Civilizaciones perdidas
27/01/2016 (12:59 CET) Actualizado: 08/03/2019 (13:17 CET)

LOS GIGANTES DEL DILUVIO

Prácticamente todas las culturas se refieren a una misteriosa estirpe de gigantes que vivió justo antes de que una gran inundación cambiara la faz de la Tierra. Así lo atestiguan numerosas leyendas, muchas de las cuales relacionan a estos enigmáticos seres con una Edad de Oro del conocimiento, cuando no directamente con la creación de los seres humanos. Al contrario que la arqueología ortodoxa, que rechaza estos relatos tachándolos de míticos e improbables, no son pocos los investigadores que defienden la existencia de estas inquietantes criaturas. Por Josep Guijarro.

27/01/2016 (12:59 CET) Actualizado: 08/03/2019 (13:17 CET)
LOS GIGANTES DEL DILUVIO
LOS GIGANTES DEL DILUVIO

La presencia de gigantes en la antigüedad sigue siendo tabú para la arqueología oficial. En general, porque si una raza colosal pobló la Tierra en tiempos pretéritos, podría cuestionar la cronología convencional de la evolución humana o, en el mejor de los casos, pondría en evidencia la existencia de otra civilización avanzada anterior a la nuestra. Y, en ese caso: ¿Quiénes eran?
Pese a la cerrazón académica, hallaremos sin dificultad numerosas referencias históricas, mitos y leyendas que aluden a estos gigantes. En 1928, por ejemplo, un campesino de Ras Shamra, población costera del norte de Siria, encontró la entrada a una necrópolis que daría lugar al posterior descubrimiento de las ruinas de la antigua ciudad-estado de Ugarit. El encargado de llevar a cabo las investigaciones más importantes fue el arqueólogo francés Claude Schaeffer quien, en un edificio que pudo ser identificado como el Palacio Real, descubrió varios textos religiosos en lengua ugarítica. Este alfabeto que reemplazó a la escritura cuneiforme, de origen mesopotámico, emergió en torno al siglo XV a. C.
En tres tablillas de arcilla, destacaba La leyenda de Keret, una epopeya de la Edad del Bronce que se refiere al dios El (deidad principal de los cananeos) y en la cual el rey Keret promete que la gloria de su familia será restaurada y menciona el linaje de los ditanitas, del que era descendiente el monarca. Lo interesante es que los didanum o ditanitas son los precursores de los nefilim, es decir, el pueblo de gigantes o titanes que es mencionado en el Génesis 6:4 y en el Libro de los Números 13:33. ¿Existieron realmente los gigantes? ¿Cohabitaron la Tierra junto a los hombres? ¿Por qué desaparecieron?

A parte de este texto cananeo y los versículos de la Biblia antes mencionados, muchos otros escritos sagrados de la antigüedad refieren la existencia de seres gigantescos poblando la Tierra antes de un «diluvio» y, además, los relacionan directamente con la creación de los seres humanos.

En el Majabhárata se habla de ellos de manera clara y elocuente, igual que en los textos sagrados tailandeses, en los de Ceilán o en las tradiciones egipcias, las irlandesas y las vascas. Pero, si efectivamente existieron estos enigmáticos gigantes, ¿acaso no nos dejaron alguna evidencia de su paso por la Tierra?

NOTICIAS SIN CONFIRMAR
Si buscamos por Internet, hallaremos decenas de fotografías de presuntos restos óseos de gigantes en otras tantas dudosas excavaciones arqueológicas. En realidad, se trata de burdos fraudes promovidos, generalmente, por sectores creacionistas que quieren sembrar la duda sobre la Teoría de la Evolución de Darwin. Huesos y cráneos de tamaño colosal que han sido creados con programas informáticos de retoque fotográfico o que pertenecen a dinosaurios extintos. En consecuencia, para investigar sobre los gigantes que poblaron la Tierra; los nefilim y los refaim, tenemos que armarnos de espíritu crítico y contrastar debidamente todas las fuentes.
Viene a cuento porque, en 2014, una noticia corrió como la pólvora por la red de redes. Aludía a una sentencia de la Corte Suprema de EE UU que obligaba al Instituto Smithsoniano a liberar de sus archivos documentos clasificados de principios del siglo XX, informes que demostrarían la participación de esta prestigiosa organización académica en un encubrimiento histórico. Según denunciaba James Churward, portavoz de la Institución Americana de la Arqueología Alternativa (AIAA), el instituto habría destruido cientos de restos de gigantes descubiertos en EE UU por orden ejecutiva de funcionarios del Gobierno. La triste realidad, sin embargo, es que la noticia, copiada y pegada en miles de blogs en todos los idiomas, procedía del semanario World News Daily Report, una publicación de sátira política que advierte que todos los artículos que aparecen en su web son ficción, del mismo modo que lo serían las noticias que también publica.
Ni el «James Churward» citado en la información ha sido nunca portavoz de la AIAA, ni hay (o hubo) una conspiración para hacer desaparecer restos de gigantes por parte del Smithsonian, asunto que evidentemente jamás habría llegado a la Corte Suprema de EE UU. Con todo, la idea de la conspiración sigue vigente, y no sólo en Norteamérica.

HUMANOS COLOSALES A ORILLAS DEL DANUBIO
Si queremos encontrar «gigantes» de verdad, hay que depurar fuentes y/o hacer un seguimiento de las informaciones. En marzo de 2015, la Agencia de noticias Novinite, de Sofía (Bulgaría), se hizo eco del hallazgo de un esqueleto muy particular en los alrededores de Varna, la otrora ancestral ciudad de Odessus, una base de comercio establecida por los milesios a principios del siglo VI a. C. Según esta nota, Valeri Yotov, arqueólogo que formó parte del equipo de excavaciones, habría explicado que el tamaño de los huesos de este esqueleto eran «impresionantes», y que pertenecían a «un hombre muy alto», si bien no reveló su estatura exacta.

Dos años antes, en Santa Mare (Rumania), se había desenterrado el esqueleto de otro guerrero gigante datado en el 1600 a. C. Lo apodaron «Goliat» porque superaba los dos metros de altura, algo muy inusual para la época y el lugar del hallazgo, donde la media de sus antiguos habitantes era de metro y medio. El «Goliat» de Santa Mare fue enterrado, además, con una impresionante daga acorde con su estatura. Ignoro cuáles son las razones por la que estos «gigantones» neolíticos proliferan en Europa del Este, aunque yo mismo he tenido oportunidad de reunir evidencias arqueológicas de su posible existencia en países como Azerbaiyán y Serbia

Mientras recorría el Danubio entre los desfiladeros de la llamada Puerta de Hierro, que separan los Cárpatos de los Balcanes y crean la frontera natural entre Rumania y Serbia, encontré el sorprendente yacimiento de Lepenski Vir, cuya  antigüedad es de más de 8.000 años.

El profesor Dragoslav Srejovic visitó el lugar por primera vez en 1960, al frente de un grupo de expertos del Instituto Arqueológico de Belgrado. La campaña se prolongó durante años y determinó, entre otras cosas, que la dieta de los habitantes de este enclave estaba conformada por pájaros, pescados, uros, ciervos y naturalmente agua. Y era importante saber qué comían porque, entre los hallazgos más relevantes, se encontraron dos esqueletos gigantes de 2,30 metros de altura, que contrastaban con los apenas 1,60 de los individuos más altos de la comunidad.

Además, habían sido enterrados de forma peculiar. El primero de los esqueletos yacía junto al cráneo de un uro sobre el hombro derecho, sin que los expertos determinaran a qué obedecía esta yuxtaposición. El otro reposaba en una posición aún más llamativa, puesto que parecía estar meditando en la ¡posición del loto! En el yacimiento, además, se encontró la llamada «Dama de Lepenski Vir», una venus neolítica con el cráneo estirado que trajo a mi memoria las deformaciones típicas de las tribus mesoamericanas… En el libro La historia suprimida de América se describen los descubrimientos de la famosa expedición dirigida en 1804 por Lewis y Clark, a través de territorios que no habían sido aún saqueados por los euro peos y que, posteriormente, fueron parcialmente censurados porque evidenciaban la existencia en esa tierra de gigantes de civilizaciones avanzadas y de otros visitantes anteriores a los occidentales.

Y digo tierra de gigantes porque, enterrados en los montículos indígenas de los nativos americanos, como los de la cultura adena, que existió en el centro-noreste de EE UU entre los años 1000 a 200 a. C. y cuyo montículo más importante se ubica en Chillicothe (Ohio), se hallaron restos «humanos» con entre 2 y 3 metros de altura. ¡Gigantes!

Que los tabloides falseen que el Smithsonian oculta pruebas, no significa que esta institución esté libre de sospecha…

Hasta su muerte en 1999, el padre Carlos Miguel Vaca custodiaba varios huesos desenterrados de un sitio denominado Changaiminas, que significa «cementerio de dioses», en Loja, una localidad situada al sur del Ecuador, en la frontera con Perú. Según su testimonio, varios fragmentos fueron enviados al Instituto Smithsoniano para su estudio, pero jamás han trascendido sus resultados. Incluso Erich von Däniken creó una reproducción de este supuesto gigante para su parque de Interlaken (Suiza).

De acuerdo con un artículo publicado el 5 de abril de 1909 en The Arizona Gazette, también el célebre Cañón del Colorado fue el hogar de una civilización de individuos de grandes proporciones. El texto menciona el descubrimiento de una ciudadela subterránea por parte de un explorador llamado G. E. Kinkaid, quien tropezó con ella mientras hacía rafting en el río Colorado. Vale la pena mencionar que Kinkaid era arqueólogo y, curiosamente, tenía apoyo financiero del Instituto Smithsoniano. Uno de los pioneros en destapar este tipo de recortes y hallazgos arqueológicos ha sido Jim Vieira quien, tras visitar algunos montículos del norte de EE UU, documentó la presencia de esqueletos gigantes desde el siglo XIX.

Los escépticos contraatacaron diciendo que se trataba no de gigantes, sino de gigantismo, una enfermedad hormonal causada por la excesiva secreción de la hipófisis que da lugar al crecimiento desmesurado de brazos y piernas, así como del cráneo. Eso podría explicar la altura de algunos cuerpos entre los 2 a 3,3 metros, peno no sus características anatómicas peculiares; frente prominente, cráneos alargados y, eventualmente, con más de una hilera de dientes. Algunos genetistas aseguran que la raíz de estos cambios está en su ADN y no en una patología como el malfuncionamiento hormonal.

TAMBIÉN EN LA PENÍNSULA IBÉRICA
El historiador Juan Bautista Binimelis aseguraba que las famosas Taulas menorquinas habían sido fabricadas forzosamente por o para los gigantes, e incluso documentaba el hallazgo de restos óseos en algunas cuevas de las Islas Baleares. Se me  objetará que las creencias científicas han evolucionado desde el siglo XVI, tiempo que le tocó vivir en suerte a Binimelis. Por esa razón, resultaba de gran importancia verificar el hallazgo referenciado por el cartógrafo Fernando Ledesma Rubio en un trabajo titulado Cerdaña, esmeralda de los Pirineos. En él se alude al descubrimiento, en 1915, de un cráneo y varios fémures en la cueva de Anés, cerca del llamado sepulcro o dolmen de Orén, en los Pirineos catalanes. Estos huesos poseerían entre setenta y noventa centímetros de longitud, lo que situaría al individuo en la «NBA del neolítico», con cerca de ¡tres metros de altura!

Mi buen amigo Miguel G. Aracil trató de localizar en vano los huesos de este gigante en el Museo Arqueológico de Barcelona, donde, presuntamente, fueron trasladados para su estudio. Sin embargo, el doctor Domènec Campillo, un reputado especialista en antropología forense, restó importancia al hallaz go, primeramente aduciendo que el individuo padecía hidrocefalia para, más tarde, negar que los restos estuvieran siquiera catalogados en el museo… Hasta que dimos con ellos en el laboratorio de antropología forense. Etiquetados como una rareza, pude fotografiar (junto a un cráneo de tamaño convencional) a este «gigante» que oficialmente «no existía». La «enfermedad» que presuntamente padecía este indivi duo de la Edad del Bronce no explica por qué las herramientas halladas junto al cráneo eran proporcionales, ni la longitud del fémur, más propio de una acromegalia, un desajuste hormonal que provoca el crecimiento anormal de las extremidades (brazos, piernas, dedos, barbilla, etc.), que de una hidrocefalia. También el investigador catalán Joan Obiols relata el descubrimiento en el ábside de la iglesia de Garós, en el Valle de Arán, de otro gigante de tres metros. En este caso, el cráneo estaba trepanado con un antiquísimo clavo de hierro. El hallazgo fue objeto de estudio por parte de Mossen Jaquet, el antiguo párroco de la localidad, pero, desgraciadamente, el esqueleto se halla en paradero desconocido. «Lo más probable –asegura la paleontóloga Meave G. Leakey– es que aún no hayamos encontrado nuestros primeros auténticos antecesores, porque en el registro fósil que conocemos no están presentes cada uno de los fósiles correspondientes a todas las especies que han existido. Así que es muy probable que todavía no hayamos encontrado el correcto. Tenemos que seguir buscando»… Cabe preguntarse entonces: ¿Es casual que el Génesis bíblico sitúe en el paraíso, entre los ríos Tigris y Éufrates, a los «padres» de la Humanidad? Naturalmente que no. Entre las planicies aluviales de estos ríos prosperó la primera y más antigua civilización del mundo, la Sumeria, escenario –entre otros– de dos de los descubrimientos fundamentales de la Historia: la rueda, que aparece en torno al 3500 a. C., y la escritura, en el 3300 a. C., además de las primeras estructuras sociales, las primeras ciudades…

LA CLAVE: ARTEFACTOS COLOSALES
Y es en la antigua Sumeria donde hallamos otra clave del enigma. A 25 Kms. al sur de Al-Hina (la antigua Lagash), en el actual Irak, se excavó el primer yacimiento sumerio. Todo cuanto queda hoy de la histórica Girsu son montículos que cubren una superficie de más de 100 hectáreas, pero su importancia es vital para estudiar los orígenes de nuestra civilización.

Las excavaciones fueron capitaneadas por el vicecónsul francés en Basora, Ernest de Sarzec, quien trabajó en Tel Telloh, nombre actual del enclave, entre los años 1877 y 1900. Hizo hallazgos espectaculares que, en su mayoría, se conservan en el Museo Británico. Pero hay un artefacto, cuyo paradero se desconoce, que nos invita a dejar volar nuestra imaginación. Se trata de una curiosa vara de cobre, de 3,35 metros de longitud, que fue encontrada junto al santuario de Abzú. Construida con un núcleo de madera tubular, recubierta de cobre y sellada con betún, este extraño báculo está coronado por una esfera. Poco antes de llegar a ella, es visible un semicírculo del mismo material. Completaba el misterioso hallazgo una tira metálica, probablemente de cobre, que debía estar en el interior. La pregunta es: ¿Para qué servía?

En realidad, lo desconocemos. Sólo sabemos que el objeto está representado en cientos de tablillas sumerias, generalmente siendo portado por Lahmu, el guardián del Abzú, y en otras por Ningishzida, el dios del Inframundo con cuerpo de serpiente (otro de los mitos persistentes en todas las civilizaciones) custodio de Anu, las puertas del cielo.

Ahora bien, si la vara tenía más de tres metros y las tablillas representan a su portador con idéntica altura… ¿Será que tenían la misma? ¿Eran gigantes?

Aunque la idea de una raza misteriosa de seres colosales está rodeada por un aura de sensacionalismo, basta con investigar un poco para darse cuenta de que hay piezas que no encajan, restos óseos que piden a gritos un examen nuevo. Tal vez entonces constatemos lo que ya sabemos: que toda leyenda, todo mito, tiene un poso de verdad que nos invita a reescribir nuestra historia.

Este reportaje fue publicado por Josep Guijarro en el n´mero 307 de la revista AÑO/CERO 

 

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Comentarios (1)

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