Creencias
01/09/2004 (00:00 CET) Actualizado: 06/11/2014 (09:58 CET)

Madre Teresa de Calcuta: una luz en la oscuridad

Nacida en la antigua Albania en 1910, en 1928 Gonxa Agnes –tal fue su verdadero nombre– tomaba sus votos como Hermana María Teresa. En 1946 decide dedicar su vida a los más pobres, y funda la Orden de las Misioneras de la Caridad. Desde entonces, su menuda figura recorre el mundo extendiendo su mano hacia los desfavorecidos. En 1997 parte hacia la Luz, y Teresa de Calcuta obtiene su beatificación en 2003. A continuación les ofrecemos un testimonio de sus últimos días sobre la Tierra

01/09/2004 (00:00 CET) Actualizado: 06/11/2014 (09:58 CET)
Madre Teresa de Calcuta: una luz en la oscuridad
Madre Teresa de Calcuta: una luz en la oscuridad
No podía creer lo que decía el locutor en las noticias de la televisión. «La Madre Teresa ha fallecido...». Sólo unas semanas antes había estado conversando y rezando con ella, en su propia casa, allí en Calcuta. Me senté en el borde de la cama y mi corazón comenzó a latir con más fuerza. ¿Era verdad? Su recuerdo, el calor de su rostro, la naturalidad con la que me recibió en su silla de ruedas como si me conociera de toda la vida, después de haber sufrido ya varios ataques terribles del corazón, perduraba en mi, en la piel, en el alma.
¿Cuántos escalones hacen falta para llegar al cielo vaticano? Cierta vez, hace ya muchos años, cuando dirigía la revista esotérica «Cábala» en Caracas, uno de los títulos que plasmé en portada fue: «José Gregorio Hernández, un Santo sin Vaticano». Hacía ya más de 40 años que el pueblo venezolano esperaba que este humilde médico, autor de verdaderas curaciones milagrosas, y que se «aparece» para realizar otras desde el más allá, sea elevado a la santidad por el Vaticano, que calla y se niega a hacerlo.Temí que sucediera lo mismo con la Madre Teresa. Durante un tiempo la iglesia calló, y tardó varios años en convertirla en beata.

En momentos como los actuales, cada vez más oscuros, ¿cuánto tiempo necesita una persona que rebosa luz y amor, en ser considerada santa? En realidad todos aquellos que viven y exhiben la bondad a flor de piel, que parecen estar inundados por ella por sus genes y en su conciencia, cualquiera que sea su color de piel y su estrato social, merecen ser considerados como verdaderos santos. Y no deberían esperar los trámites burocráticos de ninguna religión. Con tanto odio, injusticia y crueldad desatadas a lo largo y ancho del mundo, convertirse en una persona realmente buena ya es suficiente mérito.

Era una tarde calurosa y húmeda. Calcuta, ciudad compleja, tiene una antigua iglesia cristiana armenia, en cuyo cementerio descansan eternamente un gran número de ilustres personajes, una gran sinagoga con su estrella de David en una de las calles principales, y hasta un templo parsi en honor al fuego eterno del persa Zoroastro, con cuyos amables sacerdotes –que por cierto no me parecieron muy diferentes a los de las demás religiones– hablé. Y, por supuesto, los consabidos templos hindúes dedicados a Shiva, Vishnu, Brahma, Ganesha o a la sanguinaria diosa Kali. Pero también con realizaciones más actuales, como el centro de estudios de Ramakrishna ,donde contemplé las valiosas obras sociales que promueven en lejanas y dispersas aldeas de la India. Nada tiene pues de extraño que la ciudad bengalí acogiera a una mujer tan singular como la Madre Teresa.

En realidad, yo la conocí en la Embajada de la India en Caracas, en 1978. Hasta allí, como hasta el resto del planeta, también han llegado sus misiones ayudando a los seres humanos más paupérrimos y abandonados por la crueldad de la vida.

Cuando toqué el timbre en la casa 54A, a los pocos instantes, me abrió una de las hermanas de su comunidad, vestida con la característica túnica blanca de bordes azules. Le expliqué quien era y que me encontraba viajando por la India, invitado por la Embajada. Me dijo con amabilidad que la Madre Teresa estaba muy enferma, pero vería qué podía hacer, y desapareció detrás una puerta que cerró en silencio.

No habían pasado cinco minutos cuando me hizo pasar con una sonrisa en el rostro.
–Tiene mucha suerte. Nuestra Madre ha dicho que va a recibirle. Pero por favor, trate de no cansarla mucho.

Pasé al lado de una biblioteca hasta llegar a un amplio patio en medio de la casa de dos pisos donde una gran imagen de la Virgen del Perpetuo Socorro flotaba como en una especie de gruta, mientras el agua de una pequeña fuente repartía bendiciones con sus salpicaduras. La hora de los rezos estaba cerca, y las hermanas pululaban por todas partes. Subí por una escalera de piedra no muy bien iluminada y aguardé.

Al poco tiempo apareció ella, y todo el recinto pareció llenarse de luz.

Luz y oscuridad en el mundo

Una hermana la llevaba sobre una silla de ruedas. Me recibió con una sonrisa, y al arrodillarme a su lado para saludarla, lo primero que hizo fue darme su bendición apoyando su frágil mano sobre mi cabeza. Balbucí las pocas palabras que conozco en el antiguo yugoslavo –serbio–, que ella, al ser natural de Albania, comprendió perfectamente por la similitud que existe entre estas lenguas balcánicas. Menuda, más frágil aun en su enfermedad, la lucidez y el torbellino de ideas que brotaban de su mente la hacían parecer vigorosa y determinada.
–Es terrible lo que pasa en el mundo. Todas esas guerras y odios...–me dijo, mientras saludaba a alguien que pasaba.
–Sí, Madre—respondí. – Parece que el ser humano está peor que antes.
–Rezo todos los días para que haya más luz en la Humanidad. Pero hace falta tanta, tanta Luz, que a lo mejor nuestro esfuerzo no es suficiente.—su voz parecía cansada, pero enseguida recobró fuerzas–. Demasiada injusticia hay en el mundo. A a pesar de tantas comodidades, el hombre se come al hombre. Y quiere más y más.
–Madre Teresa, si no tuviéramos su luz estaría todo peor. ¿Cree que la Oscuridad está ganando la batalla?
Me miró y me pidió que me acercara. Luego, me susurró al oído:
–Usted parece ser consciente de estas cosas. Veo que también está luchando por difundir el bien. Estoy muy enferma. No creo que me quede mucho tiempo –en ese momento ella ignoraba lo proféticas que eran sus palabras–, pero espero que todas las hermanas que tenemos en el mundo continúen ayudando con su labor de amor.
–No puede hacer otra cosa, Madre Teresa. La luz debe vencer a las tinieblas– contesté arrobado por la santa energía amorosa de esa mujer, en cuya presencia me sentía como si la hubiese conocido durante toda una vida. A medida que conversábamos me sentía más y más como si fueramos viejos conocidos.
–¿Cree que el Anticristo ya está entre nosotros?—le pregunté, mientras una hermana hacía señas, porque ya había llegado la hora de las oraciones en la pequeña capilla.
–El Anticristo siempre estuvo en la Tierra, hasta cuando crucificaron a Nuestro Señor –respondió–. Lo que sucede es que ahora se siente su nefasta presencia cada vez más fuerte. Eso es lo que temo. Pero tengo fe en el Señor y en la Virgen del Perpetuo Socorro. Si todos oramos con amor y con el corazón, derrotaremos al Maligno y a la oscuridad. Si el cielo pronto me llama, hay mucha gente en la Luz que ilumina el camino y está combatiendo tanto odio. Las familias tampoco están bien. Hay que darles conciencia de Dios– dijo poniéndome en la mano varias medallas de la Virgen–. Déselas a gente que necesita de Ella, de su Luz, en la oración.

Últimos minutos en la capilla

Unas hermanas, algunos visitantes, un sacerdote, y la Madre Teresa en silla de ruedas. Un pequeño altar, muy simple, con flores, y una breve ceremonia religiosa. Me encontraba a su lado, sintiendo las energías de paz y armonía que llenaban el recinto. Me encontraba en Calcuta, pero experimentaba una fuerte sensación de irrealidad, como si nos encontráramos en otra dimensión del espacio-tiempo. Miré sus ojos, llenos de devoción y de amor. Sus manos juntas y sosteniendo entre las palmas un rosario. Pensé que si invocaba a todos los santos, arcángeles y maestros de luz, estando tan cerca de ella, mis plegarias serían escuchadas. Aún lo creo, después de todos estos años.

Al finalizar la ceremonia y los rezos, pedí otra vez su bendición y tomé sus manos. Me trató como a un hijo y me contempló cuando bajaba las escaleras, mientras ella era conducida a sus aposentos, no sin antes saludar a algunos visitantes que iban acompañados por sus niños.
¡Admirable mujer! A la salida dí las gracias a la hermana que me permitió ver a la Madre Teresa; casi furtivamente, ella aceptó mi donación. Detuve un taxi y regresé al hotel con mi alma en paz...

Seguí contemplando la imagen del locutor en la pantalla del televisor, narrando su vida. Aunque Venezuela parecía estar lejos de la India, me sentí muy conmovido y me costó un esfuerzo volver a la normalidad. En ese instante sentí intensamente la verdad de aquellas palabras de Jesús en el Evangelio, cuando nos advierte que nadie conoce el día ni la hora en que habrá de rendir cuentas de su existencia. Hacía sólo dos semanas que había estado en su casa, conversando con ella, junto a ella.

Y ella ya estaba en la Luz.
¿Se ha dado cuenta el Vaticano de ello finalmente? Sí, así es. Pero si realmente pretende combatir a la Oscuridad en la Tierra, debe pedir iluminación al cielo; ahora con más fe que nunca. La Madre Teresa de Calcuta lo sabía.
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