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01/05/2006 (00:00 CET) Actualizado: 25/05/2022 (10:14 CET)

Pergaminos

01/05/2006 (00:00 CET) Actualizado: 25/05/2022 (10:14 CET)

Año 1948. Mes de enero. Jerusalén se había convertido en un campo de muerte. Tierra Santa ya era "tierra de nadie", y una vez más, su traducción, "ciudad de la paz", obligaba a preguntarse a quién demonios se le ocurrió tamaña ironía. El profesor Eliézer Sukenik recorría los laberínticos empedrados en silencio, rozando su espalda contra los centenarios muros en un intento por eludir los proyectiles de uno y otro bando. Y es que en esas fechas la Organización de Naciones Unidas había decidido dividir Palestina, partiendo su corazón por la mitad, permitiendo a Israel crear por fin el ansiado Estado con la capital anhelada: Jerusalén. De este modo se mezclaban los odios de ambas comunidades y daba comienzo una sangrienta guerra que, aún hoy, se cobra cientos de muertos cada año.Pero Sukenik no temía a las balas. En sus manos había caído un pequeño fragmento de pergamino, en el que se relataban las palabras de Jesús. Poco más sabía, salvo que existían más pedazos en las polvorientas estanterías de un anticuario de la ciudad vieja. Y allí fue, ávido por hacerse con los manuscritos. Relatar lo que ocurrió entonces sobrepasa los límites de esta página; merece un amplio artículo, o quién sabe si un libro. Elementos para ello no faltan: riesgo, asesinatos, espionaje, y unos textos a los que la Iglesia dio la espalda, y por los que todos mostraban sus afiladas garras. Eran los pergaminos hallados por dos pastores de la tribu taamarie en las cuevas de Khirbert Qumram, pertenecientes a la "secta" de los esenios, hacia la que Jesús mostraba cierta simpatía. Por ello pudieron escribir de él, de sus enseñanzas y de su mensaje. Por ello dista tanto de la oficial; por ello, evidentemente, no están bien vistos. Los intentos por desligar la figura del nazareno de este colectivo han sido una constante con el paso de los siglos.Pero si importante fue este hallazgo –más de 600 fragmentos– no menos lo fue el ocurrido dos años antes en Nag Hammadi, en el desierto egipcio. Eran los Evangelios Apócrifos, textos repudiados, desacreditados y hasta satanizados por esa Iglesia de pies en el suelo. Manuscritos en los que la divinidad de Jesús queda relegada a un segundo plano. Su esencia humana era más importante, más grandiosa y más excepcional, algo que entendieron bien esenios y gnósticos, en cierto modo los "embriones" de ese paleocristianismo tan diferente al actual.Y ahora Judas, o más bien su Evangelio, revela que aún hay demasiado por descubrir sobre la figura de Jesús. ¿Les cuento algo? No, mejor descúbranlo ustedes mismos…Lorenzo Fernández Bueno

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Nº 404, mayo de 2024