Parapsicología
22/11/2007 (16:50 CET) Actualizado: 06/11/2014 (09:58 CET)

ITAKO:LAS VIDENTES CIEGAS DE JAPÓN

Cientos de japoneses viajan cada año hasta un valle para ponerse en contacto con sus familiares fallecidos a través de las populares itako: mujeres ciegas que son formadas desde su más tierna infancia para hacer de «puente» entre el mundo de los vivos y el de los muertos. Para convertirse en médiums antes deben superar unas durísimas pruebas. Si no lo logran su única salida es la muerte…

22/11/2007 (16:50 CET) Actualizado: 06/11/2014 (09:58 CET)
ITAKO:LAS VIDENTES CIEGAS DE JAPÓN
ITAKO:LAS VIDENTES CIEGAS DE JAPÓN
A finales de julio del 2006 viajamos hasta las faldas del Osore-zan (monte del Miedo), volcán dormido de la península de Shimokita, en Japón. Nuestra intención era conocer a las itako, chamanas ciegas que durante cuatro días al año abandonan su aislamiento para entablar contacto con el mundo de los espíritus. Cientos de personas esperan durante horas su turno para hablar, a través de las itako, con sus familiares y amigos fallecidos. Para poner a prueba sus habilidades mediúmnicas decidimos pedirles que convocaran al escritor Yukio Mishima –cuyo verdadero nombre era Kimitake Hiraoka–, uno de los literatos más importantes de Japón, no sólo por su profunda y trascendental obra, sino por la forma en la que abandonó este mundo. El 25 de noviembre de 1970, cuando contaba con 45 años de edad y se encontraba en la cúspide de su carrera, acabó con su vida mediante un suicidio ritual, resolviendo así para siempre una de sus obsesiones y a la vez el elemento central de su obra: el conflicto existente entre el espíritu y la carne.
Hace tan sólo unas décadas, cuando una niña nacía ciega o perdía la vista, sus familiares la dejaban en manos de las itako, que se encargaban de su manutención y la adiestraban en la práctica de la mediumnidad. De este modo, las jóvenes invidentes podían ganarse la vida y obtener el respaldo de la sociedad. En la actualidad, la medicina ha avanzado lo suficiente como para curar algunas enfermedades que pueden provocar la ceguera; además el gobierno japonés financia una serie de programas para la inserción social de los invidentes. Por estas razones, las itako son un fenómeno que está condenado a la desaparición. Es comprensible que ningún padre quiera «condenar» a su hija a llevar una vida de privaciones, aderezada con constantes pruebas físicas y psíquicas necesarias para iniciarse en los secretos de la comunicación con el mundo de los muertos. A lo anterior debemos sumarle que el respeto por estas mujeres ya no es el mismo que antaño, pues no es extraño que algunos japoneses, sobre todo de las zonas urbanas, las consideren locas o desequilibradas.
LA MONTAÑA DE LAS MÉDIUMS
La mañana del 20 de julio llegamos en tren a la provincia de Saitama, a una hora de Tokio. Después de un frugal desayuno alquilamos un coche y nos dirigimos hacia el norte del país. Cruzamos las provincias de Tochigi, Fukushima, Miyagi, Iwate y Akita, hasta que finalmente alcanzamos nuestro destino: la pequeña ciudad de Mutsu, puerta de entrada a la península de Shimokita. Nos levantamos temprano para viajar sin prisas a Osore-zan, el territorio de las itako. Bajo una gélida llovizna tuvimos que atravesar un espeso bosque, en medio del que se adivinaban diversas fuentes cuyas aguas tienen fama de curativas. Después de horas conduciendo, por fin llegamos hasta el lago Usorizan –en realidad cráter de un antiguo volcán–, situado en las faldas del monte Osore. Sus aguas multicolores y vaporosas despiden un fuerte olor a azufre y marcan la frontera entre nuestro mundo y el de los muertos.
Junto al lago, casi oculto por la niebla, se levanta el templo budista Entsuji, construido allí en el siglo IX probablemente por la milenaria tradición según la cual Osore es la última parada de las almas de los muertos en su camino al otro mundo. Algunos estudiosos afirman que el origen de las itako se remonta al llamado período Jomon (13.000-300 a.C.), aunque otros opinan que es más reciente, entre el 300 a. C. y el 300 d. C. En cualquier caso, se trata de una tradición anterior a la introducción del budismo en Japón.
En el interior del templo, dentro de diez pequeñas tiendas de campaña militares, las itako atienden a los cientos de personas que esperan ansiosas su turno. Con un pie en cada mundo, las chamanas cantan y se balancean suavemente, mientras por sus gargantas manan las palabras de los espíritus. Normalmente charlan unos breves minutos con el consultante para saber qué espíritu deben convocar. Después entran en trance y, tras la comunicación, hablan de nuevo con el «cliente» con la finalidad de analizar brevemente el mensaje recibido del «otro lado». Así una y otra vez, casi sin descanso, durante los cuatro días que las itako se muestran al mundo.
La actitud de la sociedad japonesa ante las chamanas del monte Osore es ambigua. Algunos amigos japoneses con los que comentamos nuestros planes de visitar a las itako se mostraron complacidos de que unos extranjeros se interesaran por sus tradiciones, pero otros las consideraban sólo el último reducto de un pasado de superstición e ignorancia o una especie de malévolas hechiceras. De hecho, cuando regresamos de visitar a las itako, una amiga derramó sobre nosotros puñados de sal para evitar que en su despacho entraran los espíritus del monte Osore, pues estaba convencida de que los traíamos con nosotros. Eso sí, durante nuestra estancia en Japón comprobamos que independientemente de las creencias religiosas de cada cual, la simple mención de estas médiums provocaba en general reacciones de interés, respeto o temor.
Durante nuestra estancia en «territorio itako» intentamos entablar conversación con las personas que, al igual que nosotros, esperaban su turno para consultar a las mujeres sabias. Sin embargo, sólo accedieron a hablar aquellas que acudían por primera vez o con cierto afán de curiosidad. Por contra, quienes solían desplazarse al lugar todos los años y que creían fervorosamente en el mundo del más allá no quisieron dirigirnos la palabra. Sus miradas denotaban fe y trascendentalidad. Desde luego no habían viajado hasta allí para hablar de banalidades con extranjeros.
La comunicación con los muertos siempre ha sido un tema tabú para las grandes religiones, que suelen relacionar la práctica del espiritismo o la mediumnidad con la brujería o el satanismo. Sin embargo, en las religiones animistas el contacto con el más allá era un elemento esencial para el devenir de las comunidades. Antiguamente, los espíritus, a través de sus «portavoces» en la Tierra, los chamanes, dictaban las soluciones a los problemas vitales del pueblo.
Las itako creen en la existencia de una variedad de dioses provenientes de diversas tradiciones, tales como el animismo, budismo o sintoísmo. Durante las ceremonias de iniciación de las futuras chamanas, cada mujer es poseída por diferentes dioses. De este modo, comprobarán por vez primera qué deidad es la más adecuada para consultar en cada circunstancia.
MENSAJES DEL «OTRO LADO»
Tras esperar durante horas bajo una intensa lluvia nos llegó el turno. Entramos calados hasta los huesos en la tienda de la señora Take Nakamura. Tendría unos 65 años y desde el primer momento nos impresionó la intensidad de sus gestos, como si estuviese siendo torturada por las entidades del más allá. Se encontraba rodeada de pequeñas ofrendas –caramelos, galletas y refrescos– y vestía la indumentaria típica de estas mujeres: una capa grabada con símbolos sagrados, bajo la que se adivinaba un kimono blanco. Una cinta de tela bordada atravesaba su pecho, a su espalda portaba una campana y sobre su regazo había un largo rosario formado por pequeñas bolas de madera, como el utilizado habitualmente por los practicantes del budismo. La diferencia es que de los extremos de éste colgaban colmillos y mandíbulas de animales. Más tarde averiguamos que probablemente pertenecían a lobos, pues las itako también utilizan el espíritu de ciertos «animales de poder» para realizar sus trabajos de magia. La señora Take nos preguntó el nombre real de la persona a quien deseábamos invocar, así como las fechas de su nacimiento y de su muerte. «Kimitake Hiraoka. 14 de enero de 1925, 25 de noviembre de 1970», contestamos. Lo cierto es que hicimos una pequeña trampa, pues el escritor es conocido en el mundo entero no por su nombre real, sino por su seudónimo: Yukio Mishima. Acto seguido, la mujer nos inquirió sobre la relación que nos unía al difunto. Fuimos sinceros, confesamos que no estábamos emparentados con él, pero que lo considerábamos nuestro maestro espiritual. La mujer mostró desconfianza, pero comenzó la invocación. Frotó las cuentas del rosario, mencionó el nombre y las fechas que le proporcionamos y entonó los cantos que le abrían las puertas del mundo de los muertos. Unos segundos de tenso silencio y se arrancó a hablar: «Perdónanos por llamar a tu alma; por favor no nos hagas daño». En este punto, la señora Take hizo una pausa. Nos dió la impresión de que la embargaba un cansancio extremo, pero continuó con fuerzas renovadas. Su voz era distinta y las palabras manaban de su boca de forma atropellada. En teoría, Mishima se estaba dirigiendo a nosotros a través de la chamana: «Agradezco que me hayas llamado. He estado vagando en el infierno por décadas, y este momento es un gran regalo para mí. Haz lo posible por vivir una larga vida; de esa forma obtendrás frutos en tu existencia. Cuídate. Desde el lugar en el que me encuentro he seguido realizando el mismo trabajo que hacía en la Tierra. He seguido escribiendo. Mi deseo se ha cumplido gracias a que me has llamado. Haz lo que realmente deseas hacer y no te rindas. Lamento haber muerto en la forma que lo hice». Estas mismas palabras las repitió varias veces y, gradualmente, su voz se fue apagando, hasta que se quedó en completo silencio. Después volvió a frotar las cuencas del rosario y nos indicó que la sesión había llegado a su fin. Le dimos las gracias y le pagamos. La señora Take sonreía y se balanceaba suavemente. Semejaba que todavía estaba saliendo del trance.
LA CONFIRMACIÓN
Al día siguiente intentamos hablar con la itako más popular. Su tienda estaba tomada por cientos de personas deseosas de consultar con la chamana. Se llamaba Keiko Himukai y nos atrajo de ella su juventud, tenía poco más de veinte años. Después de siete horas de espera por fin accedimos a su peculiar «templo». Desgraciadamente sólo pudimos contemplar su «actuación» desde el exterior de la tienda, pues cuando nos llegó el turno se negó a atender a nuestros requerimientos. Argumentó problemas de idioma. De nada sirvió que le hiciéramos ver que nos acompañaba un experimentado intérprete. La mujer se mantuvo inflexible en su decisión. Saltaba a la vista que se trataba de una mera excusa. En realidad, una regla no escrita entre estas chamanas prescribe que la comunicación sólo debe hacerse con los familiares o amigos del consultante, no con otros espíritus. Obviamente, algunas de ellas se la saltan.
Al día siguiente visitamos a otra itako: la señora Suwa Nakamura, mujer de unos setenta años que inspiraba una gran dulzura. Mientras esperábamos pacientemente, vimos cómo varias personas salían de su tienda visiblemente conmovidas. A medida que nos acercábamos a ella notábamos una sensación cada vez más poderosa. Después de decirle lo que pretendíamos, estuvo unos diez minutos cantando una invocación, hasta que empezó a hablar: «Siento no poder mostrar mi verdadera apariencia y tener que usar el cuerpo de alguien. Gracias por darme la oportunidad de estar aquí. Aprecio la veneración que sientes hacia mí; gracias a ella he podido venir aquí. Vida después de la muerte... Ahora, después de haber fallecido, me doy cuenta de lo feliz que era con mi familia y mis amigos en este mundo. Siento aún una decepción por la forma en que fallecí. Me tengo que retirar, tengo que volver a casa. No te preocupes». Entonces la señora Suwa calló y lentamente volvió en sí. Sus manos entrelazadas perdieron la tensión y su boca permaneció abierta durante medio minuto, con la cabeza inclinada. Se despidió de nosotros con una sonrisa. En teoría habíamos recibido un nuevo mensaje de Yukio Mishima. Sea o no cierto que las itako se comunican con los espíritus, lo único seguro es que son la última prueba viviente de una milenaria tradición que el progreso acabará extinguiendo más pronto que tarde.
INICIACIÓN O SUICIDIO.
La iniciación de las itako es sumamente dura. Las niñas aspirantes deben aprender de memoria larguísimas invocaciones y oraciones, además de vivir en condiciones de extrema abstinencia y aisladas del mundo, únicamente con la compañía de otras itako. Cuando sus «maestras» consideran que la aspirante se encuentra suficientemente preparada para la prueba final, ésta es encerrada en una minúscula choza durante veintiún días, en los que sólo podrá alimentarse de raíces y agua. Pasado ese lapso de tiempo, la muchacha tendrá que probar frente al cónclave de itakos que efectivamente ha establecido contacto con el espíritu que le dará el poder necesario para realizar su trabajo durante toda su vida. Si el cónclave determina que la neófita no ha conseguido la «unión» con algún espíritu, será enviada a la soledad de las montañas, en donde estará obligada a quitarse la vida.
¿SE ARREPIENTE MISHIMA?
Dos de los temas centrales en la obra del maestro Mishima son la belleza de la muerte trágica y el elogio a la ética samurai. En su sangriento erotismo solar, la muerte del héroe es concebida como la gloria suprema. Sin embargo, si hemos de hacer caso a los mensajes que nos trasmitieron las itako, el escritor, desde el otro mundo, se muestra arrepentido no sólo de su suicidio ritual, sino también de la filosofía de muerte y honor que guió toda su vida. De hecho, por boca de las mujeres sabias nos recomendó conservar nuestra vida como el bien más precioso. ¿LO SABÍAS?
Shaman King es el título de una serie de manga protagonizada por un joven aprendiz de chamán, Yoh Asakura, que desea «aprobar» su iniciación para casarse con su prometida Anna Kyoyama. Ésta es una joven itako que, como en la realidad, se comunica habitualmente con los espíritus. Los más de 250 capítulos de los que consta la serie han captado la atención de miles de fans, generando un auténtico «culto» en Japón.
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