Civilizaciones perdidas
01/03/2007 (00:00 CET) Actualizado: 22/06/2023 (13:24 CET)

Juan y Jesús dos nombres para un solo rey

Según algunas tesis, Juan el Bautista y Jesús podrían ser la misma persona

espacio misterio
01/03/2007 (00:00 CET) Actualizado: 22/06/2023 (13:24 CET)
El bautismo de Jesús
El bautismo de Jesús

Juan dijo a Jesús: «Que seas el bienvenido. Ahora puedo irme. El día de Yavhé está en camino. Soy yo quien ha lanzado una llamada, he cogido el hacha de Dios y la he puesto a los pies del mundo. Era a ti a quien llamaba: has llegado y yo me voy, mi deber acaba aquí. Toma mi lugar». Así describe Nikos Kazantzakis, en La última tentación de Cristo, el paso del testigo entre el Bautista y Jesús.

Este pasaje oculta uno de los secretos mejor guardados de las antiguas órdenes iniciáticas, la identificación de Jesús el Cristo (el Mesías o el Ungido) con Juan el Bautista. Dos figuras que podrían ser la misma persona. La correspondencia entre Juan y Jesús permitirá a muchos entender mejor ciertos mecanismos todavía oscuros. La primera sospecha que me llevó a identificar estas dos figuras surgió al analizar las motivaciones por las que, para algunas órdenes iniciáticas la figura de Juan el Bautista parecía ensombrecer la de Jesús.

En su obra La revelación de los templarios, Picknett y Prince escribían: «Este santo, el presunto precursor de Jesús, fue extremadamente importante para Leonardo, a juzgar por su omnipresencia en las obras del artista (...) Juan domina la vida de Leonardo. Por ejemplo, Florencia está dedicada a este santo, al igual que la Catedral de Turín, donde se conserva la Síndone. Su último cuadro, que junto a La Gioconda se encontraba en su habitación mientras se acercaba su muerte, representaba al Bautista, y también la única escultura suya que se conserva representa a este santo (...). Esto nos ha desconcertado y llevado a ulteriores indagaciones para comprender si la obsesión de Leonardo por el personaje de Juan el Bautista pudiese tener un significado más profundo. Se dice que el Gran Maestre del Priorato de Sion (cargo supuestamente investido por Leonardo según las investigaciones de Baigent, Leigh y Lincoln en El enigma sagrado), es llamado Nautonnier en la organización, pero toma también el nombre de ';Juan'. Por ejemplo, Leonardo aparece en la más que polémica lista como Juan IX. En Tierra Santa, Godofredo de Bouillon conoció una organización llamada ';Iglesia de Juan' y entonces ideó un gran proyecto. Puso su espada al servicio de dicha Iglesia, una organización esotérica e iniciática que representaba a la Tradición y que basaba su supremacía en el espíritu. De este gran proyecto se derivarían el Priorato de Sión y la Orden de los templarios. Pero ¿es posible que el Priorato considerase la figura de Jesús como inferior a la de Juan? ¿Por qué se habla de Tradición Juanista? ¿Por qué el obsesivo interés de Leonardo por este personaje? ¿Por qué los Grandes Maestros asumen el nombre de Juan?».

Picknett y Prince no saben que esta oculta «Tradición Juanista» no es otra que la Tradición de Melquisedec, ligada a la Orden y al Sacerdocio que lleva su nombre. Ignoran que Juan no llevaba este nombre por casualidad y que recibió las llaves del Sacerdocio Eterno de los sacerdotes melkiti esenios. O sea, que él tenía que convertirse en el «Joannes», el Nasi ah-eddah o mesías de la Comunidad de los Hermanos de la Luz. No sólo en el Priorato de Sión los Grandes Maestres se convertían en «Juan», sino que desde siempre el Gran Maestre de una Escuela o de una Orden, encarnando a Oannes, aquel que une Cielo y Tierra, se convierte en el Juan o Preste Juan. Es un nombre místico tan importante que es el más frecuente entre los pontífices: 26 veces.

De hecho, según la Tradición occidental, el Pontífice Supremo es Melquisedec, cuya figura está ligada a los más antiguos mitos sumerio-babilónicos, donde era llamado Oannes. En Sumer, el Oannes era un sabio, o guía de un grupo de sacerdotes. En Micenas, el Maestro de la Corporación de los herreros-alquimistas, recibía el título de wanax (rey). Anax significaba en griego exactamente «rey, señor, jefe», y su plural anakes confluye en la imagen de los Dioscuros (Cástor y Pólux).

Como veremos más adelante, la historia mítica de Cástor y Pólux vuelve a presentarse, con variantes, en Juan y Cristo, uno mortal y el otro inmortal. Nos recuerda también a la famosa pareja sumeria representada por Gilgamesh el divino (unión de gilga, «héroe» y mesh, «mesías») y Enkidu, el héroe mortal que se sacrifica por su amigo. El nombre Joannes se encuentra también en el antiguo Egipto, como se narra en el Libro de los muertos, donde los jaani cinocéfalos (con cabeza de perro) eran los espíritus servidores de Toth. Juan y los mandeos En relación a la unión entre la figura de Jesús y Juan como único «Maestro de Justicia» esenio, se expresó proféticamente Jeremías: «Vienen días en que suscitaré a David un germen justo, que reinará como rey y será sabio y practicará el derecho y la justicia en la tierra. Este será el nombre con que lo llamarán: Señor de justicia» (Jeremías 23.5).
 
Rey de justicia es el significado de Joannes/Melquisedec (melk-rey y zadiq-justicia). ¿Pero quién era realmente Juan? Definidos como «Cristianos de San Juan» o «Cristianos Juanistas», los mandeos (AÑO/CERO, 195) viven todavía en partes de Irak e Irán y tienen una estrecha afinidad con los nazira, de quienes se habla en la Biblia (Números 6, 1). Esto es de sumo interés porque Jesús era el nazira por excelencia. A pesar de esto, los mandeos adoran la figura del Bautista y no la de Jesús.
Los mandeos consideran al Bautista uno de los líderes más importantes de su secta
¿Puede ser que para ellos Yeoshua no haya existido jamás, que sea una figura simbólica?
 
Los mandeos tienen gran prestigio como trabajadores del metal. El trabajo de los metales es una actividad muy practicada alquimistas, motivo por el que desde tiempos inmemoriales son llamados Herreros o wanax, término, como he dicho, que remite a Oannes, el arquetipo de los sagrados herreros/alquimistas. Los mandeos hablan una lengua derivada del arameo, la misma usada por Jesús y sus discípulos. Su credo es típicamente gnóstico, hasta el punto de que hoy la suya es la única religión gnóstica superviviente. Consideran al Bautista uno de los líderes más importantes de su secta, pero declaran también que existen mucho antes que él. Es muy probable que, proviniendo de Palestina, territorio que dicen haber abandonado en el siglo I, sean una directa emanación de los nazira. Podrían haber tenido contacto con los esenios, o ser considerados los últimos esenios. Presentan a Juan como Sanador, Buen Pastor y Pescador de almas, títulos también atribuidos a Jesús.
Una de las características de su culto iniciático es el bautismo en el agua que, el Precursor Juan practicaba en el Jordán. La piel del animal El biblista C. H. Dodds sostenía que la secta de los nazireos era guiada por Juan. En cambio, Jesús era señalado como nazira porque había sido discípulo de Juan. ¿Por qué esta veneración por la figura de Juan, cuando en los mismos evangelios, incluidos los apócrifos, la figura eje es siempre Jesús?
El motivo reside en que los dos eran (o deberían haber sido) la misma persona. Los puntos a favor de esta tesis son múltiples y conviene examinarlos con detalle. Pero antes es necesario hacer una precisión: considero que Juan y los esenios, en su dualismo gnóstico, estuvieron muy ligados a la mística zoroastriana que, como se sabe, contraponía la Luz (Ahura Mazda) a las Tinieblas (Aryman).
Que Juan fuera el Zoroastro de los esenios (el Gran maestro mago) puede demostrarse por la raíz etimológica del término «Zoroastro», que en la antigua lengua de Irán aparece como zara (amarillo) y hustra (camello), o sea «aquel amarillo, o viejo, camello». Pues bien, Mateo describe al Bautista vestido con piel de camello (Mateo 3, 4). ¿Una reminiscencia de los cultos astrales zoroastrianos? Es más que probable, ya que los antiguos sacerdotes solían vestirse con pieles de animales como testimonio del dominio sobre la naturaleza animal y feroz del hombre y, por lo tanto, del poder y del control de sus propios instintos materiales. En los misterios mitraicos, el Maestro llevaba una piel de león. En los de Egipto, el sacerdote utilizaba una piel de leopardo. La piel animal siempre ha sido un símbolo de «transición» y «renacimiento», de control y victoria sobre la bestia interior. En Egipto, tierra madre de todas las iniciaciones, el renacimiento o reintegración tenía lugar con el rito del tekenu. Una muestra de la continuidad de esta tradición, desde Egipto al hebraísmo, se encuentra en el término empleado por los cabalistas para indicar esta restauración, o tiqqun, muy similar a tekenu.

Del tiqqun habló de manera admirable el cabalista Isaac Luria. Lo describía como un proceso de restauración macrocósmico relativo a las partículas de luz dispersas en la materia. El tekenu egipcio se refiere al microcosmos (hombre) y, al proceso alquímico de solve et coagula, de disolución de las tinieblas humanas y de restauración del «Hombre de luz». Este rito egipcio se basaba en el «paso a través de la piel» de un animal degollado, símbolo del renacimiento a la nueva vida (fin del nigredo y corte de la cabeza del Ego). En ese punto, el iniciado se vestía con aquella piel, adoptando la posición fetal, llamándose tekenu y se acostaba sobre la piel de transformación (meshka), saliendo de ella como un renacido de la matriz universal.

La piel, como envoltura, era llamada ut; de ahí «útero», porque se trataba de un simbólico regressus ad uterum. Veamos qué dice el Libro de los muertos egipcio: «He aquí al tekenu tendido bajo ella (la piel) en la tierra de transformación». En el sarcófago catalogado en el Museo de El Cairo con el número 28033, se recuerda al iniciado que recite: «Estoy acostado en la piel kenmet». El rito del paso a través de la piel se modificó en la XIX dinastía, pero el pellejo del animal siguió representando el dominio de la propia naturaleza terrenal y la «divinización» del cuerpo.

No es casual, entonces, que el Gran Sacerdote Juan llevase una piel de camello, por ser representación de los cuatro elementos y de los instintos materiales. Juan es conocido como el Predicador del desierto, un iniciado en la «Vía del desierto», y el camello es llamado precisamente «la nave del desierto». Juan, el príncipe Hasta ahora hemos hablado de la importancia, en las antiguas culturas iniciáticas, del cargo de Juan-Oannes. Pero, ¿sobre qué bases podemos confirmar la estrecha identificación de Jesús con Juan? Nuevas interpretaciones, también en el ámbito canónico, empiezan a asociar a Jesús con los esenios. Si bien no existen pruebas documentales a favor de esta tesis, Jesús había realizado la profecía de la llegada del nasi, el Rey Sacerdote o Maestro de justicia (zadoq) de los esenios. De los escritos qumránicos conocemos el hecho de que el nasi, el Mesías esenio, era también llamado «Estirpe de David» y «Estrella», y a Jesús en la Biblia se le llama precisamente «Estirpe de David» y «Estrella brillante» (Apocalipsis 22, 16). Además, es conocido el episodio de la disputa de Jesús en el templo, y se sabe que los esenios se refugiaron en Qumran por el rechazo a la comunidad de levitas de Jerusalén a la que consideraban corrupta.

El mismo Pablo, en Cartas a los hebreos, sitúa al sacerdocio de Melquisedec (el esenio) en una posición superior con relación al sacerdocio levítico (Hebreos 7,11). Estos ejemplos tendrían que bastar para confirmar la relación entre Jesús y el Nasi esenio. Habría sido instruido y preparado por ellos desde los 12 a los 30 años, para llegar a ser el defensor de los «peces». Los sacerdotes esenios disponían de un rol institucional para preparar a los futuros soberanos, los Reyes-sacerdotes y Maestros de Justicia del linaje de Jessé, al que pertenecía Jesús.

Sin embargo, en sus escritos los esenios hablan sólo del «nasi, el Príncipe mesiánico» que un día deberá guiar a las fuerzas de la Luz contra las Tinieblas. Nasi, como ya he dicho, es un término que significa Oannes, el Rey Pescador, el Portador de conocimiento. Además, Oannes se identifica con Joannes, de modo que Jesús era el Oannes-Nasi de la comunidad esenia, el zadoq Oannita, el Juan o Preste Juan, un rey del grial de estirpe davídica, no sólo «sacerdote según el orden de Melquisedec» (Hebreos 7,17), por haber realizado el Cristo en sí mismo. Jesús debía ser un nombre iniciático-cabalístico.

En los Misterios iniciáticos es obligatorio que el adepto cambie de nombre durante su evolución espiritual, como un sello de la transmutación de su consciencia y del nacimiento de un hombre nuevo. Este rito se encuentra también en la Biblia, con Simón, a quien Jesús llamará Cefas o Pedro, y con Saulo, posteriormente Pablo. El nuevo nombre es llamado nomen mysticum y es una constante entre los iniciados.

Del mismo se habla en diversos textos sagrados:
«Les daré un nombre eterno que jamás será borrado» (Isaías 56, 5) 
«Por lo cual Dios exaltó a Jesús y le dio el nombre que está sobre todo otro nombre» (Filipenses 2, 9)
«Este nombre no se encuentra entre los vocablos, ni entre los apelativos. Es invisible. (...) ¿Qué nombre se le puede dar a quien no existe? En cambio, para quien existe, existe también su nombre y se conoce a sí mismo. Entonces, cuando le agradó que su Hijo Amado llevase su nombre, Él se lo dio» (Evangelio de la Verdad, 37-38). Aquél que viene antes La cábala también ofrece indicios de que Jesús era Juan, precisamente mediante el análisis del nombre: Jesús nace como Juan-YHWH y renace iniciáticamente como Jesús-YHSWH después del bautismo. Que Juan sea figura crística está demostrado porque los cuatro evangelios se abren siempre con él y lo citan como el precursor de Cristo: «Y vino un hombre enviado por Dios, cuyo nombre era Juan» (Juan 1, 6). «Entre los nacidos de mujer no ha surgido uno mayor que Juan el Bautista» (Mateo 11, 11). El Bautista en los evangelios dice: «Vendrá uno detrás de mí a quien no soy digno de desatarle la correa de la sandalia». Juan 1, 30 es todavía más explícito: «éste es aquel de quien yo dije: ';Detrás de mí viene uno que me ha pasado por delante porque él estaba antes que yo. Ni yo lo conocía, pero después del bautismo, cuando el espíritu se posó en él, he dado mi testimonio de que es el Hijo de Dios'». La expresión «pasar por delante» es típicamente iniciática; aparece también en Éxodo 33, donde YHWH «pasa por delante» a Moisés: «Haré pasar por delante de ti todo mi esplendor y proclamaré mi nombre, pero no podrás ver mi rostro, sólo mi espalda».

Eso significa que Moisés no estaba preparado para la plena revelación; sólo Jesús estaba destinado a realizar el estado crístico, inaugurando una nueva era. Aquellos que en los últimos años han observado un conflicto entre Jesús y Juan no han comprendido que, cuando un iniciado se bautiza en la Fuente, comienza a realizar el Cristo en él. En este caso, Juan-Yahvé, el Viejo hombre, se convierte en Jesús-Yashvé, el Nuevo hombre, el Cristo. El Hijo se convierte en Padre y el Padre en Hijo. Éste es el sentido de «después de mí viene un hombre» y «me ha pasado por delante porque él estaba primero que yo». Cristo representa el Espíritu divino en Juan, de modo que es preexistente al hombre-Juan. Pero se ha dicho que «viene después» porque el hombre Juan debe realizarlo, debe concebirlo en sí mismo y dejarle el puesto una vez completada la obra iniciática. El verdadero Hijo de Dios, del que habla Juan, no es el mismo Juan, sino el Cristo interior, el Espíritu divino, para cuyo nacimiento el iniciado debe trabajar, sacrificándose con la muerte sobre la cruz de la materia, simbolizada por el corte alquímico de la cabeza del Bautista, que debía morir y dejar el puesto a su consciencia superior. Esto es, el Hijo del hombre que deberá perder su naturaleza mortal con el sacrificio, exaltando en la naturaleza humana la consciencia de lo divino. Una expresión latina dice: ubi maior, minor cessat, «cuando aparece el mayor, el menor deja de existir».

Pablo ha tratado este tema fundamental: «Debéis despojaros del hombre viejo con la conducta de antes, el hombre que se corrompe tras las pasiones engañosas, y debéis renovaros por el espíritu de vuestra mente, revestiros del hombre nuevo, creado según Dios en la justicia y en la auténtica santidad» (Efesios 4, 22). Cristo es conocido por los iniciados como el Adam Kadmon, el hombre primordial, el ser perfecto. Los sufíes identificaban en el kadmon al eterno, al antiguo, «el que viene antes y después». También en el evangelio apócrifo de Tomás está presente el mismo concepto: «veréis imágenes vuestras que han sido antes que vosotros, que no mueren y que no se han manifestado». Este discurso es coherente con la figura Juan-Jesús. En Hechos de los apóstoles 13, 25, se confirma todo lo dicho: «Decía Juan al acabar la misión: ';Yo no soy lo que pensáis que soy'». Lo cual equivale a decir: «Juan es sólo mi identidad aparente, Cristo es la real y la espiritual que deberá surgir». Sentido perfectamente aplicable a las palabras presentes en Juan 1, 20: «Yo no soy el Mesías, el Mesías está aún por venir», y en Juan 3, 28: «Yo no soy el Cristo, sino que he sido enviado delante de él. Él debe crecer y yo tengo que disminuir». Probablemente el Bautista no había realizado aún el Cristo dentro de sí, sino que tenía que «devorar» a su propio componente humano, para que surgiera el divino. En tal sentido el hombre Juan disminuye y el Dios-Cristo aumenta. La muerte del Bautista tiene lugar el año 29 d.C., el mismo en que Jesús comienza su misión. Parece que detrás de la confusa historia bíblica se oculta un simbolismo que reunifica en uno las dos personalidades. Muy pocos habrán tomado en cuenta el significado oculto de la exclamación: «vendrá Uno después de mí». El Uno que viene después de Juan, que lo sustituirá, es precisamente el Ser Uno (y trino), el Unigénito Hijo de Dios que no significa «Único hijo» sino más bien «Hecho Uno», o sea, Unificado y no doble, como todo otro ser humano, en sustancia el Hombre Perfecto, el Hijo del Hombre, en el cual las dos naturalezas macho-hembra se han unificado. Parece que se proponga nuevamente el mito griego de los Dioscuros, donde Cástor es como Juan y el inmortal, Pólux, es como Cristo.
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Comentarios (1)

Fidel Falco Hace 1 año
Interesante artículo, mi gratitud a quienes hacen la revista con tanta seriedad y devoción. Vi que cita la biblia; debería citar el pasaje en que Ana y María, madres respectivas de Juan y Jesús y ambas embarazadas, se encuentran y sus vientres dan un brinco. También el pasaje en que Juan es decapitado a pedido de Salomé; esto constituiría un testigo de que no se trataba de la misma persona. Saludos desde Uruguay y gracias de nuevo por estimular la curiosidad humana.

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