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21/12/2016 (10:51 CET) Actualizado: 21/12/2016 (10:51 CET)

Ratones en la cima

21/12/2016 (10:51 CET) Actualizado: 21/12/2016 (10:51 CET)
Ratones en la cima
Ratones en la cima

Surge como una ensoñación en mitad de la niebla. Todavía no han llegado las primeras luces del alba, pero aún así, con la vista acostumbrada a la oscuridad del desierto, de repente aparece su silueta; la misma que siglos atrás han contemplado extasiados Napoleón o Herodoto.

Durante la época victoriana ha sido una especie de parque de atracciones para las clases pudientes; subir, bajar, dar saltitos… El hobby de escalar pirámides se ha extendido, casi tan rápido como el de desenvolver una momia en el menor el tiempo posible. Pero aquí, pese a ser la tumba más grande de Egipto, jamás se ha encontrado momia alguna. Por eso al contemplarla con los primeros colores del amanecer algo se estremece en nuestro interior.

Lleva aquí desde hace milenios, corroborando un siglo tras otros la creencia de estas gentes en que el hombre teme al tiempo, pero el tiempo teme a la Gran Pirámide; a esta construcción eterna que desafía a la razón, que se manifiesta como un sinsentido en el país en el que todo es levantado con un meticuloso propósito, y que todavía hoy, cuando el ser humano posee una pequeña colonia internacional a 400 km de altura, sigue ocultando los mismos secretos que hace cinco mil años.

A veces, los grandes descubrimientos no precisan de sesudas horas de reflexión o de tecnología punta para producirse.

A veces es el destino el que decide resembrar de incógnitas el terreno para que no se pierda el interés; para demostrar que el hombre es la especie dominante, pero no tiene todas las respuestas. Años atrás, en uno de los viajes que hice a Egipto, Samuel, un cristiano ortodoxo nacido en El Cairo, me enseñó el comienzo del camino que asciende hasta la cima de la Gran Pirámide. No es mucha la gente que lo conoce. Por eso, quienes en otro tiempo intentaban subir no eran conscientes de los enormes bloques que debían escalar, o del fuerte viento que sopla a partir de los 80 metros, que ha hecho que más de uno se haya despeñado.

Sí, hay un sendero secreto que permitió a quienes lo conocían subir con cierta comodidad hasta la cumbre de esta montaña artificial; cierta comodidad, porque aún así hay que salvar bloques de más de metro y medio. Y fue entonces cuando esos "escaladores" se llevaron una sorpresa enorme: en la cima había ratones.

¿Cómo habían llegado hasta allí? Sólo existe una posibilidad: que lo hicieran por el interior de la pirámide. Este planteamiento alimentó la idea de la existencia de una cámara secreta cerca de las alturas. "La tumba de Keops", hubo quien se atrevió a aventurar.

Hoy, la tecnología ha permitido descubrir cámaras huecas que parten de la base. Ahora, son los propios arqueólogos los que opinan que el mayor descubrimiento de la historia está más cerca: la tumba del faraón perdido…

Lorenzo Fernández Bueno
Director ENIGMAS

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Nº 404, mayo de 2024