Civilizaciones perdidas
20/08/2013 (11:37 CET) Actualizado: 06/11/2014 (09:58 CET)

MATAR CON PALABRAS EN EL ANTIGUO EGIPTO

Por Nacho AresLa combinación de imágenes en la escritura de los egipcios no es algo casual. Seguramente no haya en ninguna otra cultura de la Antigüedad una concepción más pragmática de la magia. Todo aquello que se representaba con imágenes, se escribía con ellas y, por extensión, se decía en voz alta, cobraba vida. La magia en estado puro; una práctica que, lejos de ser una simple creencia, nos ha dejado pruebas irrefutables de que realmente existió.

20/08/2013 (11:37 CET) Actualizado: 06/11/2014 (09:58 CET)
MATAR CON PALABRAS EN EL ANTIGUO EGIPTO
MATAR CON PALABRAS EN EL ANTIGUO EGIPTO
Paseando por la planta baja del Museo de El Cairo, en la esquina noroeste, frente a la escalera que lleva a uno de los extremos del Tesoro de Tutankhamón, se yergue una magnífica escultura de Ramsés II. Fue descubierta en las excavaciones de Tanis, en la década de 1940. La estatua ofrece la imagen de un niño sentado de tamaño colosal, llevándose el dedo a la boca y protegido a su espalda por un enorme halcón, el dios Horus…

Y EL VERBO SE HIZO CARNE
En efecto, la estatua es una representación de Ramsés II niño. Pero no es, como podría pensar un estudioso del arte convencional, una recreación sin más de la infancia de este faraón. Decir que es sólo eso supone ignorar la riqueza de la simbología egipcia. La escultura esconde algo; un sutil detalle que apreciarán aquellos iniciados en la escritura de los antiguos egipcios.

La estatua de Ramsés es realmente un jeroglífico gigante. El disco solar que porta sobre la cabeza es el dios sol Ra. La imagen del niño en antiguo egipcio se dice mes. El pequeño lleva en la mano izquierda una palma. ¿Qué tiene que ver esta imagen con el niño? Aparentemente nada, pero sabemos que en egipcio, ese ideograma se lee ses. El conjunto de imágenes, entonces, sólo tiene una única función: aportar al jeroglífico el sonido necesario para completar un nombre: Ra-mes-ses, es decir, el nombre del faraón.

Esta frase que podemos leer en el evangelio de san Juan (1, 14), recoge fielmente la milenaria tradición egipcia. En esencia, explica cómo una palabra –el verbo– es la única herramienta necesaria para crear la carne. Este gesto mágico nace en la cosmogonía menfita. En ella se indica que el dios Ptah había creado el mundo y las cosas a partir de palabras, pronunciando sus nombres.

Esta poderosa magia que hunde sus orígenes en un momento desconocido de la Historia, era utilizada también para destruir. Así nacen las llamadas figuras de execración. Fabricadas en cera, madera o simple barro, estas efigies de pequeño tamaño representaban a los enemigos del país. Sobre el cuerpo se gravaba un texto de execración con el cual se les maldecía. El ritual no se completaba hasta que estas figuras no se lanzaban al fuego o, como han llegado hasta nosotros, se arrojaban con violencia contra el suelo. Al destruirse o estallar en cientos de pedazos, el gesto mágico implicaba el exterminio del enemigo.

Ahora bien, si la representación o la pronunciación de un nombre o cosa implicaba mágicamente la creación de ese ente, ¿cómo se representaba a los enemigos del país sin que éstos cobraran vida? Los sacerdotes-magos faraónicos tenían una solución al problema. No es extraño descubrir, en los templos, listas de pueblos dominados por los egipcios. Allí podemos ver físicamente a los enemigos y sus nombres. La clave está en cómo aparecen representados… (Continúa en AÑO/CERO 277).

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