Ovnis y vida extraterrestre
01/09/2022 (18:15 CET) Actualizado: 02/09/2022 (22:21 CET)

Abducción en Navarra

El investigador Mikel Navarro ha conseguido rescatar un caso de abducción que permaneció durante décadas solo en el recuerdo de sus protagonistas y de su núcleo familiar más cercano. Esta es la historia…

01/09/2022 (18:15 CET) Actualizado: 02/09/2022 (22:21 CET)
Abducción en Navarra
Abducción en Navarra

La casualidad, esa que no existe, me hizo conocer a Miguel Beroiz a través del buen amigo Juan Karlos Monreal. Miguel conocía un par de sucesos de encuentros cercanos con OVNIs. El primero aconteció en Unciti (Navarra). Los más ancianos del lugar relataban cómo un objeto de grandes dimensiones, cilíndrico y de aspecto metálico había salido de la tierra y se había quedado posado durante días, para luego despegar y desaparecer para siempre. Miguel me llevó al lugar en donde estuvo posado el extraño aparato durante días a la vista de todos los vecinos de la cercana población de Unciti. «El objeto era enorme y brillaba reluciente sobre el labrado, emergió del propio campo», aseguraba mi informante. 

«ENTRAMOS EN EL OVNI»

El segundo caso me sorprendió todavía más, porque se trata de un encuentro con OVNI y posterior abducción. Los protagonistas fueron los padres del propio Miguel Beroiz. El suceso tuvo lugar a mediados de octubre de 1983. Los padres de Miguel habían acudido a casa de uno de sus hijos en el pamplonés barrio de Iturrama para celebrar su cumpleaños. Tras la cena, se despidieron y se marcharon. El reloj apenas marcaba las doce de la noche. Les separaba una distancia de 11 kilómetros desde Pamplona a Muru-Astráin, el pequeño municipio en donde vivía este matrimonio. 

La luz comenzó a perseguir el vehículo, sobrepasándolo y trazando las curvas que el conductor debía tomar

Ildefonso Beroiz y su mujer salieron de Pamplona en su vehículo Renault 6. Atravesaron Zizur Mayor y, justo al sobrepasar la última casa del pueblo, se dieron cuenta de que a mano derecha, junto a una antigua fábrica corsetera, flotaba una extraña «luna». La mujer exclamó: «Ildefonso, la Luna nos sigue». Su marido agachó la cabeza para ver mejor a través del cristal a esa extraña esfera luminosa que volaba a baja altura. La mujer insistía: «¡Ildefonso qué miedo! Te vas a salir de la carretera, ten cuidado», mientras se santiguaba sin descanso.  

Al llegar a Gazolaz, en el cruce de Sagüés (pueblo que queda a mano izquierda), vieron que la esfera de luz estaba parada, como si estuviera esperándoles. «Eso es inteligente», dijo Ildefonso. A partir de ese momento, la luz comenzó a perseguir el vehículo, sobrepasándolo y trazando las curvas que el conductor debía tomar. Según me narraba Miguel: «Aquella luz comenzó a seguir a mis padres justo después del cruce, junto a un barranquito y una fuente llamada La Fuente de las Batuecas, y en el cruce de Paternáin, fuera lo que fuera esa cosa, ya sabía que el coche iba a girar a la izquierda hacia Muru-Astrain. Ahí los estaba esperando un objeto de forma triangular. Entraron en esa estructura metálica, que tenía una rampa por la que ascendieron». 

Muru Astrain
 

A partir de entonces ya no recuerdan nada más, solo que llegaron a casa entre las 3:45 y las 4 de la madrugada. Más de tres horas, casi cuatro, para hacer un recorrido de poco más de diez kilómetros. No era posible… 

Unos hombres con batas blancas y rasgos difuminados examinaban sus cuerpos y manipulaban unos utensilios

CARAS DEFORMADAS

Como suele suceder en estos casos, con los años fueron recordando más detalles del episodio, algunos de ellos aterradores. Sobre todo a través de sus sueños, auténticas pesadillas en muchos ocasiones, diez años después tenían una idea clara de lo que había sucedido aquella noche. Entraron con el vehículo en una estructura, en una especie de hangar. Poco después se vieron tumbados en sendas camillas, separadas por unos metros una de otra.

Unos hombres con batas blancas y rasgos difuminados examinaban sus cuerpos y manipulaban unos utensilios que no adivinaban a identificar. Según Ildefonso Beroiz, veían las caras deformadas por efecto de algún narcótico que les habían suministrado. La mujer se acordaba de que alguien los introdujo de nuevo en el coche y aparecieron en casa sin recordar ese último trayecto. Miguel rememora que su madre «no paraba de hacerse cruces y decir ‘¡qué miedo, por Dios, qué miedo!’». Por su parte, Ildefonso, que había sido militar, se repetía que no tenía miedo y que debían haber sido víctimas de alguna clase de experimento por parte de algún ejército. 

Casi 40 años después del suceso he tenido la oportunidad de repetir en diferentes ocasiones el trayecto que hicieron aquella noche los padres de Miguel Beroiz, imaginándome qué debían sentir en el interior del automóvil mientras contemplaban que aquella luz voladora se desplazaba de forma inteligente, imitando las curvas de la carretera. ¿Qué naturaleza tenía aquella «luna»? ¿Dónde estuvo realmente el matrimonio durante esas casi cuatro horas? 

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