Civilizaciones perdidas
01/10/2004 (00:00 CET) Actualizado: 06/11/2014 (09:58 CET)

Toltecas: entre la Tierra y las estrellas

Un profundo mensaje espiritual resurge de las entrañas de México, tan vinculado a la existencia misma que parece renovarse en numerosas prácticas relacionadas con el cuerpo, la mente y el espíritu redescubiertas en nuestros días. Sin embargo, sus raíces se sumergen en la noche de los tiempos, y proceden de la esencia más antigua de América. Se trata de «la toltequidad» o el arte de vivir.

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Toltecas: entre la Tierra y las estrellas
Toltecas: entre la Tierra y las estrellas
La Toltekayotl (Toltequidad) tuvo una gran difusión en casi todos los pueblos de América. En el norte del continente su influencia se produjo a través del calendario y de los conceptos teológicos. En el sur, se desarrolló en la amplísima geografía del área andina, transmitida a través del quechua. Se trata de una filosofía que busca la universalidad y que fue adoptada por las más variadas culturas nativas del Nuevo Mundo.

La síntesis entre espiritualidad y ciencia, al mismo tiempo que la vida en armonía con la naturaleza, con el fin de despertar las facultades superiores latentes del hombre, conforman la forma de ser de los toltecas. Pero la esencia de esta cultura va más allá de su identificación histórica con los antiguos habitantes de la ciudad de Tula, en el estado de Hidalgo (México), la llamada Xicocotitla (avispero), o la Tollan mítica e imperial de Teotihuacán, considerada el centro del mundo en aquella época.

Este pueblo creía que era el lugar de los orígenes de la civilización, como resultado de un pacto con los dioses. Aquí confluían el espacio y el tiempo sagrados, pues de una cueva interior de la tierra, tal vez la que se encuentra debajo de la pirámide del Sol, habrían surgido los seres humanos, en el comienzo del tiempo, lo que se parece sorprendentemente al origen mítico de la civilización inca, como hemos visto en el artículo Ollantaytambo: ¿Una puerta secreta al inframundo? (AÑO/CERO nº 164).

Sin embargo, numerosos testimonios de la época y las propias creencias toltecas sugieren que Tula, o Tollan, no es un lugar físico (aunque también tuviera su representación como estado imperial), sino legendario. Se trataría de un reino o dimensión espiritual que se situaba en las cuatro direcciones del espacio, en los cuatro puntos cardinales del Universo (el Todo), tan bien representados por el símbolo de la cruz, familiar a los pueblos antiguos prehispánicos, lo que sorprendió a los cristianos al encontrarse con ella en el Nuevo Mundo.

El antropólogo y escritor Frank Díaz, quien me ha aportado una amplia documentación sobre la esencia tolteca, explica en su obra Los mensajeros de la serpiente emplumada: «Los toltecas históricos aparecieron hace unos 5.000 años. En Perú se les conoce como cultura Chavín y en México reciben el nombre de Olmecas. Sus ideas sobre el Universo, la vida, la evolución de la conciencia y el destino del hombre fueron desarrolladas más tarde por las grandes civilizaciones de Tiahuanaco, Teotihuacan, Tenochtitlan y el Cuzco». Nos hallaríamos, por tanto, ante una cultura madre cuyo legado recogieron aztecas, mayas e incas.

La sabiduría y el arte

Estos toltecas son asociados desde el comienzo con la sabiduría y el arte. Disponían de avanzados conocimientos astronómicos y de sofisticados registros del tiempo. También conocían los secretos de las plantas y dominaban la escritura, la pintura y las artes adivinatorias. De sus hábiles manos surgió una espléndida escultura, una arquitectura basada en unos cálculos precisos y muy reveladores de la voluntad de establecer una sintonía con el Cosmos, así como una fina artesanía y orfebrería. Su música, la ilustración de libros y toda clase de trabajos con plumas y tejidos, son claros testimonios de su avanzado grado de evolución.

Pero lo más admirable era su intensa conexión con el mundo del espíritu, comparable a las más importantes corrientes espirituales de todos los tiempos. Buen ejemplo es su ideario, concebido como doctrina de Quetzalcóatl, la Serpiente emplumada, divinidad suprema, que presentan encarnada en una figura humana, real e histórica. Estamos ante el mito universal del hombre-dios benefactor, civilizador e iluminador, que viene a promover y liberar a los seres humanos de las tinieblas de la ignorancia.

En su sistema de creencias, el hombre que encarnó estos valores y los transmitió a infinidad de pueblos del antiguo México, fue la última de una larga serie de encarnaciones de un ser llamado CeAcatl Topiltzin Nacxitl Quetzalcóatl, que significa «Nuestro Señor Uno Caña Cuarto Paso de la Serpiente Emplumada». Su último nacimiento, con una clara y simbólica implicación astronómica, se habría producido el 14 de mayo de 947 d. C., en Amatlán de Quetzalcóatl, un pequeño pueblo del actual estado de Morelos. Su desaparición se dató en el año 999 d.C, cerca de la costa de Coatzacoalcos, en el actual estado de Veracruz, cuando se autoinmoló en el fuego como el ave Fénix, para renacer cuatro años después y marcharse hacia Oriente, navegando en una balsa de serpientes y prometiendo que un día regresaría.

El escritor Julio Diana, investigador de la sabiduría tolteca y autor, entre otras obras, de Las trece profecías mayas, destaca la importancia del regreso de la Serpiente Emplumada en los tiempos que vivimos.

Fusión de espíritu y materia

En su figura se unen al mismo tiempo la divinidad conocida como Quetzalcóatl, la escuela iniciática de los maestros de la Serpiente Emplumada y el legendario rey de Tula, que abandonó su condición de monarca para entregarse a la búsqueda espiritual como peregrino, hasta asumir una naturaleza divina, encarnada en la Tierra. Este mito prefigura la historia de Buda.

Las creencias del culto a Quetzalcóatl, y la doctrina transmitida verbalmente por quien fue considerado su manifestación entre los hombres, conforman el conjunto de la toltequidad. En realidad, ésta no puede atribuirse a un grupo étnico, sino a una forma de entender el papel del hombre en el Cosmos, entregado constantemente a la evolución como parte del proceso para acceder a la trascendencia y a la divinidad.

El significado de la propia palabra Quetzalcóatl, como ha demostrado Frank Díaz, responde a una infinidad de conceptos. Por una parte, quetzal indica «preciosidad», «perfección», «estado de impecabilidad» y «pluma preciosa». Un concepto equivalente, como él mismo dice, al Espíritu Santo entre los cristianos. Pero este término significa también «ciclo de tiempo» y «el acto fecundador de los animales», asociando la Serpiente Emplumada con el Creador del Universo.

Coatl significa «doble», «gemelo», pero también «pecado» y «dolor», que enlaza con la parte fundamental de la doctrina tolteca, basada en el merecimiento. También es «ombligo», símbolo de gran importancia en la concepción mesoamericana, por ser el lugar donde se concentran las energías. En realidad, este nombre contiene un mensaje complejo, porque el conjunto de definiciones es mucho más amplio para cada una de las dos palabras que lo componen.

Al igual que ha ocurrido con todos los grandes maestros espirituales y avatares de la historia de la humanidad, el origen del pequeño Ce Acatl, está asociado a toda clase de hechos milagrosos, que continuaron produciéndose hasta el último momento de su existencia terrena como ser mortal.

Hijo adoptivo del rey de Tula, Mixcoatl, nació de las entrañas de Chimalma, que significa «Escudo en mano», lo que indica su formación guerrera. Su madre era una joven humilde de la que quedó prendado el poderoso monarca. Como las madres de Jesús, Krishna o Buda, ella experimentó la gracia divina y engendró a un ser superior.

En esta ocasión, mientras Chimalma meditaba en una cueva, recibió la visita de un pez que le anunció el milagroso nacimiento de su futuro hijo y le comunicó que sería la encarnación divina de la Serpiente Emplumada.

Como prueba de todo lo que le deparaba el destino, el pez le entregó una cuenta de jade que Chimalma guardó en su boca. Cuando regresaba al templo, donde el rey de Tula la había enviado para que fuera adiestrada como correspondía a la futura reina tolteca, se tragó la cuenta de jade y automáticamente quedó embarazada.

La doctrina de la Luz

Quetzalcóatl, como Siddharta Gautama Buda, tuvo que experimentar su tránsito por la vida en la corte real, cuando tras el asesinato de su padre adoptivo asumió su condición de soberano de Tula. El desencanto de la vida mundana de palacio le condujo a una vida de peregrinación, búsqueda de la verdad y la comunión mística con Dios. Su magisterio atrajo a numerosos seguidores, que se convirtieron en maestros y transmitieron su mensaje.

Frente a las inclinaciones de unos oscuros sacerdotes que proclamaban la necesidad de los sacrificios humanos, Quetzalcóatl predicaba el bien y la fraternidad entre todos los hombres. Como Jesús, afirmaba que «Dios es Uno», contradiciendo el politeísmo que arbitrariamente se asocia de forma general con la espiritualidad mesoamericana. También proclamaba la necesidad de ser humilde, no presumido, sobrio en cada manifestación personal, generoso con los más necesitados. Decía que el tolteca debía ser sabio, una lumbre, y lo invitaba a descubrir la verdad en su corazón, adiestrándose siempre a sí mismo, actuando con tranquilidad y creando su vida como si fuera una obra.

A las multitudes que se acercaban a escucharle, al igual que lo hizo Jesús, les explicaba que el maestro ha de ser luz, tea y espejo. Había que dar limosna a los hambrientos, aprender de los niños pequeños, trabajar constantemente (porque esta actividad ennoblece a los hombres), no perder el tiempo nunca (utilizándolo siempre con los más sabios fines), ser austero y preocuparse de que los demás coman antes que uno mismo.

La destrucción de infinidad de valiosos documentos, causada por la conquista, y las erróneas interpretaciones de ciertos cronistas, han sido la causa de que no podamos comprender la verdadera dimensión espiritual y los valores ancestrales de Mesoamérica. A esto se sumaron las infames creencias, perpetuadas a lo largo de los siglos, sobre unos seres considerados bárbaros y, por lo tanto, incapaces de ser los autores de los grandes logros que ahora empezamos a descubrir.

Baste un ejemplo. Veamos algunas de las palabras transmitidas por Quetzalcóatl, que aparecen en los textos tradicionales llamados Wewetla'tolli (Antiguas palabras de sabiduría), traducidos por Frank Díaz. Se trata de una doctrina espiritual digna de figurar entre las más elevadas de la historia:
«¿Has recibido Su aliento, Su palabra? Guárdalo en tu corazón como algo secreto. Que no te aturda ni embriague ni te cause orgullo. Ya comprenderéis cómo a nada, a nadie, olvida Nuestro Señor»... «Tened paz con todos los hombres, respetad a todos y a nadie agraviéis. Por nada del mundo avergonzaréis a otro hombre. Calmaos, que digan de vosotros lo que quieran. Callaos, aunque os combatan, y no respondáis».

En busca del equilibrio

Aunque existe un amplísimo legado de mensajes, la toltequidad se fundamenta en muchos otros pilares de conducta y prácticas, que conservan actualmente los herederos de este legado milenario. Ellos lo definen como Kinam, término que en lengua nahuatl significa «el poder del equilibrio» o «en estado de armonía» (sus enseñanzas se transmiten en www.kinam.org). Esta práctica se orienta a encontrar la paz, el equilibrio y la armonía, también en la frenética vida del siglo XXI.

Todo esto es un reflejo de una antigua escuela de disciplina mental y física que guarda notables paralelismos con lo que entendemos como yoga y artes marciales en las culturas de Oriente. Entre los propósitos de la práctica del Kinam se encuentra principalmente la conexión con el ser divino que se encuentra en nuestro interior, la esencia cósmica de la que formamos parte, desarrollando nuestra parte física, el cuerpo, equilibrando la respiración y concentrando la atención.

Esta disciplina estimula la inteligencia y despierta infinidad de facultades dormidas en la especie humana, activando una memoria profunda: el hilo conductor que nos une a esa mente colectiva de la humanidad, en la cual existen infinidad de recursos para evolucionar y crecer espiritualmente.

Este proceso nos conduce desde nuestra naturaleza humana y terrenal (la serpiente terrestre), a la divina y celestial (el quetzal) que simboliza la pluma divina (el vuelo).

En el Códice Florentino se reflejaron los principios de la esencia tolteca. El primero de ellos es Topiltsin Sentlasotla, que consiste en amar a Dios, sea cual sea la forma en que lo entendamos. El segundo es Kateikniu'tlani, que es tener paz con todos los seres humanos. El tercero es Amo Keketsa, fundamental para comprender la laboriosidad y el buen hacer tolteca, que consiste en «no perder el tiempo».

El emblema representativo del Kinam, de la toltequidad, es un antiguo símbolo mesoamericano que aparece en el Códice Magliabecchi. Los nombres tradicionales por los que se le conoce son Nawipapalotl (cuatro mariposas) y Atokatl (araña de agua), donde se funden los cinco elementos básicos de esta disciplina: el centro, el equilibrio, la fluidez, la complementariedad de los opuestos y los cuatro rumbos.

Hay que destacar también otro símbolo importante: el caracol partido por la mitad, con sus cinco puntas (Estrella de cinco puntas con la espiral en su interior). Los toltecas no podían concebir un tiempo rectilíneo. Para ellos tenía un diseño cíclico, en forma de espiral, tal como se puede ver en el caracol seccionado. Las cinco puntas responden a su concepción del espacio y del tiempo, que se dividían en cinco elementos y en estructuras también de cinco términos, evocadores de la geometría sagrada universal. El proceso del Kinam se estructura en siete pasos fundamentales (Ley de octavas).

El vínculo cultural con la toltequidad se establece a través del conocimiento del profundo significado de la Serpiente Emplumada, de la teología tolteca y del calendario, basado en la matemática sagrada y en la numerología nahuatl. También es fundamental un compromiso serio con los principios éticos o Nawatilli.

Como en otras culturas antiguas, existe «el camino del guerrero» o Teochiwa. El cuarto paso consiste en la purificación de los vehículos de conciencia (Chipawa), que se basa en el conocimiento de los centros energéticos (los chakras orientales), el control de la respiración y ciertas teorías terapéuticas ancestrales. El quinto paso es la meditación (Teomanía), al que sigue un trabajo de pura esencia chamánica con la energía, el nagualismo (Nawallotl) y los ejercicios físicos (Yekoatl), de los que forman parte los deportes, las artes marciales y la danza.

El espíritu tolteca responde a la dinámica de los ciclos del Tiempo. Se disolvió aparentemente en el olvido. Pero en nuestros días resurge de nuevo para promover el equilibrio, que nos conceda la paz y la armonía que necesitamos en nuestras vidas.
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