Ciencia
01/09/2004 (00:00 CET) Actualizado: 06/11/2014 (09:58 CET)

Alquimistas del siglo XX

Huevos filosóficos, retortas y hornos, piedra filosofal y elixir vital, parecen términos asociados a una lejana Edad Media. Pero lo cierto es que este antiguo conocimiento sigue siendo una práctica viva, con adeptos repartidos por todo el mundo que mantienen vigente una búsqueda milenaria del conocimiento supremo.

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Alquimistas del siglo XX
Alquimistas del siglo XX
En 1960 veía la luz El retorno de los brujos, de Jacques Bergier y Louis Pauwels. Trataba sobre temas extraños y novedosos para el gran público: fenómenos parapsicológicos, civilizaciones desaparecidas, la conexión esotérica del nazismo y otros muchos. Para estos autores la realidad es mucho más compleja de lo que suponemos o imaginamos. «No nos lo creemos todo –afirmaban–, pero creemos que todo debe ser examinado».

Uno de los campos abordados por Bergier y Pauwels fue la alquimia, considerado como un saber técnico alternativo, pero no forzosamente opuesto a la ciencia moderna. De hecho, el éxito de El retorno de los brujos contribuyó a difundir el nombre de un alquimista de principios del siglo XX, hasta entonces poco conocido: Fulcanelli. El éxito del libro proyectó a la fama a este adepto, circunstancia que fue aprovechada por su discípulo Eugene Canseliet para publicar sus primeros textos. Sus trabajos marcaron el punto de partida de nuevos estudios.

La «Gran Obra» en Francia
A lo largo de todo el siglo XX han sido numerosas las hermandades y grupos dedicados a la práctica de la alquimia en Francia. De forma genérica, pueden considerarse tres etapas en el desarrollo más reciente de este conocimiento en el país galo: el llamado «primer revival», que abarcaría desde el siglo XIX hasta la Primera Guerra Mundial; «el período intermedio», desde el final de la Gran Guerra hasta 1960; y el «segundo revival», desde 1960 hasta nuestros días.

A finales del siglo XIX, se produce el comienzo de la alquimia moderna en Francia, con el nacimiento de los primeros grupos, en su mayoría procedentes de hermandades rosacruces, entre los que destacan la Sociedad Alquímica de Francia, La Escuela Hermética y el Grupo Independiente de Estudios Esotéricos.

Entre 1926 y 1930, se sitúa el inicio del llamado «periodo intermedio». Editadas por su discípulo Canseliet, aparecieron en medio de la más absoluta indiferencia. Simultáneamente, Schwaller de Lubicz (1887-1962), más conocido por sus trabajos en egiptología, fundó un nuevo grupo llamado Los Vigilantes, que utilizaba como centro de reunión su residencia de Saint-Moritz. Esta sociedad dejó de funcionar en 1927, cuando su fundador se trasladó al sur de Francia.

Pero la verdadera eclosión de la alquimia francesa en el siglo XX se produce tras el éxito de Bergier y Pauwels y la reedición de Fulcanelli. Antes de su muerte en 1982, Canseliet fue el maestro de una nueva generación de adeptos, en la que sobresalen Laplace, Solazaref, Rivière y Atorene. Según los estudios más recientes, alrededor de un millar de franceses practican hoy la alquimia. Fundamentalmente, dedican sus esfuerzos a la teoría, la especulación y la espiritualidad. También existen numerosas asociaciones, como Los Filósofos de la Naturaleza, Los Amantes de la Ciencia y Spagy-Nature.

Los Filósofos de la Naturaleza (LPN) es una organización creada por Jean Dubois en 1979. Desde sus inicios ofreció cursos de esoterismo, cábala, alquimia y medicina tradicional. Sus enseñanzas se centraban en la espagiria, o medicina alquímica, y en la alquimia mineral. Debido a problemas internos, esta asociación suspendió sus actividades en 1995. Pero de sus cenizas surgió una filial estadounidense homóloga, The Philosophers of Nature, fundada en 1986 con el objetivo inicial de traducir al inglés los cuatro cursos producidos por el LPN francés. Desde 1992, esta sucursal norteamericana pasó a organizar por sí misma dichos cursos, publicando una revista, y también produciendo videos y transcripciones de sus trabajos.

Los amantes de la Ciencia fue una organización creada por Solazaref, discípulo de Canseliet. Conocido anteriormente con el sobrenombre de Pierre d'Ouche, éste ejerció como médico, hasta que decidió convertirse en alfarero y elaborar todo tipo de material relacionado con el laboratorio alquímico. Sus primeros discípulos establecieron su sede en las proximidades de Riom (Francia central). El número de seguidores creció rápidamente, estimándose en unas 500 personas distribuidas por toda Europa. Su cercanía al ultraderechista Frente Nacional de Le Pen fue fuertemente contestada, circunstancia que motivó la renuncia de muchos discípulos y la aparición de varias escisiones.

Spagy-Nature, por su parte, es el nombre abreviado de Instituto de Estudios e Investigaciones Alquímicas y Espagíricas, cuyo líder es Patrick Rivière, autor de numerosas obras de temática alquímica. Este colectivo se dedica fundamentalmente a la espagiria de Paracelso, dejando de lado las otras ramas de este antiguo saber.

El impulso rosacruz
La alquimia norteamericana se inició en Pennsylvania, impulsada por miembros de la Hermandad Rosacruz que huían de las guerras religiosas centroeuropeas. Allí se estableció un laboratorio en la localidad de Ephrata, que estuvo en actividad hasta los años 30 del siglo XIX.

Ya en el siglo XX, la organización rosacruz americana, Ancient and Mystical Order Rosea Crucis (AMORC), estableció su primer laboratorio alquímico destinado al estudio público en la Universidad Rose Croix, con sede en el Valle de San José (California). Tras su extinción, el alquimista Frater Albertus fundó la Paracelsus Research Society, que impartió clases hasta mediados de la década de los 80. Fundada en 1915, AMORC se proclamó como la única orden rosacruz auténtica en América, circunstancia que atrajo a muchos aspirantes a iniciarse en los antiguos misterios. Su primer gran maestro fue Harvey Spencer Lewis, que en 1916 realizó una supuesta transmutación alquímica de la cual no se conservan testimonios gráficos. Treinta años después, en la primera mitad de la década de los cuarenta, Orval Graves, bibliotecario y luego deán de la Universidad de la Orden Rosacruz (RCU), propuso realizar una serie de clases de alquimia práctica.

La estela de Paracelso
En estas primeras lecciones se siguieron las técnicas de Paracelso. Los alumnos hacían turnos por la noche para regular y mantener activos los hornos donde se llevaba a cabo el trabajo vegetal. Todos los estudiantes allí formados eran miembros de esta Orden Rosacruz. No se sabe cuántos fueron, si bien dos de ellos alcanzaron notoriedad: George Fenske y Albert Richard Riedel, más conocido como Frater Albertus.

Pese a que AMORC hizo mucho por revivir el estudio práctico de la alquimia en América, fue uno de sus estudiantes quien lo hizo accesible a quienes no eran miembros de esta fraternidad. Albert Richard Riedel, recordado por el Padre Graves como «un poco más complicado que el resto», publicó nueve libros, algunos de los cuales se han convertido en clásicos de la literatura alquímica actual. En 1960 aparecía el primero, firmado con el pseudónimo de Albertus Spagyricus FRC, que incluía el Manifiesto alquímico (1960) y declaraba abierta la Paracelsus Research Society (PRS).

Frater Albertus dictaba clases de alquimia vegetal, mineral, metálica y animal. Inicialmente eran cursos de dos o tres semanas. Más tarde se extendieron durante un periodo de siete años. Su especialidad era la espagiria, en concreto el tratamiento del antimonio, basándose en El carro triunfal del antimonio, de Basilio Valentín, publicado a principios del siglo XVII. Durante 25 años, Albertus inició a centenares de estudiantes. En 1984, cuando falleció, la PRS quedó sin sucesor. Por lo tanto, su sueño de una universidad alquímica nunca se hizo realidad.

Aunque la Gran Obra fue investigada hasta el siglo XVIII, durante el XIX sufrió un creciente abandono debido al éxito de la física, la química y la biología modernas. Casi no se publicaron nuevos textos en todo el siglo XIX. Habría que esperar hasta finales de esta centuria para observar un renacimiento del coleccionismo de textos alquímicos y de la experimentación práctica. De las tres tendencias –espagírica, metálica y filosófica–, ha sido la primera la que más adeptos ha tenido en el siglo XX.

Entre ellos, destaca Carl Friedrich Zimpel (1801-1879), ingeniero alemán que estudió medicina y filosofía en Jena, disciplinas en las que obtuvo el doctorado. Su interés por la medicina homeopática le llevó a interesarse por la espagiria, a través de la cual desarrolló numerosos remedios vegetales. El profesor Manch, director de la farmacia homeopática central de Göppingen (Alemania) compró todos los escritos de Zimpel y empezó a elaborar medicamentos a partir de sus indicaciones. Estos fármacos son los que todavía hoy elaboran y distribuyen los laboratorios Staufen Pharma.

Uno de los alquimistas más conocidos del siglo XX fue el poeta alemán Alexander von Bernus (1880-1965), que con su trabajo espagírico ganó bastante dinero y curó numerosas enfermedades. Antes de la Segunda Guerra Mundial tuvo varias instalaciones en Alemania. En 1939 se instaló en una dependencia del Castillo de Donaumünster, donde pudo seguir trabajando tras la destrucción de su laboratorio durante un bombardeo. Sus remedios se elaboraron más tarde siguiendo sus escritos y se pueden adquirir en las farmacias alemanas bajo la marca Soluna.

También en Londres existió otro laboratorio espagírico en los años 30, donde el fisioterapeuta Archibald Cockren producía aceites de metales, usados con fines medicinales. Se inspiró en los textos del adepto inglés del siglo XV George Ripley, así como en Basilio Valentín y en Raimon Lull. En 1940 publicó su libro La alquimia redescubierta y restaurada, en el cual, junto a una historia del gran arte, consideraciones teóricas y textos de antiguos autores, describe sus propios trabajos. Poco después de publicar su libro, Cockren murió durante un bombardeo y su laboratorio fue destruido. Pero todavía en 1965 había gente de edad avanzada que tomaba el «elixir de Cockren» en Londres.

El gran representante francés de este resurgir alquímico fue Armand Barbault (1906-1974), que en 1948 comenzó a seguir los pasos descritos en el emblemático Liber Mutus. Recogió sus prácticas en la obra El oro de la milésima mañana (1969), donde asegura exponer «la historia de un alquimista del siglo XX que consigue obtener el elixir dorado de primer grado que abre el camino a una futura medicina antiatómica».

Barbault buscaba una panacea que actuase como remedio universal. También señaló los peligros de la creciente contaminación medioambiental. Tras años de trabajo con materias vegetales, logró su objetivo y consiguió un líquido que diluía el oro y adquiría un tono dorado.

Deseoso de someter su hallazgo a los análisis más racionales, lo puso en manos de unos laboratorios alemanes que, después de comprobar su innegable importancia, quisieron fabricarlo industrialmente. Sin embargo, muy pronto los químicos pudieron comprobar que el elixir de Barbault no se podía analizar y que, por tanto, resultaba imposible producirlo a gran escala para ser comercializado.

Sin embargo, la investigación alquímica en el siglo XX no se limitó a las aplicaciones médicas. También hubo quienes intentaron fabricar oro, tomando como punto de partida la tradición legendaria de la Gran Obra. Siguiendo esta vía, durante el siglo XX se inscribieron en los registros de patentes unos 300 procesos para obtener oro. Entre ellos destacan los trabajos de Stephen H. Emmens y la llamada patente de Siemens.

Stephen H. Emmens fue un ingeniero que vivió a finales del siglo XIX en EE UU. Miembro del Instituto Americano de Ingeniería de Minas, de la Sociedad Americana de Química y del Instituto de la Marina, pensó que podía existir un metal base, al que denominó argentaurum, a partir del cual se originarían todo el oro y la plata existentes en la naturaleza. También concibió la idea de que este híbrido podía ser descubierto mediante el aligeramiento de la plata y la compresión de la estructura del oro.

Como demostración práctica de su teoría, en 1897 entregó seis barras de una aleación de oro y plata a la Casa de la Moneda de EE UU, en Washington, recibiendo 954 dólares por ello. Dos años después, el New York Herald publicaba un titular llamativo: «¡Este hombre fabrica oro y lo vende a la Casa de la Moneda de EE UU! ¿Es el doctor Emmens un moderno rosacruz?».

En dicho artículo se le invitaba a demostrar su proceso ante una comisión. Pero no se encontró ningún científico que quisiera formar parte de la misma, ya que eso implicaba el peligro de ser ridiculizado por sus colegas. Durante ese tiempo, Emmens había entregado 27 kilos de oro a la Casa de la Moneda. ¿De dónde procedía tanto metal noble? Se le acusó de haber fundido oro robado. Sin embargo, nunca se abrió ningún proceso contra él. Por lo tanto, tampoco se aclaró cómo obtuvo esos 27 kilos de oro.

La patente Siemens
En 1927, la empresa Siemens inscribió una patente basada en el trabajo del doctor Adalbert Klobasa y otra para la transformación de mercurio en oro, del doctor Adolf Miethe. Una década más tarde, el Dr. Klobasa publicó, ya como químico retirado, el libro Oro artificial: ensayo y éxito en la síntesis del oro, donde describía su experimento en los siguientes términos:
«Tras una experiencia de catorce años [el autor] reconoce públicamente que a menudo ocurren fallos y pocas veces se obtienen grandes resultados, por lo que los rendimientos son por término medio muy escasos. La inestabilidad del procedimiento fue la causa de que se retirara su petición de patente 5984, de 21 de octubre de 1935, en Austria».

De todos modos, al principio sus trabajos fueron tomados tan en serio que, con el propósito de producir oro, la empresa Degussa construyó un aparato que todavía se conservaba en 1973. ¿Se produjo el abandono de estos esfuerzos por su inviabilidad o únicamente por falta de perspectivas de rentabilidad?
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