La realidad siempre supera la ficción...

Reconozco que jamás me han caído simpáticos los zombis. Es difícil, por otro lado, que un tipo con la cara hecha jirones, maloliente y agresivo, cuya firme intención es sorber nuestros sesos, pueda resultar agradable.

Esa es la visión que nos ha transmitido el cine; y como suele pasar, una vez más, llega tarde. Dicen que la naturaleza es sabia y a veces da pábulo a la creación de leyendas que los humanos posteriormente utilizamos para vender camisetas, series de éxito y alguna que otra careta. En Tailandia hay una especie de hormiga, la carpintera, que generalmente vive en las alturas de su bosque selvático. Pues bien, uno de sus peores enemigos es un hongo de la especie de Ophiocordyceps.

Cuando logra introducirse en su víctima, a los tres días el insecto comienza a comportarse de forma anormal. El hongo se va extendiendo por el pequeño cuerpo, separando las fibras musculares y destruyendo la musculatura.

El desenlace es brutal, porque acaba controlando el sistema nervioso y la víctima, de manera agresiva, al cabo de nueve días comienza a atacar y a matar a las hormigas sanas del nido. ¿Les suena? Y ahora traslademos este supuesto a una escala mayor: ¿podría ocurrir algo similar con el ser humano? Peor aún, ¿ha desarrollado la industria química –y bélica– algún agente de este tipo?

¿Existen bancos de virus que son custodiados por determinadas agencias, capaces de provocar una «pandemia zombi»? Muchas preguntas… Las respuestas dan más miedo que los muertos vivientes…