Revista
22/10/2010 (08:22 CET) Actualizado: 06/11/2014 (10:52 CET)

Tierra sagrada

22/10/2010 (08:22 CET) Actualizado: 06/11/2014 (10:52 CET)
Aquella fue una jornada difícil. El agua caía con fuerza y la ascensión por los sinuosos senderos de la montaña sagrada se iba complicando a cada segundo. Aún recuerdo el sabor de la tierra húmeda salpicando en la boca, y un fuerte viento meciéndonos sobre la cornisa del precipicio, a su antojo, avisando de que unos cuántos antes que nosotros se habían despeñado en su intento alocado por alcanzar la cumbre del mítico enclave, el lugar donde, aseguraban los testigos, más incautos habían desaparecido en las últimas décadas. Algunos lograron escapar de ese influjo maldito que parecía desprender la gran mole pétrea, pero en un estado de enajenamiento tal, que sólo alcanzaban a afirmar que habían estado un tiempo impreciso en Erks.Recuerdo cómo horas antes, observando el café humeante mientras la camarera traía unas tostadas rebosantes de dulce de leche, la conversación se batía en un mar de aguas procelosas en la que buenos contertulios como Enrique de Vicente o Javier Sierra, grandes investigadores como el chileno Jorge Anfruns, el mexicano Daniel Muñoz o los argentinos Jorge Suárez y Héctor Antonio Picco, plasmaban, no sin cierta vehemencia, teorías sobre la tierra hueca, la presencia de los omnipresentes nazis por estas tierras, las espectaculares evidencias físicas que dejara un sorprendente avistamiento –y supuesto aterrizaje– de un artefacto volador en el cercano cerro del Pajarito, o, cómo no, la ciudad que desde cientos de años atrás, desde el tiempo de los fieros comechingones, se aseguraba había en las entrañas del cerro sagrado, el gran Uritorco. La llamaban Erks, y como otras que aparecen reflejadas en el relatario de los mitos, despertaba pasión y terror a partes iguales. Porque eran muchos los que en tiempos pretéritos o recientes se habían esfumado para siempre; porque dar con ella parecía llevar implícito sufrir la mayor desgracia del descubridor: no regresar jamás; porque siendo sagrada los elementos se revolvían como gato panza arriba para evitar que fueran demasiados los que atestiguaran su existencia.Y así, caída la tarde, un grupo de jóvenes de creencias varias y pelaje diverso decidimos que había llegado el momento de poner en marcha nuestra propia "expedición". Y así, con poco más bagaje que la propia ilusión por pisar tierra empapada, también de misterio, claro está, iniciamos la ascensión por la cara más amable del cerro Uritorco. Pero la cara amable también tenía su lado oscuro, y la "locura" inicial se transformó en prudencia momentánea, para acabar en silencioso temor. Porque aquella noche el cielo se desplomó sobre nuestras cabezas, mostrando la ira, la de verdad, de los dioses de ese mundo primitivo que se cebaron con el físico y los sentimientos del grupo de muchachos; como si no desearan que llegarámos a nuestra meta; como si la advertencia, que en estos casos sólo es una, hubiera de ser tan contundente como para que desistiéramos para siempre en el intento; como si en las alturas, donde los rayos refulgían con fuerza sobre la piedra mojada se ocultara algo que, al menos en esa madrugada, no tenía que estar a nuestro alcance. Con caminar pausado descendimos, conscientes de que el cerro nos daba una segunda oportunidad, pero no para acometer nuestro reto otra jornada; nos daba la oportunidad de salir de allí. Y conforme descendimos la noche se fue abriendo, permitiendo que una miriada de estrellas tachonara ese cielo que ahora sí nos daba paz; esas mismas estrellas que, según la tradición nativa, alumbran las madrugadas de la inexpugnable ciudad de Erks…Lorenzo Fernández Bueno
Lo más leído

Comentarios

No hay comentarios ¿Te animas?

Nos interesa tu opinión

Revista

nº404

Nº 404, mayo de 2024