Misterios
09/03/2017 (15:12 CET) Actualizado: 09/03/2017 (15:12 CET)

La tumba de Cristo en Japón

Hay historias que son parte de la piel de la humanidad. Dudar de ellas es poner en solfa toda una serie de costumbres, de valores, desequilibrar la misma construcción de la sociedad. Porque si alguna de ellas fuese diferente, la historia, a lo grande, habría sido muy distinta… Javier Martín

09/03/2017 (15:12 CET) Actualizado: 09/03/2017 (15:12 CET)
La tumba de Cristo en Japón
La tumba de Cristo en Japón

Puede valernos, por ejemplo, la historia de Jesucristo, el mismo Dios hecho carne para los cristianos, el personaje en torno al cual se asentó la sociedad occidental. ¿Qué hubiera pasado si la historia no hubiese asumido la muerte de Jesús a los 33 años en el monte Gólgota y su resurrección milagrosa y salvadora a los tres días? ¿Y si hubiera huido de Judea cuando más intensa era su persecución y hubiese llegado, no sé, por decir algún sitio… a Japón? Estaréis conmigo en que los valores occidentales habrían cambiado; y mucho.

Pues aunque parezca increíble, esta historia tiene no pocos seguidores en un pequeño pueblo del norte de Japón. Shingo es su nombre. No en vano, entre campos de arroz, manzanos, y rodeada de bosques montañosos, sobre un altozano descansa una sencilla tumba con dos cruces. No es un monumento funerario sin más. Hay quien dice que allí reposan los restos del mismísimo Jesucristo. Porque fue en Shingo donde habría muerto. Y no lo habría hecho a aquellos simbólicos 33 años. Y no habría sido crucificado. Habría dejado este mundo ya bien crecidito. A los 106 años nada menos. Y de muerte natural. Pongamos tierra de por medio y alejémonos unos 11.000 kilómetros de nuestro país. Nos vamos a la prefectura de Aomori, en el norte de la isla principal del archipiélago que forma el país, Honshu. Y ya que estamos por estos lares, trasladémonos hasta aquella pequeña localidad de tal prefectura, a Shingo, para conocer dicha historia.

NUMEROSAS SORPRESAS
A siete horas en automóvil de Tokio, este pequeño pueblo recibe no pocas visitas que desean conocer de primera mano la esencia de esta increíble leyenda. Allí, el visitante que no esté avisado de las peculiaridades de Shingo puede llevarse un buen soponcio. Quizá haya de contemplar una decena de veces la leyenda de un cartel indicativo que hay una de sus calles para pensar que no se trata de un efecto del exceso de sake. Uno de esos letreros que dirigen a los turistas hacia un lugar de interés. Porque sin duda, el visitante despistado que simplemente haya parado su coche en Shingo para tomar un helado de ajo –es especialidad allí– habrá de sentirse aturdido cuando lea, tanto en caracteres japoneses como en inglés, un cartel que advierte que allí mismo se encuentra nada menos que la tumba de Cristo. Y, para más inri –nunca mejor dicho–, también un museo dedicado al mismo Mesías.

Kaitenku Taro Jurai, o lo que es lo mismo, Jesucristo. Así conocen en este extraño pueblo a ese vecino milenario que su leyenda dicta que es el Dios hecho hombre para los cristianos. Pues más allá de la incredulidad que os puede producir lo que contamos, procedemos a relatar de qué manera Kainteku acabó en Kirisuto no Sato, o en la "ciudad de residencia de Jesús", vamos, en Shingo. Empecemos para ello con los años más misteriosos de Jesús, aquellos en los que no se hace referencia alguna de su biografía en el Nuevo Testamento.

Según el relato de los evangelistas, los llamados "años oscuros o años perdidos" del Galileo se prolongaron entre sus 12 y los 30 años. Si queremos ser un poco más concretos, la laguna biográfica se alarga desde la visita con sus padres, Jesús y María, a Jerusalén para celebrar la Pascua con 12 años, hasta que, con 30, inicia su vida adulta de predicación. La única referencia de esos años en el Nuevo Testamento ahonda en que durante ese largo periodo, Cristo profundizó en conocimiento espiritual y en la búsqueda de la sabiduría para convertirse en el maestro que acabó siendo. Nuestra leyenda nipona pone la luz que faltaba a esos años. No es cuestión de desmentir al libro sagrado del cristianismo, por muy japonés que se sea. Así que nuestra historia se reafirma en que el joven Jesús ahondó en su conocimiento, pero dispone un lugar geográfico para aquel ejercicio de profundización. Suponéis bien, Cristo se pasó parte de su juventud aprendiendo en Japón…

FILOSOFÍA ORIENTAL
Hace alrededor de dos mil años, un joven Jesús de 21 años desembarcaba en la bahía de Miyazu, concretamente en la costa este de Amanohashidate. No había elegido mal lugar. Amanohashidate significa puente al cielo, apropiado, ¿verdad?, para la visita de Dios hecho carne. Si os planteáis pasar vuestras vacaciones siguiendo los pasos del "Jesús japonés", ésta es una parada que también guarda cierta consistencia turística. No en vano, es destacada como una de las tres mejores vistas panorámicas que existen en el país del Sol Naciente.

Pero no nos desviemos, que nuestro protagonista, que este Cristo tan poco cristiano si seguimos la ortodoxia religiosa, no hizo tan largo viaje para resolver ningún tipo de afán turístico. La curiosidad de quien ha de hacerse con todo el conocimiento del mundo, de quien pretende transmitir un mensaje que modifique para siempre la historia, no conoce fronteras ni largos viajes. La secular filosofía oriental podía ofrecerle nuevas claves espirituales. De este modo, iba a profundizar en los conocimientos teológicos de la mano de un gran maestro, en las inmediaciones  del monje Fuji. Y tras un largo proceso de aprendizaje de casi una década, agarra toda su maleta de conocimientos y regresa a Tierra Santa. Allí vuelve a salir en las páginas del Nuevo Testamento. Comienza la etapa decisiva de la predicación. Para todos nosotros, esta parte japonesa de la leyenda que nos ocupa puede parecernos desconcertante, pero no choca de frente con la doctrina cristiana explicada grosso modo. Pese a que los teólogos suelen coincidir en que Jesús pasó aquellos años oscuros en Nazaret, no es menos cierto que si nos guiamos por los libros que han estructurado la historia de la fe en Occidente, cabría la extraña posibilidad de que el joven Jesucristo hubiera crecido espiritualmente en lugares a priori tan exóticos como Japón. Y en ese caso, este Jesús, que había recibido su formación espiritual en Japón, podría haber anunciado su mensaje en la intensa predicación de tres años que nos narran los evangelistas. Pero ya sabemos qué pronto comenzó la persecución contra aquel a quien las autoridades romanas consideraban un peligroso agitador. Y aquí surge de nuevo uno de esos giros que hacen parecer que nos están tomando el pelo.

LA APARICIÓN DE ISIKURI
Porque aparece un personaje del que todavía no habíamos escrito y que en ningún momento se ha asomado por los millones de páginas de la tradición cristiana: el hermano del mismo Jesús. Un hermano al que ha olvidado la historia, y que se habría llamado Isukiri y habría sido sacrificado por toda la humanidad.

Sabedor de la importancia del mensaje de su hermano y su capacidad renovadora de la sociedad en su conjunto, los dos hermanos elaboraron un plan. El mismo habría de llevarse a cabo en el mismo momento en que Jesús fuese a ser detenido por las autoridades romanas. Jesucristo, el predicador de la llegada de Dios, aquel que iba a renunciar a su propia vida para salvar a la humanidad en su conjunto, el peligroso revolucionario, era detenido y después, suponemos que al modo que nos indican las Sagradas Escrituras, condenado a muerte, no sabemos si lavado de manos incluidas, que en esto no se detiene la leyenda japonesa. Lo que sí especifica es que antes de que se procediera a ejecutar la crucifixión, Jesús e Isukiri intercambiaron su posicionamiento en la historia. Es decir, que Isukiri iba a ser finalmente el crucificado. Se sacrifica por su hermano y todo el cristianismo y prácticamente toda la historia de la humanidad en los últimos dos mil años se va al traste. De algún modo se va al traste el mismo concepto de la divinidad de Cristo.

LA HUIDA DEL JESÚS JAPONÉS
Así ocurrió. Jesús huyó entonces allí donde había encontrado todo su conocimiento espiritual, a Japón, a Shingo. Y por supuesto, aquel no fue un viaje fácil, ni breve. Casi cuatro años tardó en recorrer los cerca de 10.000 kilómetros que separaban Judea de Shingo. Cuatro años tras los cuales llegó al puerto de Hachinohe. Más allá del recuerdo del sacrificio que había dejado atrás, también trajo un recuerdo físico de sus seres queridos. Con él se llevó un mechón de pelo de su madre, la Virgen María, y una oreja de su hermano. En Shingo vivió una larga y plena existencia; ya hemos comentado que dicen los relatos que alcanzó los 106 años. En ella se dedicó a seguir su predicación y, sobre todo, a atender a quienes más lo necesitaban mientras se ganaba la vida cultivando arroz. Se casó con Miyuko, hija de un granjero de la localidad, y tuvo tres hijos. A su muerte, su cuerpo fue enterrado en la cima de una alta colina y junto a él, en una tumba adyacente, se hizo lo propio con la oreja de su hermano crucificado.

Alrededor de 20.000 personas visitan cada año este extraño recinto, aunque justo es decir que se trata tan sólo de un espacio de curiosidad y de leyenda que nos explica la dimensión, ya no sólo religiosa, sino popular que tiene la figura de Jesucristo en el mundo entero. Lo cierto es que sean quienes sean los enterrados allí, debieron de ser importantes dentro de la sociedad japonesa, ya que sólo los personajes prominentes eran enterrados en este tipo de túmulos en lugares elevados. La leyenda relata que en la misma colina, más debajo de la tumba de Cristo, eran sepultados los sawaguchis, quienes desde tiempos pretéritos se habrían encargado del cuidado de la tumba de Jesús… Reconocemos aquí alguna semejanza con alguna que otra obra de ficción de éxito más o menos reciente. Os preguntaréis de dónde nace una historia tan sorprendente, cuáles han sido las fuentes que han dado pie a la leyenda. Pues de unos documentos manuscritos de los que hoy no existen más que unas copias que se exhiben en el Museo de Jesucristo citado. Se les conoce como los Documentos Takenouchi y los originales, supuestamente, fueron hallados por un grupo de arqueólogos en el año 1936. Describían la vida y desventuras del supuesto Jesús nipón tanto en Judea como en Japón. Uno de los pergaminos sería el mismo testamento de Cristo que habría dictado a los pocos días de morir. Y ponemos el condicional en la sentencia porque no tenemos forma de analizar los documentos originales. Fueron destruidos durante la Segunda Guerra Mundial. Más dudas para una ya de por sí dudosa historia. 

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Bestiario, los habitantes de la oscuridad, en el número de noviembre de Año / Cero