Ciencia
12/04/2018 (00:01 CET) Actualizado: 05/08/2019 (08:39 CET)

La planta del demonio

Son muchas las ocasiones en las que hemos viajado a la región turolense de la Matarraña. Esta vez lo hacemos porque nos hemos encaramado a su pico más sagrado: la Caixa, el lugar donde crece la planta del mal.

12/04/2018 (00:01 CET) Actualizado: 05/08/2019 (08:39 CET)
La planta del demonio
La planta del demonio

Los habitantes de la región poseían un amplio conocimiento de la botánica de la zona, a la que, como no podía ser de otro modo, otorgaban cualidades mágicas: la belladona, la ginestera, el malvavisco… Pero por encima de todo, Sáez Guayar advierte que la más valorada era la falaguera, recogida en la Caixa, porque estaba considerada como una panacea, ya que había que extraerla de la tierra durante la noche de San Juan, o más bien sus semillas, que eran las que otorgaban los poderes mágicos a quienes las poseían. Además, para poder cogerla había que esquivar la mirada del diablo mediante un peligroso ritual, ya que éste andaba vigilante para que nadie lograra acercarse a la que consideraba su planta.

Pero, ¿qué demonios es realmente la falaguera? Porque que sepamos esta planta no da fruto. Quizás la clave se encuentre en el libro Guirandana de Lay, hechicera, ¿bruja? y ponzoñera de Villanúa (Alto Aragón), según un proceso criminal del año 1461. Dice su autor José A. Fernández Otal en la página 150 que "en el País Vasco, cogían sesos y huesos de un muerto y ponían todo a cocer en un caldero junto a una hierba llamada belargusia que tenía la propiedad de ablandar los huesos, gracias a ello podrían elaborar un ungüento mortífero. También fabricaban unos polvos venenosos formados por sapos, culebras, lagartos, salamandras, lagartijas, babosas, caracoles y pedos de lobo".

Y a continuación viene lo importante:

"La utilización de restos humanos para la fabricación de hechizos era bastante corriente en todo Aragón. Recurrían a objetos consagrados por los clérigos y a algunas plantas narcóticas como la mandrágora o el beleño, conocido comúnmente como hierba falaguera (de falagarse, alegrarse)".

Por lo tanto no se trata de un helecho; en realidad estamos hablando del beleño negro, una planta endémica de la región que crecía especialmente en la base de la espectacular Caixa, considerado uno de los tóxicos más potentes del reino vegetal. Asegura Maka R.M. en su escrito "Plantas mágicas: el beleño", que "desde la antigüedad, el beleño está asociado a la magia y la brujería. Es conocida también como Flor de la Muerte, Adormidera de Zorra o Hierba Loca. En la actualidad se utiliza, bajo estricta supervisión médica por su alta toxicidad porque puede provocar la muerte, como narcótico, para la bronquitis asmática, el delirium tremens y la epilepsia, entre otros. Se estudia su posible efecto beneficioso en enfermedades como el Parkinson.

Respecto a sus aplicaciones mágicas, las hojas se usaban para preparar tés o decocciones y que las bayas, en forma de cápsulas con numerosas semillas en su interior, se utilizaban en rituales en los que se aspiraba el vapor que producen al quemarse. Los antiguos egipcios y los griegos hacían uso de ella para permitir al hombre profetizar, para mitigar el dolor e inducir a un estado de completa inconciencia. Por supuesto, ésta era elemento imprescindible en los ungüentos que las brujas y brujos de la Edad Media preparaban, por ejemplo, para el famoso vuelo con escoba. Ha sido utilizada para hechizos de protección y para la adivinación, y quemada sobre carboncillos ahuyentará la negatividad en el hogar (OJO, hacerlo con ventanas abiertas, su humo es muy tóxico), o contra el mal de ojo mezclada con otras sustancias".

Años atrás un incendio arrasó esta sierra y el beleño prácticamente desapareció. Pero aún así merece la pena subir y pensar en la desesperación de quienes llegaban hasta aquí, con miedo, pues entraban en los dominios del mal… Y lo hacemos en compañía del montañero Carlos Ollés:

"Tienes que pensar que hasta aquí subían a las bestias para que se curaran en lo alto. Y cuando regresaban semanas después, estaban sanadas. Por eso la gente, enfrentándose a sus propios miedos, acudían el día de San Juan, porque no estaba el demonio. Pero ojo, sí estaban sus sicarios, que trababan las piernas de quienes llegaban hasta lo alto para así retrasarlos y que pasara el día. Éstos cogían entonces una piedra pómez, echaban una gota de sangre en uno de sus agujeros, la envolvían con cuerda de liza y la dejaban en el camino. La tradición cuenta que las almas en pena se entretenían desatándola y entonces los valientes llegaban hasta su objetivo".

Por si acaso, dejamos beleño seco antes de iniciar el descenso, no sea que su "dueño" piense que nos lo hemos llevado. Nunca se sabe…

 

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