Civilizaciones perdidas
20/12/2011 (09:03 CET) Actualizado: 13/03/2024 (11:51 CET)

CUANDO EL FARAÓN MENTUHOTEP «DESCUBRIÓ» AMÉRICA

Jeroglíficos egipcios de diferentes épocas se refieren a la tierra de Punt que algunos arqueólogos piensan que se trata de México

Miguel Pedrero
20/12/2011 (09:03 CET) Actualizado: 13/03/2024 (11:51 CET)
Descubrieron México los antiguos egipcios
Descubrieron México los antiguos egipcios

Por orden del faraón Sahura, perteneciente a la V Dinastía (2500-2350 a. C.), partió la primera expedición al misterioso Punt de la que se tenga conocimiento, aunque según los expertos es más que probable que hubieran tenido lugar otras en siglos anteriores. Habría que esperar a la VI Dinastía (2350-2190 a. C.) para que el faraón Pepi II enviara una nueva flota hacia dicho territorio. La siguiente se realizó bajo el reinado de Mentuhotep IV, quien gobernó entre los años 1983 y 1976 a. C. Pretendía traerse del Punt toda clase de mercancías exóticas, para lo que organizó una auténtica escuadra naval formada por 3.000 hombres armados.

En el Valle de Uadi Hammamat, a más de 400 millas al sur de El Cairo, existen una serie de inscripciones sobre las rocas que describen aspectos de la expedición al Punt, ordenada por el faraón Mentuhotep. Al parecer, el responsable de los grabados fue un tal Henú, líder de la flota que partió hacia el misterioso país, quien dejó el siguiente mensaje para la posteridad: «Fui enviado a conducir barcos al país de Punt para traer al faraón especias fragantes que los príncipes del país Rojo recolectan profusamente, puesto que entusiasman a todas las naciones. Y partí de la ciudad de Coptos, pues Su Santidad ordenó que los hombres armados que tenían que acompañarme, debían proceder del sureño país de los Tebanos».

Quédense con la última frase porque tiene una importancia capital para aquellos que relacionan a Punt con el continente americano, y más en concreto con México. Según se desprende de la misma, el faraón dispuso que los guerreros embarcados debían ser oriundos «del sureño país de los tebanos», lo que para buena parte de los especialistas significa que eran de raza negra, pertenecientes a alguna de las culturas de Nubia-Sudán dominadas por Egipto. Sin duda, algunos de ellos habían trabajado como obreros o esclavos, por lo que es de suponer que tenían conocimientos relacionados con el traslado y el tallado de grandes bloques de piedra y, por supuesto, sobre la construcción de edificaciones piramidales.

El faraón Pepi II en brazos de su madre
El faraón Pepi II en brazos de su madre

LOS NUBIOS QUE FUNDARON LA CULTURA OLMECA

Diversos autores, como el hindú R. A. Jairazbhoy –autor de Orígenes del Viejo Mundo en la civilización americana–, se muestran convencidos de que algunos de estos hombres egipcios de raza negra, los cuales habían participado en la expedición ordenada por Mentuhotep IV, fueron abandonados en tierras mexicanas, pues las embarcaciones egipcias debían desprenderse de «peso» para cargar mercancías de regreso al país del Nilo. Éstos, abandonados en el continente americano, habrían dado lugar a la enigmática cultura olmeca, surgida alrededor del año 1500 a. C. en parte de los territorios ocupados actualmente por los estados mexicanos de Tabasco y Veracruz. Las monumentales cabezas olmecas, talladas en gigantescas piedras, serían una prueba de ello, pues sus rasgos son claramente negroides. Otra de las características más llamativas de estos enormes rostros son unos vistosos cascos que tapan parte de su testa. Son, sin duda, calcados a los empleados por ciertos grupos nubios.

Las cabezas olmecas tienen rasgos negroides
Las cabezas olmecas tienen rasgos negroides

En pleno siglo XXI, todavía son escasas las informaciones que los arqueólogos han conseguido arrancar a las piedras olmecas, por lo que los orígenes y filiación étnica de dicha cultura aún permanece en los brumosos territorios del desconocimiento. Durante mucho tiempo, los especialistas consideraron que la olmeca había sido la «cultura madre» de Mesoamérica. Por lo tanto, de la misma habrían derivado la maya y la azteca, entre otras. Hoy en día no se puede defender esta hipótesis con absoluta rotundidad, pues numerosos datos la contradicen.

Sin embargo, está fuera de toda duda que los olmecas, si no dieron lugar directamente al resto de culturas mesoamericanas, influyeron decisivamente en la configuración cultural y religiosa de las mismas. Así, parece demostrado que el culto a las cuevas, a las montañas o a la Serpiente Emplumada –deidad principal presente en la mitología de numerosos pueblos prehispánicos de Mesoamérica– parte de los olmecas.

De hecho, las representaciones más antiguas de la Serpiente Emplumada se han hallado en enclaves olmecas. Es el caso de los relieves del Monumento 19 de La Venta, el mayor asentamiento de dicha cultura en el golfo de México. En los mismos se aprecia un personaje cuya vestimenta denota que se trata de un importante sacerdote. Detrás de éste destaca una serpiente con plumas. Otra representación se encuentra en las grutas de Juxtlahuaca, situadas a unos 50 kilómetros al sureste de Chilpancingo de los Bravo, capital del estado mexicano de Guerrero. Estas cuevas albergan un buen número de pinturas rupestres olmecas. Pero a nosotros la que nos interesa es una en la cual se aprecia una serpiente con el cuerpo de color rojo y una cresta de plumas verdes sobre la cabeza.

El dios Kukulkan es otra serpiente emplumada
El dios Kukulkan es otra serpiente emplumada

Antonio de Herrera, uno de los cronistas de los conquistadores españoles, escribió una obra depositada actualmente en la Biblioteca Nacional de España, cuya primera edición data de 1601. En la misma podemos leer lo siguiente: «Dijo también (Colón) que por aquel camino pensaba experimentar lo que decían los indios de La Española, que había ido a ella de la parte del Sur y del Sudeste, gente negra, que traían los hierros de azagayas de un metal que llamaban Guanín, del cual había enviado a los Reyes, hecho el ensaye (¿?) adonde se halló, que de treinta y dos partes, las dieciocho eran de oro, y las seis de plata, y las ocho de cobre».

NEGROS EN LA AMÉRICA PRECOLOMBINA

Por tanto, parece claro que el propio Colón tuvo conocimiento de la existencia de individuos de raza negra en América. Pero no sólo el Almirante de la Mar Océana, pues años después otros cronistas españoles dieron cuenta de lo mismo. Por ejemplo, fray Gregorio García (1554-1637) detalló en su libro Origen de los indios del Nuevo Mundo que navegantes españoles vieron negros en una playa cercana a Cartagena (Colombia). También el explorador portugués Vasco de Gama (1460-1524) se topó con una tribu formada por individuos de dicha raza en 1513, a su paso por el Istmo de Darién, poco antes de descubrir el Pacífico.

Tampoco podemos obviar al cronista Pedro Mártir de Anglería (1457-1526), quien describió el encuentro del conquistador Núñez de Balboa (1475-1519) con personas de color en Darién: «Encontraron esclavos negros a sólo dos días de distancia de Caruaca, donde habitan más negros feroces y extraordinariamente crueles. Los exploradores creyeron que durante los tiempos antiguos, los negros, quienes emigraron para robar navegando desde Etiopía y habiendo naufragado, se establecieron por sí mismos en aquellas montañas. Los habitantes de Caruaca sostenían peleas internas llenas de odio con estos negros. Se esclavizaban unos a otros o simplemente se mataban entre ellos mismos». Por otro lado, vale la pena reseñar que se han hallado tribus aisladas, repartidas por buena parte del continente americano, cuyos miembros son de raza negra: los charrúas brasileños, los jamassi de Florida, los caribes negros de San Vicente, etc.

En el campo de la antropología también hallamos rotundas evidencias de la presencia de africanos en América antes de que Cristóbal Colón pusiera sus pies en el continente. Por ejemplo, el antropólogo Ernest Hooter ha estudiado varios cráneos encontrados en enclaves precolombinos del sur de Texas y el norte de México, concluyendo que «se parecen estrechamente al modelo craneal de grupos negros que vinieron de alguna parte de África». En la misma línea apuntan las investigaciones llevadas a cabo por arqueólogos del Instituto Smithsoniano sobre dos esqueletos de mujeres localizados en las Islas Vírgenes (EE UU). Fueron datados alrededor del 1200 d. C., pero lo verdaderamente interesante es que los dientes de ambas calaveras demuestran claramente su origen africano, según se puede leer en el informe preparado por los científicos.

El conquistador español Núñez de Balboa
El conquistador español Núñez de Balboa

INSCRIPCIONES AFRICANAS EN MÉXICO

El periodista José León Cano defiende la hipótesis de que al menos parte de estos individuos de raza negra provenían de Egipto. En su magnífico libro El vuelo de la serpiente (Miraguano Ediciones, 2002) escribe: «En resumidas cuentas, cuando los olmecas aparecieron en América, según todos los indicios, los reyes nubios de Kush, de la dinastía Napata, comenzaron a gobernar el Alto Egipto, mientras los libios lo hicieron en el Bajo Egipto. Fueron tiempos particularmente revueltos, y ya sabemos que esos tiempos también son particularmente propicios para los aventureros del mar. Tanto libios como nubios, pero sobre todo estos últimos, habían mostrado ya ganas de rebelarse durante la época de Ramsés II, cosa que lograron plenamente durante el reinado de Ramsés III con el asesinato de este faraón en el 1065 a. C.».

El estudioso R. A. Jairazbhoy, en su clásico Orígenes del Viejo Mundo en la civilización americana, obra a la que ya hemos hecho alusión, asegura lo siguiente: «Ramsés II (1195-1164 a. C.) fue uno de los pocos faraones que poseía los penes de sus enemigos truncados, amontonándolos, los cuales llevaba contados por escribas. Esta costumbre aparece entre los olmecas, quienes representaban a sus enemigos retorciéndose los miembros de su virilidad, o a sus ejecutores que sostienen sus trofeos en alto…».

Estatua de Ramses II
Estatua de Ramses II

Llegados a este punto, es buen momento para recapitular. Bien ocurriera en la época de la dinastía nubia de Napata (750-300 a. C. aproximadamente), como defiende José León Cano, o en épocas muy anteriores –durante los reinados de los faraones Sahura, Pepi II o Mentuhotep IV, en las famosas expediciones al misterioso país de Punt, que sería nada menos que el actual México–, tal como aseguran Jairazbhoy y otros investigadores, lo cierto es que diversas evidencias apuntan a una hipótesis fascinante: la civilización olmeca, que influyó decisivamente en el nacimiento de otras del área mesoamericana y cuyos miembros poseían claros rasgos negroides, habría surgido como consecuencia de navegantes nubios procedentes de Egipto.

El antropólogo e historiador Clyde-Ahmad Winters es uno de los prestigiosos estudiosos que defiende la vinculación Nubia-cultura olmeca. Winters tradujo una serie de inscripciones grabadas en varias hachas de jade que fueron encontradas en La Venta, uno de los más importantes enclaves olmecas, localizado en el estado mexicano de Tabasco. Para el antropólogo, las inscripciones están en mandinga, un idioma utilizado en la antigua Nubia, y las traduce del siguiente modo: «Fue leal a su dios, un hombre virtuoso. Donde reposa es un santuario de los hombres virtuosos…».

LA FARAONA HENUT TAUI FUMABA TABACO…

En 1992, científicos del prestigioso Museo de Munich (Alemania) decidieron realizar una serie de estudios toxicológicos sobre los restos de la momia de la reina egipcia Henut Taui, perteneciente a la XXI Dinastía (1070-944 a. C.) y que por avatares del destino terminó en el país bávaro. Para llevar a cabo tal investigación contrataron a la Dra. Svelta Belabanova, una prestigiosa toxicóloga forense. Lo que jamás pudieron imaginarse es que los resultados obtenidos darían la vuelta mundo, generando el interés de cientos de científicos y de importantes medios de comunicación. La razón es que Belabanova encontró en la momia trazas de cocaína y nicotina en cantidades similares a las de cualquier persona con graves problemas de drogadicción en la actualidad. Ante tan desconcertantes datos, la científica llevó a cabo nada menos que trescientos nuevos análisis, y… ¡todos ellos ofrecieron idénticos resultados!

Hasta entonces la tesis oficial era que las plantas de tabaco y coca únicamente habían germinado en América, por lo que sólo después del desembarco de Colón en dicho continente se extendieron por otras tierras. Sin embargo, los análisis toxicológicos efectuados a la momia de Henut Taui indican que 1.000 años antes del nacimiento de Cristo la nobleza del Antiguo Egipto ya las consumía. La única explicación posible para esta desconcertante realidad es que navíos egipcios hubieran desembarcado en América, regresando al país del Nilo con esas y otras plantas. En realidad, tampoco sería tan extraño, pues estudios etnobotánicos han demostrado que plantas como las habas, el algodón o el plátano llegaron a América procedentes de África hace muchos miles de años.

… AL IGUAL QUE RAMSÉS II

Para más inri, tampoco era la primera vez que se encontraban restos de tabaco en una momia egipcia. En 1976, la del faraón Ramsés II, conservada en el parisino Museo del Louvre, fue sometida a un proceso de «limpieza» para que no acabara desapareciendo a causa de la acción de las 89 especies de hongos que se habían desarrollado en su cuerpo. Antes de llevar a cabo la «curación», un equipo de científicos realizó numerosos análisis sobre los restos de Ramsés II, descubriendo con estupor que presentaba restos de nicotina.

Lo cierto es que una expedición egipcia habría podido llegar al continente americano hace miles de años, pues los marinos del país del Nilo eran mejores navegantes de lo que se pensaban los expertos hasta fechas recientes. Así, en el año 2000 un grupo de arqueólogos estadounidenses hallaron las barcas solares egipcias más antiguas de las que se tenga conocimiento hasta ahora. De unos 5.000 años y, por tanto, pertenecientes a la I Dinastía, los catorce navíos estaban enterrados en el santuario de Seti I, en Abydos. Uno de los mismos medía nada menos que 23 metros de largo por dos de ancho. El director de las excavaciones, Dr. Matthew Adams, afirmó que «las grandes dimensiones de estas naves revelan que los egipcios eran entonces maestros en el arte naval, y el uso de maderas importadas pone de manifiesto que habían establecido ya contactos comerciales con el exterior».

Barca solar egipcia
Barca solar egipcia

EGIPCIOS EN AMÉRICA: LA DEMOSTRACIÓN DE HEYERDAHL

En la misma dirección apunta el ejercicio de «arqueología experimental» llevado a cabo por Thor Heyerdahl, sin duda el más famoso explorador del siglo XX. Biólogo marino de formación y viajero por vocación, Heyerdahl se convirtió en el mayor defensor de las tesis difusionistas, según las cuales los pueblos de la antigüedad habrían mantenido contactos transoceánicos mucho más fluidos de lo que la arqueología oficial acepta.

En el caso que nos ocupa, el aventurero sueco demostró que los egipcios estaban en condiciones técnicas de llegar al Nuevo Mundo a bordo de barcos de papiro desde el 2000 a. C. Para ello, construyó una nave de dicho material, basándose fielmente en antiguas pinturas de embarcaciones egipcias. Con unos quince metros de eslora, cinco de manga y dos de calado, fue bautizada como Ra I. En 1969, Heyerdahl y seis expedicionarios más partieron de África con rumbo a Sudamérica, pero tras navegar 2.700 millas, una tormenta causó graves daños a la embarcación, imposibilitando que siguieran adelante.

Un año después volvieron a intentarlo a bordo de la Ra II. Salieron de la ciudad marroquí de Safi con rumbo a las Islas Canarias, y de allí hacia el Caribe, aprovechándose de unas corrientes marinas para cruzar el Atlántico, tal como hizo el propio Cristóbal Colón. Recorrieron 3.270 millas en 57 días, alcanzando Bridgetown, en las Islas Barbados, a sólo 300 millas de la costa sur de América.

Grabados del templo de Hatshepsut que haban de la expedición a Punt
Grabados del templo de Hatshepsut que haban de la expedición a Punt

DIOSES DEL ANTIGUO EGIPTO EN TEXTOS MAYAS

No cabe duda de que los antiguos egipcios estaban obsesionados por viajar al que denominaban País de Occidente, cuya ubicación se desconoce en la actualidad, aunque no faltan candidatos. En el llamado Libro de los Muertos –redactado durante el Imperio Nuevo, aunque sus orígenes se remontan a los Textos de las Pirámides del Imperio Antiguo (2700-2300 a. C.)– se hace referencia al viaje de «un dios grande» a dicho territorio occidental, que bien podría ser alguna zona costera del continente americano, tal como defienden ciertos estudiosos.

Curiosamente, en el Popol Vuh –recopilación de varias leyendas de los quiché, un pueblo de la cultura maya que ocupó partes de Guatemala y de Honduras– se hace referencia a unos misteriosos «descendientes del antepasado que emigraron aquí», lo cuales decidieron regresar a las tierras de sus ancestros. En el citado texto sagrado de los quichés leemos que cruzaron el mar hacia Oriente –¿las costas del norte de África?– y se presentaron ante Nacxit, legislador de un gran reino. Tiempo después, habrían regresado a los territorios del actual México, cruzando de nuevo el Océano Atlántico.

Pero hay más, pues en los Libros del Chilam-Balam, obras escritas en lengua maya por personajes anónimos durante los siglos XVII y XVIII, y que recogen antiquísimas tradiciones orales en relación a la historia de la civilización maya, se habla del retorno del dios Kukulcán-Quetzalcóatl. Sorprendentemente, dicha deidad aparece en estos textos bajo el nombre de Nacxit-Xuchit. En vista de todo lo anterior, no sería tan descabellado pensar que el tal Nacxit era en realidad un faraón egipcio que habría recibido a los navegantes mayas llegados al país del Nilo, quienes, tal como parece sugerir el Popol Vuh, eran a su vez descendientes de antiguos navegantes egipcios que habrían desembarcado en las costas del actual México décadas o cientos de años antes.

La embarcación Ra II demostró que era posible navegar a América
La embarcación Ra II demostró que era posible navegar a América

CONTACTOS TRANSOCEÁNICOS EN UN PASADO REMOTO

En El vuelo de la serpiente, José León Cano concluye en relación al misterio que nos ocupa: «Nacxit, sugiere Jairazbhoy, bien pudiera provenir de Nakht o Najt, uno de los cinco nombres de Ramsés III; o bien podría tratarse –añadimos nosotros– de una alusión a su padre, el también faraón Sethnaht (Najt), quien reinó sólo dos años».

En definitiva, existen suficientes evidencias para que arqueólogos y antropólogos investiguen con mayor profundidad la posibilidad de que hace miles años navegantes del antiguo Egipto hubieran desembarcado en las costas americanas, y a la inversa. Pero éste es tan sólo uno de los múltiples casos de comunicaciones transoceánicas en la antigüedad, pues, como sostienen los defensores de la teoría difusionista –cuyo exponente más conocido fue el famoso Thor Heyherdhal–, dichos contactos entre pueblos separados por las aguas miles y miles de kilómetros fueron mucho más comunes de lo que la arqueología oficial acepta actualmente. Aunque, todo hay que decirlo, las cosas están empezando a cambiar también en el inmovilista ámbito académico.  

 
Sobre el autor
Miguel Pedrero

Miguel Pedrero es director adjunto de la revista Año/Cero y miembro del equipo de los programas radiofónicos La Rosa de los Vientos y El Colegio Invisible (ambos en Onda Cero). Es autor de una quincena de libros, el último de ellos titulado La verdad prohibida (Ediciones Cydonia).

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