Un ocultista llamado Felipe II
El Monasterio de San Lorenzo de El Escorial, en la C. de Madrid (España) nunca dejará de ser, además de una auténtica joya arquitectónica del siglo XVI, un lugar enigmático y misterioso. Sus patios, su basílica, su biblioteca o su famosa cripta se encuentran accesibles al público. Sin embargo, ¿qué sucede con la zona más privada y recóndita del Monasterio? ¿Es verdad que la magia tuvo lugar entre sus muros?
Felipe II, denominado por la leyenda negra como el demonio del mediodía, fue tradicionalmente considerado un ser ultracatólico y oscuro de una manera tan veraz que hasta los españoles lo acabaron creyendo. Pese a esto, la realidad estaba lejos de asemejarse al mito. Felipe II fue un verdadero príncipe del Renacimiento, intelectual, humanista, mecenas e impulsor de la cultura y el conocimiento. Aunque era un monarca conocido mundialmente por su fe católica, como define Áurea Izquierdo, autora de La personalidad «Ocultista» de Felipe II, también era «activo partícipe del pensamiento mágico y los saberes ocultos». Seguía claramente tradiciones oscuras y, sin lugar a duda, contrarias a lo impuesto por el cristianismo, no siendo ni el primero ni el último: Numerosos reyes e incluso papas tuvieron relación con este tipo de prácticas. Pero, en el caso de Felipe, ¿cómo supo conciliar ambos mundos?
En ese momento, la ciencia positiva y la magia, en contraposición a la actualidad, eran prácticamente la misma cosa. De esta manera, otros saberes como la astrología, la cábala y el hermetismo compartían aspectos y conocimientos integrados en el mundo científico durante el Renacimiento. Profesiones también como las de médico, cirujano y boticarios eran cuanto menos curiosos: Un médico gozaba de una alta consideración dentro de la sociedad, teniendo, por consiguiente, que ir a la Universidad para poder ejercer como tal. Sin embargo, los cirujanos y boticarios eran considerados artesanos y estaban al servicio completo de los médicos.
La oscuridad de El Escorial
Nuestra primera parada dentro del Monasterio de El Escorial es su elegante biblioteca, de una magnitud difícilmente igualable. En ella, Felipe II recogió y almacenó aproximadamente doscientas obras relativas a estas ciencias oscuras. El monarca, que de cara al público era un fiel defensor del respeto al Índice de Libros Prohibidos establecido por la Inquisición poseía, sin embargo, numerosas obras que formaban parte de esa lista. También tenía en la biblioteca cartas astrales, una precisamente de John Dee, famoso ocultista, rosacruz y consultor de la reina Isabel I de Inglaterra. Pero la más famosa de estas cartas es la Prognosticon, de Matías Haco, horóscopo de gran elaboración y profundidad al que Felipe II recurría cuando tenía que tomar una decisión importante.
Dentro del Patio de los Reyes, tras salir de la biblioteca, dos torres se alzan imponentes bajo el cielo del Monasterio. El primer simbolismo con el que nos encontramos, de los muchos presentes en el lugar, son sus triángulos y círculos perfectos, mediante los cuales el rey buscó representar a Dios y a la inmortalidad. Justo bajo una de las torres, Felipe II mandó construir un laboratorio de alquimia, una disciplina más de las que conformaban la vida secreta de nuestro protagonista.
El monarca recurrió en varias ocasiones a la alquimia, especialmente, durante las crisis económicas que vivió el Imperio. Felipe II encargaba a los alquimistas que, mediante otros metales, pudieran conseguir oro u plata para que no fuesen extraídos de las arcas del reino. Llegó a tal extremo la búsqueda de obtención de oro por parte del monarca que mandó construir un laboratorio químico en casa de Pedro del Hoyo, secretario real, para poder conseguir este fin. Sin embargo, el trabajo con oro no era exclusivo de los alquimistas. En la botica del monasterio se realizaban trabajos de destilación de este metal para conseguir directamente oro potable mediante la potabilización del oro en agua ¿Qué se conseguía con esto? Prolongar la vida de la persona que lo ingería.
El templo de Salomón
El Monasterio en su totalidad tenía la clara función de convertirse en la viva representación del emblemático templo salomónico. Esto tenía un precedente importante: Felipe II se consideraba a sí mismo el Nuevo Salomón, Rey de Jerusalén, el verdadero hijo de David. Precisamente, el Patio de los Reyes está coronado, y nunca mejor dicho, por esculturas de los reyes hebreos, los propios constructores del templo de Jerusalén.
La entrada a la basílica se sitúa bajo las esculturas. En ella, se imita la estructura del templo de Salomón, en donde el pueblo no podía entrar, permaneciendo así en el atrio desde donde observaba el altar. En el caso de la basílica de El Escorial sucedía lo mismo: Se podía acceder hasta el coro bajo como máximo, a excepción claro está de Felipe II, que incluso contaba con ventanas en su habitación que daban acceso directo al altar para poder seguir desde allí la misa. El Escorial a su vez se construyó con piedras labradas ya en sus respectivas canteras, como sucedió según la Biblia con el templo de Salomón.
El Círculo de El Escorial
Conformado en torno a 1580, este círculo estaba integrado por médicos, alquimistas, astrólogos, naturalistas… Grandes representantes de las ciencias prohibidas. Entre ellos, cabe destacar a Juan de Herrera, arquitecto del Monasterio y principal colaborador del rey en estos temas esotéricos. El arquitecto era un auténtico friki de los tesoros ocultos y del conocimiento mágico-medicinal que ciertas piedras y minerales podían aportar.
Estos integrantes del grupo, según Pablo Bubello en su artículo Esoterismo y política de Felipe II en la España del siglo de Oro. Reinterpretando al círculo esotérico filipino en El Escorial, «promovieron una forma de representarse al mundo diferente y alternativa a la que sostenían los defensores de la ortodoxia religiosa» facilitando la introducción en la península ibérica de obras relacionadas con estos saberes ocultos.
La creación de este grupo secreto tuvo bastante que ver con la mala salud de Felipe II, que, entre diversas molestias padecía de fuertes dolores de gota. Por ello, se pasó gran parte de su vida recurriendo a purgas y sangrías para poder mejorar su salud. Sin embargo, no podemos olvidar que el rey también «inquietud por conocer, conocer acerca de la naturaleza, el hombre, el cosmos…» como recalca Áurea Izquierdo.
Además, el Círculo de El Escorial era propietario de una serie de objetos con ciertas “propiedades” especiales, tales como cuernos de unicornio (de narval en verdad), pezuñas de bestias, piedras preciosas, diversos bálsamos y ungüentos… Y todos ellos eran mezclados con remedios «naturales» cristianos.
El final de la vida de Felipe II, en el año 1598, es una muestra de la paranoia que el monarca llegó a experimentar con estos temas. En su lecho, a punto de morir, impidió a cualquiera tocar sus amuletos, estos precisamente con “propiedades” especiales. Como muestra de que la fe seguía presente en él, también ordenó que la cama estuviera rodeada, por completo, de crucifijos en las paredes y de diversas imágenes (algunas de ellas, de El Bosco). Además, el crucifijo con el que murió en las manos su padre, Carlos V también mandó colocarlo encima de la cama. Ordenó, expresamente, que este crucifijo fuera guardado en una caja para ser entregado posteriormente a su hijo y heredero al trono, Felipe III.
Felipe II, un hombre católico e interesado en el mundo oculto, mandó construir un monumental Monasterio, El Escorial, que tardó veintiún años en terminarse. Esta muestra de su reinado supuso un desembolso de cinco millones de ducados. Sin embargo, el gran templo de Felipe II respondió perfectamente a lo que el monarca había planeado y ayudó a que el ocultismo formase parte de la vida diaria del monarca. Se había erigido como el Nuevo Salomón.
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