Misterio en Bosnia: pirámides gigantes (II)

He quedado con el doctor Semir Osmanagic, el descubridor del polémico complejo arqueológico, para visitar los túneles de Ravne, otro de los puntos más atractivos de esta ruta por uno de los misterios más descomunales y polémicos del planeta. Sí, polémicos, pero no por ello falsos. Al fin y al cabo no es la primera vez que ocurre. En otro reciente viaje he tenido la oportunidad de visitar la pirámide de Cholula, en Puebla (México) y de quedarme fascinado por lo que allí hay. Porque no hablamos de una sola pirámide; en realidad se trata de siete superpuestas como en una gigantesca Matrioska, que todavía hoy están tapadas por la vegetación que cubre esta montaña artificial. La formación mexicana, vista desde lejos, es incluso menos perfecta que la bosnia y aún así, cuando Cortés llegó a estas tierras aquella montaña con cumbre plana se le antojó el mejor lugar para levantar la ermita de la Virgen de los Remedios que hoy podemos contemplar, en un ejercicio de superposición religiosa inconsciente simplemente fascinante. ¿No ha podido ocurrir algo similar en Visoko? Al fin y al cabo bajo la pirámide de Cholula también hay una inmensa red de galerías; ocho kilómetros en total de los que hoy día se pueden visitar trescientos metros. Pero es suficiente para hacernos una idea de lo que hay aquí debajo y de lo que se esconde según profundizamos en la tierra.

 

El doctor Osmanagic me acompaña al interior de los túneles de Ravne. Pero antes me ha enseñado dos piedras que hay en el museo del complejo arqueológico. Una de ellas muestra una extraña escritura aparentemente rúnica y muy antigua; la otra presenta unos trazos muy originales que según su descubridor es un mapa estelar milenario, lo que establece una relación muy directa entre las pirámides y las estrellas, algo habitual por otro lado en este tipo de construcciones.

 

Accedemos a las galerías y el calor exterior se diluye entre los once grados del interior. Empezamos a recorrer decenas, cientos de metros encontrando a uno y otro lado más y más galerías; incluso pequeñas salas en semioscuridad donde varias personas parecen meditar. «La gente que viene aquí encuentra rápidamente un bienestar general –asegura Semir–. El lugar está tan cargado de energía que en ocasiones se han llegado a fotografiar esferas luminosas, olas de luz y hasta seres antropomorfos que están junto a los visitantes. Toda esta energía fluye por las galerías en dirección a la pirámide. Y allí se condensa como una especie de máquina gigantesca». No sé qué pensar, pero lo cierto es que la noche anterior he dormido poco, atosigado por el enorme calor que hace en el verano de este país, y ahora, no sé si por el frescor de los túneles o por lo que me está contando el doctor Osmanagic, siento cierta euforia interior. En mitad de la oscuridad, con la luz mortecina de unos pequeños faroles, le pregunto a mi acompañante por la antigüedad de las pirámides. Su respuesta me deja sin palabras: «En base a la datación de restos orgánicos que se han encontrado –fuego, alimentos, etc– mediante la técnica del Carbono 14, se ha determinado que la antigüedad de la pirámide es de 29.000 años». Reacciono: «Pero eso rompe todas las cronologías. ¿Quién la construyó?». Semir sonríe porque seguramente ya no recuerda las veces que le han hecho esta pregunta: «No lo sabemos. Se trata de un pueblo capaz de dominar técnicas constructivas y con un conocimiento de las estrellas que se presupone a pueblos muy posteriores», finaliza. «Entonces hablamos de una civilización desconocida, ¿no?», vuelvo a la carga. Y él, con voz pausada responde: «Sí, de momento».