Dr. Frankenstein
Aunque la literatura es asombrosa y muchas veces se trate de ficción, muchas otras habla de la realidad misma. Este es el caso de Frankenstein, la obra de Mary Shelley que después de no muchos años de su publicación se haría real con un científico llamado Andrew Crosse.
Mary Wollstonecraft Godwin, ya como Mary Shelley, retrató a la criatura como nadie; y cuando hablo de la criatura me refiero a ese ser humano enloquecido que juega a ser Dios resucitando un cuerpo hecho de retales.
Pero Frankenstein existió. Se llamaba Andrew Crosse y era científico.
En el invierno de 1837, en Fyne Court, Inglaterra, realizó un logro que ha servido, más de un siglo y medio después, para que la ciencia de las hipótesis pase a la de las tesis.
La tormenta caía con fuerza sobre el viejo techado de la gran mansión. En la segunda planta, Crosse trabajaba en su laboratorio. Sobre un armazón de madera había construido un "embudo de Wodgewood" y un gotero que filtraba líquido sobre una piedra electrificada de forma continua.
El conjunto estaba limpio, desinfectado y aislado. Y así, de manera inesperada, se precipitaron los acontecimientos:
"A los 14 días de comenzar el experimento observé a través de la lente unas pequeñas carnosidades blanquecinas que salían del centro de la piedra electrificada. El decimoctavo día crecieron, emitiendo siete u ocho filamentos. El vigésimo día estas formaciones habían tomado el aspecto de insectos perfectos, dispuestos en posición lineal sobre algunos pelos que parecían constituir su cola".
La historia sería demasiado larga para este espacio, pero Crosse creó vida de la nada y por ello fue apartado del entorno científico.
Hoy, completamente olvidado, yace bajo una lápida gris, en la que alguien grabó tiempo atrás la frase The Electrician.
Demostró que era posible; hoy son otros los que quieren seguir sus pasos, pero a una escala mayor…
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