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01/08/2005 (00:00 CET) Actualizado: 06/11/2014 (09:58 CET)

La medicina de las reliquias

San Agustín, obispo de Hiponna, menciona que las enfermedades que afligen a los cristianos son causadas por demonios y pueden ser curadas por los santos, ya sea en persona o mediante las sagradas reliquias…

01/08/2005 (00:00 CET) Actualizado: 06/11/2014 (09:58 CET)
La medicina de las reliquias
La medicina de las reliquias
Como tener su presencia física acarreaba muchos más problemas, entre otras cosas porque suelen llevar muertos unos cuantos siglos, se recurría al contacto de alguna vértebra, dedo, víscera o uña del susodicho para aliviar o curar la enfermedad más recalcitrante. En el siglo X, incluso en la famosa Escuela de Salerno, encontramos que el enfermo era curado no sólo por los remedios tradicionales, sino por las reliquias de San Mateo y de otros con fama de milagreros. A medida que la superstición religiosa se hizo más patente, casi todos los galenos y curanderos de los países europeos tuvieron su larga lista de santos, beatos y religiosos, cada uno con un poder especial sobre algún órgano o enfermedad.

La costumbre de ingerir un brebaje con reliquias reducidas a polvo era muy corriente en la España del siglo XVI y XVII. Y cuanto más raras mejor era su eficacia. Entre estas reliquias valiosas que rodaron, tanto por España como por otros países del viejo continente, hay que citar los "cuernos de Moisés" –conservados en la iglesia de San Marcelo, en Roma–, trozos de carne tostada de San Lorenzo, el miembro viril de San Bartolomé –conservado en la ciudad alemana de Tréveris–, y otros medicamentos de la misma índole que hoy ya no se recetan, por suerte o por desgracia, por vía oral ni rectal.

Los reyes, papas y príncipes, que eran los que tenían acceso a estas insólitas reliquias, son los que más las utilizaban para curarse a sí mismos o a sus familiares. La reina Isabel I la Católica dicen que se curó de una enfermedad encomendándose a San Isidro Labrador, con fama de milagroso, desde que se encontró su cuerpo incorrupto en 1212. Hasta tal punto llegó que el primer monarca de la Casa de Trastámara, Enrique II (1369-1379), vino a Madrid acompañado de su esposa Juana para venerar el sagrado cuerpo. Se abrió el arca y la reina, queriendo llevarse una santa reliquia a lo bruto, separó el brazo derecho del cuerpo, no pudiendo cumplir su objetivo de salir con él de la iglesia a riesgo de provocar una escabechina en la momia. El brazo tuvo que ser sujetado desde entonces con una cinta, estado en el que hoy se encuentra.

Otros fueron más sutiles. Cuentan los historiadores que cuando el hijo de Felipe II, el infante don Carlos, se cayó por una escalera a la edad de 16 años, quedó tan maltrecho que le vieron once médicos diferentes, entre ellos Andrés Vesalio, sin que ninguno le curara, a pesar de las sangrías y las purgas. Al ver que se moría irremediablemente, el monarca pidió asesoramiento a los monjes y estos le recomendaron una drástica decisión: acostar en la cama de su hijo moribundo el cuerpo momificado de Diego de Alcalá, un fraile franciscano muerto en olor de santidad un siglo antes. A grandes males grandes remedios dice el refrán. El hecho es que el príncipe don Carlos se levantó sano y salvo un mes después. Su recuperación fue tan rápida que Felipe II solicitó al Papa la canonización del fraile, circunstancia que se consumó seis años más tarde, en 1568. Hoy el cuerpo incorrupto de San Diego de Alcalá, con fama acreditada de poseer poderes curativos, se encuentra en la cripta de la catedral magistral alcalaína y puede ser visto, sin tocar, el día 13 de noviembre de cada año a la espera de que alguien vuelva a reclamar sus divinos servicios
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