Parapsicología
18/09/2015 (11:06 CET) Actualizado: 18/09/2015 (11:06 CET)

LA VENGANZA DE LOS ESPÍRITUS

Almas en pena que regresan buscando venganza. Voces fantasmales que claman justicia o señalan abiertamente a su asesino, ayudando a resolver en el mundo de los vivos el crimen del que fueron víctimas… Casos, testimonios, episodios judiciales y archivos policiales que desafían las leyes de la lógica se dan cita en esta investigación, cuya conclusión evidente es que, ante ciertos crímenes, el más allá no parece ser una barrera infranqueable. Por Mado Martínez

18/09/2015 (11:06 CET) Actualizado: 18/09/2015 (11:06 CET)
LA VENGANZA DE LOS ESPÍRITUS
LA VENGANZA DE LOS ESPÍRITUS

Wellington estudiaba Derecho en Brasil. Le esperaba un futuro brillante en el mundo de la abogacía. Jamás habría imaginado que el espíritu de un fantasma en busca de justicia le haría la vida imposible, hasta el punto de obligarle a abandonar su sueño de convertirse en letrado. Este joven brasilero afincando en España no era ajeno al mundo de los espíritus. De hecho, Wellington había tenido algún que otro contacto mediúmnico durante su infancia, aunque estas percepciones psíquicas nunca le impidieron llevar una vida normal. Así pues, se adentró en el campo jurídico y empezó a lidiar con casos reales, ya que la disciplina universitaria requería que asistiese a juicios y ayudase a su profesora en las labores de defensa.
Y así, un buen día, la abogada criminalista Christiane Saito y él acudieron a juicio para defender a un hombre acusado de asesinato. Llevaron el procedimiento con rigor, y ganaron el caso. Pero a Wellington no le dio tiempo a saborear la victoria, porque nada más dictarse sentencia recibió la visita del espíritu del asesinado. El aprendiz de abogado le reconoció inmediatamente por las fotos del expediente. «Me asusté muchísimo –contaba Wellington–, y me eché hacia atrás. Justo en ese momento, él se dio cuenta de que yo le veía. Me habló brevemente para explicarme que las otras abogadas no le veían, pero yo sí, y que no se iba a separar de mí hasta que el acusado pagase por su crimen».
Así fue como Wellington se enteró de que el hombre al que había ayudado a salir absuelto era culpable, pero ya era tarde para remediar el error.  
El espíritu del asesinado cumplió su amenaza y, a partir de aquel día, no se separó de Wellington. Le acechaba cuando menos se lo esperaba, dejándose ver por él en los lugares más insospechados, acosándole con toda su ansia de venganza. El aspirante a letrado confesaba que fue una de las experiencias más pavorosas de su vida. Esta espeluznante tortura no duró un día, ni dos, ni tres, sino dos larguísimos años en los que el joven vivió al borde de la desesperación. ¿Qué podía hacer él? Nada, salvo sufrir aquel insólito asedio que parecía provenir del más allá.
Wellington se esfuerza en hacernos entender la angustia que padecía: «Imagínate que tienes a un ser pegado a ti las veinticuatro horas del día. Los espíritus son como personas, sólo que no tienen un cuerpo físico, aunque yo puedo verlos.  Imagínate tener a una persona a tu lado constantemente: cuando iba al lavabo, cuando me iba a dormir, cuando me levantaba de la cama, asustándome… Simplemente, me molestaba, aunque con el tiempo logré acostumbrarme un poco»… (Continúa en AÑO/CERO 303).


 

Lo más leído

Comentarios

No hay comentarios ¿Te animas?

Nos interesa tu opinión

Revista

Año cero 403

Nº 403, marzo de 2024