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01/05/2007 (00:00 CET) Actualizado: 06/11/2014 (09:58 CET)

Así torturaba la inquisición

Es en el año 1184 cuando el Papa Lucio III, en el Concilio de Verona, establece mediante una bula la practica de la inquisición o investigación contra las herejías en los lugares donde supuestamente se estuvieran manifestando o se tuviera sospecha de ello.

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Así torturaba la inquisición
Así torturaba la inquisición
Así nace el Tribunal de la Fe de la Santa Inquisición o Santo Oficio en Europa occidental, donde se llevaron a cabo cruentos castigos físicos contra los herejes. Aunque estaba prohibido mutilar o matar al reo, en 1252 el Papa Inocencio IV estableció mediante otra bula el uso de la tortura para obtener las confesiones de los acusados.En 1478 se crea el Santo Oficio en España, dirigido especialmente a luchar contra las herejías de los judíos conversos establecidos en la Península Ibérica. La Iglesia Católica y la Corona Española estrecharon sus lazos, iniciando una política de colaboración contra lo que consideraban actos aberrantes contra Dios y contra el Estado.Una vez localizado el foco o población donde se desarrollaba la herejía, un tribunal del Santo Oficio se dirigía a ese lugar para investigar el suceso. A los fieles se les obligaba a denunciar a los herejes bajo pena de excomunión. También eran aceptadas las autoinculpaciones, las cuales libraban al confeso de la pena de muerte, el encarcelamiento perpetuo o la confiscación de sus bienes.La identidad del acusador se mantenía oculta, pues constituía un secreto sumarial, a fin de protegerlo de represalias posteriores. Por su parte, las falsas acusaciones eran sancionadas con el mismo castigo que se pensara ocasionar al «falso» hereje. Finalizado el proceso, durante el que el inculpado era sometido a numerosos interrogatorios, se procedía a su absolución o condena. Esta última, que era establecida públicamente mediante el Auto de Fe y servía para disuadir a otros herejes, acarreaba terribles y doloros castigos.Las Máquinas de TorturaEl arsenal de instrumentos con los que la Inquisición se surtía para causar dolor físico y psicológico a sus procesados era amplio y variado. Uno de los aparatos más utilizados por el Santo Oficio español se conocía con el nombre de la «garrucha». Se trataba de un sistema de poleas mediante el cual el acusado permanecía elevado a cierta altura por un nudo que le sujetaba las manos a la espalda. Cada cierto tiempo se dejaba caer al reo a gran velocidad, pero paralizando el sistema de poleas antes de que tocara el suelo. De este modo le provocaban al individuo la dislocación de sus brazos y hombros. En ocasiones se le sujetaban objetos pesados en los pies, causándole igualmente daños irreparables en las piernas.Otro terrible instrumento inquisitorial era la «toca» o «cura de agua». El hereje se situaba bien amarrado sobre una plataforma y se le introducía una paño o toca hasta la garganta. El castigo consistía en verter jarros de agua que le producían una sensación de ahogo. Dependiendo de la severidad de la condena se usaban más o menos jarros de agua. A veces se remataba la faena arrancando el paño de un tirón, lo que le producía heridas sangrantes en la garganta.Ahora bien, probablemente la peor tortura de todas la sufrían aquellos que «probaban» el «potro». El sujeto era fuertemente atado a un bastidor por sus brazos y piernas, que eran estiradas mediante poleas hasta que se descoyuntaban. La «horquilla» era una especie de cepo que se colocaba en el cuello, impidiendo cualquier movimiento, puesto que unas afiladas puntas de acero se clavaban en la carne del infortunado al mínimo giro de cabeza. Otras «máquinas del terror» de uso común en las torturas inquisitoriales eran el «cinturón de San Erasmo», consistente en un cilicio con decenas de púas que se clavaban en la cintura del hereje, o el «aplastapulgares»: una plataforma que sujetaba los dedos del infortunado y que se reducía haciendo girar una rueda, lo cual provocaba el aplastamiento de los miembros de la mano. INGENIOS PARA MATARLos métodos utilizados para terminar con la vida de los herejes también eran de lo más variopinto. La guillotina o una gran hacha en manos del verdugo conseguían «rebanar» la cabeza del reo en cuestión de segundos. Sin embargo, otras máquinas denotaban un mayor ingenio. Por ejemplo, el «aplastacabezas» consistía en un aparato en el que se encajaba la cabeza del condenado. Mediante una rueda se comprimía el cráneo sobre la base del artilugio. Primero reventaban los dientes, luego la mandíbula y, finalmente, la masa encefálica se desparramaba a través de los ojos o del cráneo fracturado.No menos terrible era la muerte por «garrote», donde la cabeza de la victima era sujetada por medio de una abrazadera a un poste, del cual surgía un tornillo que, accionado por una rueda, se introducía lentamente en la nuca de la víctima.
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Comentarios (1)

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