Creencias
01/12/2006 (00:00 CET) Actualizado: 03/06/2019 (10:58 CET)

El lado más oscuro de la Santería

Cuenta la leyenda que la princesa Sikán, del reino de Efor, fue una tarde al río para sacar agua. Cuando extraía tan preciado elemento, atrapó sin quererlo en el mismo recipiente al sagrado pez Tanze, encarnación en la tierra de la Suprema Deidad Abasí, dueña del Gran Misterio.

01/12/2006 (00:00 CET) Actualizado: 03/06/2019 (10:58 CET)

El castigo por tan aberrante acto consistió en el sacrificio de la vida de Sikán, cuya piel fue a cubrir el exterior del tambor sagrado o Ekwé. Desde aquel momento, el tambor pasó a ser un vehículo por el que Abasí se comunicaría con unos cuantos privilegiados, con tan solo ser tañido, transmitiendo de esa manera el Gran Misterio a lo largo de los siglos. Pero cuentan también que el Ekwé, al que solo tendrían acceso unos pocos, debía ser regado con la sangre de una mujer de manera frecuente, para de esa manera no perder su poder, ni su capacidad de intermediario entre dos mundos: el humano y el de los dioses.

Cuba: el reino de la santería

Entrar en los dominios de Fidel Castro no es tarea fácil para un periodista. Y menos aún si la visita es realizada con un afán de investigación o documentación. Al tiempo perdido en los aeropuertos españoles, y las nueve horas y media de vuelo, tuve que sumar otras tres horas en la sala de desembarque del aeropuerto José Martí, la mitad esperando la maleta, que no aparecía por ningún lado puesto que estaba siendo cuidadosamente registrada, y la otra mitad en un profundo interrogatorio que me llevaría a explicarles el motivo de cada objeto «sospechoso» que llevaba en el interior de la misma: ordenador portátil, grabadora grabadora digital, mini disc, videocámara, cargadores, baterías, cintas, GPS, étc…
Aun así, el tedio y la desesperación valían la pena. Mi visita a La Habana formaba parte de un premeditado plan para abordar en profundidad los entresijos de una de las sectas de origen africano más temidas y violentas de Cuba: el movimiento Abakuá, el controvertido reducto donde aun se custodia el secreto y el uso del Ekwé, y que se vanagloria de ser depositario de los mensajes del sagrado Abasí.

Como sucede en la mayor parte de los ritos y creencias de Centroamérica, sus orígenes se remontan al más remoto pasado del continente negro. Desde África, y a mediados del siglo XV, vinieron los primeros esclavos negros que traerían consigo el culto Abakuá. Al contrario que ocurriría con otros cultos religiosos, los devotos de Abasí, orgullosos hasta la médula, no aceptarían el sincretismo de sus dioses para pasar desapercibidos ante el yugo católico. Más bien mantuvieron sus creencias y rituales tal y como lo hacían en África, aunque de una manera absolutamente secreta. Desde ese momento la maldad del movimiento creció, fomentada por el odio y el rencor hacia aquellos hombres blancos que los habían apresado y obligado a trabajar sin descanso.

La polémica ha estado servida desde el momento en que se empezaron a conocer algunos detalles del comportamiento de la secta. Se habla de sacrificios humanos llevados a cabo durantes sus rituales, y de unas pruebas de iniciación que bien podrían incluir el desafío de acabar con una vida humana como honra al gran dios Abasí. Siendo una secta absolutamente machista, también aborrece al hombre blanco, en mayor medida aún al «conquistador» español, al que durante siglos ha asesinado sin piedad. Se dice que nadie puede ofender o atacar a un Abakuá sin perder la vida, o que incluso nadie que ha pertenecido al movimiento lo puede abandonar, y mucho menos revelar los secretos internos. Todos estos interrogantes convierten a la secta Abakuá en un jugoso terreno abonado para las suposiciones y los interrogantes. Unos interrogantes sobre los que me proponía arrojar algo de luz.

Amenazado por la secta

Antes de salir de la Península Ibérica, y a través de unos amigos cubanos exiliados en Miami, supe de la existencia de un conocido maestro Yoruba o santero, que durante años ha luchado con éxito contra los Abakuá, quienes han pretendido quitarle la vida en numerosas ocasiones. El motivo es bien simple. Alfred ha protegido de una muerte segura al que probablemente sea el único ex devoto vivo de la secta. Con esa acción se ha convertido en un hombre perseguido, cuyos días podrían estar contados.

Si acceder a él vía telefónica fue complicado (logré localizarlo en uno de los centros santeros más importantes de Cuba), aún más lo fue convencerle para encontrárnos y conversar. Como era lógico, jamás daba su dirección personal a nadie, por miedo a las represalias mencionadas. Tampoco se atrevía a concertar una cita en cualquier lugar, donde podría ser apresado fácilmente. Tras largos minutos de charla, logré que aceptara verme en un lugar tan concurrido y vigilado como el Hotel Nacional de Cuba, uno de los más lujosos del país.

Mi primera impresión fue la de estar ante un hombre asustadizo y tímido, aunque tras algún tiempo de dialogo se mostró seguro de si mismo, inteligente y con una capacidad de observación fuera de lo común. Poco a poco me fue revelando información sobre los Abakuá que me era totalmente desconocida.
«Aunque pudiera parecer mentira en los tiempos que estamos, y a pesar de que las autoridades hacen oídos sordos, los Abakuá continúan realizando rituales de sangre y muerte, valiéndose de niños que son secuestrados en la misma ciudad», me contó, haciéndome estremecer. «También, como dicta la tradición, el sagrado tambor, hecho con piel humana, es regado con sangre de mujeres. Te sorprendería saber cuantas de ellas desaparecen en La Habana cada año…»
El miedo del ciudadano de a pie hacia los Abakuá estaba justificado. La leyenda nos dice que dominan de tal forma sus mentes, que son capaces de hacerse invisibles, pudiendo seguirte sin que te des cuenta, y degollarte en cualquier esquina. Pero más allá de toda leyenda, lo que parecía claro es que los miembros de esta secta, preferían usar sus poderes sobrenaturales antes que los físicos. Dicen que son capaces de provocar la muerte de una persona a través de sus maleficios, pues es una religión que busca hacer el mal. Quizá por ello utilizan elementos afines a lo perverso: el cráneo de un macho cabrío, la cruz cristiana invertida, el consumo de sangre humana y la antropofagia.

Un ex devoto en la sombra

La historia de Jorge, ex devoto Abakuá, es muy triste. Este adolescente, según me contó Alfred, decidió huir de sus problemas económicos ingresando en aquel grupo, donde sus integrantes se protegen mutuamente hasta la muerte. Desde ese momento no necesitaría mendigar y tal vez iría consiguiendo mejores puestos, gracias al miedo y el respeto que aquellos sectarios causaban en la gente. Pero todo tiene un precio.

Su prueba de iniciación fue contundente. Jorge debía apuñalar a un hombre blanco en la ciudad, oculto por el manto de la noche. Era la prueba de fuego para entrar a formar parte de los Abakuá. Aquel crimen, cuando fuera descubierto, no implicaría a la secta, ya que los asesinatos en los barrios pobres son relativamente frecuentes, fruto de la extrema pobreza de determinadas zonas. Aunque su intento de acabar con una vida humana no llegó a culminarse, ya que el joven no tuvo valor para rematar a su adversario, fue aceptado como uno más. Pero todo no acababa ahí. Jorge asegura que tuvo que pasar por otras pruebas igualmente desagradables. Dentro de un complejo entramado de rituales, debía beber sangre humana, de un niño o una mujer, que se hallaba en una jarra transparente. También tuvo que provocarse grandes heridas y cortes en su cuerpo, arrancándose fragmentos de carne, lo que simbolizaba la total adhesión al dios Abasí. En lugar de sentirse afectado por el proceso, dio gracias a los dioses por haberle evitado tener que mutilarse algún dedo, como otros habían hecho antes que él.

Durante los años en los que estuvo integrado entre los Abakuá, vio de todo, desde personas que afilaban sus dientes como si fueran auténticos vampiros, hasta pruebas en las que el iniciado debía permanecer más de doce horas de pie y sin moverse, ya que de haber roto la inmovilidad habría recibido una paliza. Una vez iniciado, Jorge fue uno de los privilegiados que se acercaron al gran secreto, que jamás es compartido con nadie que no sea un Abakuá, y que nosotros no osaremos revelar.

El muchacho decidió abandonar la secta cinco años después, a causa de su fiereza. Pero se encontró con el problema de que era imposible. Le amenazaron firmemente con acabar con su vida sin dejaba de ser un Abakuá. Según sus compañeros de fe, en esta religión no hay marcha atrás.

Aun así, logró escapar, refugiándose desde ese momento en casa de Alfred, quien ya contaba en su haber el haberse enfrentado en otras ocasiones al violento movimiento. De esa forma, el maestro Yoruba tuvo oportunidad de conocer, de primera mano, algunas de las facetas más ocultas de los Abakuá. Y llegaron las sorpresas…
Jorge le mostró una antigua casona señorial donde de manera clandestina realizan rituales de sangre, con niños secuestrados. Para que los restos de sus cuerpos no fueran descubiertos, eran depositados ocultamente en las fosas comunes del cementerio municipal, donde además realizaban rituales en las tumbas, valiéndose de objetos como fruta y tabaco, de forma que podían influir en la muerte de una persona sana, con tan solo escribir su nombre en un papel e introducirlo dentro de una tumba con los elementos antes mencionados.

También supo Alfred, gracias a su interlocutor, que los numerosos saqueos de objetos sagrados en las iglesias católicas de La Habana, eran fruto de los Abakuá, que los utilizaban en sus rituales. Y por último, el maestro Yoruba tuvo acceso a la parte más importante. Jorge le dibujó diversos esquemas que eran habituales en la vida de los adeptos de Abasí. Extraños dibujos que solo él supo interpretar.

Pero lo más inquietante era el asunto del tambor, el Ekwé. Según el ex devoto, este objeto existía, y realmente era regado con sangre femenina de manera más o menos frecuente. Lo único que no se ceñía a la leyenda era la forma de usarlo. Como era de esperar, el tambor no hablaba ni producía fenómenos extraños, sino que eran los Abakuá los que tras consumir productos alucinógenos, comenzaban a recibir supuestos mensajes de aquel dios.

Un extraño lienzo

Antes de regresar a España, Alfred quiso mostrarme algo que consideraba importante. Hace años un pintor realizó un óleo que supuestamente tenía que ver con la santería. Ese cuadro fue colocado en el interior de un museo desvencijado, en el pueblo de Guanabacoa, la cuna de la santería cubana. Tiempo después se supo que el pintor era un ex devoto Abakuá. Se ignora si murió tras pintar el cuadro, y nadie se preocupó por estudiar su obra.

Pero ahora y después de la información obtenida, Alfred vio el lienzo con otros ojos. Aquello se ceñía a la información que Jorge le había proporcionado. La pintura refleja a un maestro Abakuá de gran altura, oficiando una ceremonia de iniciación. Dos hombres de color están de rodillas con los ojos tapados y, en medio de ambos, un hombre blanco. Tras ellos, otro Abakuá viste el traje africano ceremonial. Y allí, en el altar, entre símbolos y velas, el Ekwé, el sagrado tambor de comunicación trascendental. Si lo contado por Jorge era información auditiva privilegiada, el lienzo lo era visual. Tanto el joven como el olvidado óleo, eran la prueba de que algo terrible se cierne sobre Cuba al caer la noche…

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