Cart-Ruts: evidencias de una civilización desconocida
El fenómeno de los "surcos de carro", es una de las anomalías más desafiantes para los investigadores. Tras él podría haber cuestiones extraterrestres o humanidades alternativas a la nuestra. ¿Circularon vehículos con ruedas hace 14mil años?
Hay pocos misterios tan fidedignos como el de los cart-ruts (o cart-tracks) que salpican el archipiélago de Malta y otros países del mundo. En esencia, se trata de una especie de raíles invertidos y muy marcados sobre el terreno que a quienes acuñaron su definición más extendida les parecieron lo que esta significa: literalmente «surcos de carro», o sea, las trazas dejadas por una carreta, al parecer cargada hasta los topes, cuyas rodadas hubiesen quedado esculpidas sobre el suelo. Obviamente, no habría misterio si este proceso hubiera sido muy reciente o instantáneo, si el suelo en cuestión fuese un barrizal o un pavimento recién asfaltado, y el causante de la anomalía un moderno automóvil.
No es así. Los vehículos que dejaron estos trazos paralelos circularon hace miles de años, entre 3.000 y varios millones según diversas dataciones, y el terreno sobre el que lo hicieron era y sigue siendo calizo, basáltico o, en general, lo suficientemente duro como para no mostrar unas marcas tan claras y penetrantes.
Los surcos de carro se hunden 60 cm. en el suelo y su antigüedad oscila entre tres mil y varios millones de años
Tanto es así que en algunos casos los surcos se hunden más de 60 centímetros en el suelo, algo muy difícilmente explicable desde el punto de vista de la geología. Y esta rareza no es la única que trae de cabeza a los científicos que desde hace siglos estudian el enigma de los cart-ruts.
Otra peculiaridad de este fenómeno es que la anchura de los surcos no es homogénea –varía entre 1,10 metros y 1,40 metros aproximadamente–, lo que indica que los supuestos vehículos que los produjeron no tenían la misma longitud entre sus ruedas, algo extraño tanto si se trataba de carretas como de una especie de rudimentarios trineos.
Por otra parte, las trazadas de los mismos no discurren de modo semejante a como lo harían las de una carreta, pues a menudo se entrecruzan, se superponen creando barreras o dibujan ángulos inverosímiles. Además, dado que la profundidad de las rodadas es muy considerable –como ya he mencionado–, ni siquiera un vehículo todoterreno lo tendría fácil para superar el obstáculo que se le plantearía al tratar de pasar de una rodada a otra, mucho menos un carro cargado con piedras megalíticas –pues esta es la idea que defienden los científicos– y con la tecnología de hace muchos miles de años.
Pero incluso aceptando la premisa de que fuesen carretas, las escasas investigaciones al respecto se han topado con un problema añadido: en el caso paradigmático del archipiélago de Malta, varios de los surcos terminan en el filo de acantilados a gran altura, tras los cuales una caída de vértigo acaba en el océano. O, también, se internan cientos de metros en el mar a través de suaves ensenadas o bahías, como si en vez de carretas, los vehículos en cuestión fuesen una especie de ingenios anfibios inimaginables hace miles de años.
En el primer caso, cuesta adivinar el propósito de caminos que conducen hacia un precipicio a muchos metros sobre el nivel del mar, salvo que se tratara de carros voladores o, lo más razonable, que el destino de los materiales que transportaban fuese el fondo del océano. Sin descartar que la civilización que produjo los cart-ruts dispusiera de una tecnología tan avanzada como para depositar la carga de las carretas en una nave…
En el segundo caso, la lógica rechaza la imagen de vehículos anfibios hace 3.000 años o más. Si bien cabe la posibilidad de que el uso de aquellos artefactos se remonte a tiempos en que los lugares donde ahora vemos los cart-ruts no estaban inundados. En el caso concreto de Malta, esto ocurrió durante la última edad de hielo, cuando la subida del nivel del mar alteró la morfología de ese archipiélago y de buena parte de nuestro planeta.
LA GRAN INUNDACIÓN
A propósito de esto último, a los estudiosos del fenómeno se les presenta otro quebradero de cabeza: los «surcos de carro» no se circunscriben a una región específica, pues aunque la mayoría de estas marcas se han detectado en el ámbito del Méditerráneo, en concreto en lugares como Malta, Sicilia (Italia) y España, también podemos observarlas en zonas del interior de Turquía, en la península de Crimea, en Azerbaiyán y en un punto del planeta donde casi nadie pensaría encontrarlas: casi en mitad del Atlántico, en el archipiélago de las Azores.
¿Qué tienen en común estos lugares tan alejados entre sí que ayude a desentrañar el misterio de los cart-ruts?
Aunque no en todos, en la gran mayoría los surcos están relativamente cerca de sitios conectados con el megalitismo o con yacimientos de antiguas civilizaciones, e igualmente próximos a grandes masas de agua. Precisamente, su asociación con sitios arqueológicos es el nexo al que se aferra la ciencia para tratar de explicar este enigma. Así, en 2008 se publicó The cart ruts of Malta: An applied geomorphology approach (Los cart-ruts de Malta: un enfoque de geomorfología aplicada), estudio que en opinión de muchos científicos zanjaba definitivamente la cuestión. No obstante, veremos que dicha valoración no solo pecaba de optimista, sino que está lejos de resultar satisfactoria.
VEHÍCULOS IMPOSIBLES
El informe sobre los cart-ruts de Malta, que apareció en las páginas de la revista especializada Antiquity, iba firmado por Derek Mottershead, Alastair Pearson y Martin Schaefer, investigadores del Departamento de Geografía de la Universidad de Portsmouth (Gran Bretaña). Para la elaboración del mismo, los científicos tomaron muestras e hicieron mediciones in situ, resultados que posteriormente desarrollaron en Portsmouth aplicando una herramienta llamada Sistema de Información Geográfica (SIG en español o GIS en inglés), en realidad un programa cartográfico que también integra parámetros socio-culturales, económicos y ambientales.
Aunque la mayoría de las conclusiones del informe se limitaban a ofrecer datos técnicos sobre las características morfológicas de los surcos, datos que en buena medida ya conocíamos gracias a investigaciones anteriores, la novedad del estudio de Mottershead, Pearson y Schaefer tenía que ver con el intento de legitimar el consenso que vincula los cart-ruts a la circulación de vehículos, una hipótesis que nunca ha aclarado si las rodadas eran producto de la erosión debida a dicho tráfico, si estas habían sido labradas por el hombre para facilitarlo, si los vehículos implicados se movían sobre ruedas, patines o trineos, o por qué han quedado las marcas de las rodadas y no hay rastro alguno de humanos o animales junto a ellas.
Pues bien, según los científicos británicos, los cart-ruts son, en efecto, el producto del paso reiterado de carretas de dos ruedas, añadiendo que dichos vehículos pueden abrir surcos en la caliza –la roca sedimentaria más abundante en Malta– aunque no vayan excesivamente cargados, siempre que se den las condiciones de humedad que hagan posible la erosión. En cuanto a por qué hay tantas rodadas en el mismo lugar, entrecruzándose y superponiéndose, los investigadores concluían que cuando los surcos de un camino alcanzaban una profundidad que imposibilitaba el tráfico a través del mismo, los conductores de los carros abrían una nueva ruta, operación que repetían tantas veces como fuera necesario. Por último, justificaban la ausencia de huellas de los humanos o los animales que necesariamente tuvieron que tirar de los carros, aludiendo a que la ruta que pisaron estos últimos, concretamente el carril central de los cart-ruts, estuvo mucho más expuesta a los elementos que los surcos más profundos practicados por las ruedas, de ahí que no quede rastro de aquellas. Aunque, como digo, el estudio de Mottershead, Pearson y Schaefer recibió el aplauso de la comunidad científica, las conclusiones del mismo continúan sin responder a muchos de los interrogantes que plantea este fenómeno, o no contestan satisfactoriamente a los que ellos creen hacerlo.
Por ejemplo, los autores correlacionan los cart-ruts con un periodo en el que el suelo de Malta se vio sometido a una fuerte erosión. Pues bien, este archipiélago, célebre por su aridez y carente de ríos, no ha tenido índices de pluviosidad acordes con lo planteado por los científicos británicos desde hace muchos milenios. Como pronto, dichas condiciones se habrían dado durante el Neolítico temprano, hace entre 7.000 y 6.000 años, época en la que tal vez –solo tal vez– podrían haber arribado a Malta los misteriosos constructores de sus templos megalíticos. No obstante, la existencia de cart-ruts submarinos demostraría que estos ya estaban antes, cuando la subida del nivel del mar causada por el deshielo durante el Holoceno, el periodo posglacial que comenzó en torno a 10.000 a. C., sumergió parte del litoral de ese archipiélago. Y esto no es todo.
Al confirmar que los causantes de los cart-ruts fueron precisamente eso, carros con dos ruedas, parecen asumir que el uso de dichos vehículos estuvo relacionado con la construcción de los templos malteses, porque allí no había otra cosa que acarrear salvo las rocas de sus canteras. Pero ya no hablamos de que hace entre 10.000 y 7.000 años aún no se hubiese erigido edificio alguno en Malta –o eso dicen las dataciones aceptadas–, sino que los cart-ruts de ese archipiélago no están ni cerca de los templos ni tampoco próximos a las canteras de donde provenían las piedras con las que se construyeron.
Finalmente, la argumentación de por qué no hay rastros de los humanos o de los animales que tiraban de las carretas se me antoja meramente especulativa: si la erosión facilitó que las huellas de carros «no excesivamente cargados» quedaran impresas sobre el terreno, ¿acaso no habría aunque fuese un mínimo rastro de los humanos o animales que tiraban delante de ellos?
En suma, pese al mérito de las aportaciones de Mottershead, Pearson y Schaefer –no dudo que su informe haya contribuido a poner en valor el casi desconocido fenómeno de los «surcos de carro»–, otros relevantes arqueólogos en el pasado llegaron a conclusiones demasiado parecidas.
PIEDRAS MÁGICAS
En octubre de 2016 viajé a Malta para analizar in situ los polémicos cart-ruts. Nada más aterrizar en el aeropuerto de La Valeta, la capital del archipiélago maltés, me enteré del fallecimiento de David H. Trump, un arqueólogo que se ocupó y mucho de estudiar este peculiar fenómeno. A Trump, que dedicó sesenta años de su vida (1954-2014) a investigar la prehistoria de Malta, no le arredró enfrentarse al árido enigma de los «surcos de carro», quizá para poner la guinda en el pastel después de su exhaustivo estudio de los templos megalíticos que salpican las islas de Malta y Gozo, las más grandes de las que integran este archipiélago situado en el centro del Mediterráneo.
No era casualidad que en mi equipaje llevase un libro sobre Malta escrito precisamente por Trump. Titulado Malta, prehistory and temples (Midsea Books, 2002), se trata de un manual imprescindible para todo aquel que quiera zambullirse en el pasado de Malta durante la llamada Edad de los Templos, catalogación un tanto ambigua que designa tanto los edificios megalíticos malteses como la civilización desconocida que los erigió hace entre 6.000 y 4.500 años. Pero el capítulo que nos interesa de la guía de Trump no tenía que ver con los impresionantes templos malteses –o tal vez sí, lo veremos más adelante–, sino precisamente con los cart-ruts, anomalía que intrigó sobremanera al arqueólogo británico.
La relación entre David H. Trump y los «surcos de carro» queda patente unos 14 kilómetros al sur de La Valeta. Allí, poco antes de llegar a los acantilados de Dingli, hay un enclave paradigmático a propósito del misterio que nos ocupa. Su nombre es Misrah Ghar il-Kbir, pero todo el mundo lo conoce como Clapham Junction, denominación esta última acuñada por el propio Trump, a quien el lugar le recordó a la homónima estación de ferrocarriles londinense, famosa por el tortuoso nudo de vías que la integran.
DEMASIADO PROFUNDOS
Obviamente, en Misrah Ghar il-Kbir no había trenes hace miles de años –que sepamos–, ni tampoco raíles, lo que sí podemos apreciar son cientos de cart-ruts labrados en el suelo y formando un laberinto que desconcierta a cualquiera que lo ve por vez primera. Sobre todo porque el suelo rocoso de Clapham Junction no es fácilmente maleable, pese a lo cual las huellas de los supuestos carros quedaron impresas de modo semejante a las pisadas fósiles de dinosaurios que hay dispersas por nuestro planeta.
De hecho, si tenemos en cuenta que las icnitas o huellas fosilizadas de estas criaturas extintas suelen medir aproximadamente 10 centímetros de profundidad, las carretas de Clapham Junction debieron ser mucho más pesadas de lo que sostenían Mottershead, Pearson y Schaefer, dado que hay secciones que se hunden hasta 68 centímetros en la superficie del terreno.
Sin embargo, la explicación comúnmente aceptada para las mismas es que fueron causadas por el paso reiterado de carros con dos ruedas o, como plantea David H. Trump en su libro, una especie de rudimentarios trineos tirados por bueyes. ¿Cómo llegó a dicha conclusión el arqueólogo británico?
En realidad, Trump no fue el padre de la idea. Mucho antes que él, concretamente a principios del siglo XVII, el erudito maltés Giovanni Francesco Abela no solo se refería a estas extrañas marcas como solchi di carri (surcos de carros, en italiano), sino que planteaba la primera explicación documentada del fenómeno: «(…) y aquí podríamos preguntarnos qué clase de materiales se estaban transportando fuera de la isla (Malta), una incógnita que sigue dando mucho que hablar y pensar, sobre todo a la vista de esos lugares donde los 'surcos de carros' se extienden hacia las costas y la orilla del mar. Responderemos diciendo que se trataba de piedras para la construcción que se extrajeron en la parte de la isla donde la roca es más dura, y que después fueron llevadas por mar a la Berbería (nombre por el que se conocía a la costa norteafricana desde Marruecos hasta Libia)», sostenía Abela en Della Descrittione di Malta: isola nel Mare Siciliano, libro publicado en 1647.
Aunque Giovanni Francesco Abela, una de las figuras más importantes de la historiografía y la política maltesas de la época, diese por sentado que existía una tradición de canteros que exportaban piedras del archipiélago a regiones del norte de África y cuyo acarreo provocó los solchi di carri, en realidad no existen evidencias arqueológicas ni históricas que atestigüen el comercio de piedras maltesas en tiempos pretéritos. ¿Se inventó Abela aquella pretendida tradición? ¿Qué sentido tenía comprar rocas procedentes de Malta cuando sabemos que en el norte de África había suficientes canteras? ¿O es que las piedras maltesas poseían alguna cualidad especial?
En cuanto a la primera cuestión, Giovanni Francesco Abela no tenía fama de fantasioso, sino de todo lo contrario. Aunque nació en La Valeta, pertenecía a una familia de nobles de Siracusa (Sicilia), pronto hizo carrera en la orden de los jesuitas y, más tarde, como diplomático destacado en España e Italia peninsular. De regreso a Malta, fue capellán de Alof de Wignacourt y auditor de Antoine de Paule, ambos grandes maestres de la Orden de San Juan de Jerusalén. Entre tanto, escribió la primera gran crónica histórica del archipiélago. A la vista de su biografía, no parece que Abela fuese propenso a falsear la realidad, de manera que es posible que la respuesta a la tercera cuestión que planteo sea afirmativa: las piedras de Malta tenían «algo» que las hacía muy valiosas, tanto como para que se perpetuase una tradición milenaria de acarreo de las mismas fuera del archipiélago.
Pero aceptando que las rocas de Malta poseyeran alguna cualidad extraordinaria –retomaré este argumento más adelante–, ¿también las tenían las originarias de Francia, España, Turquía y el resto de países donde se han hallado los enigmáticos cart-ruts? En España, por ejemplo, no se conoce tradición alguna vinculada con este fenómeno, pero existen decenas de formaciones anómalas que entrarían en la categoría de «surcos de carro», si bien, al contrario que en Malta, todas ellas parecen integradas en yacimientos arqueológicos.
TAMBIÉN EN ESPAÑA
Solana de la Pedrera (Murcia), Ciudadela de Calafell (Tarragona), Castellar de Meca (Ayora, Valencia), Los Villares (Caudete de las Fuentes, Valencia), La Tallada (Caspe, Zaragoza) y Montejo de Tiermes (Soria) son los nombres de algunos de los sitios arqueológicos más importantes de España. En su mayoría, se trata de poblados adscritos a la cultura íbera, categoría un tanto difusa que incluye a pueblos prerromanos establecidos en el levante y el sur de la península Ibérica cuyas costumbres eran diferentes de las de otros pueblos asentados en zonas del interior.
Aunque los íberos compartían ciertos rasgos culturales, no eran un grupo étnico homogéneo, de manera que es difícil ponerse de acuerdo en aspectos clave como su procedencia y el momento en que llegaron a la península. No obstante y con respecto a esto último, las evidencias arqueológicas apuntan a que pudo ser en el periodo Neolítico, o sea, hace aproximadamente entre 7.000 y 5.000 años. En cualquier caso y a propósito del tema que nos ocupa, llama la atención que en los yacimientos que acabo de citar se ha documentado la existencia de los polémicos «surcos de carro». Sin embargo, el fenómeno de los cart-ruts españoles –y los de otros países– no se presenta exactamente como en Malta. Lo explicaré con el siguiente ejemplo.
Según la historiografía oficial, el poblado celtíbero de Tiermes, ubicado junto a la localidad soriana de Montejo de Tiermes, estuvo ocupado continuadamente durante treinta siglos y hasta el comienzo de la edad moderna (siglo XVI), pero no es menos cierto que en Tiermes hay pruebas de actividad humana desde el Neolítico. El resultado es una peculiar amalgama de estructuras artificiales que fueron reutilizadas por las culturas que ocuparon este asentamiento sucesivamente. Esto queda patente en el conjunto rupestre de la ciudad, de probable origen neolítico aunque posteriormente manipulado por los celtíberos y, más tarde, por los romanos. Pues bien, lo mismo sucede con sus pretendidos cart-ruts. Me explico. En una zona de este yacimiento hay «surcos de carro» que no lo son, porque está claro que se trata de canales de drenaje fabricados en época romana. Sin embargo, en la mal llamada Puerta del Sol –digo mal llamada porque comprobé que no está orientada ni al amanecer ni al ocaso– existen unas rodadas que sí podrían corresponderse con el paso reiterado de algún tipo de vehículo, precisamente en un área donde hay evidencias de ocupación humana muy antigua, como por ejemplo un lecho para la excarnación y cazoletas rituales.
DE SICILIA A AZERBAIYÁN
Lo mismo que en Tiermes ocurre en otros yacimientos europeos donde se ha advertido de la presencia de cart-ruts. Como en la disputada península de Crimea –ucrania o rusa según sus respectivos pretendientes–, concretamente en los sitios arqueológicos de Çufut Kale y Eski Kermen. En ambos conjuntos rupestres hay marcas que podrían catalogarse como «surcos de carro», pero no puede descartarse que se trate de canales de drenaje muy parecidos a los del poblado celtíbero de Tiermes. Esta misma duda surge si viajamos a Siracusa (Sicilia), a menos de 200 kilómetros al norte de Malta, y visitamos la pequeña isla-fortaleza de Ortigia, construida por los griegos hace 3.000 años. Pues bien, muy cerca de uno de los accesos al enclave, junto a la llamada porta urbica, observaremos lo que parecen ser cart-ruts… aunque no podamos descartar que se trate de canalizaciones como las de Tiermes y Crimea.
Al contrario que en estos últimos enclaves, hay lugares donde los «surcos de carro» están en lugares aislados o lo suficientemente lejos de poblados o yacimientos antiguos. Es el llamativo caso de Azerbaiyán, país del Cáucaso donde hallamos estas rodadas en los alrededores del asentamiento de Türkan, en las proximidades del Mar Caspio. Y también contamos con el ejemplo del Valle Frigio, en Anatolia Central (Turquía), una región particularmente árida donde los surcos quedaron plasmados a bastante distancia de las célebres tumbas de los reyes frigios, mausoleos que, por otra parte, se excavaron en la roca viva, esto es, que sepamos no hubo necesidad de transportar piedra alguna.
A propósito de estos últimos surcos, en agosto de 2015 aparecieron unas interesantes declaraciones del investigador que desveló su existencia. Se trata del geólogo ruso Alexander Koltypin, quien analizó el suelo en el que quedaron petrificadas las rodadas de carro, datándolo gracias a la presencia de ceniza volcánica. Los resultados que obtuvo Koltypin dieron la vuelta al mundo: los cart-ruts del Valle Frigio tienen una antigüedad de entre 14 y 12 ¡millones de años!
Naturalmente, las conclusiones del geólogo ruso fueron duramente contestadas por algunos de sus colegas científicos, pero Koltypin no se dejó amilanar por las críticas.
Los surcos de Anatolia serían la evidencia de que una cultura desconocida y no necesariamente humana habitó nuestro planeta durante el Mioceno
En su opinión, los surcos de Anatolia serían la evidencia de que una cultura desconocida y «no necesariamente humana» habitó nuestro planeta durante el Mioceno, una era arcaica millones de años anterior al surgimiento de los primeros homínidos. La posibilidad de que una especie humana desconocida o, por qué no, alienígena, esté tras el fenómeno de los surcos de carro es una de las hipótesis que se barajan para explicar este misterio, pero existen otras teorías al respecto. A continuación, repasaré las más significativas.
HIPÓTESIS CONTROVERTIDAS
Durante décadas, coincidiendo con la publicación de las primeras investigaciones sobre los cart-ruts de Malta, se ha tratado de vincular este fenómeno con la construcción de los templos megalíticos de ese archipiélago. Así, se viene especulando con que las carretas o trineos que dejaron los surcos, transportaban las grandes piedras que sirvieron para levantar los impresionantes monumentos que salpican las islas de Malta y Gozo. No obstante, esta hipótesis presenta el problema de que ninguno de los 32 conjuntos de cart-ruts dispersos por ambas islas está cerca de los templos o de las canteras de donde sabemos que se extrajeron las piedras utilizadas para levantarlos. Algunos arqueólogos identifican los cart-ruts con los canales de drenaje de época romana o fenicia. Sin embargo, ya hemos visto que la apariencia de unos y otros es distinta.
Además, un rasgo característico de los cart-ruts es que aparecen aislados, algunos en mitad de la nada, no junto a asentamientos de ninguna de estas civilizaciones o de cualquier otra conocida. En sentido similar, aducir que se trataba de sistemas relacionados con la agricultura, como canalizaciones para la recogida de agua o destinados a la irrigación, es una especulación carente de base científica. Por otra parte, justificar su existencia debido a la erosión de las piedras calizas o basálticas sobre las que suelen presentarse, es tanto como admitir que civilizaciones como la que construyó los templos de Malta surgieron varios milenios antes de lo que afirma la arqueología oficial.
Además, en el caso concreto de ese archipiélago, donde hay «surcos de carro» submarinos, todo indica que su formación se produjo durante el periodo posglacial, cuando, como he expuesto anteriormente, la subida del nivel del mar causada por el deshielo sumergió parte del litoral maltés, en torno a 10.000 a. C., fecha en la que ni siquiera se había comenzado a erigir el santuario más antiguo del mundo: Göbekli Tepe.
HUMANIDAD PERDIDA
Una hipótesis igualmente controvertida es la que expuso en el siglo XVII Giovanni Abela. Ya he mencionado que el prestigioso historiador maltés recogió una tradición según la cual las piedras de Malta se exportaban al norte de África, de ahí que muchos surcos de carro terminasen en acantilados o en ensenadas al borde del mar. ¿Qué propiedades tenían aquellas piedras para que fueran consideradas tan valiosas? ¿Acaso poseían cualidades mágicas como las rocas de los templos de Nan Madol, escogidas por sus constructores debido a que podían ¡hacerlas levitar!?
Algunos autores han identificado Malta con la Atlántida de Platón, hipótesis que no nos resulta tan extraña a quienes hemos visitado ese archipiélago. Máxime cuando los arqueólogos son incapaces de concretar qué pueblo levantó los misteriosos templos que aún hoy nos sobrecogen. La teoría acerca de que los cart-ruts se labraron en tiempos en que nuestra especie ni siquiera existía o la posibilidad de que hubiese vehículos tractores en época prehistórica resultan igualmente atractivas. Es posible que en los «surcos de carro» esté el secreto de una humanidad perdida o, quién sabe, de una civilización no terrestre que nos dejó una pista sutil de su paso por nuestro planeta.
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