Mundo futuro
24/05/2024 (08:00 CET) Actualizado: 24/05/2024 (08:00 CET)

Sueños salvadores

Muchos pueblos indígenas vislumbran su destino a través de sus experiencias oníricas. El neurocientífico Sidarta Ribeiro explora algunos de ellos

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Sueños proféticos siguen guiando a los pueblos indígenas
Sueños proféticos siguen guiando a los pueblos indígenas
Nº 382, Mayo de 2022
Este artículo pertenece al Nº 382, Mayo de 2022

El sueño expresa el destino, pero no garantiza llegar a él, como alguien que viaja en la dirección correcta pero que puede detenerse antes, acelerar o seguir rutas alternativas. El destino es hacia donde estamos yendo, pero no necesariamente hacia donde vamos. Los sueños bien soñados vislumbran nuestro destino a través de simulaciones de posibles trayectos y resultados. Soñar es como tantear un cuarto oscuro con un rayo de luz, cuando las paredes son el futuro mismo.

Descendemos de pueblos que sueñan desde el principio de los tiempos. Si en las civilizaciones urbanas el sueño ha dejado de ser esencial para el funcionamiento de la sociedad, en muchas culturas indígenas nunca se dio este paso. El sueño todavía habita e ilumina la mente de los cazadores-recolectores, representantes contemporáneos del modo de vida adoptado por casi todos nuestros antepasados. Comprender la perspectiva onírica de estos pueblos es muy importante para esclarecer nuestra trayectoria hasta aquí y los desafíos que tenemos por delante.

En general, más allá del tiempo y del espacio, estos pueblos reconocen en los sueños la capacidad de predecir el futuro, ya se trate de sueños regularmente accesibles para el soñante medio, de sueños reveladores en momentos vitales particularmente significativos o de sueños chamánicos estimulados por ritos de iniciación, sanación u orientación espiritual. Cultivan experiencias oníricas de gran poder e importancia perenne, capaces de inspirar, iniciar, aconsejar, enseñar a la gente y hacerla madurar. Es a través de estos sueños formativos como los jóvenes deciden recorrer los diferentes caminos que ofrece la vida adulta, como el del chamán o el del guerrero cazador.

Los Pataxos piden consejo a los guías ancestrales en sus sueños
Los Pataxos piden consejo a los guías ancestrales en sus sueños

ADELANTARSE AL FUTURO

Los primeros relatos europeos sobre los pueblos del Nuevo Mundo dejaron constancia de la relevancia social del acontecimiento onírico amerindio. Hans Staden, un soldado alemán del siglo XVI que naufragó en la costa brasileña y fue cautivo de los tupinambás, contó que antes de partir a la guerra los chamanes instaban a los indígenas a escrutar con atención sus sueños. Si estos les mostraban su propia carne ahumándose en el fuego, desistían de combatir y permanecían en la aldea. Pero si tenían visiones en las que quien era asado era el enemigo, se armaban, hacían festejos y peleaban. Los misioneros jesuitas de los siglos XVII y XVIII relatan que los iroqueses del nordeste de EE UU y el sudeste de Canadá entendían los sueños como viajes enigmáticos para satisfacer los deseos del alma. Con el fin de dar efecto a las revelaciones oníricas, el soñante iroqués las narraba en público hasta que se llegaba a una interpretación metafórica que orientase de forma apropiada las acciones posteriores.

Casi trescientos años después, entre los jíbaros achuar de Ecuador se documentó la creencia en los sueños como metáforas relativas al futuro y fuertemente determinadas por relaciones de depredación. Los achuares clasifican los sueños en tres tipos básicos. Los de buen augurio para la caza son silenciosos, están repletos de imágenes y deben ser interpretados con sigilo para no asustar a la presa. Tal interpretación debe observar analogías e inversiones, de modo que un episodio onírico de pesca, por ejemplo, pueda ser interpretado como una buena oportunidad de cazar aves. El sueño de buen augurio es condición necesaria, pero no suficiente, para la caza; no garantiza el éxito sino que sugiere al soñante cómo actuar para alcanzarlo. 

El segundo tipo incluye los sueños de mal augurio para quien sueña o para sus familiares. También son silenciosos y están llenos de imágenes, pero en su caso son muy intimidatorios porque presentan a los enemigos en forma de animales. El tercer tipo es el «sueño verdadero» con antepasados y espíritus, caracterizado por la aparición de mensajes verbales. En estos sueños es posible invocar espíritus específicos para que realicen tareas apropiadas a sus características. Para inducir esta demiurgia de criaturas de la mente, los sueños son propiciados mediante varias formas de abstinencia y por la ingestión de tabaco y plantas psicodélicas. Los jíbaros aguarunas de Perú utilizan la misma palabra para referirse al sueño y al trance inducido por la ayahuasca. Creen que bajo su efecto es posible contemplar acontecimientos en curso, aún no consumados pero con diferentes probabilidades de ocurrir. Por lo tanto, para los aguarunas el sueño no es presagio de un futuro inexorable, sino una oportunidad para moldear el futuro de forma mágica, por la intención y sobre todo por la acción onírica.

Mujer Xavante
Mujer Xavante

EL VIAJE DEL ALMA

Entre los pirahas, indígenas del Amazonas, se sueña con capturar canciones, con guerras o con sellar alianzas con los espíritus. En palabras del antropólogo brasileño Marco Antonio Gonçalves, del Museo Nacional de la Universidad Federal de Río de Janeiro, «si el sueño puede generar un acontecimiento, este puede producir un sueño. Es decir, lo que pasa en el sueño pasará en el mundo como repetición y lo que pasó en el estado de vigilia pasa en el sueño como representación». Entre los waujás del Alto Xingu, el sueño es considerado un fenómeno similar al trance, a la enfermedad, a los rituales y a los mitos. En estos estados el alma realiza un viaje y consigue entrar en contacto con seres extrahumanos. De la difícil negociación con estos seres puede surgir el conocimiento útil, como el magnífico repertorio waujá de dibujos geométricos recibidos en sueños.

Entre los parintintin del río Madeira, en el sudeste del Amazonas, los sueños se narran por la mañana y con vistas a prever el futuro. Como en el caso de los mitos, se utilizan formas gramaticales específicas para relatar las experiencias oníricas. Entre los kalapalos, sin embargo, no parece existir una palabra específica para designar el sueño, que se interpreta como una expresión de los deseos del soñante, de sus metas y posibilidades futuras. Los kalapalos desconfían de la elaboración verbal del sueño, pero creen en la veracidad de la imagen onírica. Por esta razón, se invierte un gran esfuerzo en la búsqueda de las mejores palabras para relatar las acciones oníricas.

Entre los mehinakos del Alto Xingu, los sueños son también, de forma cotidiana, objeto de narración e interpretación justo después del despertar, cuando los soñantes todavía están en la hamaca y pueden relatar a sus vecinos más cercanos los viajes nocturnos emprendidos por el alma (o la sombra) del ojo. Los sueños pueden tener relevancia directa para el futuro; no lo determinan, pero proporcionan pistas sobre cómo proceder para lograr los efectos deseados. Los mehinakos también valoran las interpretaciones metafóricas de los sueños. Soñar con hormigas voladoras, por ejemplo, puede interpretarse como la muerte de algún pariente, porque estas hormigas tienen una vida corta.

Jíbaro Achuar CONAIE, ANPE FOTOPatricio Realpeconaie,org
Jíbaro Achuar CONAIE, ANPE FOTOPatricio Realpeconaie,org

SUEÑOS MÁGICOS

A unos trescientos kilómetros al sudeste del Xingu, entre los xavantes –que, a pesar de la pequeña separación geográfica, están lingüísticamente muy lejos de los mehinakos– los sueños desempeñan un papel aún más central en la vida social del grupo. El hecho de que los xavantes usaran sus sueños para sobrevivir a las desavenencias con los blancos –hoy en día son uno de los pueblos indígenas sudamericanos más numerosos, con más de dieciocho mil individuos– justifica la presentación detallada de su caso. En la cultura xavante el sueño no es un privilegio de jefes espirituales y chamanes, ya que todos pueden tener visiones oníricas adivinatorias con tres funciones principales. La primera está relacionada con la caza, la guerra y las enfermedades; la segunda concierne a la explotación de otros pueblos; la tercera consiste en la revelación de cantos, lamentos, danzas y rituales destinados a ser cultivados por toda la comunidad.
Las revelaciones oníricas no son eventos pasivos para los xavantes. Por el contrario, se necesita mucha concentración para llevarlas a la vigilia. Los sueños mágicos son esperados y propiciados ritualmente con gran emoción. Esto aseguraba un xavante: «Siempre hay que prestar atención a las cosas con las que quieres soñar, tienes que concentrarte en la música o en alguna fiesta. No puedes dormir sin preparación, uno no puede quedarse a la espera sin más, debes albergar una esperanza, intentarlo con todas tus fuerzas; (…) los espíritus y algunas personas que vivieron antiguamente, antes del contacto, de la aldea, verán que eres trabajador, y más tarde soñarás con una hermosa melodía o recibirás una canción para alguna fiesta». La práctica onírica es necesaria para el buen funcionamiento de la sociedad xavante. «Al dormir yo sueño, duermo y sueño. Los otros están cantando. Yo sueño con hacer felices a los otros que cantarán mi sueño».

Según el escritor indígena Kaka Werá Jecupé: «De los antiguos pueblos tapuia, los que más conservaron la tradición del sueño fueron los xavantes. El sueño es el momento sagrado en el que el espíritu es libre y en el que realiza diversas tareas: purifica el cuerpo físico, su morada; viaja hasta la morada ancestral; a menudo vuela por el pueblo y, a veces, a través del Espíritu del Tiempo, se dirige a los márgenes del futuro (…). Una aldea xavante es semicircular (…). En el centro se encuentra el patio de las actividades: ceremonias, fiestas, rueda del consejo y rueda del sueño. Fue en el patio donde se narró, a partir del sueño, el comienzo de la historia del amansamiento del hombre blanco».

Protestas xavantes Roosewelt PinheiroABrWikipedia
Protestas xavantes Roosewelt PinheiroABrWikipedia

EL PUEBLO QUE SE ESFUMÓ

Los xavantes se encuentran entre los pueblos más antiguos que ocupan América del Sur. Habitaban desde tiempos inmemoriales el altiplano central del territorio brasileño, donde hoy se encuentra el estado de Goiás; eran los orgullosos señores de una tierra poblada por jaguares, armadillos, tapires, osos hormigueros, tucanes, loros y guacamayos. Sin embargo, a partir de mediados del siglo XVII, exploradores en busca de oro y esclavos comenzaron a invadir su territorio en la margen derecha del curso de agua cuyo nombre resume la naturaleza del contacto, el río das Mortes (río de las Muertes). Fueron cien años de sangrientos conflictos con buscadores de metales y piedras preciosas y tropas militares, que buscaron «amansar» por la fuerza a los xavantes.

Y entonces sucedió algo sorprendente: los indomables xavantes desaparecieron. ¿Debatirían este cambio radical de estrategia en una rueda de sueño? No hay registro histórico de la decisión. El hecho es que entre 1844 y 1862 el grupo partió hacia el oeste, cruzando a la orilla occidental del río Araguaia y migrando en dirección al cerro del Roncador, en el actual estado de Mato Grosso. Se llegó a enviar, en vano, una expedición para localizarlos. Desaparecieron en la inmensa sabana del altiplano central, haciéndose invisibles en sus palmerales y mesetas. En su larga diáspora de conflictos culturales y éxodo a regiones cada vez más remotas, los xavantes lograron aislarse. Ya sea por la distancia, por su agresividad o por los hechizos obtenidos en sueños a los que atribuían su invisibilidad, consiguieron pasar el siguiente siglo sin que los blancos los molestasen.

Sin embargo, con el paso del tiempo, la frontera entre los dos mundos avanzó de nuevo. En los años treinta volvieron a tener lugar conflictos violentos, y esta vez había mucho menos espacio para escapar. En 1938, el dictador Getúlio Vargas lanzó la Marcha hacia el Oeste, una campaña oficial del Gobierno para ocupar el centro de Brasil. En busca de representaciones nacionales de pureza racial, Vargas eligió a ciertos pueblos indígenas como símbolos del vigor nacional. 

NUEVO CICLO ESPIRITUAL

El Servicio de Protección al Indio (SPI), tantas veces connivente con la invasión de tierras indígenas y con la explotación o el genocidio de sus pueblos, experimentó en los últimos años de la dictadura de Vargas un regreso transitorio a los románticos días de su fundador, el mariscal Cândido Rondon (1865-1958), que extendió líneas telegráficas por las regiones agrestes brasileñas sin recurrir a la violencia contra los indios. Vargas visitó a los karajás en la isla del Bananal para grabar imágenes propagandísticas, sobrevoló el territorio xavante y ordenó expediciones de contacto. El encuentro no fue fácil al principio. A finales de 1941, el ingeniero Genésio Pimentel Barbosa dirigía un equipo compuesto por trabajadores del SPI e intérpretes xerentes para crear un puesto de atracción cercano a los xavantes en la orilla derecha del río das Mortes.Aunque los regalos ofrecidos al principio habían sido aceptados, el 6 de noviembre los xavantes mataron a Pimentel Barbosa y a varios miembros de su equipo a golpes de borduna.

Afortunadamente, en ese momento el SPI decidió no utilizar la violencia. Un lema grabado en la entrada del cementerio del pueblo que se alza en el lugar del ataque anunciaba otra actitud: «Morir si es necesario, nunca matar». En 1943, el Gobierno brasileño creó una misión oficial para trazar un mapa de las áreas ocupadas por los xavantes y otros grupos indígenas, la famosa expedición Roncador-Xingu. En 1946, el explorador Francisco Meireles dirigió una expedición a caballo a través de los campos anegados y cruzó los palmerales de buritíes hasta llegar muy cerca del cerro del Roncador. Esperaron un día y una noche, hicieron señales de fuego y lanzaron bengalas, pero no apareció nadie. Dejaron regalos y regresaron al río das Mortes.

Entonces, unos días después, los objetos ofrecidos fueron aceptados. Una vez más, la estrategia de los xavantes había cambiado; ahora buscaban el intercambio pacífico con los blancos. Después de sobresaltos, disparos de flechas y contactos furtivos en los barrancos del río das Mortes, los xavantes bajaron sus armas y a cambio recibieron machetes, hachas, anzuelos, utensilios domésticos de acero, armas de fuego, munición, ropa, espejos y medicinas. El cacique Apoena («el que ve lejos») fue el personaje indígena fundamental para legitimar el proyecto de amansamiento mutuo. Según la tradición xavante, Apoena habría ejecutado una estrategia prevista en sueños por su abuelo, relacionada con el inicio de un nuevo ciclo en el mundo espiritual. La violencia y la huida ya no eran soluciones viables, había que hacer algo nuevo. En 1949 Apoena recibió por fin a Meireles en su pueblo. El encuentro fortaleció al jefe indígena en las luchas internas de los xavantes y definió un nuevo modelo de contacto basado en la integración controlada en la economía de los blancos, capaz de armonizar el consumo de suministros proporcionados por el Gobierno con el mantenimiento del estilo de vida seminómada.

EL PROFETA ONÍRICO

Sin embargo, a pesar de los esfuerzos diplomáticos de Apoena, las tierras xavantes tardaron en ser demarcadas. Para los militares y empresarios de las metrópolis brasileñas, la creación del Parque de Xingu en el norte de las tierras xavantes, fruto del esfuerzo de los sertanistas Orlando y Cláudio Villas-Bôas, fue una concesión más que suficiente. Apretujados por la creciente presión agraria, desafiando a colonos y políticos, los xavantes solo comenzaron a ver oficializadas sus tierras –aun así reducidas en sus límites– a finales de los años sesenta. El creciente contacto con los blancos, en plena explosión demográfica, indujo a los xavantes a abandonar sus pueblos hacia las ciudades o misiones religiosas. Las invasiones y los vuelos rasantes se volvieron comunes, las enfermedades y el hambre se propagaron, y la población xavante comenzó a disminuir. Existía riesgo real de desintegración étnica.

Fue entonces cuando Apoena demostró una vez más su visión de largo alcance. En una estrategia de amansamiento inspirada en los sueños y acordada con la comunidad, Apoena envió a ocho de sus nietos a vivir en Ribeirão Preto con familias blancas vinculadas a uno de los pocos hacendados amigos que había en las cercanías. El objetivo era incorporar las prácticas de la cultura blanca, pero también impregnar a esta última de la cultura xavante. Para complementar la estrategia, al tiempo que enviaban aprendices embajadores al misterioso mundo exterior, los xavantes cerraron las fronteras de sus aldeas para detener el proceso de aculturación. Era 1973, en pleno apogeo de la dictadura militar, pero funcionó. El cierre de las fronteras dio tiempo para que los nietos de Apoena crecieran como verdaderos miembros de las familias que los adoptaron, creando vínculos de solidaridad que han protegido a los xavantes desde entonces. Apoena murió en 1978, dejando bien alto el sueño utópico de la pacificación.

¿De verdad Apoena soñó con todo esto? No existe documentación antropológica que pueda responder a esta pregunta, y quizá no sea importante. Más que saber si fue o no en sueños como Apoena visualizó sus acciones políticas, es esencial entender que el relato sobre el que las sustentó fue narrado y vuelto a narrar como un sueño hasta que se extendió por toda la comunidad xavante y más allá; como ahora, en este mismo momento, mientras tú lo lees. A través de la reiteración de la narración, el deseo individual se transformó en deseo colectivo.

GUÍAS DE OTROS MUNDOS

Hoy, los nietos de Apoena desempeñan un papel fundamental en la relación de los xavantes con el mundo exterior: filtran información, defienden sus derechos y preservan su identidad cultural. Los nuevos líderes, con formación universitaria, registran en vídeo y audio las tradiciones de su pueblo; viejos y jóvenes atienden hipnotizados a estos documentos que replican su cultura con la tecnología de los blancos. Filmadas con cámaras digitales portátiles, las aldeas son ahora centros difusores de la cultura xavante por todo el planeta.

El cineasta xavante Divino Tserewahú filmó en detalle el importante ritual wai’á rini, celebrado cada quince años y secreto hasta hace poco. En este ritual los niños buscan el desvanecimiento a través de danzas, ceremonias, conflictos escénicos y extenuantes pruebas físicas que incluyen carreras desbocadas, privación de agua y fijar la mirada en el sol. Cuando finalmente se desmayan y entran en trance, reciben visiones y son iniciados en la vida adulta según la guía de sus ancestros. La película narra cómo adquieren poderes de curación, canto e interpretación onírica. «El sueño es muy importante para la vida del hombre xavante. A través del sufrimiento y el desmayo durante la celebración puede ver lo que sucederá en el futuro. Cuando cuenta lo que ha soñado, realmente sucede. También puede encontrar a los muertos a través del sueño. Por eso es importante sufrir y desmayarse mucho durante la celebración del wai’á rini. El que más sufre, sueña más y tiene más poder».

Los sueños siguen siendo esenciales en la política de relaciones exteriores de los xavantes. Cuando son convocados a Brasilia para negociar alguna cuestión sobre la demarcación de la tierra, los ancianos se reúnen para debatirla y luego tratan de soñar con sus ancestros y entidades creadoras para pedir consejo. A veces los sueños los transportan a la capital para experimentar las reuniones que se les proponen. Cuando el resultado no es bueno o cuando no tienen confianza en los negociadores blancos, ni se molestan en hacer el viaje en el mundo real.

 

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