Misterios
12/06/2017 (10:28 CET) Actualizado: 12/06/2017 (10:28 CET)

¿Existió Jesús realmente?

Mucho se ha especulado sobre la verdadera vida de Jesús, sobre sus enseñanzas y su divinidad. Si ésta le fue atribuida posteriormente por los primeros padres de la Iglesia o si muchos de los hechos que se le atribuyen y conforman las bases del cristianismo se basaron en religiones paganas anteriores. También sobre su relación con María Magdalena y una posible descendencia de ambos. Pero también existe controversia sobre algo aún más relevante y que podría hacer temblar los pilares de la Iglesia: ¿Existió realmente Cristo?Moisés Garrido

12/06/2017 (10:28 CET) Actualizado: 12/06/2017 (10:28 CET)
¿Existió Jesús realmente?
¿Existió Jesús realmente?

Imaginemos por unos instantes que el Nuevo Testamento no dice la verdad sobre Jesús y sus autores no son quienes la tradición siempre nos ha transmitido; que los padres de la Iglesia manipularon obras históricas de autores judíos y romanos, interpolaron párrafos durante la traducción de textos sagrados plagiaron elementos procedentes de las religiones mistéricas; que en los primeros concilios ecuménicos hubo sobornos y traiciones para elaborar la enrevesada teología cristológica bajo unas determinadas directrices; que se luchó hasta la saciedad para ocultar toda prueba sobre el verdadero origen gnóstico del cristianismo; y, lo más grave de todo, que Jesús no tuvo una existencia real, sino meramente mítica… Es posible que los hechos fueran así.

En los últimos años, he buceado en los orígenes del cristianismo, buscando posibles evidencias históricas sobre la existencia de Jesús, consultando textos de historiadores judíos y romanos de su época y comprobando coincidencias y contradicciones entre los cuatro Evangelios canónicos. A su vez, me ha llamado poderosamente la atención el enorme esfuerzo de los primeros apologistas cristianos para convencer, a través de sus escritos, de la existencia histórica de Jesús. Y no digamos al observar el asombroso paralelismo existente entre Cristo y otros hombres-dioses pertenecientes a las religiones mistéricas. Conforme más profundizaba en el tema, las sorpresas crecían. Poco a poco, veía cómo mis ideas favorables respecto a su existencia histórica se tambaleaban, hasta el punto de que hoy, quien esto suscribe, está plenamente convencido de que Jesús no es más que un mito reinventado, sin el menor vestigio histórico.

LUCHAS IDEOLÓGICAS
El "mito" de Cristo se fue estructurando a partir de Pablo de Tarso y alcanzó su culminación entre los siglos IV y V, cuando en los Concilios de Nicea (325), Constantinopla (381), Éfeso (431) y Calcedonia (451), los obispos se ocuparon de formular el símbolo de fe –o credo– y definir la naturaleza divina de Cristo. Si Jesús es preexistente o no, si su divinidad es eterna o se manifestó en un momento dado, si está constituido de la misma esencia que el Padre, si realmente se encarnó como hombre… fueron asuntos que provocaron agrios debates episcopales. Y es que el cristianismo nunca mantuvo uniformidad a nivel doctrinal, sino que coexistieron distintas tendencias cristológicas. Los arrianos, por ejemplo, sostenían que Jesús no era un ser divino sino una perfecta criatura; los adopcionistas, consideraban que Jesús era un hombre normal hasta que al bautizarse fue adoptado como Hijo de Dios y así una larga lista. Final- mente, el Concilio de Nicea estableció –tras no pocos sobornos, traiciones y pugnas para desterrar las creencias arrianas–, que Jesús es consustancial al Padre, unigénito, eterno, engendrado, no creado, se hizo hombre por obra del Espíritu Santo, resucitó al tercer día, subió al cielo y está sentado a la derecha de Dios Padre.

Si alguien no lo aceptaba así era acusado de anatema. Sin embargo, la discusión se mantuvo durante varios concilios más, ya que la idea de la Trinidad –una adaptación de antiguas concepciones trinitarias egipcias, persas…– resultaba bastante controvertida y no era fácil llegar a un consenso, al igual que sobre la maternidad divina de María –proclamada en el Concilio de Éfeso–. Pero hasta Calcedonia, el arrianismo, el nestorianismo y el monofisismo no serían rechazados totalmente como herejías, tras quedar confirmada la fórmula de fe que ha perdurado hasta nuestros días, y que sostiene que en Jesús hay dos naturalezas –divina y humana–, pero una sola persona –divina–:

Durante el siglo III, las religiones paganas aún seguían manteniendo su fuerza por todo el Imperio romano. Y si se impuso el cristianismo fue gracias al apoyo que recibió del despiadado emperador Constantino –a través del Edicto de Milán, en el año 313– y, sobre todo, al ser adoptado como religión de Estado –por el emperador Teodosio, en el año 380–. A partir de ese momento, el grupo cristiano imperante y mayoritario, de preferencia paulina, se encargó de luchar contra las ideas "heréticas".

Nacía así la Iglesia católica con toda su maquinaria dogmática. Lo curioso es que algunas de esas ideas "heréticas" fueron consideradas ortodoxas  en un principio, para luego más tarde, pasar al bando de las heterodoxas. Y viceversa: ideas heterodoxas que pasaron a ser aceptadas oficialmente. Había intereses en juego, y a veces mucho dinero… En aquellos primeros concilios hubo auténticas trifulcas por defender determinados dogmas, y más de un obispo fue golpeado y hasta asesinado.

El obispo Gregorio Nacianceno, en un gesto que le honra, abandonó el I Concilio de Constantinopla dejando la siguiente nota: "No me sentaré yo en uno de estos concilios de patos y gansos; volaré lejos de cada reunión de obispos". De los numerosos evangelios existentes, unos fueron considerados canónicos, mientras que otros fueron rechazados como apócrifos. Y algunos que fueron desechados al principio, luego fueron aceptados nuevamente. Hasta que llegó Ireneo, obispo de Lyon, y eligió los cuatro que hoy conocemos –los Evangelios Apócrifos se contabilizan en torno a los setenta–. "El Evangelio es la columna de la Iglesia, la Iglesia está extendida por todo el mundo, el mundo tiene cuatro regiones, y conviene, por tanto, que haya también cuatro Evangelios", afirma el apologista.

La verdad es que actualmente sigue sin haber consenso ideológico entre los cristianos, pues existen grupos de todo signo, defendiendo cada uno su propia "verdad". "Hoy se cuentan, como mínimo, unas quinientas confesiones cristianas de cierta envergadura –explica el investigador Antonio Piñero–. Parece empresa titánica e imposible luchar contra esa variedad, pues la diversidad polimórfia pertenece a la esencia del cristianismo". Sin embargo, es posible que todos los cristianismos coincidan en un error: aceptar la historicidad de Jesús…

Hechos de los Apóstoles– que componen el Nuevo Testamento, vemos el proceso de historización que sufre la figura de Jesús.

Así pues, según mis indagaciones, el Jesús histórico se inventó a raíz del Cristo mítico. No al revés, como algunos eruditos han sostenido para poder fundamentar una presunta base real, por mínima que sea –los llamados evemeristas–. "Fue la historia humana la que se añadió alrededor de la divinidad, y no un ser humano al que se convirtió en divino", aseguraba Gerald Massey en The Historical Jesus and the Mythical Christ. El teólogo catalán Llogari Pujol, que también ha analizado las fuentes mitológicas egipcias y su vínculo con el cristianismo, sostiene que "los Evangelios fueron compuestos por eruditos sacerdotes judeo-egipcios del templo de Serapis en Sakkara (Egipto): tradujeron palabra por palabra textos egipcios".

En un texto egipcio del año 1.000 a.C, conocido como Oración del ciego, ya se encuentra los precedentes del padrenuestro y de las bienaventuranzas que aparecen en los Evangelios.

¿Casualidad o plagio…? La realidad es que los Evangelios –elaborados en una fecha más tardía de la que  se admite oficialmente– carecen de originalidad. Del hombre-dios Mitra, originario de la religión persa, también se tomaron numerosos elementos para recrear la biografía de Jesús, como la fecha de su nacimiento -el 25 de diciembre–, o el número  de sus discípulos, doce. Sorprende la frase pronunciada por Mitra y que tan familiar resulta para los cristianos: "Quien no coma de mi cuerpo ni beba de mi sangre, haciéndose uno conmigo y yo con él, no se salvará". La teofagia –comerse a Dios–, era una alegoría muy común en todas esas antiguas doctrinas mistéricas.

CONSULTANDO LAS FUENTES
Los elementos que configuran la vida de Jesús –nacimiento de una madre virgen, milagros, muerte redentora, resurrección y ascensión a los cielos– están presentes en los relatos míticos de otros hombres-dioses y héroes que formaron parte del mundo antiguo como Osiris, Mitra, Attis, Apolo, Dio- niso, Adonis… "El personaje de Jesús está en realidad basado en estos mitos

y héroes mucho más antiguos", sostiene la arqueóloga Dorothy Murdock. Luego, los apologistas cristianos se encargarían de convertir en historia lo que para algunos no era más que una leyenda. Y le dieron carácter de textos sagrados, atribuyéndolos a supuestos discípulos de Jesús. Comienza así la verdadera "confabulación cristiana". De hecho, puede observarse perfectamente cómo se va reconstruyendo su biografía desde las Epístolas de Pablo –que a pesar de estar escritas  en un periodo más próximo a la época en que supuestamente vivió Jesús, no aportan nada sobre su nacimiento, enseñanzas y pasión, centrándose exclusivamente en el Cristo crucificado y resucitado–, hasta el último Evangelio, el de Juan, que ofrece numerosos elementos biográficos y milagrosos.

Por tanto, de los textos más antiguos a los más modernos –incluyendo los  Recordemos asimismo que en el lugar donde se erigió la Basílica de San Pedro del Vaticano, antes existió un santuario del dios Mitra. El cristianismo absorbía así a un gran competidor que le duró hasta el siglo IV. Dioniso, deidad griega que fue considerado "Salvador" e "Hijo de Dios", resucitó al tercer día y ascendió a los cielos. Llama la atención que en su culto se realizara un ritual con pan y vino.

Por su parte, Attis, divinidad a la que se rendía culto en Frigia, fue representado como un hombre clavado a un árbol. Su muerte también fue expiatoria y su cadáver no se encontró en la tumba, ya que había resucitado al tercer día.

No es extraño creer que todos estos detalles fueran posteriormente asimilados a la figura de Cristo. Con  la diferencia de que los adoradores paganos no dieron carácter histórico a sus dioses, y los cristianos sí a su dios.

¿Y cómo se defendieron los prime-  ros apologistas cristianos ante la acusación de plagio Diciendo que esas coincidencias eran obras del diablo, al anticipar la historia de Cristo en falsas doctrinas para confundir a la gente.

El Nuevo Testamento está repleto de incorrecciones y añadidos posteriores, calculándose que una tercera parte son pseudoepigrafías. Además, no se ha conservado ningún original, sino copias de copias de otras copias, que han pasado por decenas de manos para ser traducidas –y retocadas– a múltiples lenguas. También se insertaban frases en los textos sagrados –interpolaciones–, o bien se eliminaban partes que no interesaban. Está más que comprobado que los pasajes que comprenden desde Mc (16, 9) hasta el final, concernientes a las apariciones tras la resurrección y la ascensión, están modificados, ya que fueron agregados con posterioridad. Y serias dudas existen también sobre el pasaje (Mt 16, 18): "Yo te digo que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella", puesto que durante los tres primeros siglos  de nuestra era no ejerció influencia.

¿Fueron una interpolación tardía estas extrañas palabras que en absoluto encajan en la predicación de un mesías que anunció el inminente fin de los tiempos y que no aparecen citadas en el primer Evangelio? Es muy probable. Su añadido guardaría una intención obvia: probar que el papado fue instituido por Jesús. Por otro lado, los cuatro Evangelios –cuyos autores en ningún momento fueron testigos de los hechos– caen en profundos errores y contradicciones. No hay verosimilitud alguna. Son incapaces de ponerse de acuerdo en la genealogía de Jesús, en la fecha y lugar de su nacimiento, en el tiempo que duró su ministerio público, en los testigos de la crucifixión, en el número de personas que le presenciaron resucitado, y en el día y lugar en que ascendió a los cielos. Tampoco existe constancia de la existencia de Nazaret en tiempos de Jesús, sino siglos más tarde. Y mucho menos que Herodes se entretuviera asesinando niños.

Las interpolaciones también se realizaban sobre obras históricas, con el fin de dar credibilidad a la historicidad de Jesús. Eusebio de Cesarea incluso difundió una carta presuntamente escrita por Jesús a Abgaro, rey de Odesa. El falso texto lo publicó en su Historia Ecclesiae, una obra escrita a principios del siglo IV que hoy goza de muy poca fiabilidad, aunque durante mucho tiempo fue consulta obligada para los historiado- res. Precisamente, Eusebio es acusado de ser el falsificador que introdujo las dos interpolaciones en la obra Antigüedades judías, del historiador judío del siglo I Flavio Josefo, tan citada por muchos como una de las principales referencias no bíblicas sobre Jesús.

El párrafo principal dice así: "Por  este tiempo vivió Jesús, un hombre excepcional, ya que fue un hacedor de milagros portentosos y un maestro para los hombres que reciben la ver- dad con gozo. Atrajo a muchos judíos y a muchos gentiles además. Este era el Cristo. (…) Desde entonces hasta nuestros días, continúa el linaje de los que por su causa reciben el nombre de cristianos".

Dicho texto, conocido como Testimonium flavianum por los especia- listas, no tiene la menor consistencia. Es claramente apologético –el escritor judío no hubiese hablado de Jesús en esos términos elogiosos– y no sigue la línea del resto de la obra. "Una in- decente falsificación, y muy estúpida, además", en palabras del obispo inglés del siglo XVIII William Warburton.

La verdad es que Josefo, a pesar de recoger en sus escritos los hechos más significativos de la historia del pueblo judío, no hace la menor mención de Jesús ni de sus discípulos. Téngase además presente que ningún apologista cristiano anterior a Eusebio citó dichos fragmentos.

"Lo cierto es que ninguno de los antiguos padres de la Iglesia hace mención de esta supuesta cita de Josefo que, de haberla conocido, la hubieran citado de mil amores en su lucha contra los judíos", afirma el reputado filólogo y teólogo alemán

Karlheinz Deschner. Sin embargo, comienzan a citarse a partir del siglo IV, cuando ya se intercalaron en las traducciones. Y esa misma táctica se empleó en la obra Anales de Tácito. Valía cualquier argucia con tal de difundir  a toda costa la doctrina cristiana. Y es que hay un silencio total sobre Jesús en las obras de los historiadores judíos y romanos del primer siglo de nuestra era. Filón, Suetonio, Tácito, Plinio el Viejo, Plutarco… Nadie se molesta en citarle. "Ninguna persona culta de su época le menciona en ningún escrito", subraya la historiadora Bárbara Walker. Las únicas fuentes son, por tanto, los Evangelios, que no pueden ser considerados libros históricos.

Los apologistas cristianos estaban más obcecados por defender la existencia de Jesús que por transmitir sus presuntas enseñanzas. Si hubiese garantía de que Jesús existió, ¿por  qué esa insistencia en convencer al pueblo? ¿Acaso se actúa igual con otros personajes de la historia? Resultaría absurdo. Lo irónico es que esos padres de la Iglesia jamás aportaron pruebas, sino afirmaciones insostenibles, acompañadas de amenazas de condena eterna si se dudaba de la historicidad de Jesús.

DEL MITO A LA HISTORIA
Pablo, el verdadero fundador del cristianismo, convirtió la resurrección de Cristo en el núcleo de la fe cristiana. Ahí tenemos ya, en palabras de Gonzalo Puente-Ojea, "la ficción teológica que abrió el camino para una nova religio, el cristianismo". Sorprende que Pablo no transmita nada acerca de las enseñanzas de Jesús. Por tanto, no podemos hablar de una religión de Jesús basada en lo que predicó –el amor al prójimo–, sino más bien de una religión sobre Jesús centrada en su resurrección como eje salvífico. La Iglesia ha dado, pues, más importancia al mensajero que al mensaje –por eso se olvidó tan pronto de seguir los preceptos del Evangelio–. "Si el cristianismo pudiera haberse establecido sin un conocimiento de las enseñanzas de Jesús, ¿por qué, entonces, vino Jesús a enseñar? (…) El hecho de que no haya un solo sermón del Jesús de los Evangelios que sea citado por Pablo en sus muchas epístolas, es inexpugnable, y ciertamente fatal para la historicidad del Jesús del Evangelio", afirmaría Magurditch Mangasarian, que abandonó su cargo como ministro presbiteriano al descubrir inconsistencias bíblicas.

En Pablo se aprecia la huella de la gnosis, presente en algunas de sus epístolas –en las que no aparece el Jesús histórico por ningún lado–, y también el pensamiento platónico, con su idea del alma inmortal. ¿Cómo es posible esta paradoja?… Solo hay una respuesta: admitir que entre esas epístolas algunas no son de su autoría, sino elaboradas posteriormente por ciertos apologistas. En dichos textos, Pablo se refiere a un Cristo místico, perteneciente a una realidad espiritual que se encuentra dentro de nosotros mismos: "Estoy crucificado con Cristo, y ya no vivo yo, pues es Cristo el que vive en mí" (Gál. 2,19-20). Lo mítico fue transformado gradualmente, por arte de la falacia teológica, en histórico. Así, la interpretación literalista se impuso de forma drástica cuando el cristianismo se convirtió en la religión oficial del Imperio y luchó de manera implacable contra aquellos que se oponían a la ortodoxia. Se iniciaba un periodo oscuro de superstición e incultura.

El gnosticismo –del griego gnosis, que significa "conocimiento"–, sistema filosófico-místico sobre el que se fundamentaron las doctrinas mistéricas y según el cual el contacto con la divinidad puede alcanzarse a través de la vía interior, era una herejía. Grandes bibliotecas repletas de textos gnósticos y numerosos templos paganos fueron saqueados y quemados. La eminente filósofa pagana y científica Hipatia de Alejandría sería cruelmente asesinada por un grupo de fanáticos cristianos, obedeciendo órdenes del obispo Cirilo. La Iglesia comenzaba a cosechar poder y riquezas, distanciándose cada vez más de aquel espíritu humilde de las primeras comunidades cristianas, que pretendían seguir las enseñanzas del Jesús de los Evangelios. El "bienaventurados los pobres" se convirtió en "bienaventurados los pobres de espíritu".

"El cristianismo, que fue la religión de una comunidad de hermanos iguales, sin jerarquía y burocracia, se convierte en Iglesia, en reflejo de la monarquía absolutista del Imperio Romano", afirma Erich Fromm. La Iglesia, en su afán por perpetuar su dominio, solo quería ignorantes entre sus feligreses –para persuadirles fácilmente– y grandes eruditos en su jerarquía apostólica –para velar por la tradición eclesiástica–. Una jerarquía, por cierto, que se creía sucesora directa de los discípulos de Jesús. Y que no soportaba a sabios ni a filósofos que tendían a cuestionar los fundamentos de la fe o tenían una visión metafísica alejada de la teología cristiana.

El filósofo pagano Celso, refiriéndose a los cristianos, afirma: "Siempre están repitiendo: no examines. Sólo cree, y tu fe te hará bendito. La sabiduría es una cosa mala en la vida; es preferible la necedad". Celso demuestra un gran conocimiento de la religión cristiana, siendo sus críticas muy fundamentadas, citando numerosas fuentes, examinando las contradicciones bíblicas y mencionan- do las sospechosas coincidencias con las doctrinas mistéricas, así como el plagio y deformación que hacen los apologistas de las enseñanzas griegas y del judaísmo. Su opinión sobre el episodio de la resurrección de Cristo no puede ser más tajante: "Pero lo que se debe examinar es si alguno, verdaderamente muerto, ha resucita- do con su propio cuerpo. (…) ¡Estando vivo no pudo socorrerse a sí mismo, pero después de muerto resucita y muestra las señales de su suplicio, cómo habían sido taladradas las manos! ¿Y quién vio todo esto? Una mujer exaltada, como ustedes dicen, y algún otro del mismo grupo de hechiceros". Celso considera indigno que el Hijo de Dios muriese de esa manera y que al resucitar se apareciera de forma extraña a unos cuantos discípulos suyos, tan poco fiables en sus testimonios. "Si Jesús quería mostrar su poder divino, debiera haberse mostrado a los que lo insultaron, al juez que lo condenó y a todo el mundo en absoluto", opina el filósofo, quien niega la existencia de Cristo igual que la de los dioses paganos.

Porfirio, filósofo neoplatónico, también es rotundo en su obra  Contra los Cristianos, de la que sólo  se conservan unos pocos fragmentos: "Los evangelistas son inventores, no historiadores de los acontecimientos realizados en torno a Jesús. Cada uno de ellos escribió no en armonía, sino en desacuerdo, especialmente en lo que se refiere al relato de la Pasión". Cuando a lo mítico le damos carácter histórico, le estamos arrancando su verdadero valor simbólico. Y eso ha ocurrido con la figura de Cristo, tan manipulada a lo largo de la historia eclesiástica. Su naturaleza arquetí- pica e imperecedera está fi mente reflejada en los manuscritos gnósticos de Nag-Hammadi –descubiertos en 1945–, que nos han llegado intactos y que relatan el auténtico significado oculto del cristianismo primitivo, muy alejado de la ortodoxia religiosa impuesta con posterioridad por la Iglesia.

Estudiando esos manuscritos, y comparándolos con los textos sagrados oficiales, vemos lo lejos que se llegó para urdir lo que a mi parecer es el gran fraude de la historicidad de Cristo. La infamia de los conspiradores eclesiásticos –actuando como depositarios de una presunta verdad revelada y como guardianes de una determinada dogmática doctrinal–, hizo que la perseguida tradición gnóstica –cuyo pilar era la búsqueda interior para acceder al conocimiento de lo supraterrenal– degenerase en una falsa fe, administrada siempre bajo un férreo control teocrático, y que hoy siguen compartiendo millones de personas. ¿No es ya momento de tomar conciencia de que todo pudo haber sido un elaborado engaño?

Lo más leído

Comentarios

No hay comentarios ¿Te animas?

Nos interesa tu opinión

Revista

nº404

Nº 404, mayo de 2024