Civilizaciones perdidas
20/05/2015 (13:24 CET) Actualizado: 08/10/2020 (09:45 CET)

Regreso a la cueva de los Tayos

Ubicado en Ecuador y explorado por el enigmático investigador Juan Móricz, ya fallecido, el complejo subterráneo de la Cueva de los Tayos es un laberinto plagado de misterios.

20/05/2015 (13:24 CET) Actualizado: 08/10/2020 (09:45 CET)
INTRATERRESTRES, CUEVA TAYOS, JUAN MORICZ
INTRATERRESTRES, CUEVA TAYOS, JUAN MORICZ

En los años sesenta del siglo pasado, el investigador húngaro naturalizado argentino Juan Móricz se convirtió en el primer no indígena en entrar en la Cueva de los Tayos, una caverna –o, mejor dicho, una red de cuevas– de enormes dimensiones ubicada en la región de Morona-Santiago, en plena selva ecuatoriana. Tras haber recorrido un gran número de túneles, Móricz afirmó haber encontrado una serie de estancias repletas de estatuas y otros objetos de diversas formas, colores y materiales, así como cadáveres de algunos seres humanoides. Lo más sorprendente, sin embargo, era que en una de dichas estancias se habían apilado centenares, tal vez miles, de finas tablillas metálicas –algunas de oro– con ideogramas: una biblioteca de metal que, en definitiva, parecía proceder de una antigua civilización completamente desconocida para la ciencia actual.
En 1969, Móricz decidió dar a conocer al mundo estas maravillas y para ello procedió con la máxima cautela. Al objeto de asegurarse los derechos legales del hallazgo, lo primero que hizo fue informar por escrito del mismo al Gobierno de Ecuador. Para ello, el investigador necesitaba un abogado de confianza y, al encontrarse en Ecuador, solicitó a un amigo senador que le recomendara uno. Así fue como interviene en esta historia Gerardo Peña Matheus, un destacado abogado de la ciudad de Guayaquil, donde todavía reside, que en junio de aquel año se dirigió al despacho de Móricz, donde redactó junto a éste el informe que acabaría en manos del Gobierno. Semanas más tarde, el presidente del país autorizó una expedición oficial para levantar acta del descubrimiento de la Cueva de los Tayos.
Dado su papel como asesor legal, Peña Matheus vio las enormes instalaciones subterráneas y, también, las gigantescas piedras talladas de las que le había hablado Móricz. Pronto, la prensa se hizo eco de aquel extraordinario descubrimiento y, poco tiempo después, Erich von Däniken se personó en Guayaquil para conocer a Móricz y a Peña. La estrecha relación entre el investigador húngaro y el abogado ecuatoriano se prolongó muchos años y devino en amistad fraternal. Durante más de dos décadas, Móricz y Peña fueron inseparables y su relación sólo se vio interrumpida por la muerte del investigador en 1991. Ahora, veintidós años después de la muerte de Móricz, no hay duda de que la vida del explorador de los Tayos fue tan misteriosa e interesante como la propia cueva. Gerardo Peña Matheus nos habla de ambas.

Sebastián Cescato: En 1976, el ingeniero escocés Stanley Hall puso en marcha la mayor expedición jamás efectuada a la cueva de los Tayos: fueron decenas de científicos y militares, tanto del Reino Unido como de Ecuador, inclusive el astronauta Neil Armstrong en calidad de presidente de honor. Esta expedición consiguió recoger gran cantidad de datos científicos, pero no encontró los tesoros arqueológicos mencionados por Móricz, que se había negado a participar. ¿Qué opina sobre esto?
Gerardo Peña: Creo que la mejor prueba de esta expedición es el informe manuscrito que Stanley Hall elaboró al término de la misma. Estas páginas expresan los puntos de vista y la actitud de Hall hacia la cueva y hacia Móricz en un momento histórico concreto (ya que su relación comenzó muy bien y luego terminó bastante mal). Hasta hace poco este documento no se conocía, pero me decidí a publicarlo porque estaba en mi poder. Creo que es históricamente muy importante y por eso lo he dado a conocer. Básicamente, Hall, además de relatar el trabajo realizado en el campo de la ciencia durante la expedición, describe con claridad los hechos históricos que propiciaron la expedición. Así, al leer dicho informe, se observa que Móricz descubrió la cueva y comunicó oficialmente su existencia y la forma en que la prensa difundió el descubrimiento; ponía de manifiesto las mentiras de Erich von Däniken (ver recuadro) y todos los problemas que Móricz sufrió a causa de sus teorías y descubrimientos.

S.C.: En los años ochenta, una amiga de Juan Móricz, Bettina Allen, visitó la Cueva de los Tayos en compañía del investigador y de otras personas. ¿Nos puede contar algo?

G.P.: Me temo que no sé absolutamente nada; tendría usted que preguntar a la propia Bettina...

S.C.: Eso es lo que han hecho algunos periodistas en Argentina. Al parecer, ella les confirmó todo lo que dijo Móricz en su momento. En cualquier caso, llegaron otros visitantes más o menos inesperados en busca de Juan y de la cueva. Recuerdo, por ejemplo, al escritor y periodista español de origen alemán Andreas Faber-Kaiser, que después de entrevistar a Móricz llegó solo, sin su ayuda, a la entrada principal de la cueva de los Tayos.

G.P.: Así fue. Conocí personalmente a Faber-Kaiser y admiraba la audacia y valentía que demostró al ponerse a buscar la cueva por su cuenta. Verificó que existía y luego se las arregló para volver sano y salvo a la civilización. Recuerdo que habló mucho con Móricz, pero dudo que le hiciera revelaciones especiales. Me temo que Móricz se llevó sus secretos a la tumba.

S.C.: Al parecer estos secretos eran realmente importantes, ya que Móricz dijo a algunos amigos que había sufrido diversos intentos de secuestro y que habían atentado contra su vida. Entre otras cosas, quizá tuviera que ver con que Juan era el titular de una cincuentena de cajas fuertes dispersas en numerosos bancos de varios países…

G.P.: Móricz fue el prototipo del hombre que sabe demasiado. A pesar de que era muy introvertido, fue víctima más de una vez de ataques a su persona, afortunadamente frustrados. Sin embargo, la mayor amenaza para su vida fue su modo de vivir, que justificaba diciendo que eran «riesgos calculados». El hecho de que nunca le sucediera nada grave podría explicarse por alguna forma de protección superior y misteriosa. Llegaba a su destino al amanecer y sólo entonces comprobaba que el jeep no tenía frenos. Estacionaba su vehículo después de quince horas de viaje y justo al llegar se daba cuenta de que llevaba un neumático pinchado. ¡Una vez tuvimos una colisión frontal y salimos ilesos mientras que el otro coche tuvo un siniestro total! Juan evitaba volar, viajaba siempre sobre cuatro ruedas: cogía un autobús, llegaba a la última parada y, cuando se acababa la carretera, seguía caminando durante horas si era necesario.

No tenía un horario ni una ruta predeterminados. Escalaba solo las montañas más escarpadas, sujetándose al rabo de una mula para ayudarse en el ascenso. Construía campamentos base con sus propias manos y luego se iba a comprar alimentos o herramientas para los técnicos y trabajadores.

Nunca se desanimaba, dormía al aire libre, no llevaba armas y se abría camino a golpe de machete. ¡No tenía miedo! Desconocía que tuviera una caja fuerte de seguridad, pero tal vez le hiciera falta par guardar algunos papeles y documentos importantes, sus notas de investigación...

S.C.: Es sabido que Móricz tenía un carácter indomable, valiente y decidido, como usted acaba de describir. Sin embargo, ¿es posible que un hombre responsable, íntimamente convencido de que había hecho un descubrimiento de gran importancia histórica para la humanidad, muriera sin decirle a nadie la ubicación exacta de la biblioteca de metal?

G.P.: En mi opinión, Móricz reveló lo suficiente en vida y nos facilitó una importante cantidad de conocimientos. Revelar la entrada secreta a la biblioteca de metal habría supuesto dar carta blanca de forma automática a aventureros, turistas y curiosos; al llegar al lugar, cada uno se llevaría un bonito recuerdo arqueológico. Así que tal vez sea mejor así. Móricz estaba convencido de que no había llegado el momento para algo así y puede que no haya llegado todavía.

S.C.: Sabemos que Móricz reveló la ubicación de la Cueva de los Tayos en el río Coangos en vez de indicar la ubicación exacta de la cueva con la biblioteca de metal. Se ha dicho que la cueva de los tesoros está muy lejos de allí y que se encuentra en el río Yaupi. Es evidente que había dos cuevas a partir de los nombres que Móricz asignó a las etapas de su expedición de 1969: Cueva de los Tayos la primera y Táltosok Barlangja (es decir, Cueva de los Seres Superiores, en húngaro) la segunda.

G.P.: De hecho, la Cueva de los Tayos es la puerta de entrada al mundo subterráneo y luego hay otro conjunto de cuevas que se corresponde con el patrimonio cultural de los antiguos taltos, como los llamaba Móricz. Según dijo, con el fin de completar la segunda parte de la expedición, tuvieron que caminar muchos kilómetros, tanto en la selva como bajo tierra, así que pensábamos que se llegaría a la cueva de los Seres Superiores desde la cueva de los Tayos en Coangos. Sin embargo, es posible que se pudiera llegar a ese lugar bajando por otro lado mucho más alejado. Juan había dividido la expedición de 1969 en dos partes, para dar la máxima credibilidad a su descubrimiento; primero con la verificación visual de la existencia de la cueva y luego con el descubrimiento oficial de sus tesoros. La segunda etapa de la expedición no se completó: hubo desacuerdos internos y sobre todo inercia por parte de los agentes gubernamentales que impidieron seguir adelante.

S.C.: Móricz estaba seguro de ser el único capaz de llegar al tesoro; dijo que sería imposible encontrarlo sin su ayuda y no se preocupó cuando la expedición británico-ecuatoriana de Stanley Hall descendió a la cueva con decenas de científicos y militares. Tal vez tanta seguridad se debía al hecho de que la mejor forma de llegar a la biblioteca fuera entrando por Yaupi. Cito lo que dijo Móricz sobre la expedición de Hall: «Entró en una de estas cuevas, la única que he dado a conocer». ¿Le contó su amigo dónde estaba exactamente la cueva de la biblioteca?

G.P.: Nunca se lo pregunté y no creo que Juan me lo hubiera revelado. Además, cuando en un momento determinado le dije que no había que preocuparse de que alguien llegara a la cueva de los Seres Superiores, me respondió: «No te preocupes, Gerardo, nunca la encontrarán porque ahora es físicamente inaccesible». Según él, para llegar allí era necesario obtener tanto el consentimiento de los guardianes indígenas de la zona como el de «los de abajo».

S.C.: Juan Móricz dijo a sus amigos Julio Goyén Aguado y Bettina Allen que, con una pequeña explosión, había provocado un deslizamiento de tierra en la entrada de la cueva de los Seres Superiores, para asegurarse de que nadie más pudiera encontrar la biblioteca de metal. ¿Sabe usted algo?

G.P.: Creo que era físicamente imposible, incluso para Móricz, derribar las estructuras de piedra en medio de la selva. Pero estaba seguro de lo que decía. Usted debe saber que Juan estaba convencido de que podía establecer contacto telepático con los taltos o belas, habitantes del mundo subterráneo, y probablemente había recibido esta información de ellos.

S.C: Volvamos a 1976 y a la expedición británico-ecuatoriana de Stanley Hall y Neil Armstrong. Hall fue acusado de organizar una expedición con la aviesa intención por parte de la masonería escocesa y de la Corona británica de saquear la cueva.

G.P.: Estoy al tanto de tales acusaciones, pero una cosa es la suposición y otra cosa los hechos. Así y todo, Móricz albergaba sospechas contra Hall y probablemente eran de esa índole. De todos modos, Juan, como descubridor de la cueva que era, quería dirigir la expedición y, cuando no se le permitió hacerlo, decidió no participar. Los británicos verificaron los datos aportados por Mórizc en la primera expedición de éste, pero sin su ayuda no pudieron ir más lejos.

S.C.: Móricz se presentaba como investigador y científico. Pero la faceta más mística y esotérica de su personalidad no era tan conocida. Móricz llegó a decir que había sido «iniciado» en Siberia y que tenía contacto directo (tanto telepático como físico) con los belas, los antiguos habitantes del mundo subterráneo que le habían permitido llegar a la biblioteca de metal transmitiéndole su ubicación exacta. ¿Estaba usted al tanto de estas declaraciones?

G.P.: Mire, no sé nada de tal iniciación en Siberia. De hecho, cuando tenía que rellenar un documento o se le preguntaba cuál era su profesión, Juan respondía que era un investigador científico. En cuanto a los habitantes del mundo subterráneo, Móricz me habló de los belas, pero nunca me dijo que tuviera contacto telepático con ellos. No obstante, supongo que cuando hablaba de ellos se refería a que estaba seguro de que protegían los tesoros arqueológicos que él había descubierto… con su permiso.

S.C.: Móricz declaró públicamente que en la biblioteca que había descubierto estaba contenida la historia de una civilización olvidada. Pero también indicó que las tablillas metálicas mostraban una escritura ideográfica desconocida, tal vez cuneiforme. Uno se pregunta cómo Móricz podía saber cuál era el auténtico contenido de la biblioteca. ¿No le parece una contradicción?

G.P.: No hay que olvidar lo que Móricz dijera durante la conferencia que tuvo lugar en la Casa de la Cultura Ecuatoriana el 26 de diciembre 1969 en referencia a las tablillas de oro húngaras, similares a las encontradas en el mundo subterráneo de Ecuador: «El contenido de estos documentos es muy fácil de leer porque conocemos bien la antigua escritura zeti, que es cuneiforme y se ha estudiado en profundidad». Móricz conocía muy bien dicha es critura, podía descifrarla sin ninguna dificultad y es muy probable que entendiera rápidamente qué tipo de documentos había en la cueva de los Tayos. Además, no recuerdo haberle oído decir que no entendiera el contenido de los escritos de la biblioteca de metal, más bien lo contrario. De hecho, en el documento donde comunicaba su descubrimiento, indicaba que tales archivos contenían la historia de la humanidad, el origen del hombre en la Tierra y el conocimiento de una civilización extinta. Por cierto, en opinión del filólogo Manuel Palacios Villavicencio, la escritura zeti coincide en gran medida con el húngaro o székely.

S.C.: Durante los años en que estuvo trabajando en Ecuador, Móricz colaboró con su amigo húngaro Zoltan Czellar, un personaje muy especial. ¿Llegó a conocerle?

G.P:. ¡Cómo no! Czellar fue gran amigo y colaborador de Móricz en sus últimos años. Un día, alrededor de 1975, Zoltan –al que no conocíamos entonces– se presentó en mi despacho como representante de la comunidad húngara de Los Ángeles, que le había enviado a Ecuador para saber qué había pasado con Móricz. Habían perdido la pista, creían que podía haber muerto, tal vez asesinado por las tribus salvajes de la selva. Le dije a Czellar que Juan estaba perfectamente, en excelente condición física, y que a las seis de la tarde podría verlo llegar al despacho, como todos los días, para hablar con sus colaboradores. La cuestión es que Czellar se sintió fascinado por la vida de aventuras y riesgos que luego compartiría con Móricz: incursiones a la selva, viajes en canoa, búsqueda de tesoros escondidos y extracción de oro en ríos y montañas, así como la verificación de la existencia del mundo subterráneo, el increíble descubrimiento del esqueleto de un gigante hembra, la exploración constante de parajes remotos, las tribus salvajes con las que Juan había coexistido durante períodos largos… Zoltan se enamoró de la selva ecuatoriana y no quiso regresar a la vida «civil», por así decir. Se trasladó a Guayaquil con su esposa e hijos, pero ninguno de ellos se acomodó a la nueva forma de vida y no tardaron en marcharse y dejarle libre. Fue doloroso para él, pero decidió quedarse en Ecuador. Sus hijos lo visitaban de vez en cuando, pero la felicidad de Zoltan dependía sobre todo de su interminable ir y venir entre Guayaquil y la selva impenetrable.

S.C.: Zoltan Czellar se quedó en Ecuador y murió allí, mientras Mórizc falleció antes que él en 1991. ¿Es cierto que heredó su archivo y su biblioteca? Entre los papeles de Juan quizá también había un manuscrito sobre la cueva que Stanley Hall diera a leer a Móricz…

G.P.: Zoltan estuvo viviendo en Guayaquil, en un apartamento en Las Peñas, en la calle Numa Pompilio Llona, junto al río Guayas. Los escasos libros que tenía los heredaron sus hijos. Móricz tenía una parte de sus libros en Buenos Aires y otra en Guayaquil. Aquí en la ciudad guardaba algunos volúmenes en la casa de su amiga Liliana Icaza Pérez, que murió sin dejar testamento. Me consta que, tras la muerte de Liliana, su casa fue vaciada y demolida; por desgracia desconozco lo que pasó con los libros. Entre los que Mórizc utilizaba para sus continuos viajes había algunos diccionarios. Los guardaba en su despacho y ahora los tengo yo. Es posible que Czellar tuviera en su poder los archivos personales de Móricz porque no los encontré en el despacho. Sin embargo, Zoltan nunca los mencionó. No se sabe dónde fue a parar el manuscrito de Hall, recuerdo que Móricz se enfadó mucho al leerlo. Tal vez haya terminado, como suele decirse, en la fragua de Vulcano, pero no lo sé a ciencia cierta.

S.C.: Julio Goyén Aguado, querido amigo de Móricz durante la etapa de Buenos Aires, heredó sus acciones de la empresa minera Cumbaratza, así como objetos de la cueva, cierta cantidad de oro y piedras preciosas, un mapa para llegar a la cueva de los Seres Superiores e incluso el esqueleto del gigante al que usted se ha referido antes. ¿Qué sabe de todo esto?

G.P.: Este asunto de la herencia me parece una invención, demasiado novelesco. No he oído nada fiable al respecto. Yo era el abogado de Móricz y nunca me dijo que quisiera hacer testamento, aunque para querer hacer un testamento antes tienes que pensar en que vas a morirte y Juan era de los que pensaban que no se moriría nunca.

S.C.: Sin embargo, recientemente han aparecido en Argentina algunos objetos que Móricz entregó a Goyén Aguado. Además de diversos documentos, hay una tablilla de metal con escritura ideográfica, al parecer procedente de la Cueva de los Tayos. ¡Se han hecho muchas fotos de dicha tablilla!

G.P:. Yo no sé nada al respecto y me parece muy raro. Me niego a creer que Móricz hubiera sacado de la cueva un objeto arqueológico; creo que una de las garantías que él deseaba tener antes de organizar una expedición científica al lugar era que no se sacara nada de la cueva. Según él, las estancias subterráneas habían demostrado ser un arca bastante segura, al haber sido sede de numerosos objetos de valor durante milenios. Así que, en mi opinión y mientras no se demuestre lo contrario, quien afirme haber recibido objetos de la cueva por parte de Juan no dice la verdad.

S.C.: La historia de Juan Móricz y la cueva de los Tayos es realmente fascinante, pero a diferencia de otros descubrimientos apenas se han publicado libros sobre ella. ¿A qué lo atribuye?

G.P.: Lo cierto es que se han publicado muchos artículos y pocos libros, pero en cualquier caso no son muy fiables. Ni siquiera el éxito de ventas de Erich von Däniken, que ya he dicho que no era nada fiable. Cabe mencionar la novela La hora 25 (1949), de Constantin Virgil Gheorghiu, que en  1967 fue llevada al cine con Anthony Quinn. El autor conoció en su juventud a Juan Móricz y el protagonista de su novela se llama… ¡Johann Moritz!

Una parte de los hechos narrados se refiere a la vida de Juan y sus ideas, pero otra parte no. Móricz nunca perdonó al autor que utilizara su nombre aunque lo pusiera en alemán. Luego vinieron Los intraterrestres existen (1978), de Marie Thérèse Guinchard y Pierre Paolantoni, a quienes conocí cuando visitaban Guayaquil. Este documento se refiere a los descubrimientos de Móricz, pero distorsiona la realidad y es una historia de pura ficción. Por el contrario, La historia de la Tierra y el cosmos (2007), de Géza Kisteleki, es un libro extraordinario que, entre otras cosas, casi cuarenta años después, confirma las declaraciones realizadas por Juan Móricz durante su conferencia en la Casa de la Cultura de Ecuador en 1969, en la que hizo referencia a una biblioteca de metal que se encuentra en Europa, similar a la descubierta por él en Ecuador.

S.C.: También está el citado manuscrito de Stanley Hall, aquel que había entregado a Móricz y que este nunca le devolvió. ¡Stan Hall tuvo que escribirlo todo de nuevo!

G.P.: Sí, así fue. El oro de Tayos: los archivos de la Atlántida (2006). El libro me desconcierta, lo mismo que el manuscrito enfureció a Móricz. El autor, después de haber escrito en el primer capítulo que «Juan Móricz tenía una imaginación desmesurada», lo cubría de elogios para luego, en el capítulo XX, afirmar que la historia contada por Juan la había escuchado durante una reunión con el militar ecuatoriano Petronio Jaramillo Abarca. Además, Hall dice que la historia de Móricz comienza en 1964, cuando este llega por primera vez a Ecuador con cartas de recomendación firmadas por una personalidad argentina; el autor describe una reunión con Juan, el historiador Jorge Salvador Lara y otros expertos en la que –en respuesta a una pregunta– Móricz dijo: «He venido a Ecuador para encontrar una entrada al mundo subterráneo, que se extiende desde Venezuela hasta Chile y Argentina».

Por otra parte, Hall acusa a Móricz de que se limitó a repetir lo que escuchó decir a Jaramillo en otra reunión similar celebrada en 1964 en la casa de Alfredo Moebius, junto con otras personas, entre ellas un italiano apellidado Turolla.

Sin embargo, la verdad se demuestra en el libro Más allá de los Andes. Mi búsqueda de los orígenes de la civilización preincaica (1970), de Pino Turolla, donde el autor señala que visitó Ecuador por primera vez en 1966. Eso supone que aquella reunión de 1964 no pudo celebrarse. Posteriormente, el propio Turolla nombra a Juan Móricz al hablar del descubrimiento de la cueva de los Tayos. En resumen, Stanley Hall incurre en tal maraña de contradicciones que su testimonio resulta tan confuso como increíble. En cuanto a la atribución del descubrimiento de la cueva a Petronio Jaramillo, como hace Hall, me parece ridículo. Ya sabemos que Jaramillo era un fanfarrón.

S.C.: ¿Cuál es su opinión sobre el emplazamiento de la cueva de los Seres Superiores que Stanley Hall indica en su libro y en su página web? Hall habría identificado el lugar según las historias de Jaramillo, pero hasta ahora no se ha encontrado nada de particular en la zona...

G.P.: En mi opinión, Hall facilitó ese emplazamiento con el fin de confundir a los que andaban en busca de la biblioteca de metal y así impedir que la descubrieran.

Las personas que han estado en ese lugar me han dicho que no tiene nada de particular.

S.C.: Recientemente usted ha comenzado a dedicar más tiempo a la difusión de información sobre la Cueva de los Tayos. Cuéntanos algo acerca de estas experiencias recientes.

G.P.: Sí, después de tantos años creo que es hora de decir lo que pienso y mostrar los documentos que obran en mi poder. Estuve hace poco en Hungría, invitado por la asociación cultural local János Móricz, que organizó una serie de conferencias para dar a conocer la obra de Juan y la investigación de otros expertos de la prehistoria del continente americano. Le sonarán los nombres de Géza Kisteleki, Klaus Dona, Ruth Rodríguez Sotomayor, Géza Varga, Peter Szilvássy y Ágnes Golenya, algunos de los cuales ya he mencionado. También estaba el filólogo Manuel Palacios, que analizó la epigrafía americana y su relación con la escritura magiar. Hablé de mis años de trabajo con Juan y proyecté fotografías de la época para ilustrar la historia. Por último, Zoltan Varga, como presidente de la Asociación, presentó un relato biográfico de Móricz.

S.C.: Bettina Allen afirma que, poco antes de morir, Móricz explicó la ubicación exacta de la biblioteca a una persona de su confianza que estaba dispuesta a guiar a quienes verdaderamente desearan llegar allí. No está claro lo que eso podría significar...

G.P.: Sólo puedo decir una cosa: estoy seguro de que la cueva de los Seres Superiores con todos sus valiosos tesoros se encontrará tarde o temprano. Así lo espero y por ese motivo estamos ahora hablando de la cueva y de Móricz. No obstante, la oportunidad de redescubrir la biblioteca de metal depende de cómo se lo tomen los misteriosos habitantes y guardianes del mundo subterráneo, los belas o taltos. Sin su consentimiento será imposible encontrarla. 

Este reportaje fue publicado en el nº299 de la revista AÑO/CERO.

 

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