Juan y Jesús dos nombres para un solo rey
Según algunas tesis, Juan el Bautista y Jesús podrían ser la misma persona

Juan dijo a Jesús: «Que seas el bienvenido. Ahora puedo irme. El día de Yavhé está en camino. Soy yo quien ha lanzado una llamada, he cogido el hacha de Dios y la he puesto a los pies del mundo. Era a ti a quien llamaba: has llegado y yo me voy, mi deber acaba aquí. Toma mi lugar». Así describe Nikos Kazantzakis, en La última tentación de Cristo, el paso del testigo entre el Bautista y Jesús.
Este pasaje oculta uno de los secretos mejor guardados de las antiguas órdenes iniciáticas, la identificación de Jesús el Cristo (el Mesías o el Ungido) con Juan el Bautista. Dos figuras que podrían ser la misma persona. La correspondencia entre Juan y Jesús permitirá a muchos entender mejor ciertos mecanismos todavía oscuros. La primera sospecha que me llevó a identificar estas dos figuras surgió al analizar las motivaciones por las que, para algunas órdenes iniciáticas la figura de Juan el Bautista parecía ensombrecer la de Jesús.
En su obra La revelación de los templarios, Picknett y Prince escribían: «Este santo, el presunto precursor de Jesús, fue extremadamente importante para Leonardo, a juzgar por su omnipresencia en las obras del artista (...) Juan domina la vida de Leonardo. Por ejemplo, Florencia está dedicada a este santo, al igual que la Catedral de Turín, donde se conserva la Síndone. Su último cuadro, que junto a La Gioconda se encontraba en su habitación mientras se acercaba su muerte, representaba al Bautista, y también la única escultura suya que se conserva representa a este santo (...). Esto nos ha desconcertado y llevado a ulteriores indagaciones para comprender si la obsesión de Leonardo por el personaje de Juan el Bautista pudiese tener un significado más profundo. Se dice que el Gran Maestre del Priorato de Sion (cargo supuestamente investido por Leonardo según las investigaciones de Baigent, Leigh y Lincoln en El enigma sagrado), es llamado Nautonnier en la organización, pero toma también el nombre de ';Juan'. Por ejemplo, Leonardo aparece en la más que polémica lista como Juan IX. En Tierra Santa, Godofredo de Bouillon conoció una organización llamada ';Iglesia de Juan' y entonces ideó un gran proyecto. Puso su espada al servicio de dicha Iglesia, una organización esotérica e iniciática que representaba a la Tradición y que basaba su supremacía en el espíritu. De este gran proyecto se derivarían el Priorato de Sión y la Orden de los templarios. Pero ¿es posible que el Priorato considerase la figura de Jesús como inferior a la de Juan? ¿Por qué se habla de Tradición Juanista? ¿Por qué el obsesivo interés de Leonardo por este personaje? ¿Por qué los Grandes Maestros asumen el nombre de Juan?».
De hecho, según la Tradición occidental, el Pontífice Supremo es Melquisedec, cuya figura está ligada a los más antiguos mitos sumerio-babilónicos, donde era llamado Oannes. En Sumer, el Oannes era un sabio, o guía de un grupo de sacerdotes. En Micenas, el Maestro de la Corporación de los herreros-alquimistas, recibía el título de wanax (rey). Anax significaba en griego exactamente «rey, señor, jefe», y su plural anakes confluye en la imagen de los Dioscuros (Cástor y Pólux).
Como veremos más adelante, la historia mítica de Cástor y Pólux vuelve a presentarse, con variantes, en Juan y Cristo, uno mortal y el otro inmortal. Nos recuerda también a la famosa pareja sumeria representada por Gilgamesh el divino (unión de gilga, «héroe» y mesh, «mesías») y Enkidu, el héroe mortal que se sacrifica por su amigo. El nombre Joannes se encuentra también en el antiguo Egipto, como se narra en el Libro de los muertos, donde los jaani cinocéfalos (con cabeza de perro) eran los espíritus servidores de Toth. Juan y los mandeos En relación a la unión entre la figura de Jesús y Juan como único «Maestro de Justicia» esenio, se expresó proféticamente Jeremías: «Vienen días en que suscitaré a David un germen justo, que reinará como rey y será sabio y practicará el derecho y la justicia en la tierra. Este será el nombre con que lo llamarán: Señor de justicia» (Jeremías 23.5).
Los mandeos consideran al Bautista uno de los líderes más importantes de su secta
Del tiqqun habló de manera admirable el cabalista Isaac Luria. Lo describía como un proceso de restauración macrocósmico relativo a las partículas de luz dispersas en la materia. El tekenu egipcio se refiere al microcosmos (hombre) y, al proceso alquímico de solve et coagula, de disolución de las tinieblas humanas y de restauración del «Hombre de luz». Este rito egipcio se basaba en el «paso a través de la piel» de un animal degollado, símbolo del renacimiento a la nueva vida (fin del nigredo y corte de la cabeza del Ego). En ese punto, el iniciado se vestía con aquella piel, adoptando la posición fetal, llamándose tekenu y se acostaba sobre la piel de transformación (meshka), saliendo de ella como un renacido de la matriz universal.
La piel, como envoltura, era llamada ut; de ahí «útero», porque se trataba de un simbólico regressus ad uterum. Veamos qué dice el Libro de los muertos egipcio: «He aquí al tekenu tendido bajo ella (la piel) en la tierra de transformación». En el sarcófago catalogado en el Museo de El Cairo con el número 28033, se recuerda al iniciado que recite: «Estoy acostado en la piel kenmet». El rito del paso a través de la piel se modificó en la XIX dinastía, pero el pellejo del animal siguió representando el dominio de la propia naturaleza terrenal y la «divinización» del cuerpo.
No es casual, entonces, que el Gran Sacerdote Juan llevase una piel de camello, por ser representación de los cuatro elementos y de los instintos materiales. Juan es conocido como el Predicador del desierto, un iniciado en la «Vía del desierto», y el camello es llamado precisamente «la nave del desierto». Juan, el príncipe Hasta ahora hemos hablado de la importancia, en las antiguas culturas iniciáticas, del cargo de Juan-Oannes. Pero, ¿sobre qué bases podemos confirmar la estrecha identificación de Jesús con Juan? Nuevas interpretaciones, también en el ámbito canónico, empiezan a asociar a Jesús con los esenios. Si bien no existen pruebas documentales a favor de esta tesis, Jesús había realizado la profecía de la llegada del nasi, el Rey Sacerdote o Maestro de justicia (zadoq) de los esenios. De los escritos qumránicos conocemos el hecho de que el nasi, el Mesías esenio, era también llamado «Estirpe de David» y «Estrella», y a Jesús en la Biblia se le llama precisamente «Estirpe de David» y «Estrella brillante» (Apocalipsis 22, 16). Además, es conocido el episodio de la disputa de Jesús en el templo, y se sabe que los esenios se refugiaron en Qumran por el rechazo a la comunidad de levitas de Jerusalén a la que consideraban corrupta.
El mismo Pablo, en Cartas a los hebreos, sitúa al sacerdocio de Melquisedec (el esenio) en una posición superior con relación al sacerdocio levítico (Hebreos 7,11). Estos ejemplos tendrían que bastar para confirmar la relación entre Jesús y el Nasi esenio. Habría sido instruido y preparado por ellos desde los 12 a los 30 años, para llegar a ser el defensor de los «peces». Los sacerdotes esenios disponían de un rol institucional para preparar a los futuros soberanos, los Reyes-sacerdotes y Maestros de Justicia del linaje de Jessé, al que pertenecía Jesús.
Sin embargo, en sus escritos los esenios hablan sólo del «nasi, el Príncipe mesiánico» que un día deberá guiar a las fuerzas de la Luz contra las Tinieblas. Nasi, como ya he dicho, es un término que significa Oannes, el Rey Pescador, el Portador de conocimiento. Además, Oannes se identifica con Joannes, de modo que Jesús era el Oannes-Nasi de la comunidad esenia, el zadoq Oannita, el Juan o Preste Juan, un rey del grial de estirpe davídica, no sólo «sacerdote según el orden de Melquisedec» (Hebreos 7,17), por haber realizado el Cristo en sí mismo. Jesús debía ser un nombre iniciático-cabalístico.
En los Misterios iniciáticos es obligatorio que el adepto cambie de nombre durante su evolución espiritual, como un sello de la transmutación de su consciencia y del nacimiento de un hombre nuevo. Este rito se encuentra también en la Biblia, con Simón, a quien Jesús llamará Cefas o Pedro, y con Saulo, posteriormente Pablo. El nuevo nombre es llamado nomen mysticum y es una constante entre los iniciados.
Del mismo se habla en diversos textos sagrados:
Eso significa que Moisés no estaba preparado para la plena revelación; sólo Jesús estaba destinado a realizar el estado crístico, inaugurando una nueva era. Aquellos que en los últimos años han observado un conflicto entre Jesús y Juan no han comprendido que, cuando un iniciado se bautiza en la Fuente, comienza a realizar el Cristo en él. En este caso, Juan-Yahvé, el Viejo hombre, se convierte en Jesús-Yashvé, el Nuevo hombre, el Cristo. El Hijo se convierte en Padre y el Padre en Hijo. Éste es el sentido de «después de mí viene un hombre» y «me ha pasado por delante porque él estaba primero que yo». Cristo representa el Espíritu divino en Juan, de modo que es preexistente al hombre-Juan. Pero se ha dicho que «viene después» porque el hombre Juan debe realizarlo, debe concebirlo en sí mismo y dejarle el puesto una vez completada la obra iniciática. El verdadero Hijo de Dios, del que habla Juan, no es el mismo Juan, sino el Cristo interior, el Espíritu divino, para cuyo nacimiento el iniciado debe trabajar, sacrificándose con la muerte sobre la cruz de la materia, simbolizada por el corte alquímico de la cabeza del Bautista, que debía morir y dejar el puesto a su consciencia superior. Esto es, el Hijo del hombre que deberá perder su naturaleza mortal con el sacrificio, exaltando en la naturaleza humana la consciencia de lo divino. Una expresión latina dice: ubi maior, minor cessat, «cuando aparece el mayor, el menor deja de existir».
Pablo ha tratado este tema fundamental: «Debéis despojaros del hombre viejo con la conducta de antes, el hombre que se corrompe tras las pasiones engañosas, y debéis renovaros por el espíritu de vuestra mente, revestiros del hombre nuevo, creado según Dios en la justicia y en la auténtica santidad» (Efesios 4, 22). Cristo es conocido por los iniciados como el Adam Kadmon, el hombre primordial, el ser perfecto. Los sufíes identificaban en el kadmon al eterno, al antiguo, «el que viene antes y después». También en el evangelio apócrifo de Tomás está presente el mismo concepto: «veréis imágenes vuestras que han sido antes que vosotros, que no mueren y que no se han manifestado». Este discurso es coherente con la figura Juan-Jesús. En Hechos de los apóstoles 13, 25, se confirma todo lo dicho: «Decía Juan al acabar la misión: ';Yo no soy lo que pensáis que soy'». Lo cual equivale a decir: «Juan es sólo mi identidad aparente, Cristo es la real y la espiritual que deberá surgir». Sentido perfectamente aplicable a las palabras presentes en Juan 1, 20: «Yo no soy el Mesías, el Mesías está aún por venir», y en Juan 3, 28: «Yo no soy el Cristo, sino que he sido enviado delante de él. Él debe crecer y yo tengo que disminuir». Probablemente el Bautista no había realizado aún el Cristo dentro de sí, sino que tenía que «devorar» a su propio componente humano, para que surgiera el divino. En tal sentido el hombre Juan disminuye y el Dios-Cristo aumenta. La muerte del Bautista tiene lugar el año 29 d.C., el mismo en que Jesús comienza su misión. Parece que detrás de la confusa historia bíblica se oculta un simbolismo que reunifica en uno las dos personalidades. Muy pocos habrán tomado en cuenta el significado oculto de la exclamación: «vendrá Uno después de mí». El Uno que viene después de Juan, que lo sustituirá, es precisamente el Ser Uno (y trino), el Unigénito Hijo de Dios que no significa «Único hijo» sino más bien «Hecho Uno», o sea, Unificado y no doble, como todo otro ser humano, en sustancia el Hombre Perfecto, el Hijo del Hombre, en el cual las dos naturalezas macho-hembra se han unificado. Parece que se proponga nuevamente el mito griego de los Dioscuros, donde Cástor es como Juan y el inmortal, Pólux, es como Cristo.
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