Así eranlos dioses alienígenas de los dogones
Los vastos y sorprendentes conocimientos astronómicos que atesoran los sabios de la etnia malí de los dogón, es el legado de unos dioses de aspecto anfibio que aterrizaron en sus naves voladoras en esa apartada región hace siglos.
Según algunas tradiciones, los dogones procedían de Mande, ubicado al suroeste de la escarpada región de Bandiagara, cerca de Bamako. En primer lugar se establecieron en el extremo suroeste de Kani-Na, para luego hacerlo en Sanga en el siglo XV. Aunque estudios recientes indican que el origen de este pueblo se encuentra al oeste del río Níger, o bien en las tribus del este, lo más probable es que sea el resultado de la mezcolanza de varios grupos étnicos de origen diverso. Cuando nació el primer asentamiento dogón en la región de Sanga, el Imperio de Malí estaba al borde de la desintegración a causa de las guerras internas. Tras un largo período de múltiples disputas, en 1818 se fundó el Imperio Fulani de Masina, instaurado por Seku Amadu, un importante líder religioso que pretendía la conversión al Islam de todos sus habitantes. Como resultado de este nuevo escenario político-militar, la mayoría de la población dogón huyó a la escarpada región de Bandiagara para evitar caer presa de los fulani o los mossi del sur.
Debido a la inaccesible orografía de la zona, los dogones permanecieron largo tiempo aislados, hasta que en 1890 los franceses comenzaron a colonizar el Delta interior del Níger y las regiones adyacentes.
Aunque resistieron a las tropas francesas durante más de dos décadas, en 1920 el Ejército galo sometió a Tabi, el último poblado dogón Una de las primeras consecuencias del colonialismo francés consistió en la llegada a Malí de diversos científicos galos que pretendían estudiar las costumbres y modo de vida de las tribus locales. De esta forma, en 1931, el reputado antropólogo y etnólogo Marcel Griaule aterrizó en la región dogón con la intención de conocer más detalles de un pueblo prácticamente desconocido en aquel entonces. Sus miembros habían permanecido aislados del resto de las etnias de Malí, «enclaustrados » en sus propios ritos durante cientos de años.
«AÚN MERODEAN CERCA DE LA ALDEA»
De todos modos, Griaule tuvo que esperar al fin de la II Guerra Mundial para realizar el mayor descubrimiento de su carrera. En 1946, el antropólogo entabló amistad con el cazador ciego Ogotemmeli en la aldea de Sanga. Este sabio dogón lo puso en contacto con otros hombres eruditos de la referida etnia, quienes acabaron revelándole algunos de sus secretos.
De este modo, Griaule se convirtió en el primer occidental que conseguía acceder a la complicada cosmogonía del enigmático pueblo, que se transmitía exclusivamente de forma oral entre los ancianos.
El francés anotó en su cuaderno de campo que para los dogones existían tres tipos principales seres divinos: Amma, el Dios del cielo; Nommo, el del agua; y Lewe (o Lebe), el de la tierra. Amma, la deidad principal de las tres, representaba al creador de los seres humanos y del resto de la vida que existe en el mundo. Según la tradición, Amma puede interferir en la vida de las personas para bien o para mal, de modo que la mayoría de los sacrificios y rituales están destinados a este dios todopoderoso.
Griaule no tardó en enterarse de quiénes eran los Nommos: unos temidos dioses que vivían en el agua y que estaban muy presentes en casi todas las tradiciones de los dogones. Para los ancianos de esta etnia, el primer ser vivo creado por Amma fue un Nommo, que acabó sufriendo una transformación y multiplicándose en cuatro pares de gemelos. Uno de ellos se rebeló contra el poderoso orden universal creado por Amma, de modo que el Dios del cielo no tuvo más remedio que sacrificarlo.
En su erudito libro Etnología y lenguaje del pueblo dogón (1965), Griaule escribe sobre estos seres: «Nommo, el salvador, condenado a morir y luego a resucitar, bajó a la tierra con un arca en la que se hallaban los primeros hombres, así como todas las plantas y animales destinados a poblar su universo (…) Nommo y sus compañeros eran peces (…) El que se haya escogido un pez siluro como soporte exacto de su imagen se debe a determinadas características de la especie: estos peces (que los dogones denominan ána´gono, que significa «hombre encorvado») carecen de escamas; tienen la piel desnuda, como el ser humano; poseen una dentadura bien desarrollada y una serie de huesecillos que unen la vejiga natatoria con la oreja (…) Pero el siluro goza de una particularidad aún más extraña: de entre todos los peces, es seguramente el menos mudo, puesto que puede emitir sonidos expulsando el aire por la boca, lo cual puede interpretarse como una predisposición hacia la palabra. Asimismo, y a merced de un órgano respiratorio complementario, puede vivir durante bastante tiempo fuera del agua y hacer recorridos sobre la tierra húmeda».
Según se desprendía de las palabras de Ogotemmeli, los Nommos, los enigmáticos dioses anfibios, aún merodeaban por los alrededores de la aldea, e incluso en algunas lagunas sagradas se les veía entrar o salir con cierta frecuencia…
UNA NAVE NODRIZA
Si hemos de hacer caso a la tradición dogón, en los siglos XI ó XII los Nommos descendieron desde los cielos a bordo de un arca que «retumbó como una tormenta al bajar». Según la descripción facilitada por el anciano Ogotemmeli, el arca era parecida a una cesta de mimbre de 10 codos de altura, 20 de ancho en su parte inferior y 8 en la superior. Tenía cuatro caras y diez peldaños en cada una de ellas. En el sexto peldaño de este objeto había una puerta con ocho compartimentos de dos pisos de altura.
En su obra El Zorro Pálido (1965), los antropólogos Marcel Griaule y Germaine Dieterlen incluyen la descripción exacta que ofrecieron los ancianos respecto al aterrizaje del arca. Indudablemente recuerda demasiado al descenso de una nave espacial. «El arca aterrizó en la seca tierra del Zorro –leemos en la obra de Griaule y Dieterlen– y desplazó un montón de polvo que levantó el torbellino que había causado. (…) La violencia del impacto puso la tierra áspera. (…) El arca resbaló sobre el suelo. (…) Es como una llama que brotó cuando tocó la Tierra. El Nommo era tan rojo como el fuego. (…) Cuando aterrizó se volvió blanco».
En su libro El misterio de Sirio, el famoso investigador Robert Temple escribe: «Las descripciones del aterrizaje del arca son extremadamente precisas. Se dice que lo hizo en la tierra al noroeste del país de los dogones, que es de donde ellos dicen proceder y que está, naturalmente, en dirección a Egipto y el Medio Oriente en general».
Temple también publica en su obra que los ancianos se referían a otro desconcertante asunto: «Después de que el arca tomara tierra, (…) algo descrito como un 'caballo' o simplemente como 'cuadrúpedo', tiró del arca con sogas hasta una depresión. A renglón seguido, la depresión se llenó de agua». También Griaule y Dieterlen ofrecen su versión del aterrizaje: «El gran arca salió del cielo y descendió. En el centro estaba Nommo, que bajó. Entonces regresó al agua. (…) Desde entonces se lo llamo O´Nommo, 'el Nommo del estanque'. Por respeto, los hombres no pronuncian este nombre, sino que en su lugar lo llaman d´í tigi, 'dueño del agua'». Los sabios dogones también comentaron a los antropólogos que antes de la irrupción del arca, una estrella de brillantes rayos rojos «como la sangre», apareció en el cielo y, pasado el tiempo, acabó llevándose a los Nommos. A este respecto, Temple escribió lo siguiente: «Los dogones parecen distinguir claramente entre el arca con la que aterrizaron los Nommos y lo que podemos suponer que era la autentica nave interestelar suspendida a gran altura, que los dogones dicen que apareció en el cielo como una nueva estrella y acabó marchándose con los Nommos cuando éstos se fueron de la Tierra». Pero ¿cómo eran estos dioses estelares?...
SERES MONSTRUOSOS
Los Nommos también son designados por los dogones como los «Señores del Agua», los «Instructores» o los «Monitores». Siguiendo los trabajos del antropólogo francés, podemos reconstruir el aspecto de estos dioses, que muchos investigadores creen que pueden reflejar una realidad más allá de los mitos.
Según pudo averiguar Griaule, eran seres anfibios que tanto podían permanecer dentro de las lagunas largos periodos de tiempo como en el exterior caminando entre los humanos.
A continuación mostramos algunos de los datos facilitados por los ancianos al antropólogo, que éste recopiló en su obra Dios del Agua (1966): «Eran de color verde, en forma de persona y serpiente. De la cabeza hasta la cintura eran como las personas, el resto de serpiente. Tenían los ojos rojos, hendidos como los de los hombres, y la lengua bífida como las de los reptiles. Los brazos flexibles no presentaban articulaciones. Todo su cuerpo era liso, resbaladizo como la superficie del agua, cubierto de pelos cortos y verdes. (…) No tenían pabellones, sino únicamente orificios auditivos; sus manos les servían de orejas para oír. (…) Sus manos eran palmeadas. (…) Su cuello tenía arrugas (…) paralelas en la sien a cada lado (…) y aletas en la nariz».
Es curioso señalar que los ancianos le dijeron a Griaule que en las articulaciones de las muñecas, los Nommos poseían huesos circulares, añadiendo que «sus brazos eran flexibles aunque tuvieran largos huesos continuos». Se trata de una interesante información que podría tener relación con las mitologías de otras culturas que también aluden a la presencia de entidades sobrenaturales que descendieron de los cielos.
Lee el reportaje completo en el nº294 de la revista AÑO CERO, correspondiente a enero de 2015
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