Civilizaciones perdidas
01/05/2006 (00:00 CET) Actualizado: 06/11/2014 (09:58 CET)

China: la amenaza del gigante dormido

Día tras día, el escepticismo de los analistas mundiales se ha ido rompiendo. A principios de los años noventa, apuntar a China como la nueva gran potencia mundial resultaba un atrevimiento. Pero a medida que ha avanzado el siglo XXI la situación está cada día más clara.

01/05/2006 (00:00 CET) Actualizado: 06/11/2014 (09:58 CET)
China: la amenaza del gigante dormido
China: la amenaza del gigante dormido
Todos los ideólogos norteamericanos sabían que tras la caída de Muro de Berlín se abría un paréntesis con nuevos enemigos, durante el cual se gestaría una nueva potencia militar, política y económica que podría devolver al mundo a una situación bipolar. En realidad, todos los acontecimientos que se viven desde el 11-S parecen confirmar esa teoría. El futuro, como les voy a explicar, es de China. Y si no se produce un inesperado vuelco, la fecha en la que puede alcanzar el cénit del mundo se sitúa entre el 2025 y el 2050.

Las llaves del petróleo

La producción, importación y consumo de petróleo es en los tiempos actuales uno de los baremos económicos más importantes de un país. Y más en el caso de China, una nación que ya superó los mil trescientos millones de habitantes en 2003. Si cuando cayó el Muro de Berlín el consumo de China era de poco más de un millón de barriles de oro negro diarios –unos diez millones en EE UU por entonces–, hoy los chinos consumen seis millones de barriles diarios, la mitad que los norteamericanos. Al ritmo de crecimiento actual, para el año 2025 China estará consumiendo unos quince millones de barriles todos los días.

A este respecto hay una diferencia muy importante entre las dos potencias. EE UU y China producirán para entonces una cantidad similar de petróleo, que será insuficiente para «alimentar» el consumo interno, con lo cual deberán comprarlo en el extranjero. Es por ello que China ya ha establecido acuerdos comerciales con países como Irán, Rusia, Brasil o Venezuela para nutrirse sin problemas. Mientras, la compra de crudo en EE UU depende de situaciones muy endebles. En la actualidad, gran parte del petróleo de EE UU se adquiere en Arabia Saudí y Venezuela, pero por unas u otras razones sus relaciones con estos países son inestables.

La situación actual lleva a EE UU a abrir una serie de frentes bélicos con el objetivo de controlar y dominar aquellas regiones del mundo en donde se genera petróleo. Así que, mientras los chinos «hacen el amor» para conseguirlo, los estadounidenses se embarcan en guerras con el mismo objetivo. Sin duda, es muy probable que EE UU logre alcanzar antes o después estas metas y las pueda cumplir, pero lo hará tras años de conflictos bélicos con el desgaste diplomático y financiero que eso supone. Por tanto, no es difícil imaginar que la paridad entre ambos países puede alcanzarse poco más allá del año 2025, siempre que el petróleo siga siendo referencia obligada para medir este tipo de cosas.

Siguiendo con esta misma línea de análisis, conviene citar que las reservas petrolíferas comprobadas en el subsuelo de EE UU son de 22.677 millones de barriles, según el informe más reciente de la publicación Oil and Gas Journal. Tal dato es muy importante, porque esas reservas son algo así como la caja fuerte que una nación tiene de cara a un posible desabastecimiento.

Sin embargo, esa cifra no va a crecer en el futuro. De hecho, en 1970 EE UU extraía en su territorio casi cuatro millones de barriles diarios, mientras que en 2025 la cifra se habrá reducido a menos de dos millones. Justo lo contrario ocurre en China, que para entonces duplicará su producción, que en la actualidad es de 3,5 millones de barriles diarios. Así, a día de hoy, las reservas chinas son de 18.250 millones de barriles y crecerán aún más en el futuro. Se puede predecir que acabarán siendo mayores que las de EE UU.

Además, el gobierno de Pekín no ha tenido la necesidad de recurrir hasta la fecha a su caja fuerte, mientras que EE UU ha debido hacerlo en varias ocasiones. Por si fuera poco, si revisamos la lista de la revista Forbes encontramos cómo, por sorpresa, en los últimos años se ha colocado en octavo lugar, entre las petroleras más importantes, la compañía China Petroleum.

Tal es el impulso sobre el que navegan, que los chinos intentaron adquirir en 2005, y a punto estuvieron de lograrlo, la empresa californiana Unocal. Y este intento no era poco significativo, puesto que Unocal ha sido desde los años noventa una punta de lanza energética de la Casa Blanca en Asia Central. Era la empresa que llegó a apoyar a los talibanes en Afganistán para expulsar a los rusos.

Posteriormente, cuando las tornas en esta zona del mundo cambiaron, se convirtió en el chivo expiatorio para conquistar económica y militarmente aquella zona del mundo. Por ejemplo, Hamid Karzai, presidente de Afganistán, colocado en su puesto tras la guerra contra Al Qaeda, era el delegado en Asia de esta empresa. Aun más: Jamil Kalizaz, el embajador de EE UU en Afganistán, fue uno de los máximos dirigentes de esta empresa cuando comenzó la guerra tras el 11-S. Así que, de haber triunfado el intento chino de adquirir Unocal, la lectura que se extraería hubiera sido tremenda: en la guerra de EE UU contra Afganistán el ganador habría sido China.

Cifras espectaculares

Otro dato que nos da una idea del crecimiento chino es el que nos habla del Producto Interior Bruto (PIB), algo así como el dinero que genera un país. Comparemos de nuevo. En 2003, el PIB de EE UU fue de 10,8 billones de dólares, situándose en el primer puesto del mundo, pero las cosas van a cambiar en un tiempo relativamente breve. Para el año 2050, el primer puesto del mundo lo va a ocupar China con un PIB de 48 billones de dólares, mientras que la segunda posición la ostentará EE UU con 39 billones de dólares, aunque conviene aclarar que, para entonces, EE UU tendrá 420 millones de habitantes y China 1.424 millones. Pero es que, además, los «aliados» de China ocuparán el tercer puesto (India, con 30 billones), el quinto (Brasil, con 7,5 billones) y el sexto (Rusia, con 7 billones). Sólo un aliado comercial de EE UU como Japón (en cuarto puesto, con un PIB de 8 billones) entrará en esa lista, mientras que ni siquiera todos los países europeos juntos alcanzarán el PIB de China.

Para comprender todos estos datos, citaré unas referencias que ya palpamos perfectamente y que hacen que la balanza comercial de China sea positiva, es decir, que exporte más de lo que importa. Y es que Pekín ya es el primer exportador de Asia con la salvedad –sólo en lo tecnológico– de Japón. También es el país que vende más productos en sectores como el textil y otros productos manufacturados a Europa y otras partes del mundo. Todo ello debido a los bajos costes de producción, con el lógico abaratamiento de los precios.

Como medida proteccionista, EE UU ha impuesto fuertes aranceles a los productos chinos, al tiempo que intenta postergar el embargo de venta de armas que sufre el gigante amarillo. Pero tampoco esto es un problema para China, puesto que tan singulares son sus números que apenas necesita invertir un 3,5% de su PIB en presupuesto del ejército, lo que no le impide ni impedirá mantener el mayor del mundo en cuanto a efectivos humanos, con más de dos millones de soldados y un presupuesto de sesenta y seis mil millones de dólares, que lo convierten en el segundo país que más gasta en Defensa, tras EE UU, que alcanza los cuatrocientos mil millones de dólares. Con todo, China es el segundo comprador de armas del mundo tras India, que invirtió en adquisición de armamento 2.548 millones de dólares en 2003. Además, China tiene armamento atómico con capacidad para destruir el mundo entero.

Con embargo incluido, China ya ha realizado medio centenar de pruebas atómicas y es el segundo país del mundo que más gasta en comprar aviones, barcos y tanques a países exportadores que no cumplen el embargo. Sólo le gana India, que antes o después podría llegar a ser el apéndice político y militar del gran gigante amarillo. Aunque la sensación es que China es una potencia sin ánimo imperialista y pacífica en esencia, el problema es saber qué pasará si ese dragón se siente amenazado en sus objetivos.

Un futuro muy prometedor

Para que China haya podido alcanzar esta situación ha sido necesario poner en marcha un proceso político meticuloso, que tiene por objetivo tres grandes metas:

1. Aliviar las tensiones diplomáticas
El paso fundamental ha sido reestablecer relaciones normales con Corea del Sur, país en el cual existen cientos de instalaciones militares de EE UU que tenían por objeto la contención del gigante amarillo y de Corea del Norte.
«Los acuerdos con Corea del Sur son el mejor ejemplo del éxito de la nueva diplomacia de China», afirma David Shambaught, profesor de la Universidad George Washington, quien asegura que la estrategia actual de Pekín para con sus vecinos ha situado a China como centro de Asia a todos los niveles. El analista norteamericano ha denominado a esta forma de hacer política como «diplomacia blanda»; mientras, los intelectuales de Le Monde Diplomatique la califican como «diplomacia asimétrica» y la sintetizan así: «Muy flexible, que prioriza los vínculos bilaterales, establece relaciones con todo el mundo y, a su vez, reduce tensiones del pasado», como escribe en este semanario francés Martine Bulard.

Hasta 2005, los resultados son excepcionales, si bien existen conflictos endémicos en la región que todavía no están completamente solucionados, pero que están camino de arreglarse. Me refiero, por ejemplo, a los conflictos con Rusia, país con el que comparten más de 4.000 kilómetros de frontera que quedaron definidos por primera vez en la historia el 2 de junio de 2005. Esto ha provocado que los estrategas de EE UU no estén del todo convencidos de tener a Rusia de su lado, pese a las aspiraciones occidentalistas de su Gobierno. Además, dos meses antes los chinos establecieron acuerdos y pactos similares con la India para solucionar litigios fronterizos que existen desde 1962. Salvo con Japón, China está consiguiendo crear a su alrededor una causa común para toda Asia.

2. Relaciones económicas a nivel mundial
En 2001 China entró a formar parte de la Organización Mundial de Comercio y en noviembre de 2004 lideró la iniciativa asiática para establecer una zona de libre mercado en la región. Así, a partir de ese fortalecimiento regional, ha extendido sus tentáculos al resto del mundo, aunque no menos importante es el hecho de que las dos terceras partes de su riqueza provienen de industrias multinacionales radicadas en su amplio territorio. Dentro de muy poco tiempo –para el año 2010, según un estudio de la Universidad de Navarra– China alcanzará, junto a sus aliados naturales, un poder económico que le servirá para competir con EE UU. Y lo que es más importante: se trata de un poder financiero independiente que ha rechazado presiones del Fondo Monetario Internacional y que en un juego de estrategia sin par mantiene inmensas reservas de dólares cuya venta podría provocar una pequeña crisis en la economía norteamericana.

3. Fomentar el crecimiento interior
En los primeros años del siglo XXI, su crecimiento económico aumenta casi un 10% cada año. Si bien otros países presentan datos similares, sólo China ha logrado extender en el tiempo esa progresión. Tanto es así que, en poco tiempo, incrementó su tasa de inversión en un 40%, algo que algunos estados prósperos han tardado décadas en conseguir, lo que ha derivado en un incremento del poder adquisitivo del chino medio, que actualmente está en cinco mil dólares al año. Dicha tasa podría alcanzar los niveles medios europeos en torno al año 2025.

Movimientos separatistas

Los tres puntos citados están directamente relacionados. Si uno no se cumple, el resto tampoco. Aguardaremos acontecimientos. Hasta el momento, el primer y segundo paso del proceso están en un tris de alcanzarse. Pero es el tercero en el que China aún tiene un largo camino que recorrer. Se trata de su talón de Aquiles. Y es que las medidas económicas aplicadas a un país de mil trescientos millones de habitantes no responden a una realidad común. Si un chino, por término medio, tiene un poder adquisitivo anual de cerca de cinco mil dólares o cuatro mil euros, eso quiere decir que existen cientos de millones de personas rozando el umbral de la pobreza. Además, parte de esa riqueza se fundamenta en la creación de bolsas de trabajo en regiones aisladas, dentro de las cuales los salarios son risibles y los trabajos rozan la esclavitud. Hasta ahora, el actual poder chino ha logrado aislar de la escena pública a estos millones de personas merced a un sistema político que sigue detentando graves carencias en cuestiones de derechos humanos, pero que se sostiene gracias a la casi dictatorial presencia de un partido único. No obstante, la población de China ocupa un retrasado puesto en el ranking de bienestar mundial. Sólo es el 94º país del mundo en el que mejor se vive.

Que China no acceda a una democracia absoluta es la única esperanza que pueden tener otros países poderosos para mantener su estatus. Porque la realidad es clara: «Si China crece al mismo ritmo, es imposible satisfacer las necesidades energéticas del mundo entero», me decía en una reciente entrevista Daniel Gómez, presidente de AEREN (Asociación de Estudios sobre Recursos Energéticos). Dicho de otro modo: no hay sitio en la Tierra para dos potencias como EE UU en la actualidad y como será China en el futuro. Y más aún siendo Europa una nación de veinticinco naciones que desearía ser el eje de la balanza y mantener su nivel.

Si yo necesitase mantener mi nivel –y por ejemplo fuera el presidente de EE UU– tendría claro cuáles serían los pasos necesarios para contener el actual crecimiento chino, pero sin lograr frenarlo del todo porque, en el fondo, me interesaría como sede para parte de mi industria y mercadillo para mis productos. La solución sería provocar cierta desestabilización interna, enervando esa masa de millones y millones de chinos descontentos. Además, primaría movimientos separatistas que ya existen en las regiones del Tíbet y Xinjiang, amén de potenciar la retórica bélica de algunos enemigos que aún quedan, como Corea del Norte. Por otra parte, culparía al gobierno chino de alimentar el terrorismo y la escalada nuclear. ¿Acaso acabo de describir lo que sucederá en el futuro? No me extrañaría.

Los primeros pasos de esta política en busca del talón de Aquiles ya se han puesto en marcha. EE UU ha incrementado su violencia verbal respecto a China cuando Bush visitó Pekín a finales de 2005. Ya antes de llegar, expuso desde Japón la necesidad de fortalecer la democracia en el país y apoyó a Taiwan, región que reclama su independencia y que China ha amenazado con atacar.

Además, preguntado al respecto en una entrevista televisiva en Texas (EE UU), el presidente Bush definió a China como «una amenaza, un socio, un competidor y una oportunidad». Al mismo tiempo, desde la ONU, el delegado norteamericano John R. Bolton instó a fortalecer en el país las libertades –siempre definidas desde un prisma estadounidense– e inició una serie de acciones para que se consideren ilegales internacionalmente algunas de las políticas monetarias de Pekín. Por si fuera poco, la secretaria de Estado, Condoleezza Rice, se destapó con un crítico «tenemos que ver cómo mantener el equilibrio de fuerzas en la región», en alusión al incremento del poder militar de China. ¿Qué quería decir?
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