Hallan en Jerusalén una cueva dedicada a la nigromancia
En la cueva de en Te’omim se construyó un nekromanteion, es decir, un templo u oráculo en el que se consultaba a los muertos

«Tras haber suplicado con plegarias y rezos a las tribus de los difuntos, tomé a las ovejas y las degollé sobre la fosa, y se derramó su sangre negra como una nube. Empezaron a acudir en tropel saliendo del Érebo las almas de los muertos difuntos…». El fragmento de texto anterior aparece en el Canto XI de la Odisea, la obra atribuida a Homero, y quien pronuncia tales palabras no es otro que Odiseo (Ulises), el célebre héroe de la mitología griega. La escena, que representa el momento en el que el de Ítaca convoca a los espíritus de los muertos para pedir consejo al adivino difunto Tiresias, constituye el ejemplo más antiguo de la práctica de la nigromancia, pues el texto atribuido a Homero suele datarse en torno al siglo VIII a.C.
La cueva podría haber sido empleada como un antiquísimo lugar de culto ritual relacionado con la nigromancia
Lo cierto es que esta macabra práctica de convocar a los muertos para consultar cuestiones sobre el futuro fue una costumbre habitual entre distintas culturas del Próximo Oriente desde el primer milenio antes de nuestra era, y especialmente entre los antiguos griegos. A través de estos acabó pasando a los romanos tiempo después, por lo que la práctica de la nigromancia se extendió durante varios siglos. Ahora, dos arqueólogos israelíes –Eitan Klein, de la Autoridad de Antigüedades de Israel, y Boaz Zissu, de la Universidad de Bar-Ilan– acaban de publicar un reciente estudio en la revista Harvard Theological Review en el que dan cuenta de un importante hallazgo que podría estar relacionado con esta cuestión.

Ambos investigadores han estado estudiando durante años la cueva de Te’omim, situada en las colinas a las afueras de Jerusalén, en cuyo interior se descubrieron entre 2010 y 2016 multitud de objetos de todo tipo (lámparas de aceite, armas, cráneos humanos…). Estos artefactos, en opinión de Klein y Zissu, sugieren que la cueva podría haber sido empleada como un antiquísimo lugar de culto ritual relacionado con la nigromancia, que habría funcionado durante varios siglos (entre el II y el IV d.C.), coincidiendo con la época de dominación romana. Según los arqueólogos, tanto el uso de lámparas de aceite –se han hallado hasta 120 piezas de este tipo– como los cráneos eran objetos que se empleaban habitualmente en las prácticas de nigromancia, especialmente en cuevas profundas con cámaras interiores, que según las creencias de los antiguos, constituían entradas al mundo de los muertos.
«La cueva de Te'omim, en las colinas de Jerusalén, reúne todos los elementos cultuales y físicos necesarios para servir de posible portal al inframundo», explican los autores en el artículo publicado recientemente. «Es un espacio subterráneo con un profundo pozo en un extremo; en la cueva fluye un manantial cuyas aguas se recogen en un estanque excavado en la roca; y existen tradiciones que atribuyen a la cueva poderes de fertilidad y curación», añaden.
Así pues, todo parece indicar que en Te’omim se construyó en algún momento un nekromanteion o nekyomanteion, es decir, un templo u oráculo en el que se consultaba a los muertos. Este tipo de construcciones solía estar en el interior de cuevas naturales y cerca de manantiales o fuentes.

En Roma, donde la práctica de la nigromancia se heredó del mundo griego, también hubo un inusitado interés por este tipo de adivinación que implicaba el contacto con los espíritus de los difuntos, aunque en cierto momento dicha costumbre fue prohibida por las autoridades, pese a lo cual siguió realizándose de forma clandestina. En el caso de la cueva de Te’omim, los arqueólogos han llegado a la conclusión, tras examinar los numerosos objetos encontrados, que este enclave fue utilizado de forma asidua y durante un largo periodo de tiempo (al menos durante dos siglos). «El uso de lámparas de aceite para la adivinación estaba muy extendido en los periodos clásicos. En la Antigüedad clásica se creía que la fuerza profética detrás de la lámpara era un espíritu o espíritus, o en algunos casos incluso dioses o demonios. La adivinación mediante lámparas de aceite se realizaba observando e interpretando las formas creadas por la llama», han explicado los investigadores.
Refuerza la idea de que se practicó allí la nigromancia el hallazgo de armas pues se creía que los espíritus temían el metal
Otro elemento que ha llevado a los arqueólogos a sospechar de la realización de prácticas nigrománticas en la cueva jerosolomitana es la presencia de numerosas armas en el lugar, pues en aquellos tiempos se creía que los espíritus temían el metal (y en especial el hierro y el bronce). Así, quienes se aventuraban en estos santuarios y oráculos con el fin de interpelar a los difuntos solían portar armas fabricadas con estos metales, en la creencia de que de este modo estaban protegidos de sus influjos perniciosos. Y es que, además de la posibilidad de que ciertos espíritus malignos atacaran a los vivos, se creía que el hecho de realizar rituales de nigromancia abría ciertos portales al otro mundo por el que podían penetrar otras criaturas impías.
Hallazgos como el de las cueva de Te’omim suponen una fuente de información vital para desentrañar todos los puntos aún desconocidos sobre este tipo de prácticas mágicas de la Antigüedad, que estaban muy extendidas por todo el Mediterráneo y que en los últimos años han despertado un renovado interés entre los historiadores, dando lugar a un campo de estudio denominado «arqueología de la magia».
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