Misterios
18/01/2021 (10:20 CET) Actualizado: 01/03/2023 (16:34 CET)

El duende de Santa Amalia

El profesor Jesús J. Blanco rememora una insólita experiencia que vivió en su niñez, cuando una extraña entidad le atacó tirándole piedras, a pleno día y en medio del monte.

18/01/2021 (10:20 CET) Actualizado: 01/03/2023 (16:34 CET)
Santa Amalia Adolfo Brigido (Wikipedia)
Santa Amalia Adolfo Brigido (Wikipedia)
Nº 366, Enero de 2021
Este artículo pertenece al Nº 366, Enero de 2021

Este no es un reportaje convencional pues aquí el periodista-narrador también forma parte de los acontecimientos que se cuentan, lo que sitúa la historia un poco al margen del ámbito periodístico y más cerca de la crónica o la memoria autobiográfica. Viví el suceso que se narra en estas páginas a finales de los años ochenta, siendo un niño de unos doce o trece años. Muchas veces pensé en escribir sobre ello, pero fue precisamente esa implicación particular la que me hizo desistir, pues siempre he considerado que el investigador debe mantener una distancia con los hechos para elaborar una información objetiva. 
He tratado por ello de reconstruir un retrato de lo ocurrido en el que mi visión particular estuviera contrastada por los recuerdos de los amigos de infancia que vivieron conmigo estos sucesos. El encuentro iba a ser en persona, en el pueblo de Santa Amalia, pero sobrevino la pandemia de coronavirus y tuvimos que limitarnos a las charlas telemáticas a través de sistemas de mensajería y redes sociales. De una u otra forma, el caso es que nos volvimos a reunir para revivir el pasado y resolver por fin ese misterio. 

A finales de noviembre algunas familias del pueblo extremeño de Santa Amalia organizaban la matanza del cerdo, una tradición que se mantiene en la actualidad, si bien con la introducción de medidas orientadas a atenuar el sufrimiento del animal. Coincidiendo con el fin de semana siguiente o con algún festivo, se entregaban a los niños el rabo y otras piezas del animal sacrificado, junto con castañas y otros productos para que se los llevaran a las sierras próximas al pueblo. Una vez allí cocinábamos nuestra comida valiéndonos de sartenes y pucheros viejos que calentábamos en pequeñas hogueras improvisadas. Los niños pasábamos el día entero en el campo y, como era invierno y oscurecía antes, regresábamos al pueblo a las cuatro o cinco de la tarde, cuando empezaba a ponerse el sol. Solíamos coincidir en las sierras cercanas, como la de Periquito y otras próximas al cementerio, varias pandillas y grupos de amigos.

Guerra de piedras

Mis dos mejores amigos eran José Manuel Monago y David R., hijos de campesinos que me habían invitado a pasar con ellos una de esas memorables jornadas. Se nos unieron algunos compañeros cercanos y sus hermanos pequeños, de modo que formábamos un grupo de al menos una decena de chavales. Cuando nos juntábamos dos o tres pandillas y nos cansábamos de los improvisados partidos de futbol, iniciábamos batallas simuladas en las que las piedras del monte eran la munición. Una temeridad, ya que, si bien los artefactos generalmente eran pequeños, podían hacernos daño, sobre todo porque algunos usaban tirachinas. Fue en uno de los momentos más intensos del fuego cruzado con nuestros contrincantes, cuando a David le cayó delante de las narices, muy cerca del cráneo, una roca tan grande como un balón de baloncesto, que hizo bastante ruido al impactar con todo su peso sobre el suelo del monte. Mi amigo se agarró un tremendo cabreo, pues consideraba, con bastante razón, que de haberle alcanzado el golpe de ese artefacto, podría haberle dañado de forma considerable o incluso matado.

Los dos grupos nos encaramos de malas maneras, pues los chicos del bando contrario afirmaban que ellos no tiraban piedras tan grandes, y David estaba convencido de que lo habían hecho ellos. Tras unos momentos de tensión las aguas volvieron a su cauce y se reanudó la batalla a pedradas, eso sí, dejando muy asentadas las reglas, nada de rocas. 

Los amigos que vivieron la agresión del duende
Los amigos que vivieron la agresión del duende

Entre los matorrales

Pero no pasó mucho tiempo sin que el episodio volviera a repetirse. Esta vez fue una roca de mayor tamaño aún que la anterior la que cayó muy cerca de uno de los chavales del otro equipo. Volvimos a encararnos, ahora ya visiblemente enojados, los dos grupos de chavales, reuniéndonos en una zona despejada entre las sierras todos los que participábamos en esa particular batalla. «¿Y tú decías que nosotros tirábamos piedras muy grandes? ¿Has visto la que nos acabas de arrojar?», le increpaban a David. «¡No hemos sido nosotros! ¡No hemos lanzado nada!», se quejaba este.

A punto estábamos de llegar a las manos cuando, ante nuestra sorpresa, salió una nueva roca de gran tamaño proyectada hacia nosotros desde unos arbustos situados a poca distancia. Nos miramos atónitos, pues todos los chicos que participábamos en el juego estábamos allí. Así que, si no éramos nosotros, ¿quién?

Volvimos la vista casi de inmediato hacia el matorral desde el que habíamos visto salir el artefacto y vimos que las ramas se movían. Daba la impresión de que hubiera allí un animal agazapado, pues la violencia con la que las piedras caían nos hacía pensar que aquello no era humano o al menos no un ser humano convencional. No sin cierto temor tratamos de cercar a nuestro atacante, rodeando el matorral en el que se agazapaba, mientas le apuntábamos con piedras y tirachinas. «Si no sales, vamos tirarte piedras todos a la vez y te vamos a hacer daño. Vamos a contar hasta tres», dijo uno de mis compañeros. «Uno… dos… y ¡tres!». Antes de arrojar las piedras contra nuestro atacante nos quedamos paralizados unos segundos, como queriendo darle la oportunidad de salir, pero como no se movía empezamos nuestra embestida. 

Fue al percibir las primeras pedradas cuando lo que fuera que había allí se desplazó a toda velocidad hacia otro matorral, situado a unos cinco metros de distancia. Su movimiento fue tan fugaz, tan rápido y repentino, que nos dejó todavía más desconcertados. No pudimos ni verlo bien, era como una sombra, como un bólido… Algo teníamos claro, nada humano que conociéramos podía moverse así. Ante la sensación de amenaza decidimos abandonar la sierra de inmediato y lo hicimos de un modo un poco peliculero. Mientras dos o tres de mis amigos formaban un semicírculo, los demás guardaban nuestras provisiones, ropa y utensilios culinarios en las mochilas. Una vez que se completó la recogida, bajamos con paso veloz hacia el pueblo.

Pero el episodio no terminó ahí. Algunos de nosotros volvíamos la vista atrás para comprobar si esa persona o ese extraño ser nos venía siguiendo y, en efecto, así era. Algunos chicos del grupo recuerdan, como ocurrió cuando le tiramos las piedras, que saltaba o se movía rápidamente de matorral en matorral detrás de nosotros y que tampoco entonces pudimos verlo con claridad. La persecución no finalizó hasta que culminamos el suave descenso de la sierra y nos adentramos en una zona llana. «Allí ya no había arbustos ni matorrales y parece que aquello no estaba dispuesto a dejarse ver», afirma José Manuel. Algo más tranquilos, pero sin dejar de vigilar nuestras espaldas, seguimos caminando hasta que abandonamos totalmente el monte, comprobando con alivio que ya nadie nos seguía.

El autor y testigo de los acontecimientos
El autor y testigo de los acontecimientos

Sin explicación

Entre asustados y excitados por la experiencia, pues acabábamos de vivir una aventura, conversamos largo rato sobre lo que nos había sucedido, tratando de buscar alguna explicación. A pesar del susto que llevábamos en el cuerpo, los tres amigos volvimos a la sierra aprovechando que era sábado, que no teníamos colegio y que se encontraba a poca distancia del pueblo. Una vez allí, tras examinar minuciosamente las rocas y arbustos en los que habíamos acampado, no encontramos ningún rastro del ser que nos había asustado la tarde anterior. Ya no teníamos la sensación de ser observados por alguien que se escondía entre los matorrales, ni tampoco esa percepción de peligro instintiva que surge cuando se percibe una amenaza. Lo que fuera que nos había asustado ya no estaba y nunca más volvería a atormentarnos, salvo tal vez en nuestros recuerdos.

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Comentarios (2)

Alejandro Martínez Hace 1 año
Buenas noches, Jesús. ¿Cómo puedo escuchar tus podcasts del opositor de Geografía e Historia. He podido escuchar la presentación, y me resulta muy interesante. Sin embargo, no consigo encontrar el camino para escuchar la serie que anuncias en tu presentación. Gracias. Saludos cordiales.
Beveanels Hace 2 años
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