Creencias
01/11/2006 (00:00 CET) Actualizado: 06/11/2014 (09:58 CET)

Mandeos, ¿herederos de Juan el Bautista?

El mandeísmo es la única secta atlantídea existente aún en el mundo... El mandeísmo es un residuo atlantídeo». Esta es la opinión que manifiesta el investigador italiano Mario Pincherle en su último ensayo titulado Mandeos, atlantídeos entre nosotros.

01/11/2006 (00:00 CET) Actualizado: 06/11/2014 (09:58 CET)
Mandeos, ¿herederos de Juan el Bautista?
Mandeos, ¿herederos de Juan el Bautista?
Sin embargo, existen ciertos datos que contradicen su tesis. En realidad, ni los mandeos, ni ninguna otra secta, orden sagrado o hermandad iniciática actual puede considerarse heredera directa del saber atlantídeo.

¿Eran naziritas?

Diseminados por Europa, América, Australia y Medio Oriente, hoy existen unos 100.000 mandeos. De ellos la mitad vive aún en Irak e Irán, a orillas del Tigris y el Eúfrates. Y eso a pesar de las continuas persecuciones a que son sometidos para convertirse al Islam; de las limpiezas étnicas promovidas por el régimen de Sadam Hussein; o los conflictos bélicos que arrasan desde hace años la zona.

El mandeísmo se trata de una religión monoteísta, y es definida como una doctrina gnóstica, una de las más antiguas sobre la tierra. Condenada como herética por los Padres de la Iglesia, su pecado consiste en creer en la superioridad de Juan el Bautista frente a Jesús (ver AÑO/CERO, 175).

El origen de esta doctrina, según sus propios textos, hay que buscarlo en la Palestina precristiana, en una hermandad que floreció durante el imperio parto (250 a.C-191d.C.). Durante siglos, se les conoció con el nombre de sabeos, término que probablemente procede del vocablo subba, voz aramea –lengua original mandea– con la que coloquialmente se refieren a su culto principal: el bautismo por inmersión. Así mismo, en la literatura árabe aparecen como sabei o Al Sabiun, nombre que se daba a los «sabios de Harran», una hermandad de magos cuyo culto estelar pudo influir tanto en Abraham (Génesis, 12:4) como en Jacob (Génesis, 28:10), y que los autores árabes pudieron confundir con los mandeos dada la semejanza entre los rituales de ambas sociedades.

Las primeras noticias sobre los mandeos llegaron a Europa, en la Edad Media, a través de monjes portugueses que se referían a ellos como los discípulos de Juan Bautista (Mendayye Yaya). Desde ese momento los documentos eclesiásticos los mencionan como los Cristianos de San Juan. Una definición que es impropia pues no debería llamarse cristianos a los mandeos por varias razones. Para empezar la palabra mandá en arameo significa «gnosis», «conocimiento». En segundo lugar no se les puede calificar de cristianos porque no adjudicaban a Jesús ningún papel mesiánico, mientras que consideran a Juan el Bautista el último y verdadero profeta, el más grande maestro de su familia espiritual. Por último, ellos reservaban el término kristijane para los seguidores de Jesús, mientras se denominaban a sí mismos como nasurai o nazoreos.

El hecho que se les llame nazoreos ha dado lugar a algunas confusiones sobre su verdadero origen. Primero porque a Jesús se le llama con un vocablo similar «Nazareno», y se utilizó este término primero para denominar a sus seguidores. Y porque se llamaba nazareos, nazaritas y naziritas, a una secta judía que observaba ciertos votos rigurosos de aislamiento y consagración a Dios, –en realidad en hebreo el vocablo nazar significa «consagrar« o «separar«–, a la que pertenecía Juan el Bautista.

Ahora bien, según la inscripción Karter, descubierta en Naqsh-i-Rustam, en el año 275 d. C., se denomina ya a los mandeos como nasoreos, y se les distingue netamente de los cristianos nazarenos así como de los nazaritas.

El impostor y el hombre-símbolo

¿Pero porqué algunos mandeos habrían elegido seguir a Jesús si creían en la superioridad de Juan el Bautista? La respuesta podría estar en un pasaje del evangelio de Juan (1:35-39), en el que ese dice: «Al día siguiente Juan estaba otra vez allí con dos de sus discípulos y fijando la vista en Jesús, que pasaba, dijo: ';Este es el Cordero de Dios'. Al oírlo hablar así los dos discípulos siguieron a Jesús». Palabras de las que podría deducirse que el propio Bautista no sólo reconocía la superioridad de Jesús, sino que consintió a dos de sus discípulos –uno era Andrés y del otro no se conoce su nombre– que fueran tras el Nazareno.

Las diferencias entre la tradición mandea y la cristiana son varias. Los primeros no aceptan ni los evangelios ni la figura mesiánica de Jesús, al que consideran un impostor romano. Y sus textos no hablan del célebre bautismo de Jesús realizado por Juan. Éste en cambio, si bien no le atribuyen la fundación de su hermandad, es considerado el maestro por excelencia, le llaman Yaya-Juan, y se denominan a sí mismos Mendaye Yaya (seguidores de Juan). Pablo encontró probablemente a algunos de estos «seguidores de Juan» en Éfeso, y descubrió que ni siquiera habían oído hablar del Espíritu Santo. Cuando les preguntó: «¿Qué bautismo habéis recibido?», respondieron: «El bautismo de Juan».

Según las creencias mandeas, también Jesús era un nasurai, pero fue un rebelde, un hereje que traicionó la doctrina secreta cabalística y presentó una religión demasiado simple. Son acusaciones totalmente infundadas, pero reiterativas en los textos mandeos que se refieren a Cristo como Yeshu Mshiha, y no dejan de criticar ciertas prácticas religiosas de la cristiandad bizantina, como el celibato de los sacerdotes. Esta doctrina tampoco acepta que Jesús fuera El Salvador de la humanidad, y mucho menos un profeta. En el Haran Gawaitha, uno de los textos sagrados mandeos (s. IX d.C.), se atribuyen a Juan el Bautista estas palabras sobre Jesús: «Pervirtió las palabras de luz y las cambió por las de tinieblas. Convirtió a mis discípulos y corrompió todos los cultos tradicionales (bidatha)... Él y su hermano se establecieron en el Monte Sinaí y atrajeron hacia ellos a todas las naciones que se hicieron cristianas».

Por otro lado, la creencia en la superioridad de Juan podría basarse en la siguiente cita, también del testamento de Juan (1:6): «Y vino un hombre mandado (Mesías) por Dios, su nombre era Juan ( no Jesús)».
¿Pero y si cuando los mandeos se dicen seguidores de Juan no se refirieran a Juan el Bautista, sino a otro Juan? Es más, ¿y si tal y como afirma una teoría desconocida por la tradición gnóstica Jesús fuera el nombre cabalístico de Juan, y los dos personajes fueron la misma persona: Juan se convirtió en Jesús al ser bautizado y éste en Cristo al ser crucificado.

En favor de esta última tesis está el hecho de que en los cultos mandeos no son mencionados ni Juan ni Jesús Y, los documentos en que se afirma que el nombre del primero es rigurosamente pronunciado durante el lavado bautismal son falsos. En ningún rito es invocado el nombre del patrón de los mandeos. La única excepción es el Dukhrana, donde se honra la lista de los espíritus de la luz, de los santos y los justos mandeos muertos en tiempos antiguos. En este texto se incluye el nombre de Juan, pero sin honores particulares, lo que confirmaría que detrás de la figura de Yaya no se halla Juan Bautista, sino otro Juan.

Los mandeos han considerado siempre que el Bautista era un gran maestro que había perfeccionado el rito bautismal en sus funciones de sacerdote. Y además un nazirita, por lo tanto un asceta «consagrado», un mago blanco que hacía de la pureza del alma y del cuerpo su credo. En los manuscritos mandeos se utiliza el término nazirita para designar a los expertos en materia religiosa y magia blanca, mientras los cristianos son usualmente llamados mshihia, o sea, «seguidores del mesías» o kristianaia.

Existe no obstante un dato que induce a pensar que el Juan del que se dicen seguidores los mandeos no puede ser el Bautista. Y es que, según se dice en el Harran Gawaitha: «Cuando cumplió los siete años de edad, Anush Uthra vino y escribió el ABC para él, de modo que cuando tenía 22 años ya estaba en conocimiento de todo el arte sacerdotal de los naziritas». O sea que no fue el fundador de la religión mandea sino que fue instruido por alguien anterior.

Por otro lado, teniendo en cuenta la etimología del nombre Juan, y que la doctrina mandea se originó en tierras sumerias, es muy posible que el Yaya fundador de este culto fuera Oannes (Yoannes), el Hombre-Pez u Hombre-Dios, que según la mitología mesopotámica se sumerge en las aguas para emerger totalmente transmutado y capaz de dominar tanto la esfera instintiva como la carnal, y despertar así el espíritu intelectivo. Así es que el auténtico Yaya sería el Melquisedec del que nos hablan tanto la tradición hebrea como la fenicia y cananea. El Oannes arquetípico destinado a manifestar el Cristo-Pez a través de su transmutación en Jesús.

¿Quién es Yaya?

Los mandeos están convencidos de que existe un mundo sutil, entre el nuestro y el de la Luz, al que llaman Msunia Kushta, y que sería el equivalente al Avalon británico, al Kert egipcio o al Agartha tibetano. El líder supremo de este reino –interior y metafísico– es Kibil Ziwa, espíritu tutelar de la tierra y el equivalente a san Miguel, pues es el jefe de todos los ángeles tutelares asignados a cada hombre: los Shislam Rba.

En el Codex Nazireus (1:135), Kibil Ziwa es también llamado Nebar-Iavar bar Iufin-Ifafin, «timón y viña de la nutrición vital», porque él es el Señor de los eones, como san Miguel y Cristo, según los gnósticos, y el Mensajero de Vida de Ferho, causa primera de todo, el Altísimo, el Invisible central. Así mismo es definido también como el «Poderoso señor del esplendor», porque ésta es la traducción del término en lengua mandea. Y en ese sentido puede compararse tanto a san Miguel, Príncipe de la Luz, como al dios solar sumerio Shamash, el «resplandeciente», y al Jamig rosn (gemelo de luz o pneuma) del sistema maniqueo. No sería casual, en este sentido, que en algunas obras maniqueas coptas, exhumadas hacia 1930 en El Fayyum, se hable de Jesús como «Yiso Ziwa», «Jesús el luminoso», y como «Yiso Zindakar», «Portador de vida», «el Vivificador».

Este paralelismo con las raíces babilónicas y mazdeístas, así como con el gnosticismo clásico, queda patente cuando se recuerda que el dios mandeo Ziwa está destinado a combatir a los genios rebeldes y locos, en particular a los siete príncipes de las tinieblas, los Arcontes del gnosticismo. Para contrastar la influencia nefasta y perversa de estos siete ejércitos, cuyo fin es el de encadenar las almas humanas al destino (karman) para siempre, Kibil Ziwa crea siete potencias o «siete vidas», en realidad las virtudes cardinales que resplandecen desde lo alto, restableciendo con su presencia el equilibrio entre el bien y el mal, la luz y las tinieblas.

Según la tradición mandea los espíritus fieles a Ziwa, los Shislam Rba conocidos como los «Hijos de la Luz» o «Adonim», «Señores», constituían la jerarquía celeste guiada por Miguel-Ziwa. Una leyenda que tiene una estrecha similitud con la Antigua tradición transmitida oralmente por los esenios de Qumran y los gnósticos alejandrinos.

Tradición espiritual mandea

Los registros mandeos son una mina de información hermética y de antiguas prácticas rituales nazaritas. Y si nos fijamos, las similitudes del cristianismo primitivo con la aún existente tradición mandea, sugieren un posible origen común de ambos. Es muy probable que este origen se encuentre en la Tradición Primordial custodiada por los esenios moreh ah tzadeq, «maestros de justicia».

Analizando con prudencia la tradición mandea, parece posible recuperar muchos de esos antiguos principios propios de los nazaritas esenios. Aunque es posible que ni los mandeos ni los gnósticos tuvieran la revelación total. El depósito del sagrado conocimiento habría sido custodiado por los esenios de Qumran y, asimilado por Jesús, que lo habría completado con sus nuevas revelaciones sobre la construcción del cuerpo de luz, conocimientos heredados por la esposa María Magdalena y por la Iglesia del Grial. El resto de las doctrinas gnósticas, incluido el mandeísmo, habrían obtenido sólo una parte de la revelación, custodiada en principio por los sacerdotes de Melquisedec que hoy conocemos como nazaritas-esenios.

Los nazaritas, según los mandeos, observadores de las estrellas y profetas, eran también profundos conocedores de fórmulas mágicas o mantras, palabras de poder sin las cuales ninguna ceremonia religiosa y ningún exorcismo son eficaces. Los sacerdotes mandeos, en línea con esta tradición antigua, conocerían el arte de pronunciar con exactitud los nombres de los espíritus buenos, una práctica que, si bien no les pone al servicio del sacerdote, al menos les sitúa ante su presencia, al haber sido correctamente invocados con la exacta impronta vibracional. Los rezos se recitan en voz alta, excepto en los casos de meditación individual. Algunos sacerdotes mandeos afirman poseer estos conocimientos por tradición oral, adquiridos milenios antes por sus antepasados ancestrales sumerios, expertos en hechizos.

Realmente, la tradición mandea no está tan corrompida sino mal interpretada por sus seguidores y por aquellos que, con el tiempo han observado y analizado sus usos y tradiciones privados de la necesaria preparación iniciática. De todos modos, los mandeos constituyen «una arqueología» esotérico-iniciática interesante para estudiar la supervivencia de los espléndidos y numerosos ritos mandeos ligados al elemento agua, que han llevado a Mario Pincherle, como decíamos al principio del artículo, a conferir un origen atlantídeo a este misterioso pueblo.

Los ritos de inmersión de los mandeos, que podrían considerarse esotéricos y alquímicos, son análogos a los de los antiguos esenios, de los cuales es probable que procedan. Y custodian algo muy precioso y sublime. Este «algo» se encuentra oculto también en los ritos masónicos y en la liturgia católica, y pertenece al iter alquímico condensado en el Visita interiora terrae rectificando invenies occultam lapidem veram medicinam (Vitriolum). La práctica alquímica halla su referencia exterior tanto en el rito bautismal católico, como en el más antiguo practicado por los esenios en las pilas sagradas, así como en el de los mandeos celebrado en los ríos y cursos de agua denominados yarda (Jordán).

Los alquimistas medievales, custodios de la sabiduría alquímica esenia, hablaban de bañarse en el Jordán para recibir de la divinidad, una vez purificados por las aguas de fuego y eliminadas las escorias anímicas, la sagrada unción de Rey-Sacerdote al modo de Melquisedec. De hecho, el bautismo es tan importante en la tradición espiritual mandea que ningún niño sin bautizar es considerado como perteneciente a la comunidad. Igualmente, en sentido alquímico, ningún iniciado (niño) pertenecía en realidad a la hermandad esenia y mucho menos a la hermandad difundida por Melquisedec, si las aguas no eran las del Jordán.

Tres son los principios espirituales supremos venerado por esta doctrina:
La Gran Vida: los mandeos veneran la suprema divinidad con el nombre de Hayyi que en arameo significa el «Viviente«o la «Vida misma». Es un principio que tiene su origen en el Egipto esotérico, donde era venerado el ankh, la «Llave de la Vida».

Los mandeos la llaman la «Gran Vida» y es un principio absoluto de la Tradición Primordial porque personifica la fuerza creativa macho-hembra (voluntad y sabiduría) del Dios Supremo y del Universo, considerada insondable y misteriosa. De ahí que todos los escritos sagrados mandeos empiecen con una oración en la que se invoca a la Gran Vida. Su símbolo es el Agua de Vida que fluye, el mismo significado secreto del ankh egipcio. El agua que corre conserva un lugar central en los rituales de los mandeos, de ahí la necesidad de vivir aún en las proximidades de los ríos o de los cursos de agua. En el Antiguo Testamento se alude a las «aguas de Siloe (Cristo) que corren lentamente», rechazadas por el pueblo profano (Isaías 18:6). El mismo agua-piedra que, rechazada por los constructores, se transforma en piedra angular de la piscina de Siloe. Allí Jesús opera el milagro de la apertura de los ojos del ciego, metáfora del comienzo del despertar interior (Juan 9:7).

El Poder Vivificante de la Luz, representada por la divinidad Melka d'Nhura (Príncipe de la luz) o Kibil Ziwa sería el segundo principio. Los mandeos veneran a los espíritus de la luz (espíritus buenos) que procuran salud, fuerza, virtud y justicia. Una frase del Manual de la Disciplina dice: «Que ellos puedan ver la Luz de la vida». En su sistema ético, como en el de los zoroastrianos, la salud del cuerpo y la obediencia ritual deben estar acompañadas por la pureza mental, así como la consciencia y obediencia a las leyes morales.

La Inmortalidad del Alma y su estrecha relación con los espíritus de los antepasados es el tercer principio del credo mandeo. En la tradición hermética los auténticos ancestros no son los de sangre, sino las personalidades en las que anteriormente se encarnó el individuo. Aunque quizá los mandeos no alcancen a concebir un concepto tan profundo y hermético de su línea ancestral, el destino de la propia alma es su principal preocupación como lo era para los egipcios que trataban el cuerpo casi con desprecio. Así mismo creen en la existencia de una vida posterior, en la cual habrá premios o castigos kármicos. El pecado será castigado en el Mattaratha (cárcel del alma), reino astral de los arcontes planetarios, y la buena conducta premiada en el paraíso. No existe sin embargo un castigo eterno porque Dios es misericordioso. Una concepción que recuerda a la Tradición hermética donde paraíso e infierno son la convergencia de la consciencia hacia los ideales espirituales o la satisfacción de las pasiones y los deseos de la carne respectivamente.

Los niveles del espíritu

Ascetismo, denegación de uno mismo y simplicidad son actitudes religiosas mandeas. No existe exhibicionismo religioso. Todo tiene que ser hecho con sobriedad y en privado. Los mandeos deben dirigir la vista hacia el norte durante las oraciones, mientras los esenios lo hacían hacia el este. Se acusa no obstante a este culto de contradicciones, pues si bien son monoteístas, consideran que existen un Espíritu Bueno y sus emisarios angélicos que habitan en la Estrella del Norte, desde la cual gobiernan el mundo bajo la égida del Dios Supremo. La genuflexión no se practica durante la oración, que realizan tres veces al día –alba, mediodía y atardecer–, y tampoco se cubren el rostro con las manos, la cabeza se mantiene erguida, y se muestra una actitud contrita hacia Dios, porque el temor al creador es tan importante como el amor que debe profesársele. Por otra parte, uno de sus credos inviolables es la integridad del cuerpo físico: no ha de tener cortes ni heridas porque Dios creó a las personas completas y así deben regresar a él. Por lo tanto, no está prevista la circuncisión, al contrario que en la tradición hebrea.

En cuanto al espíritu, tiene dos niveles: el divino, nashimata, que emana de Dios y el inferior, ruha, conectado con los deseos carnales . Una persona puede reforzar el nashimata a través de ejercicios espirituales, pero estas dos fuerzas se disputan al ser humano, y serían las mismas a las que en el Testamento de Amram (4Q543) llaman Melquisedec y Melkiresha.

En resumen, hemos demostrado que las creencias mandeas no proceden de Juan el Bautista, como popularmente se cree. Sino que su doctrina revela una clara influencia de corrientes maniqueas y gnósticas las cuales podría derivar de una fuente común mazdeísta y babilónica. Sin embargo no hemos hallado ni una sola pista que permita situar esta doctrina como heredera directa del saber de la Atlántida, tal y como propone el investigador Mario Pincherle.
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