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04/12/2019 (16:25 CET) Actualizado: 04/12/2019 (16:39 CET)

Crónica de una ruta entre celtas y templarios

Viernes otoñal y lluvioso en Madrid. Un grupo alegre y expectante parte hacia Segovia. Comenzamos una nueva aventura que nos hará viajar atrás en el tiempo como tantas veces para descubrir los secretos de los antiguos celtas y templarios.

04/12/2019 (16:25 CET) Actualizado: 04/12/2019 (16:39 CET)
ruta celta templaria
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Y así es, porque el primer lugar que visitamos es el más misterioso y emblemático de la ciudad, la curiosa iglesia de la Vera Cruz. Se trata de un excepcional santuario románico inspirado en el Santo Sepulcro de Jerusalén, pero con características especiales que le hacen ser un tanto peculiar. Está claro que una vez visto, por su estructura y acústica es un centro ceremonial que utilizaron con toda seguridad diversas órdenes religioso-militares para realizar allí sus ritos secretos ante una reliquia tal como la que le da nombre, un Lignum Crucis. Aunque desde hace mucho es propiedad de la Orden de Malta, la tradición y la lógica nos cuentan que debió ser utilizado también en préstamo por los Templarios, quienes llegarían seguramente a un acuerdo con sus primeros propietarios, la Orden del Santo Sepulcro. Un sitio lleno de leyendas que, una vez conocido, jamás olvidaremos.

Siguiente hito del camino. La importante ciudad berciana de Ponferrada, lugar de paso de los peregrinos jacobeos, flanqueada de impresionantes montañas por todas partes, pero sobre todo por dos que conocieron la presencia de los celtas galeicolucenses y astures, conocidos otrora,  en el siglo VII a como Saefes, Oestrimnios y Dragani. Efectivamente, los antiguos pobladores del Teleno y de La Aquiana o Guiana, la montaña de las águilas, nos dejaron un legado de petroglifos y símbolos que aún hoy nos asombran y usamos sin pudor, como Triskels, Triquetas y Laburus, una especie de esvástica lobulada que fue adoptada por los distintos pueblos norteños a lo largo del tiempo.

Cena y noche reparadora para prepararnos convenientemente, porque por la mañana visitamos el impresionante castillo templario que, una vez desaparecida la orden, pasó a manos de las familias nobles Castro y Osorio. Una gran Tau nos recibe en la puerta, uno de los símbolos más utilizados para significar a los lugares ligados a la trascendencia. Impresionante desde luego, su historia, y su colección de facsímiles de libros medievales que forman parte de un tesoro cultural de primer orden. Y después de volver al autocar contemplando el santuario de la milagrosa Virgen de la Encina, otra fortaleza que conoció a estos Pobres Caballeros de Cristo, el castillo de Ullver, que luego pasó a llamarse Cornatel. Arriscado como pocos, y realmente vertiginoso, corona un pico desde el que se contempla todo el valle, donde destaca el lago de Carucedo, bajo los montes aquilanos. Una balsa, que según se cuenta se formó con las lágimas de la ondina Borenia, hija del jefe astur Medulio, que también dio nombre al siguiente lugar: las asombrosas Médulas.

 
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Dicen que esta impresionante obra de minería al aire libre recibe su nombre posiblemente del localismo Médano, o montón de tierra, pero otros lo relacionan con el Mons Medulius, lugar por ubicar donde se perdieron las guerras romanocántabras. Durante los dos siglos que se extrajo de allí oro, nos cuenta Plinio del Joven, uno de sus administradores, que se consiguieron 900 toneladas del preciado metal. Tuvimos la ocasión de acercarnos al corazón del lugar a través del valle de La Encantada, recorriendo un bosque de cuento, donde los pintorescos efectos de luz del atardecer nos dejaron comprobar la magia de estos sitios donde dicen se refugian seres elementales que protegen la naturaleza aunque no se dejan ver fácilmente.

Ya anochecido, iniciamos un nuevo periplo, pero esta vez a través de los tenebrosos bosques de cuento de terror que conducen hasta uno de los lugares más recónditos de la península, los Ancares lucenses. Por una carretera de infarto que nos iba llevando a través de una noche cada vez más inquietante, y bajo un techo de robles y castaños abrigados por inmensas telarañas de líquenes, iban apareciendo multitud de cascadas y riachuelos. Por fin llegamos a Piornedo, nuestro siguiente destino, donde repusimos fuerzas, y tuvimos nuestra velada particular, amenizada con charlas, datos, y alguna que otra música que nos preparó para aprovechar el privilegio de dormir en corazón de aquellas recónditas montañas.

En la mañana pudimos enterarnos como vivían los antiguos celtas visitando una Palloza-museo etnográfico, donde todos los cacharros nos trajeron a la memoria aquellos tiempos, no tan lejanos en que los hombres vivíamos de otra manera y con otras tecnologías, y de paso contemplar la realidad de un entorno hostil, pero hermoso como pocos, rodeados de «nublujos» neblinosos que circulaban entre las montañas nevadas.

Y luego, el regreso, no sin hacer las paradas de rigor, hasta llegar al último enclave que nos esperaba en un lugar singular: Topas (Salamanca), donde está el llamado Castillo del Buen Amor o de Villanueva de Cañedo, un palacio renacentista que hunde sus raíces en la Edad Media, y donde se puede respirar el inquietante ambiente de un recinto donde te sientes vigilado, quizá por algún fantasmas que ha quedado atrapado en sus estancias para toda la eternidad.

Por fin se nos acabó este extraordinario viaje, que nos dejó en la boca la resaca de haber sido demasiado corto pero fructífero y que espero alimente la necesidad de seguir buscando los tesoros impresionantes que tenemos a nuestro alrededor.

Hasta el próximo, que será también espectacular.

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Nº 404, mayo de 2024