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07/08/2020 (09:30 CET) Actualizado: 12/09/2024 (12:34 CET)

El terrible culto Neflim (I)

A lo largo de la historia es posible seguir la pista de los Nefilim, los ángeles de Dios que se enfrentaron a su creador y que se habrían ocultado bajo el ropaje de distintos dioses y entidades para manipular a la humanidad y así «alimentarse» de las potentes emociones que generan los actos de sumisión y los sacrificios de sangre y muerte.

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El terrible culto Neflim
El terrible culto Neflim
Nº 361, Agosto de 2020
Este artículo pertenece al Nº 361, Agosto de 2020

La historia de los Nefilim comienza en el capítulo sexto del primer libro de la Biblia, el Génesis, cuando leemos que la raza humana comenzó a multiplicarse. Al ver los Hijos de Dios que las hijas de los hombres eran atractivas, las tomaron por esposas, engendrando así una nueva especie híbrida que los escribas denominaron Nefilim –palabra que puede traducirse como «Gigante», pero que también hace referencia al hecho de caer–. El relato del Génesis termina abruptamente, por lo que para conocer más acerca de estas criaturas tendremos que acudir a los Evangelios Apócrifos.

El libro de Enoch es uno de esos relatos incómodos tanto para el judaísmo como para el cristianismo, toda vez que su redactor describe cómo las hijas de los hombres se hicieron deseables para una parte de los hijos del cielo, que Enoch llama «los Vigilantes». Un total de doscientos seres que aterrizaron en el Monte Hermón, liderados por Shemihaza y Azazel. Seguidamente, los Vigilantes enseñaron a las mujeres el secreto de la magia y las propiedades de las plantas. Mientras que a los hombres les revelaron los misterios de la forja de metales y la fabricación de armas para la guerra.

Viven de las emociones humanas

Mientras tanto, los Nefilim se dedicaron a devorar, no solo a la raza humana, sino también a todas las especies del planeta, provocando el caos y la destrucción a su paso. Viendo entonces los arcángeles Miguel, Gabriel, Rafael y Sariel lo que estaban haciendo los ángeles caídos y sus hijos, no tardaron en comunicárselo a Dios, quien alertó a Noé para que construyera un Arca y salvase así a una parte de la humanidad del Diluvio Universal, mientras sus querubines luchaban contra los Vigilantes y los Nefilim. Tras el torrente de agua y la guerra en los cielos, los Vigilantes fueron encerrados en cárceles en la Tierra, mientras que los Nefilim se convirtieron en espíritus malignos, los cuales intentaron tentar a la humanidad con toda suerte de prodigios para manipularla a su antojo.

No obstante, si tanto los Nefilim como los Vigilantes siguieron rondando por la Tierra, quizás podamos seguirles la pista en el resto de las tradiciones de la antigüedad. La cosmogonía islámica, por ejemplo, afirma que Dios creó primero a los ángeles a partir de la luz pura de su reflejo. Luego creó a los genios –Djinn– a partir de un misterioso fuego sin humo del que también estarían hechas las estrellas fugaces. Dejando para el final a los hombres, a los que moldeó de agua y barro. Al igual que los Vigilantes y los Nefilim, los Djinns podían casarse con los humanos y procrear. Según el Corán, sería de esta raza, y no de la de los ángeles, de la que habría surgido el Diablo –que la religión árabe denomina Iblis en lugar de Satanás–, el cual se habría negado a inclinarse ante Adán cuando Dios así lo quiso.

Como Shemihanza y Azazel, Iblis arrastró en su rebeldía a muchos de los Djinns, quienes anteriormente se alimentaban de la Báraka de Allah –es decir de energía divina–, pero que a partir de su enfrentamiento con Dios tendrán que buscarse otro tipo de alimento para sobrevivir. Tras la caída de Iblis, los Djinns sediciosos formaron la estirpe de los Ifrit, los cuales se caracterizaban por su odio y resentimiento hacia el ser humano. El rey Salomón trató en vano de convencerlos para que regresen al sendero correcto. Empero, ante su negativa, ideó una especie de cárceles a modo de lámparas maravillosas y jarrones sellados con el nombre de Dios, en los cuales logró encerrar a muchos de ellos.

culto neflim
 

Responsables de posesiones

Hace algunos años me contaron que el hijo de una familia que había conocido tiempo atrás acababa de regresar de Sudáfrica, donde estuvo un tiempo estudiando ciencias islámicas a la vera de un notable maestro. El muchacho, de no más de veinte años, de repente comenzó a mostrar extraños síntomas muy parecidos a los de la posesión diabólica. Cuando entraba en la mezquita, empezaba a sudar y a insultar a todo el mundo. No podía escuchar el Corán sin ponerse violento, ni tampoco podía llevar una vida normal, puesto que, de buenas a primeras, le cambiaba la voz y comenzaba a proferir humillaciones y desprecios a todo el mundo. Para solucionarlo, sus padres hicieron venir a un erudito religioso, experto en el trato con los Djinns. Tras la primera sesión, el Ifrit dio la cara y se presentó. Era del sexo femenino y, según sus palabras, se había enamorado del joven, por lo que había decidido meterse dentro de él y poseerlo. El erudito puso todo su empeño en convencer a la entidad para que abandonase al joven y regresase al camino de Allah, pero nada de lo que dijo sirvió para doblegarla, por lo que finalmente tuvo que hacerle un exorcismo.

Adictos a la sangre

Según las creencias modernas, los Ifrit suelen hacerse pasar por espíritus benignos cuando contactamos con ellos a través de la ouija o de la escritura automática, con el único propósito de robarnos la energía. Al principio, como en el caso de las apariciones marianas, muestran algún prodigio para embaucarnos. Diciendo una primera verdad, se aseguran de que creeremos todas las mentiras que vendrán después, convirtiéndonos así en dependientes de sus consultas. En varias ocasiones, estas entidades también se han presentado como seres de otros planetas para engañar a los contactados mediante manifestaciones luminosas. En los desiertos, tanto los Djinns como los Ifrit son guardianes de los oasis o andan rondando los lugares donde han escondido algún tesoro. Los beduinos tienen tratos con ellos para asegurarse de que las caravanas no sean desviadas por sus encantamientos. Gustan de morar en ruinas abandonadas y habitar dentro de las piedras.

Tanto los Ifrit como los Nefilim son seres mucho más antiguos que nosotros, y durante toda la historia de la humanidad se han hecho pasar por dioses para robarnos la energía. Moloc era el nombre que los cananeos daban a uno de sus ídolos, detrás del cual a buen seguro se encontraba un Nefilim. Su terrible culto estaba asociado al sacrificio de niños y niñas, preferiblemente recién nacidos. La representación de Moloc era una gran estatua de metal con cuerpo de hombre, cabeza de macho cabrío, la boca abierta y fuego en su interior. En ocasiones, los brazos de la estatua estaban articulados, de manera que cuando los padres o los sacerdotes dejaban a los recién nacidos en sus manos, unas cadenas hacían que los brazos del ídolo se levantaran para tragarse al pequeño, que caía de lleno en las brasas que había prendidas en su interior. Tras esto, las flautas y los tambores comenzaban a sonar para intentar disimular los gritos de dolor de las víctimas. A cambio, el Nefilim proporcionaba dicha y felicidad tanto a la familia como a la ciudad. Las iniciales de su nombre, mlk, están vinculadas con la palabra malak, que en hebreo significa «mensajero», por lo que parece claro que detrás de esta entidad se escondía cualquiera de los Vigilantes que se quedaron en la Tierra, o incluso alguno de sus hijos.

El culto a los Nefilim se pierde en la noche de los tiempos, pasando de generación en generación, usando varios nombres, empero tratándose siempre de los mismos seres. De hecho, los fenicios adoraron a Moloc bajo la advocación de Baal Hammon y Melkart. Justo al lado de la entrada al templo de Karnak, en Egipto, se alza discreta una capilla donde se custodia la estatua de la diosa Sekhmet, en cuyo interior habita una criatura bastante más antigua que la humanidad. Son muchos los que todavía hoy acuden para saludarla. El ídolo babilonio Shamash requería los mismos ritos sacrificiales que el demonio Moloc, es decir, cabras, terneros y palomas, cuya sangre debía desparramarse por el suelo del templo delante de la efigie del ídolo para alimentarlo.

Cada ciudad mesopotámica estaba dedicada a un Vigilante o a un Nefilim, al que debían nutrir para que los desastres no acabaran diezmando a la población. De hecho, se suponía que la ciudad no era la morada de los hombres, sino el reino de los dioses en la Tierra, donde los humanos podíamos residir siempre que asistiéramos a las necesidades de la entidad que gobernaba dicho territorio.

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