gracias a los discursos en los que empezó a presentar públicamente el movimiento nacionalsocialista, comenzó a gestar su carisma de líder nato.

No se trataba de volver hacia las viejas ideas encerradas en la práctica ocultista y en las sociedades secretas de corte masónico o similar, sino en conectar con las masas mostrando un modelo diferente del mundo, basado en lo que por entonces empezó a denominarse Volksgemeinschaft o Comunidad Popular, idea asentada sobre la pertenencia a un Suelo y a una comunidad de la Sangre.

Dichos rasgos distinguieron desde muy pronto el discurso e ideario nacionalsocialistas. Pero en toda esta trama, Hitler pretendía llegar aun más lejos. La comunidad de la Vida tenía que aliarse y establecer vínculos con el secreto, oscuro y terrible mundo de los muertos, del más allá, y asimismo había de tener presente la herencia –casi olvidada entonces– de los dioses hiperbóreos.

Los principales doctrinarios de los primeros tiempos del movimiento nacionalsocialista, como Dietrich Eckarth, Alfred Rosenberg o Sebbotendorf –en cuyas obras había bebido el propio Hitler, inspirándose en las mismas para su modelo de la Gran Alemania y para determinar también el origen mítico y el derecho predominante de sus pobladores–, poco a poco fueron apartados de la primera línea ideológica y práctica, cuando se instituyó el principio predominante y prevalente de la Voluntad del Fu?hrer. Hitler fue nombrado canciller por el presidente Hindenburg en enero de 1933, después de unas elecciones democráticas.

A pesar de ello, los nacionalsocialistas siempre consideraron aquel acto como una verdadera toma del poder, y así lo pregonaron en sus periódicos y manifestaciones. En cualquier caso, y tras unos primeros momentos de calma, comenzó a manifestarse una auténtica transformación en el conjunto de la práctica política seguida hasta entonces, así como en la propia ideología del nacional- socialismo. Estas circunstancias no tardarían en cambiar por completo el panorama político, económico y social de la Alemania de Weimar.

DISCURSOS MEDIÚMNICOS
Algunos observadores atribuyeron por entonces aquel cambio a las habilidades oratorias del propio Fu?hrer y de alguno de sus secuaces más preparados para ello, como el doctor Joseph Goebbels. En cualquier caso, las características del discurso de Hitler comenzaron a lograr sus efectos.

Las técnicas –por entonces novedosas– de las transmisiones radiofónicas consiguieron ampliar los ecos de la voz ronca y fascinante del Fu?hrer, llevando sus palabras a los lugares más remotos de Alemania. Hitler clamaba conceptos que pronto calaron profundamente en la población, como «Alemania, despierta»; «la Patria llama a todos sus hijos»; «hemos de conseguir de nuevo nuestra antigua grandeza, que viene de los viejos dioses, de nuestra irreductible Comunidad popular, de la Sangre y del Suelo».

El escenario estaba preparado. Millones de oyentes se pegaban a los receptores de radio, distribuidos casi de balde entre la población por el nuevo régimen, para escuchar al nuevo líder. Al tiempo, cientos de miles de personas se reunían en los mítines y discursos del Partido Nacionalsocialista, esperando ansiosos escuchar la voz del Fu?hrer, que presentaba promesas mucho tiempo esperadas y nunca hasta entonces cumplidas.

Las noticias de prensa de la época nos muestran a un Hitler decidido a trasladar a los alemanes su visión sobre la Comunidad Popular y el valor supremo, ancestral, de la Sangre de los elegidos. Dentro de este sistema de comunicación y convencimiento, jugaban su papel al menos dos factores.

El primero era, sin duda, el poder mágico y misterioso del Fu?hrer. Las palabras no sonaban igual en su boca que en las de otros de sus acólitos, como Rudolf Hess o el mismo Goebbels. En muchas ocasiones, tras unos largos y tensos minutos de silencio, Hitler comenzaba a desplegar esa fuerza expresiva a la que muchos se han referido como inigualable, absorbente, hechizadora e irresistible.

El segundo de los factores que citamos es el propio espacio-tiempo del discurso. Podía tratarse de gran- des locales, como la famosa cervecería de Múnich, o de lugares al aire libre, pero la concurrencia siempre era muy numerosa y los espacios estaban decorados por un gran número de grandes banderas del NSDAP con sus esvásticas negras, las cuales formaban, tanto en el día como en la noche, a la luz de antorchas y lámparas, un recinto de propiedades mágicas, un auténtico campo de acción para el médium.

En Hitler se producían cambios de estados de conciencia que muchos testigos han descrito posteriormente. Uno de los signos más conocidos a lo largo de todo el periodo del régimen nacionalsocialista era la esvástica negra de cuatro brazos rectos inscrita en un circulo blanco que, a su vez, estaba contenido en una bandera roja. El propio Hitler escogió y dio forma a este diseño mucho antes de alcanzar el poder.

LA ESVÁSTICA: PUERTA A OTROS MUNDOS
La esvástica es un signo muy antiguo –están repartidas por todo el mundo desde el Neolítico– que formó parte de las decoraciones de la cerámica griega, de los mosaicos romanos, de las vestiduras de los dioses olímpicos y de los guerreros, y también de los ropajes sagrados de los primeros sacerdotes cristianos.

Heinrich Schliemann la halló grabada por millares en teselas y fragmentos de barro cocido en las ruinas de Hissarlik-Troya, y la reprodujo también abundantemente en rejas, suelos, techos y frisos de su propio palacio ateniense. Es el símbolo de la ancestral religión Bon tibetana, que se denomina precisamente «de la esvástica», y se utiliza incluso hoy de forma corriente en la India y en Oriente como signo de buen augurio. Tal vez Hitler la escogiera acordándose de las esvásticas de lados inclinados que él mismo había visto de niño, cuando se educó en la escuela de la abadía de Lambach, cercana a su casa natal de Braunau am Inn, en la entonces frontera austro-alemana.

También es posible que hubiera descubierto esa esvástica durante sus años de preparación y estudio con el ocultista Dietrich Eckart, o en sus lecturas de la revista Ostara, o quizá en alguna de las ceremonias mágicas en las que participó cuando formaba parte de la sociedad secreta y esotérica Thule Gesellschaft.

Seguramente Hitler sabía, como consecuencia de sus lecturas esotéricas y participación en sociedades ocultistas, que la esvástica suele aparecer casi siempre que se va a producir un cambio de estado de conciencia. Existe una foto muy sugestiva al respecto, en la cual aparece Hitler leyendo en su despacho de la Casa Parda del NSDAP, en Múnich. Junto a su codo izquierdo puede verse una esvástica tallada, entre cuyos brazos rectos se muestra una serpiente enroscada.

La asociación de la esvástica –factor sugerente de los cambios de conciencia– con la serpiente –dueña del mundo subterráneo y depositaria del conocimiento secreto– es aquí sumamente reveladora. Hitler conocía que la esvástica nacionalsocialista de cuatro brazos rectos, tan universalmente popular, estaba vinculada con la «rueda solar» –símbolo esotérico de significado oculto– y con la runa Sig, signo identificativo de las temidas SS –organización militar, policial, política, penitenciaria y de seguridad al servicio de Adolf Hitler y del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán (NSDAP)–, conocido por su forma de rayo en una doble aparición, SS, y que se haría terriblemente famosa en la Europa del Holocausto y del exterminio.

LOS RITUALES DEL GRIAL NEGRO
Poca duda cabe de la influencia que Hitler tuvo en la creación de los signos más representativos del movimiento nacionalsocialista. Sería, en cualquier caso, una confirmación de las necesidades de transformación del médium, para someterse tanto a las transiciones que exigen al practicante la adaptación correspondiente para los cambios de conciencia que ha de experimentar, como para ser capaz –una vez atravesado el «umbral» que se abre entre los mundos– de recorrer esos nuevos caminos y tener la garantía más completa posible de poder regresar a nuestro universo.

En el futuro Estado SS desaparecería tanto la doctrina nacionalsocialista, utilizada como un medio más de conquista en una primera fase del plan de expansión del régimen nazi, como sus símbolos, esto es, la esvástica, que sería sustituida por el emblema del Sol Negro: las doce runas negras inscritas en un círculo, tal como se representa en el pavimento de la Sala de los Obergru?ppenfu?hrer en el castillo de Wewelsburg, una de las sedes de las SS.

El Sol Negro es un elemento fundamental en la simbología del Grial oscuro, cuyas ceremonias se llevaban a cabo en riguroso secreto en dicho castillo, y a las que acudían únicamente unos pocos iniciados. La cripta y la esvástica de lados prolongados que figuraban –y todavía pueden contemplarse hoy– en la torre norte de aquella fortaleza, eran elementos fundamentales en el desarrollo de dichas ceremonias, sobre las que existen pocas y contadas referencias, entre las que pueden citarse las suministradas por Walter Schellenberg, jefe del Servicio de Información (SD) de las SS.

Este camino de transformación simbólica fue iniciado y, desde luego, consentido por el mismo Hitler, el cual manifestó al escritor Hermann Rauschning: «Le confiaré un secreto. He fundado una Orden». Sea como fuere, el Sol Negro, descendiente de la Esvástica cuadrada y de aquella otra de brazos curvos, parece representar en una postrera etapa, el camino mediúmnico del Fu?hrer Adolf Hitler, que no solamente fundó una Orden secreta, sino que pretendió ir todavía más allá en su relación con los dioses oscuros.

No resulta fácil comprender el esfuerzo desarrollado por el movimiento nacionalsocialista fundado y dirigido por Hitler, en el transcurso de un tiempo relativamente corto –el comprendido entre los primeros años veinte del pasado siglo y el final de la Segunda Guerra mundial en 1945–, pero suficiente para hundir a nuestro mundo en una de las mayores catástrofes de la historia.

Exterminio y Holocausto, dos términos íntimamente ligados al desarrollo del nacionalsocialismo en Alemania, son procesos que han marcado para siempre mentes y espíritus de toda la humanidad. Sin embargo, esos horrores solo eran los preparativos de otros todavía mayores. En los planes de Hitler y del movimiento nacionalsocialista, transformado ya en los años anteriores a la catástrofe alemana en puro y simple hitlerismo, encarnación monstruosa y terrible de la Línea de la Voluntad del Fu?hrer, se proyectaba construir una gran nación de 600 millones de individuos, basada en los términos y condiciones de la Comunidad Popular, Sangre y Suelo ya citados.

Las planificaciones para conseguirlo aparecen detalladas en un documento de cien páginas –el Plan General para el Este– dirigido a Hitler y a Himmler. La planificación incluía deshacerse de, al menos, once millones de personas en los territorios de Polonia y la URSS, entre otros países y territorios que las tropas nazis ya habían ocupado o proyectaban someter.

Todo ello en nombre del Hombre Nuevo. Una nueva Humanidad que, en nuestro propio mundo, nos sustituiría y tomaría el relevo de todos los hombres y mujeres hasta entonces existentes. El médium Hitler, con su discurso y su presencia, sería la llave para culmi nar este cambio. Tal como Hermann Rauschning afirma en una de las páginas más estremecedoras de su libro Hitler me ha dicho, el Fu?hrer le confesó: «El Hombre Nuevo existe, vive ya en medio de nosotros. Él está aquí –gritaba Hitler en tono triunfante– ¿Le basta con esto? Voy a confiarle un secreto. Yo he visto al Hombre Nuevo. Es intrépido y cruel. Ante él, he sentido miedo».

ACTIVANDO FUERZAS MALÉFICAS
No cabe duda de que son las manifestaciones de un auténtico mediador entre las fuerzas declinantes del viejo mundo y el avance de las legiones de uno nuevo, no necesariamente tolerante y comprensivo con los humanos, sino radicalmente dispuesto a sustituirlos y tomar su lugar.

Hitler hacía el papel de médium, cuya misión, entre otras, sería la de preparar y disponer las condiciones para ese cambio. Documentos como el Plan General del Este y otros muchos, no son más que testimonios aislados, pero no por ello menos terribles, de aquella voluntad de cambio dirigida a imponer entre nosotros al Hombre Nuevo. Una de las condiciones que Hitler invocaba para lograr esa radical mutación era, precisamente, la transformación radical tanto del Partido Nacionalsocialista como de la sociedad alemana.

En tanto que partido de masas, el NSDAP tenía que desaparecer. La sociedad resultante –escribe Rauschning en su libro– sería dirigida por una especie de clero secreto formado por iniciados. Hitler había concebido estos planes ya en los primeros momentos de su formación, bajo las influencias combinadas de Haushofer, Ley y del propio Rosenberg.

Los auténticos objetivos del nacionalsocialismo no eran tanto el cambio de la sociedad conocida por otra más o menos coincidente en sus principios básicos el movimiento nazi, sino la venida del Hombre Nuevo, el cual terminaría de una vez por todas con el orden social existente, implantando un Orden Nuevo. Hitler pretendía seguir unas pautas que, poco a poco, transformarían una sociedad desarrollada en algo completamente distinto: el universo de los Dioses Oscuros.

Algunos de los miembros importantes del NSDAP, como Alfred Rosenberg, Heinrich Himmler o Martin Bormann, todos ellos colaboradores íntimos y directos de Hitler, compañeros suyos desde las primeras horas del movimiento nacionalsocilista y que desempeñaron los puestos más relevantes del III Reich, consideraron que con la conquista del poder en Alemania, había llegado el momento de terminar con la influencia que las iglesias cristianas –protestante y católica– mantenían en el país. Querían volver a las antiguas creencias de los dioses antiguos, los viejos dioses de la mitología germánica como Odín- Wotan, Thor, Freya o Loki.

INVOCANDO A LOS DIOSES OSCUROS
Sin embargo, Hitler no se lo permitió. Bajo su autoridad, las creencias vinculadas al cristianismo mantuvieron su influencia sobre la gran mayoría de la población alemana de la época. No es que el Fu?hrer deseara proteger al cristianismo, pues sabía muy bien que aquellas influencias del clero protestante y católico estarían siempre en contradicción con sus pretensiones de ampliar contactos con otros niveles de conciencia a los cuales él, como médium, podía acceder.

Hitler no pretendía tanto retomar creencias ancestrales, como abrir paso a otro tipo de conciencia que al final hiciera posible la llegada del Hombre Nuevo. Por lo tanto, no había que franquear el camino hacia los viejos dioses del wotanismo, sino favorecer la llegada de un universo radicalmente distinto, indiferente e incluso hostil, llegado el caso, a la existencia misma de la humanidad.

Por eso Hitler no impidió que algunos de sus allegados experimentasen con las fuerzas extrañas y ocultas que, desde el principio de los tiempos, parecían haber compartido espacio y tiempo con la humanidad. Así, dejó que Himmler –su mano derecha y jefe de las SS– incrementara el poder y el número de los miembros de su organización.

La SS pasó en un tiempo relativamente breve de contar con unos centenares de miembros destinados a proteger los mítines y reuniones del NSDAP o de actuar como guardas de corps de sus mandatarios, a convertirse en un cuerpo numeroso y eficaz de soldados de élite que debían cumplir dos misiones. La primera consistía en diseñar, construir y controlar una enorme red de campos de concentración y exterminio en los que poder deshacerse de millones de personas no aceptadas en la Comunidad Popular del Volk o Pueblo Alemán, según lo previsto detallada y minuciosamente en documentos como el Plan General del Este que hemos mencionado antes.

La segunda misión, aparentemente menor, era en realidad las más importante: organizar una Orden secreta y reservada, tal vez aquella a la que Hitler se había referido cuando reveló a Hermann Rauchsning uno de sus secretos. El proyecto se llevó a cabo en el castillo de Wewelsburg, propiedad de la SS. En su torre norte se proyectaron, y en algunos casos se construyeron, ciertas instalaciones en las cuales se pretendían aprovechar aquellas fuerzas derivadas de la asociación simbólica de signos como la esvástica y el Sol Negro.

Alrededor de aquel castillo, prácticamente requisado al obispado de Paderborn, pretendió Himmler construir, con la ayuda e inspiración del Fu?hrer –que estaba bien al corriente de tales planes–, un enorme centro de enseñanza, a partir del cual pudieran estudiarse las fuerzas secretas emanadas de los Dioses Oscuros y alcanzar el poder supremo del Grial Negro. Walter Schellenberg, jefe del servicio secreto de las SS, habla en sus memorias de estos proyectos, en los que únicamente podían participar personas elegidas por Hitler y Himmler.

También el pensador ocultista Karl María Willigut, con sus investigaciones acerca del Gôt o Dios oscuro, participó en los proyectos y ceremonias relativas a Wewelsburg que menciona Schellenberg. Pero todavía hay más en este camino misterioso. Himmler se consideraba descendiente y una reencarnación de Enrique I el Pajarero, el primer emperador de Alemania.

Dicho gobernante estaba enterrado junto a su esposa Mathilda en la cripta de la stiftskirche o catedral de Quedlinburg, en Sajonia. Las SS se hicieron con el dominio de la catedral, que fue desprovista de todos sus elementos e imágenes cristianas para transformarla en un centro ritual de las propias SS, las cuales periódicamente llevaban allí a cabo ceremonias de invocación a los muertos y a los Dioses Oscuros. Himmler pretendía recibir información del espíritu de su presunto ancestro, quien debía aconsejarle sobre los medios para alcanzar la Gran Alemania.

Así, en la tumba del emperador Enrique se instaló una guardia de honor SS de forma permanente. También se llevaron a cabo ciertas investigaciones sobre el cadáver del emperador, cuya sepultura se intentó trasladar a la nave principal de la catedral, colocándolo en su nueva tumba bajo la esvástica y la negra bandera de las runas Sig.

LAS PUERTAS DEL MAL
El universo de los Dioses Oscuros, con su proyección del Hombre Nuevo y del plan de esa Gran Alemania o Germania de cientos de millones de habitantes en comunión mediante la Volksgemeinschaft o Comunidad Popular de la Sangre y el Suelo, por fortuna no triunfó. Esos proyectos soñados por el médium Hitler para abrir el paso a las fuerzas que crearían una nueva conciencia, las fuerzas de los Dioses Oscuros, se vinieron abajo con la derrota militar de Alemania y el final de la II Guerra Mundial.

Pero la gran pregunta que podemos formular es si esas puertas que quisieron abrirse hacia nuestro propio Universo, permanecen cerradas y aseguradas, o bien están esperando a que surja un nuevo movimiento que les franquee la entrada.

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