Vida alternativa
10/03/2016 (10:24 CET) Actualizado: 10/03/2016 (10:24 CET)

Dejar de ser vegetarianos permitió al ser humano tener más cerebro

10/03/2016 (10:24 CET) Actualizado: 10/03/2016 (10:24 CET)
Comer carne hizo que masticáramos menos
Comer carne hizo que masticáramos menos

Katherine D. Zink y Daniel E. Lieberman, investigadores del departamento de biología evolutiva de la Universidad de Harvard (EE UU), han publicado en Nature un curioso experimento que muestra cómo la introducción de la carne en la dieta y el uso de herramientas de piedra también modelaron los rasgos morfológicos de los primeros homínidos.

Hace 20 años los antropólogos Leslie C. Aiello y Peter Wheeler ya defendieron que una alimentación rica en grasas y proteínas animales permitió un aumento del volumen cerebral del género Homo . Pero les faltaban las pruebas. Esta investigación aporta datos numéricos a la hipótesis que explica cómo cambió el cráneo y la cara a lo largo de la evolución.

Los chimpancés pasan la mitad del día masticando, los seres humanos en cambio solo le dedicamos un 5% de nuestro tiempo y no es porque comamos menos sino porque la calidad de nuestra dieta y los alimentos procesados nos han facilitado la vida, sobre todo gracias a la cocción. Pero, ¿cómo se las apañaban nuestros ancestros antes del descubrimiento del fuego hace más de 500.000 años?

Los científicos han recreado las condiciones del Paleolítico inferior en el laboratorio con 14 voluntarios para comprobarlo empíricamente. Los sujetos se alimentaron con muestras de carne cruda de cordero, zanahorias, remolachas y otros vegetales que pudieron manipular con reproducciones de herramientas de piedra. Los sujetos masticaron con electrodos por toda la cara para que los autores del estudio pudieran registrar la actividad de los músculos faciales y correlacionar los dactos con la fuerza masticatoria.

Los resultados muestran que una dieta compuesta por una tercera parte de carne y la disponibilidad de herramientas líticas redujo un 17% la masticación y un 26% la fuerza requerida para trocear el alimento antes de engullirlo.

Los autores sospechan que librar a nuestros antepasados de la ardua tarea de masticación pudo jugar a favor de la selección de otras funciones. Una de ellas podría ser mejorar la capacidad del habla influenciada también por una capacidad oral más corta.

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