Vida alternativa
01/01/2005 (00:00 CET) Actualizado: 06/11/2014 (09:58 CET)

El ritual de curación del kambô

Muchos rituales mágicos y curativos practicados por los habitantes de la Amazonía emplean animales y plantas que, por culpa de una creciente deforestación de la selva, quizá nunca lleguemos a conocer. Esta crónica nos cuenta los sorprendentes efectos del veneno de una simple rana y sus variadas aplicaciones terapeúticas.

01/01/2005 (00:00 CET) Actualizado: 06/11/2014 (09:58 CET)
El ritual de curación del kambô
El ritual de curación del kambô
En las entrañas del Amazonas, en Brasil, se custodia un legado dotado de vital importancia para la Humanidad: incontables remedios naturales, obtenidos de plantas y animales, que son empleados con los más variados propósitos. Curanderos de muchas tribus los utilizan para sanar el cuerpo, equilibrar la mente y realizar increíbles proezas espirituales. Hoy la ciencia se interesa en gran medida por estos prodigios naturales capaces de evitar toda clase de dolencias y enfermedades. Sin duda, se trata de una auténtica biblioteca de la biodiversidad, así como del mayor laboratorio farmaceútico de la naturaleza que existe en el planeta.

Fue una auténtica aventura llegar hasta el corazón del Amazonas, enfrentándome a toda clase de obstáculos y dificultades a través del Igarapé, un río laberíntico poblado de yacarés, los temibles reptiles que te observan amenazadoramente con sus frías pupilas mientras la canoa se adentra en lo más profundo de la selva. Una nube de mosquitos, capaces de agujerearte la piel y de provocar la fatídica malaria, se unen a la frondosidad de una jungla húmeda y calurosa a más no poder, en la que se experimenta la sensación de haber arribado a uno de los más remotos rincones del planeta.

Había llegado a la comunidad de daimistas de Céu do Mapiá (Cielo de Mapiá), un poblado de seres conectados profunda y sinceramente con la espiritualidad, y cuya vida se mueve alrededor de la práctica del Santo Daime, nombre que aquí recibe el enteógeno conocido como ayahuasca. Quien ha experimentado sus efectos sabe que esta bebida sagrada, que se utiliza de forma ritual, es capaz de propiciar las experiencias más extraordinarias que alguien pueda imaginar en su vida. En casi una veintena de ocasiones tendría la fortuna de vivir la experiencia práctica del viaje chamánico, a través de intensas ceremonias que empezaban al atardecer y acababan al amanecer del día siguiente.

Pero en esta comunidad se realiza un trabajo mucho más amplio todavía, de investigación sistemática de los recursos naturales y sobre los beneficios que plantas y animales pueden aportar a la salud de los seres humanos, buscando siempre un equilibrio entre cuerpo, mente y espíritu.

La rana milagrosa

Una de las espectaculares experiencias que deseaba vivir en primera persona era la del ritual de sanación del kambô, que consiste en la introducción del veneno de una rana amazónica, phyllomedusa bicolor, a través de quemaduras realizadas en la piel. Para ello me puse con toda confianza en las manos de la directora de la Santa Casa de Salud, Clara Shinobuiura. Es de ascendencia japonesa y gran amiga de los seres mágicos de la naturaleza, como todas y cada una de las personas que aquí reciben constantemente el prodigioso conocimiento de la floresta. Este contacto con el mundo mágico de los elementales tiene lugar desde hace miles de años en estas tierras de ensueño, por conocimiento empírico, tras un incesante trabajo de acierto y error en las prácticas; y, lo que es más curioso, por pura revelación de los espíritus de la naturaleza. Estos, según los testimonios recogidos, se manifiestan de múltiples formas para indicarles a los seres humanos cómo tienen que ser utilizados los principios activos que contienen las plantas y los árboles que habitan.

Entregada al rito ancestral raspó con una pequeña navaja lo que antes había sido el líquido extraído de la piel de la rana, llamada kampo o kambô, convertido ahora en sustancia sólida, preparada sobre una tablilla de madera. Con un bastoncito quemó en siete ocasiones mi brazo izquierdo, a la altura del hombro, provocándome un intenso dolor que aguanté imperturbable, sin perder detalle de cuanto estaba ocurriendo y con la cámara de vídeo frente a mí, pues quería ver posteriormente la transformación de mi rostro en cada momento. Me habían dicho que los cambios en el aspecto físico de los pacientes eran singulares; que el rostro de la persona que experimentaba el veneno del kambô sobre su cuerpo llegaba a parecerse al de una rana, y que en ocasiones se ponía de color verde. En un documental de Televisión Española se había afirmado que con tres de estas quemaduras con veneno existía riesgo de morir. Que yo sepa, nadie se ha muerto con este proceso de sanación, pero si hay algo que se parezca a la agonía de la muerte, es desde luego lo que viví sintiendo aquellos estremecimientos que sufrió mi cuerpo.

El veneno que cura

Dejarse inocular este veneno en la sangre, aunque sea al mismo tiempo un bendito bálsamo con increíbles facultades curativas, no es plato de buen gusto. Desde luego es, y así lo afirmo, un mal trago que hay que pasar si realmente se quieren comprobar fehacientemente los síntomas o el resultado de ciertas prácticas. No sólo me escocía la piel por las quemaduras. Ahora el veneno actuaba a una velocidad sorprendente, pues parecía como si me estuvieran inyectando ácido en las venas. Sentí cada una de las siete punzadas y un dolor acerado, como el de siete agujas que estuvieran metiéndose hasta lo más profundo de mi organismo.

Después ocurrió algo verdaderamente extraño. Empecé a sentir un calor como nunca lo había sentido. No era un calor que viniera de fuera, como el habitual que se padece en la selva, ese calor constante y húmedo que te hace permanecer completamente empapado de sudor durante todo el día. Esta vez provenía de mi interior, como si un incendio naciera en lo más profundo de mi ser. Era infinitamente superior al que se siente cuando uno tiene cuarenta grados de fiebre, con la diferencia de que ahora todo se estaba desarrollando en segundos. Parecía que mi cuerpo fuera a entrar en combustión espontánea. Me pregunté cuál sería la causa que provocaba todo eso, pues verdaderamente me parecía estar a punto de convertirme en una antorcha humana.

A esto se sumó otro efecto que tampoco había experimentado en toda mi vida. Escuché mi corazón: lo sentí con una fuerza increíble, como si resonara en una cámara aislada del exterior, como si mi cuerpo fuera entera y únicamente un corazón latiendo. Era tan intenso el latido que no parecía que hubiera en mi cuerpo más que eso, un corazón. Para mi sorpresa, el latido se fue haciendo más sonoro, ampliándose su eco, hasta llenar mi pecho por completo; después llegó a sonar –así lo sentía yo– como un inmenso sonido dentro de una caja hueca, desde la cabeza a los pies, desde mi brazo izquierdo hasta el derecho. Mi cuerpo parecía ahora un inmenso corazón cuyos latidos podían escucharse en todo el Amazonas. Era algo verdaderamente sobrecogedor.

Después de experimentar atentamente estos dos procesos, que sencillamente me tenían perplejo, Clara me llevó al exterior de la vivienda en la que nos encontrábamos, una típica cabaña cabocla, y me dejó allí sentado, con los pies descalzos, sobre la hierba. Yo ya sabía que esta práctica de sanación provoca el vómito de forma fulminante. Ella me había hecho beber al principio tres vasos de agua para que el estómago tuviera algo en su interior y no fuera más duro todavía el acto de vomitar, que siempre es agotador. También había seguido sus indicaciones cuando me dijo que empezara el tratamiento en ayunas, así que esa mañana no había ingerido el más mínimo alimento.

Me quedé unos instantes contemplando los árboles de la selva y de pronto vomité como nunca antes lo había hecho, en una fracción de segundo. No sé si lo que sentía era dolor, estremecimiento del cuerpo o desintegración como ser humano. En ese momento parecía que me quebrara en mil trozos, y una angustia sin límites me envolvía, angustia de insoportable náusea; pero todo fue fulminante, en una fracción de segundo.

En ese momento ocurrió algo insólito. Un perro se echó sobre mí. Clara entonaba unos cánticos que ayudaban en el proceso de sanación, a la vez que tocaba en ciertas ocasiones mi cabeza. El perro se irguió sobre sus patas traseras y me abrazó materialmente por el cuello como lo haría una persona, con las patas delanteras. Por si no era bastante el peso del enorme animal, tuve que aguantar como pude otros dos vómitos que de nuevo limpiaron mi estómago por completo. Ya eran tres las veces que se producía ese espasmo repentino, arrojando los tres vasos de agua que había bebido.

El aura de la sanación

Con las patas del perro alrededor de mi cuello oí a Clara decir que cuando alguien es curado con el kambô, su aura se torna intensamente verde, y esto atrae a los animales, que no pueden evitar acercarse. También me aportaría una valiosa información para comprender los prodigiosos efectos del veneno de la rana, vacina do sapo, como lo llaman allí. La tribu que había descubierto este remedio eficaz contra tantos males era la de los katukinas. Me explicó cómo el jefe de la tribu veía morir a los miembros del grupo, atacados por una enfermedad para la cual no encontraba curación, por más que hubiera utilizado toda clase de recursos. Así que recurrió al jagube, la liana mágica de la que se obtiene la ayahuasca.Tal como suele suceder en estas tierras, un espíritu sagrado le reveló la información que deseaba, mostrándole a través de una visión la rana y el proceso que debía realizar para que su tribu sobreviviera.

Así les fue concedido este don de curar a los indios katukinas, que no sólo lo emplean para estos menesteres, sino para cazar. Como yo había comprobado personalmente, los animales se sienten atraídos por el aura que desprende el paciente, que según me decía Clara, es de color verde. La observación de este fenómeno lleva a los nativos a tomar el kambô cuando no tienen fortuna a la hora de cazar. Flaviano Schneider, periodista brasileño con quien tuve la suerte de dialogar amenamente cuando me dirigía a Mapiá y también a mi regreso, me explicaba que, debido a este fenómeno, existían dos términos para los cazadores katukinas: panema (indio que no tiene suerte para cazar), que con el kambô pasa a ser marupiara (el indio que caza bien, que tiene suerte en la caza).

Estos indios, que se encuentran principalmente en el territorio de Cruzeiro do Sul, en el estado de Acre, junto al río Juruá, son los custodios originarios de este legado, auténtico patrimonio de la Humanidad, que ahora despierta la avidez de los biopiratas de distintos países, siempre con la intención de llevarse a sus laboratorios una rana difícil de ver y más aún de capturar.

Sus propiedades curativas son inmensas. Se ha comprobado su eficacia en el tratamiento de la depresión y de todo tipo de problemas como nerviosismo, ansiedad, fobias, estrés y desequilibrio mental. Tiene una capacidad enorme de activar el sistema inmunológico y para actuar contra toda clase de trastornos musculares o articulares: artritis, reuma, ciática o tendinitis. También combate los dolores de cabeza, el asma, bronquitis, rinitis, sinusitis, enfermedades del sistema circulatorio, acné, hepatitis, epilepsia o malaria, así como en irregularidades de la menstruación. Su actuación resulta muy efectiva sobre la mayoría de órganos del cuerpo: pulmón, genitales, bazo, páncreas, vejiga, estómago, intestino, corazón, hígado, garganta o tiroides. Una interminable secuencia que abarcaría las más variadas enfermedades y dolencias.

Distintos grupos de defensa de la naturaleza y de las comunidades indígenas brasileñas han denunciado reiteradamente la actuación de los biopiratas, traficantes de recursos naturales que se amparan en sus supuestas investigaciones como biólogos. Son enviados por empresas farmacéuticas y por distintos centros de investigación que se enriquecen a costa de las comunidades nativas, patentando sus descubrimientos ancestrales en otros países sin el más mínimo pudor. Investigando al kambô, la ciencia ha descubierto dos péptidos –que son pequeñas proteínas compuestas por cadenas de aminoácidos con un tipo de unión especial– pero que en este caso eran desconocidos hasta el momento: la dermorfina, que es un poderoso analgésico, y la deltorfina, que combate la isquemia, una deficiente circulación sanguínea y falta de oxígeno, que a su vez causa derrames y angina de pecho. Y recordemos que la isquemia cardíaca puede llegar a producir el infarto de miocardio. Ahora se está confirmando científicamente que las secreciones de la piel del kambô fortalecen el sistema inmunológico y ofrecen esperanzadores resultados en la lucha contra enfermedades como el parkinson, el cáncer, la depresión y el sida.

El fuego interior que sentí y el intenso latido del corazón fueron síntomas de una increíble depuración del organismo que se produjo en sólo diez minutos. En pocas ocasiones, la Naturaleza es capaz de sanar tan rápida y eficazmente a un ser humano. ¿Cuántos prodigios más nos depara el misterioso corazón de la selva brasileña?
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