Ciencia
29/04/2020 (16:10 CET) Actualizado: 29/04/2020 (16:10 CET)

El idioma secreto de las plantas

Las últimas investigaciones sobre las plantas indican que podrían usar un idioma propio para comunicarse, además de poseer memoria y cierto grado de consciencia, siendo uno de los secretos mejor guardados.

29/04/2020 (16:10 CET) Actualizado: 29/04/2020 (16:10 CET)
El idioma secreto de las plantas
El idioma secreto de las plantas

Monica Gagliano es una bióloga insólita. Hace unas semanas concedió una entrevista a The New York Times en la que comentaba como, tras una ingesta de ayahuasca, empezó a escuchar una voz en su cabeza mientras paseaba por el jardín. La voz parecía provenir de una de las plantas próximas, la cual le sugería que dejara el estudio de los animales y se pasara a investigar el mundo vegetal. Así que marchó hasta Perú en 2010 dónde comenzó a colaborar con un chamán. Siguiendo sus enseñanzas, Gagliano preparó su cuerpo para afinar los sentidos de cara a «dialogar» mejor con las plantas. Hizo una severa dieta sin alcohol, azúcar ni sexo, y sustituyó todo aquello por un bebedizo a base de hierbas y proporcionado por el chamán. A partir de esta experiencia sensorial y tras unos días de aislamiento, su percepción de árboles, hojas o flores cambió. Y contempló a estos seres vivos de una manera muy diferente. 

Monica Gagliano ahora es profesora de la Universidad de Sídney en Australia y ejerce como abanderada de un grupo de científicos que pretenden revolucionar nuestro conocimiento de las plantas. Gagliano ha desarrollado algunos de los estudios más audaces y polémicos de los últimos tiempos en los que pretende demostrar que ciertos vegetales son capaces de aprender, comunicarse con un idioma basado en señales, tener memoria e incluso algún tipo de consciencia.

El experimento clave

Su trabajo más pionero y rupturista lo presentó en 2013 en un congreso de expertos. Gagliano probó a dejar caer cincuenta y seis plantas de Mimosa púdica desde una altura de 15 centímetros, repetidas veces, a intervalos de 15 segundos. Esta acción se efectuaba unas sesenta veces por planta. La Mimosa púdica tiene un comportamiento curioso: reacciona al más mínimo tacto, contrayendo sus hojas hacia el tallo. Parece ser un mecanismo de defensa contra insectos depredadores. Pues bien, Gagliano, en su prueba, observó que la planta durante las primeras caídas cerraba las hojas, pero a partir de la cuarta o quinta vez, dejaba de hacerlo. Se había habituado. La mimosa había «aprendido» que no existía ningún peligro real y quedaba completamente abierta. ¿Se trataba de una dejadez por fatiga tras tanta reiteración? Según la investigadora, no porque al tocarla levemente, de nuevo, se replegaba. 

Pero algo más sorprendente ocurrió una semana después cuando decidió repetir la caída con esas mismas mimosas. Tampoco en esa ocasión la planta encogió sus hojas. Parecía como si «recordara» que no le iba a suceder nada. Al cabo de casi un mes todavía seguía ese «recuerdo» activo cuando volvió a intentarlo. A juicio de Monica, no siempre es necesario un cerebro y unas neuronas ni para aprender ni para memorizar lo aprendido. Y dado que tampoco tenemos muy claro cómo el ser humano almacena información durante años en su cabeza, quizás en las plantas encontremos algunas pistas alternativas para despejar la incógnita.

¿Hacia una neurobiología vegetal?

Desde hace unos años existe un campo, denominado neurobiología vegetal, que trata de analizar los comportamientos más sofisticados de las plantas, aquellos que parecen dotarles de ciertas formas de inteligencia, memoria, aprendizaje, intención, voluntad, lenguaje, comunicación, miedo, peligro, alerta… Unos atributos siempre ligados al mundo animal y tradicionalmente descartados en el mundo vegetal. Para muchos científicos críticos aplicar tales nociones a hierbas, árboles y flores no es más que una distorsión de las cosas. Un intento de antropomorfizar o humanizar esos seres a través de un lenguaje inapropiado. Por eso, han optado por bautizar esos estudios de una manera más neutra como señalización y comportamiento. Estos investigadores aceptan que las plantas tienen señalización eléctrica, operan con señales químicas, pero carecen de auténticos sistemas nerviosos. Así que hablar de neuronas vegetales y de inteligencia o consciencia derivaba de ellas sería un error.  

La vida secreta de las plantas

En el fondo, lo que está en juego es si estos seres fotosintéticos disfrutan de algún tipo de subjetividad o no, aunque sea bajo una estructura diferente a la nuestra. Esta conjetura se hizo muy mediática en 1973 a raíz del célebre libro La vida secreta de las plantas, escrito por Peter Tompkins y Christopher Bird. En sus páginas sobresalían los trabajos de un extrabajador de la CIA llamado Cleve Backster, quien colocó a una planta de interior un galvanómetro, similar a los polígrafos o «máquinas de la verdad», para registrar posibles reacciones. Lo inesperado se produjo cuando Backster detectó diferentes variaciones eléctricas en función de que hablara al vegetal, sonara música o simplemente pensara en prenderlo fuego. ¿Las plantas podían pensar? ¿Tenían una sutil sensibilidad capaz de reconocer diferentes estímulos musicales y mensajes orales? ¿Podían incluso leer la mente humana? Los ensayos de Backster fueron replicados por otros investigadores sin que ofrecieran los mismos resultados. Pero la creencia en esa consciencia particular de las plantas y la posibilidad de comunicarnos con ellas caló en la opinión pública.

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