Ciencia
14/03/2022 (11:11 CET) Actualizado: 14/03/2022 (11:11 CET)

El síndrome del impostor

Descrito inicialmente en 1978, a día de hoy es mucho lo que sabemos sobre este síndrome que nos hace sentirnos como unos farsantes en lo que hacemos

14/03/2022 (11:11 CET) Actualizado: 14/03/2022 (11:11 CET)
El síndrome del impostor
El síndrome del impostor

Siete de cada diez personas experimentan el llamado Síndrome del Impostor (SI) al menos una vez en la vida, de manera que se trata de una vivencia bastante extendida por la que la inmensa mayoría de nosotros pasamos sin mayores consecuencias. Tirando de memoria quizá logremos recordar cómo nos sentimos algo impostores al conseguir una destacada mejora laboral, culminar con éxito un proyecto profesional o a raíz de un reconocimiento social del que fuimos objeto. En alguna deestas u otras situaciones similares tal vez nos hayamos visto tentados, sin mayores consecuencias, a  pensar que ante otros candidatos la suerte se conjuró a nuestro favor jugando un papel determinante, y no del todo merecido, en el resultado que celebramos.

Sentirnos un impostor hace que no disfrutemos de los éxitos logrados y nos hace vivir en un  estresante escenario de permanente autoexigencia

A fin de cuentas, frecuentemente percibimos la vida como una sucesión de instantes de cal y de arena, de golpes de suerte. Sin embargo, cuando esta puntual forma de evaluar nuestros logros y conquistas se automatiza y cronifica,haciéndose extensible a amplias esferas de nuestra vida, el miedo  y la ansiedad asociadas a la hipotética posibilidad de que los demás descubran "nuestra verdad" puede llegar a ser incapacitante, haciendo dudar constantemente de su valía y capacidades incluso a las personas más competentes.

Es tranquilizador saber que este síndrome no está tipificado como enfermedad o trastorno mental, pero no deja de ser cierto que sentirnos un impostor hace que no solo no disfrutemos de las metas y éxitos logrados al considerar que no los merecemos, sino que además nos hace vivir en un  estresante escenario de permanente autoexigencia, a veces de perfeccionismo extremo, al considerar que tenemos que trabajar más que el resto para disipar dudas sobre nuestras capacidades y, además, hacerlo de manera impecable por la nula tolerancia al error que presenta el pseudo impostor.

Otra de las muchas consecuencias que tiene vivir en una inexistente impostura es la de evitar a toda costa correr el más mínimo riesgo, manteniendo un perfil bajo a la hora de tomar decisiones o iniciar proyectos, incluso ocultando las verdaderas opiniones para no desentonar en el grupo. Ello  reduce la posibilidad de equivocarnos y, por tanto, de que los demás descubran que no somos todo lo buenos que ellos piensan que somos. Este comportamiento puede verse reforzado subestimando los logros, restándoles importancia, haciendo lo mismo con los elogios recibidos, que se atribuyen por ejemplo al desconocimiento del otro sobre su verdadera condición de impostor.

El SI funciona como una trampa mental que se alimenta del déficit de autoestima de quien lo padece

VIVIR EN UN ESPEJISMO

Conviene tener bien claro que el SI es un perturbador espejismo para el que no existe sustento ni argumentos reales ni objetivos, actuando como una trampa mental que se alimenta del déficit de autoestima de quien lo padece, que siempre atribuye a la suerte las cosas buenas y positivas que le suceden, y al mismo tiempo no duda en hacerse responsable de todas las negativas debido a su percepción de incapacidad. Quién es víctima de este síndrome sabe exactamente de lo que hablamos, pero si el lector es de los que navega en la duda, por fortuna existen diversidad de test que
permiten determinar si estamos atrapados en sus redes.

Inicialmente el síndrome fue descrito hacia 1978 por las psicólogas Pauline Rose Clance y Suzanne A. Imes en un artículo en el que estudiaban su incidencia en un grupo de 150 mujeres de alto rendimiento, todas con grandes logros académicos y profesionales, reconocidas y apreciadas por sus  colegas y mentores, pero que se sentían farsantes. Este punto de partida llevó a pensar erróneamente que se trataba de un fenómeno femenino, cuando realmente los estudios posteriores han demostrado que afecta por igual a ambos sexos, aunque obviamente la sociedad predominantemente machista en la que vivimos lo acentuaba en las mujeres, al tiempo que bloqueaba su expresión y reconociendo entre los hombres, doblemente entrampados al sufrir el síndrome y vivir temerosos de parecer débiles si lo reconocían.

Las tres características definitorias descritas en esa investigación inicial de Clance e Imes, y recogidas entre otros muchos autores por la Dra. Sandi Mann en su imprescindible obra El Síndrome del impostor (Urano, 2021), siguen totalmente vigentes:

1. La creencia de que los demás tienen una visión exagerada de tus destrezas o habilidades.

2. El miedo a que descubran que eres un farsante y te expongan como tal.

3. La atribución persistente del éxito a factores externos, como la suerte o un nivel extraordinario de trabajo arduo. Todo se reduce a eso, creencias y miedo limitantes e infundados. De acuerdo con esta autora, los tres factores más comunes que desencadenan la experiencia impostora, aquellos que los sitúan bajo los focos y las temidas miradas delatoras, serían:

–Comenzar a trabajar por primera vez en la profesión para la que el sujeto se ha formado.

–Iniciar una nueva experiencia educativa como puede ser entrar en la universidad.

–Conseguir un ascenso en el trabajo.

Además, de acuerdo con las investigaciones de la doctora Young, existen unos estilos de vida o grupos de personas en las que el SI está más presente, por razones diversas como el ser una especie de rara avis como profesional o bien objeto de expectativas familiares o presiones sociales  elevadas.

UN FENÓMENO CRECIENTE

Estos grupos serían: estudiantes, especialmente adultos; académicos y personas que trabajan en ámbitos creativos; gente triunfadora o con un éxito profesional muy precoz; la primera generación de estudiantes o profesionales que en una familia logra metas elevadas; personas que triunfaron eligiendo vías poco frecuentes; mujeres, minorías étnicas o grupos LGTBQ que experimentan la presión de representar a su colectivo; hijos de padres triunfadores; y trabajadores solitarios o autónomos, grupo este último en el que se ha acentuado el SI por el escenario de aislamiento propiciado por el Covid-19.

Las investigaciones llevadas a cabo en las últimas décadas han permitido perimetrar con mayor precisión esta vivencia, descubriendo que existen diferentes subtipos y desarrollando estrategias para gestionarlo con acierto en diversidad de escenarios. Cinco son los perfiles descritos por Young:

1. El perfeccionista, que se fija objetivos inalcanzables y vive en la insatisfacción permanente, y que por lo tanto, por muy bien que haga las cosas, al verlas imperfectas, se considera un impostor.

2. La súper mujer/hombre, que define a la persona multitarea que tiene que hacerlo todo sola, y además hacerlo todo bien, manteniendo constante actividad, sin bajar la guardia. Lógicamente nadie puede evitar fracasar en alguna tarea, y es ahí donde brota el «soy un impostor».

3. El genio innato es aquel que ha crecido cosechando éxitos de forma precoz, sin aparente esfuerzo y con talento innato, pero que llegado el momento experimenta que debe esforzarse para lograr nuevas metas. Ese cambio de registro, el tener que trabajar para triunfar, desencadena la creencia impostora de que no se es tan bueno como se pensaba.

4. El solitario/a considera que una meta lograda no puede considerarse como un éxito si se ha alcanzado en equipo o pidiendo ayuda. Todo debe poder hacerlo solo desde esta mentalidad, ya que esos son los logros realmente importantes.

5. El experto/a. El quinto tipo de impostor es aquel que por mucho conocimiento y cualificación que tenga de una materia o profesión, siempre considerará que es un impostor porque no lo sabe todo. Por ello, no se sienten lo suficientemente cualificados y dudan de su inteligencia, evitando pedir ayuda y embarcándose en un bucle de constante sobrecualificación.

Como afirman los expertos en coaching y desarrollo personal del Instituto Ser Brillante, en el análisis que hacen de este síndrome, "nos condena a vivir por debajo de nuestro potencial. Vivimos en la cultura de la apariencia, obligados a evitar mostrar el fracaso, expuestos a la continua exigencia de ser excelentes padres y madres, magníficos profesionales, extraordinarios en todo lo que hacemos. Es agotador, estresante y va contra la naturaleza del ser humano. Somos personas, con nuestras fortalezas y debilidades, y aceptar que no estamos obligados a ser perfectos es el primer paso para sentirnos un poco más libres".

Cuando la realidad de una persona no coincide con la espectacular ilusión digital que publica en sus perfiles, siente que es un impostor

EL PELIGRO DE LAS REDES

En sintonía con ello, una de las reflexiones más interesantes de cuantas aporta Sandi Mann es la relativa al papel amplificador que las redes sociales ofrecen para este síndrome. Una de las causas es que "en general, solo vemos las cosas maravillosas que los demás hacen y consiguen, pero nada de lo mundano y triste". Creernos esa ilusión hace que suframos pensando que nuestras vidas son más mundanas, pero, paradójicamente, también el foco de nuestra comparación puede sentirse un impostor. "Por cada entrada presuntuosa sobre lo maravillosa que es la vida de alguien, puede haber cien mucho menos impresionantes (que no se publican). Así pues, la persona que publica una entrada cultiva cuidadosamente, una imagen de su propia perfección, que sabe que en el fondo no se corresponde con su realidad (…) Cuando la realidad de una persona no coincide con la espectacular ilusión digital que publica en sus perfiles, siente que es un impostor. Se siente un farsante porque, en la práctica, lo es". La Dra. Mann añade además que en las redes sociales el esfuerzo o las dificultades para alcanzar el éxito se minimizan.

Relacionados
Lo más leído

Comentarios

No hay comentarios ¿Te animas?

Nos interesa tu opinión

Revista

Año cero 403

Nº 403, marzo de 2024