El críptico oráculo de The Economist para 2025
¿Es la revista The Economist un mero observador de las tendencias de la sociedad o forma parte de los engranajes que moldean el futuro?
Cada noviembre, The Economist, revista emblema de las élites económicas y políticas, lanza su especial anual, acompañado de una portada enigmática que suele desatar una ola de interpretaciones. Esta tradición, que mezcla análisis económico con simbología casi esotérica, se ha convertido en una suerte de “oráculo” para consultar lo que se nos viene encima. No en vano, en su junta directiva está lo más selecto y mejor conectado de la elite anglosajona, gente vinculada al Foro de Davos, al Fondo Monetario Internacional, el Banco de Inglaterra, al Council on Foreign Relations, hasta su redactora jefe, Zanny Montón Beddoes, es asistente de Bilderberg y asidua del Foro Económico Mundial (WEF) para regocijo de los más conspiracionistas.
Bajo el título The world ahead 2025 (El mundo hacia el 2025), la portada dedicada al año próximo parece diseñada para inquietar tanto a los optimistas como a los más escépticos. Con Saturno como protagonista, líderes mundiales, símbolos de relativos a lo nuclear y un puñado de crisis proyectadas, ¿Qué nos están anunciando?
Más allá de las palabras
La portada sigue la estructura circular del año pasado. Las direcciones simbólicas y los colores inquietantes (rojo, negro, amarillo apagado) no son meros adornos. Estos elementos están diseñados para transmitir mensajes que apelan tanto al intelecto como al inconsciente colectivo. El especial presenta diversos temas representados de forma críptica y simbólica. Distinguimos códigos binarios y referencias astrológicas. En la portada no solo advertimos eventos concretos, sino que nos invita a interconectar crisis aparentemente dispares: guerra nuclear, pandemias, colapsos económicos y desastres naturales.
Saturno, como figura central, arriba, añade una capa más de simbolismo. En la mitología clásica, el planeta de los anillos representa el límite, la cosecha de lo sembrado, incluso el sacrificio. Si las crisis actuales son las semillas, ¿qué se cosechará en 2025? La portada parece susurrar que este será un año de consecuencias inevitables, un nuevo ciclo marcado por restricciones, confinamientos y cambios estructurales.
En contraposición a Saturno (parte inferior), distinguimos la figura de Jane Austen, que el próximo año celebra el 250 aniversario de su nacimiento. La escritora británica describió con precisión la sociedad rural georgiana y no tanto los cambios que estaba sufriendo con la llegada de la modernidad, la revolución industrial y sus repercusiones sociales, asi como el el colonialismo, las guerras napoleónicas y la extensión del Imperio británico.
Junto a la imagen de Austen, la portada incluye la fotografía de varios líderes. En el centro está Donald Trump, la presidente de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen a la izquierda, Debajo de ella, el presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski enfrentado al líder ruso, Vladímir Putin. Encima, está el presidente de la República popular china, Xi Jinping. Podríamos decir que Occidente está a la izquierda y los países emergentes (BRICS), a la derecha.
La colocación de los códigos binarios -muchos incompletos y sin traducción aparente-, no es aleatoria. Están junto a tres líderes que tienen capacidad nuclear. Otros dos parecen llamar a la reindustrialización y la llegada de la Inteligencia Artificial.
Las cartas sobre la mesa: posibles eventos de 2025
1. Tormentas solares y apagones globales
En efecto, como adelantaba Quasi-ModoⒶ en su hilo, una llamarada solar, asociada al continente americano, abre el círculo de crisis. La implicación es clara: la fragilidad de nuestras infraestructuras tecnológicas será puesta a prueba. Los apagones podrían desencadenar un colapso en los sistemas eléctricos, afectando todo, desde la economía hasta la seguridad básica.
Ojo, no es la única amenaza global.
2. El espectro nuclear
Trump, Putin y Xi Jinping aparecen junto a códigos binarios y hongos nucleares. La portada parece advertir que las tensiones geopolíticas pueden alcanzar un punto de no retorno, con implicaciones devastadoras para la humanidad. Más allá de lo evidente, ¿se trata de una advertencia o de un sutil mensaje para justificar futuras acciones de poder?
The Economist apoyó abiertamente a Kamala Harris, los Demócratas o, para ser precisos, Joe Biden ha autorizando recientemente el uso de misiles de largo alcance para atacar territorio ruso lo que está motivando una escalada bélica que podría desenbocar en una III Guerra Mundial.
3. Emergencias sanitarias
Un átomo, una jeringa y un fondo rojo vinculan a Europa, Asia, África y Oceanía. ¿Un nuevo brote pandémico? The Economist parece prever un 2025 marcado por emergencias sanitarias que podrían tener raíces en la guerra nuclear, la contaminación radiactiva o incluso en un evento planificado, como ya ocurrió con el Evento 201, nombre que recibió un simulacro de pandemia global realizado en octubre de 2019, es decir, dos meses antes de la aparición del primer infectado por el coronavirus COVID-19 en el mercado de mariscos de Wuhan, capital de la provincia de Hubei, en China.
4. Levantamientos populares
En un contexto de inflación descontrolada, pérdida de empleos por la automatización y un panorama de catástrofes continuas, los levantamientos sociales son casi inevitables. La portada plantea una pregunta crucial: ¿serán estas revueltas espontáneas o diseñadas por los mismos poderes que pretenden controlar la narrativa global?
El ojo que todo lo ve y el maestro en las sombras
Uno de los elementos más inquietantes de la portada es el rostro fragmentado compuesto por un ojo, una nariz y una boca. Este símbolo refuerza la idea de que tras cada evento visible hay fuerzas ocultas observando, controlando y, posiblemente, manipulando el curso de los acontecimientos. Trump junto a la nariz, parece controlar por donde respira la sociedad y la boca sonrie de forma siniestra (en rojo) expresando el agrado del sistema.
En la línea de ocultar información dentro de otro mensaje u objeto físico para evitar su detección “the matter” se convierte en “the master,” sugiriendo que hay un “maestro” detrás de todo, un poder central que dirige el caos hacia un propósito concreto. ¿Es esta una advertencia de vigilancia totalitaria o simplemente un reflejo de las narrativas conspirativas que tanto fascinan al público?
No es un detalle menor que en el subtítulo de la portada leamos: "Clima, tiempo de hablar sobre geoingeniería", abriendo la puerta a los que creen en los chemtrails o que el cambio climático no es tal, sino algo orquestado.
No es casual que The Economist publique estas portadas en un formato tan críptico. Cada símbolo, color y palabra parece cuidadosamente seleccionado para provocar discusión y especulación. Pero esta práctica plantea una cuestión esencial: ¿es la revista un mero observador de las tendencias o forma parte de los engranajes que moldean el futuro?
Tom Standage, editor adjunto, ha reconocido abiertamente que las portadas están diseñadas para reflejar la línea editorial de la revista. Esto lleva a considerar que el “oráculo” de The Economist no solo predice, sino que puede influir en el curso de los eventos, funcionando como una herramienta de soft power que valida y refuerza ciertas agendas globales.
El mensaje es claro: 2025 será un año de rupturas, marcado por la convergencia de crisis económicas, políticas y sociales. Sin embargo, si algo nos enseñan estas portadas es que no debemos tomarlas como verdades absolutas. Más bien, son un recordatorio de que el mundo está dirigido por actores con agendas complejas, y que nosotros, como sociedad, debemos estar atentos para interpretar y enfrentar las señales del caos venidero.
Si en la portada del año pasado había representada un reloj de arena que estaba terminando, tal vez aludiendo al final de ciclo en La Casa Blanca porque había una urna electoral, en la de 2025 la clepsidra está llena representando el comienzo de un nuevo ciclo.
¿Estamos preparados para lo que viene o simplemente somos peones en un tablero diseñado por otros? La portada de The Economist nos deja con más preguntas que respuestas, y quizás ese sea precisamente su propósito.
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